lunes, 4 de mayo de 2009

La cuestión kurda: ¿un conflicto sin fin?


Los días 6 y 7 del pasado tuvo lugar el segundo foro de la Alianza de Civilizaciones. La iniciativa, promovida por el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğan en el marco de las Naciones Unidas, busca “avanzar en el entendimiento intercultural” a través de “la forja de asociaciones que permitan la construcción de una interacción entre diversas comunidades y la reconciliación entre culturas”. Un intento de establecer una agenda carácter multilateral e intercultural en el maltrecho panorama de las relaciones internacionales dejado tras de sí por los ocho años de la Administración Bush.

Pese a que su programa suene bien, algo no encaja en la Alianza de Civilizaciones cuando su segundo foro tiene lugar en Estambul sin que en él se aborde un conflicto que tiene lugar en el patio trasero de Turquía desde hace más de dos décadas: en el Kurdistán turco, al sureste del país, sigue abierta una guerra no declarada entre el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y el Estado turco. Un conflicto armado que parece interminable y que ya se ha cobrado la vida de alrededor de 45.000 personas, además de provocar el desplazamiento de millones más. Una herida que no deja de sangrar en el seno de Turquía, el único país de tradición musulmana miembro de la OTAN (desde 1952) y aliado fundamental de Estados Unidos en su estrategia expansionista en Oriente Medio de los últimos años. Esa alianza estratégica con los poderes occidentales parece ser la coartada perfecta para que la cuestión kurda siga siendo silenciada en foros internacionales como el de la Alianza de Civilizaciones.

Con estimaciones que oscilan entre los 12 y los 15 millones de personas, la kurda es la mayor minoría existente dentro del Estado turco. El Kurdistán turco, que tiene su capital en Diyarbakir, se extiende en la parte suroriental del país. Tras la última Junta militar que gobernó el país entre 1980 y 1983, el PKK, considerado como un grupo terrorista tanto por la Unión Europa y Estados Unidos como, por supuesto, por el Gobierno turco, decidió en 1984 levantarse en armas contra el Estado para luchar por el reconocimiento de los derechos nacionales y culturales del Kurdistán y, en última instancia, conseguir la independencia.

Mucho ha llovido desde entonces: atentados, detenciones ilegales, torturas, desapariciones, guerra sucia y millones de desplazados. Tras casi tres décadas de conflicto, la guerra sigue abierta y el conflicto sin resolver. El desplazamiento forzado de millones de kurdos del este al oeste de Turquía ha extendido además el conflicto por todo el país. Kurdos y turcos conviven ahora en las grandes ciudades occidentales, y cuando la cuerda entre el PKK y el Ejército turco se tensa en el oriente del país, afloran inevitablemente tensiones entre ambas comunidades en urbes como Estambul, Izmir o Ankara.

Elecciones municipales

Las elecciones municipales del 29 de marzo le demostraron al AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), el partido islamista moderado de Erdogan que detenta el poder, que la cuestión kurda está más presente que nunca en la política oficial turca. El DTP (Partido de la Sociedad Democrática), representante de la minoría kurda, ganó terreno sobre todo el sureste de Turquía y, con un 5% de votos a escala estatal, dio un golpe en la mesa en la provincia de Diyarbakir, donde consiguió el 75% de los votos. Con el 39,1% de los votos, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, por otra parte, perdió más de 7 puntos respecto a las legislativas de 2007 en detrimento de los otros dos grandes partidos turcos, el CHP (Partido Republicano del Pueblo), centroizquierda de corte kemalista y laica, con el 23,2% de los votos, y del MHP (Partido de Acción Nacionalista), derecha ultranacionalista que consiguió el 16% de los sufragios.

El AKP, que había hecho algunos gestos hacia la minoría kurda en los últimos tiempos, como la apertura de una televisión en lengua kurda, en busca de avanzar electoralmente en el sureste del país, se topó con unos resultados excelentes del DTP, calificado por los islamistas moderados como el brazo político del PKK. La parlamentaria del DTP Sabahat Tuncel tiene claro que estos resultados demuestran un cambio muy importante en la sociedad kurda: “Los últimos comicios municipales demuestran que el DTP representa a una parte muy importante de la sociedad turca. Hay que subrayar que hasta estas últimas elecciones municipales, todos los partidos que habían gobernado Turquía apostaron por la mejoría de la situación económica del Kurdistán para alcanzar una solución al conflicto. Sin embargo, los últimos resultados del DTP demuestran que la población kurda es muy consciente de que la solución pasa por la política, y que esa solución política se llama DTP”.

