viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Por qué crece la extrema derecha en Alemania?

El joven partido Alternativa para Alemania, de postulados ultraconservadores, nacionalistas, antimigratorios y euroescépticos, avanza en el país más poblado y rico de la Unión Europea pese a su relativa buena marcha. 

“Wir schaffen das” (“Lo conseguiremos”). La canciller alemana, Angela Merkel, pronunció por primera vez esta ya mítica frase en una conferencia de prensa en agosto de 2015. Merkel se refería a la capacidad de Alemania y Europa de hacer frente a la masiva llegada de refugiados al Viejo Continente. A pesar de que el país que gobierna desde más de una década haya conseguido acoger (que no integrar) a más de un millón de refugiados y frenar (gracias a un controvertido acuerdo con la Turquía de Erdogan) la masiva llegada de inmigrantes, Merkel ha dejado de pronunciar en público la famosa frase. “Wir schaffen das” tiene mal cartel en la actual Alemania, cuyo panorama político está cambiando a marchas forzadas. El aparentemente imparable avance de Alternativa para Alemania (AfD), un joven partido ultranacionalista, euroescéptico y con evidentes conexiones xenófobas, es un claro síntoma de ello. 

AfD ya tiene representantes en 10 parlamentos regionales de los 16 Estado federados alemanes, y todo apunta a que estará presente en el Bundestag tras las próximas elecciones generales previstas para septiembre de 2017. Los resultados de los últimos comicios celebrados en el ciudad-Estado de Berlín sirven de termómetro político del país: Alternativa para Alemania consiguió superar el 14% del total de los sufragios y se colocó como quinta fuerza de la ciudad (primera en algunos distritos orientales), a poco más de tres puntos de distancia la Unión Democrática Cristiana (CDU en sus siglas en alemán). El avance de AfD en la capital del país deja al menos tres conclusiones para la próxima legislatura a escala federal: el tablero político alemán está rompiéndose por la (extrema) derecha, el próximo parlamento será el más fragmentado de la historia de la República Federal y ello hará bastante más complicada su gobernabilidad. 

Los partidos políticos establecidos han pasado de la indiferencia al nerviosismo: la formación derechista amenaza con acabar con la tan alabada estabilidad del sistema político alemán y con erosionar aún más a la hasta hace bien poco indiscutible figura de Angela Merkel. La que nació en 2013 como una fuerza nacionalconservadora, euroescéptica y de claro corte neoliberal se ha convertido en un partido protesta con postulados ultranacionalistas y antimigratorios capaz de capitalizar un descontento social bastante complejo, teniendo en cuenta que a Alemania le va relativamente bien en comparación con otros países de su entorno como Francia, España, Grecia o Italia. 

Así las cosas, politólogos, periodistas y analistas no dejan de preguntarse sobre las razones del fenómeno AfD. Este artículo destaca cinco elementos que ayudan a entender el auge de este joven partido de la nueva extrema derecha alemana: 

Trasfondo económico: no hay dudas de que la economía germana muestra una mejor salud macroeconómica que buena parte de la Unión Europea: el desempleo está en mínimos históricos; el crecimiento, aunque no sea para tirar cohetes, se mantiene; las exportaciones siguen su ritmo y el consumo interno crece; sin embargo, hace tiempo que economistas apuntan que la creciente desigualdad y la precarización del mercado laboral podrían suponer un alto precio para Alemania. La Agenda 2010, el paquete de reformas sociales y recortes de gasto público introducido por el gobierno rojiverde del ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, sacó al país de una grave crisis a comienzos de este siglo, pero también ha tenido un indudable impacto negativo en sus clases medias y bajas: no en vano, parte de la masa trabajadora necesita de ayudas públicas para complementar unos salarios insuficientes. 

Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán para la Investigación Económica (DIW), no duda en trazar una línea entre el avance de AfD y el desarrollo socioeconómico de Alemania, una de las naciones más desiguales de la OCDE: “El creciente extremismo político en muchos países industrializados, y también en Alemania, es en parte resultado de la creciente desigualdad. Pero aún más importante para el crecimiento de AfD es el hecho de que cada vez más personas dependan del Estado. En Alemania oriental, por ejemplo, un 40% de los hogares recibe la mitad o más de sus ingresos a través de ayudas públicas. Esta dependencia facilita a los populistas alimentar los miedos. Y exactamente eso es lo que ocurre con los refugiados: muchas personas se preguntan si en un futuro seguirán recibiendo suficiente apoyo estatal”. 

Ineficiente comunicación política: la figura de la canciller Angela Merkel destaca por su tacticismo, su capacidad de medir con inteligencia los tiempos políticos y por sus silencios más que por sus declaraciones. A diferencia de su predecesor, el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, Merkel no es una política que sobresalga por su brillantez dialéctica ni por grandes discursos. Ello no ha sido diferente en la gestión de la llamada crisis de refugiados

Su lacónico “Wir schaffen das” no es más que la expresión de una responsabilidad histórica que Alemania no puede rechazar. Y no sólo por la historia moderna del país, sino por una simple razón práctica: un cierre de las fronteras alemanas, tal y como exige el populismo derechista de AfD, habría generado unas consecuencias catastróficas para la Unión Europea y para los países balcánicos de la antigua Yugoslavia, que siguen sumidos en un precario equilibrio tras la última guerra librada en suelo europeo. El gran error de la Canciller en este caso parece haber sido la incapacidad o la falta de voluntad de explicar su innegociable decisión de acoger a los refugiados y también las ventajas que tiene su llegada para el modelo económico alemán, lastrado por una innegable crisis demográfica. A estas alturas, está claro que la ineficiente comunicación política de Merkel ha dado aliento y proyección electoral a las tesis ultranacionalistas y antiinmigratorias de AfD.