“Low Intensity Conflict”

Como explican los investigadores alemanes Andreas Berger, Rudi Friedrich y Kathrin Schneider en su libro La guerra en el Kurdistán kurdo (Der Krieg in Türkei-Kurdistan), el Estado turco ha aplicado el concepto de “conflicto de baja intensidad” (“Low Intensity Conflict"): es decir, además de las ofensivas periódicas por tierra y aire del Ejército contra las posiciones del PKK, el Estado aplica medidas de castigo contra la población civil allí donde sospecha que la guerrilla cuenta con un apoyo social importante. De esta forma, se calcula que alrededor de 4.500 poblaciones han sido despobladas en el Kurdistán a través de esas medidas represivas que persiguen acabar con la base social del PKK. Esta política de tierra quemada ha provocado el desplazamiento forzado de unos 4 millones de kurdos del este al oeste del país durante los últimos años. La ONG IHD, que defiende el respeto de los derechos humanos en Turquía, calcula que sólo en Estambul viven alrededor de 5 millones de kurdos, la mitad de los cuales llegó a la ciudad durante la década de los 90.

El coordinador de la asociación IHD, Insan Haklari, ve en esa migración forzada una fuente de conflicto y de fractura social: “La llegada masiva de población kurda a las grandes ciudades provoca obviamente problemas de integración: los kurdos procedentes de zonas rurales se encuentran obligados a vivir en un contexto urbano ajeno a ellos, por lo que les cuesta adaptarse económica y culturalmente. Ese choque cultural provoca que la población kurda se concentre en determinados barrios, como el distrito de Dolapdere en Estambul, considerado un gueto peligroso, de forma que la integración se hace muy difícil”. Insan afirma que el AKP, a través de campañas que azuzan el nacionalismo turco, ha fomentado un proceso de discriminación contra la población kurda durante los últimos tiempos, sobre todo tras acciones del PKK en las que murieron soldados.

“En grandes ciudades como Estambul, hemos visto como esa campaña discriminatoria promovida durante los dos últimos años ha llegado a la calle: comercios kurdos fueron atacados y quemados, ciudadanos kurdos fueron discriminados por hablar su propia lengua en público. El AKP tiene mucho que ver con esa campaña discriminatoria: vivimos una guerra en el este de l país desde hace casi 30 años, pero nunca antes habíamos visto como la población kurda era acosada de esta manera”, afirma la parlamentaria del DTP, Sabahat Tuncel. Queda claro, por tanto, que el conflicto ha rebasado las fronteras del Kurdistán para instalarse en la totalidad de la sociedad.

Acción y reacción

Mientras tanto, el Estado parece seguir apostando por la vía de la represión: el pasado 27 de abril la policia detuvo a medio centenar de personas, entre ellas varios políticos del DTP, supuestamente relacionadas con la estructura urbana del PKK. Ahmet Türk, secretario general del DTP, dijo que la operación era la respuesta del AKP a los magníficos resultados de su partido en los últimos comicios municipales, que el partido de Erdogan “no ha sabido encajar”. La respuesta del PKK no se hizo esperar: dos días después nueve soldados morían en un atentado contra el vehículo en el que viajaban por un provincia suroriental del Diyarbakir.

El intercambio de golpes encona cada vez más un conflicto que no tiene visos de solucionarse a corto plazo. Con todo, Sabahat Tuncel tiene claro que la solución deber ser política, solución que, curiosamente, no pasa por la independencia del Kurdistán turco, ni siquiera por la autonomía de la región: “Como kurdos, no queremos vivir en una entidad federada o autonómica, no deseamos vivir separados del resto de la sociedad, sino que queremos vivir dentro del Estado turco pero en el marco de un sistema verdaderamente democrático. Mientras que el Estado no admita que la población kurda vive con un problema de identidad, tampoco vemos la posibilidad de solucionar políticamente el conflicto ni la necesidad de construir una autonomía para el Kurdistán. Cuando el Estado reconozca que en la cuestión kurda reside un problema identitario, el PKK estará dispuesto a dejar las armas y a comenzar el diálogo. Pero para ello primero es necesario que el Estado dé los pasos pertinentes”.

P.D: Foto del distrito de Dolápdere, en Estambul, tomada por Álex Rodríguez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las relaciones internacionales con Turquía son problemáticas.
El estado turco reclama su derecho a pertenecer a la Unión Europea, sin embargo, su comportamiento deja mucho que desear.
Si quieres pertenecer a un club, tienes que asumir derechos y obligaciones y no ser víctima de tus propios errores.

Anónimo dijo...

Muy bueno este reportaje, Andreu.
Hasta ahora no había tenido tiempo para leerlo. Perdona que todavía no te haya enviado el libro. Sé que es un tópico, pero en este caso es cierto: estoy a tope de trabajo, lo cual tampoco es malo. Así se aprende.
Por aquí va todo bien. Sólo hay fútbol, fútbol y más fútbol. Las elecciones europeas están despertando muy poco interés en el sector de los socialistas. Veremos a ver qué pasa.
Un abrazo,
Gonzalo