Debate sobre la identidad alemana: la agenda política en Alemania ha cambiado. Entre otros temas, como el futuro de la Unión Europea, el euro o los refugiados, destaca ahora el debate sobre la identidad nacional. Un debate que no ha reconocido a tiempo el establishment político del país. Algo que tal vez tenga que ver con la mayoría absoluta con la que gobierna la actual Gran Coalición formada por la CDU/CSU de Merkel y el SPD: conservadores y socialdemócratas suman, no en vano, el 80% de los escaños en el Bundestag, lo que alguna vez ha sido descrito por comentaristas políticos como un “rodillo legislativo” y una “excepción democrática”. 

Un rodillo que ha despreciado debates como el de la identidad nacional, monopolizado y capitalizado políticamente por AfD. Como apunta el politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín Herfried Münkler, históricamente, los países europeos abren un debate sobre su identidad nacional cada cuarto de siglo: tras la última gran redefinición de su identidad nacional después de la reunificación del país en 1990, Alemania afronta ahora una nueva discusión sobre qué significa ser alemán. Si los partidos establecidos no se atreven a abordar esa discusión, la extrema derecha aprovechará el vacío para seguir defendiendo la identidad nacional alemana desde posturas étnico-religiosas y antimulticulturalistas, como ha hecho hasta ahora. Con éxito. 

Surgimiento de una intelectualidad de ultraderecha: tanto el votante como la mayoría de candidatos de AfD contrastan con la imagen tradicional de la ultraderecha y el neonazismo; están lejos del racismo mal argumentado y de la militancia violenta característica de la formación más relevante de la ultraderecha desde 1949, el Partido Nacional Demócrata de Alemania (NPD). No hay dudas de las conexiones entre AfD y movimientos islamófobos como Pegida y otras organizaciones de las llamadas Nuevas Derechas (Neue Rechte); sin embargo, la capacidad argumental y la preparación intelectual tanto de los líderes de AfD como de las Nuevas Derechas están fuera de toda duda. 

La sistemática demonización, ridiculización o incluso el desdén con que tanto medios de comunicación como partidos políticos establecidos han confrontado AfD, ha contribuido, sin duda, a agrandar el fenómeno político. A ello hay que añadir el surgimiento de un espacio electoral a la derecha de la CDU/CSU. Un espacio que muy probablemente siempre estuvo allí, pero que los democristianos no parecen ya en disposición de integrar electoralmente en su conservadurismo democristiano y que AfD utilizará para establecerse como una fuerza política más del arco parlamentario. 

En ese sentido, es paradigmático un párrafo extraído de la web del Instituto para Política Estatal (IfS, en sus siglas en alemán), uno de los baluartes intelectuales de las mencionadas Nuevas Derechas: “La socialdemocratización del llamado centro es una realidad que se refleja en ciertas posiciones defendidas hace 10 años por la izquierda y que se han generalizado en la CDU [democristianos], CSU [socialcristianos bávaros] y el FDP [liberales]. Ello afecta sobre todo a la postura sobre la sociedad multicultural y el abuso histórico-político del pasado alemán. (…) Sin identidad nacional no hay futuro para Alemania”. 

German Angst o el miedo alemán: mucho se ha escrito sobre el German Angst, esa ansiedad o ese miedo respecto al futuro aparentemente infundado que históricamente ha caracterizado al pueblo de Alemania. Los recientes atentados de corte yihadista que han sacudido Europa están alentando esa predisposición psicológica de los alemanes al pesimismo. Varios estudios así lo indican. El desempleo se reduce, la media salarial aumenta, la inflación roza el cero por ciento y el Gobierno federal alemán prevé un crecimiento del 1,7% para 2016; y pese a todo, más de la mitad de los ciudadanos alemanes miran con preocupación a los próximos años, tal y como apunta una encuesta de Stiftung für Zukunftsfragen

Ese miedo no es diferente respecto a la llegada de refugiados; como escriben los politólogos Herfried Münkler y Marina Münkler en su último libro Die Neuen Deutschen (Los nuevos alemanes), “los refugiados son percibidos como un peligro o amenaza, nunca como una oportunidad para la renovación de la sociedad”. Ello pese a que la única manera de combatir a corto plazo la crisis demográfica sea la inmigración; como apunta el doctor Münkler, sociedades envejecidas como la alemana tienden a sufrir miedo al futuro, más todavía frente a “sociedades jóvenes y dinámicas” como las árabes y musulmanas. Amplios segmentos del país temen así a esos nuevos inmigrantes que, paradójicamente, podrían garantizar el mantenimiento del modelo económico y el Estado del Bienestar. Alemania se enfrenta así a una severa paradoja sociológica y psicológica de la que AfD podría seguir beneficiándose.

Análisis publicado por esglobal.org.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Jubilado, pobre... y alemán

Joseph H. tiene 75 años. Trabajó hasta los 71 como enlosador. Actualmente recibe 416 euros mensuales por su renta pública de jubilación. Paga 400 de alquiler por su apartamento de una sola habitación en Múnich. Para llegar a fin de mes, se ve obligado a pedir la ayuda de subsistencia básica al Estado alemán. Un ayuda insuficiente para comprar los medicamentos que necesita y poder comer todos los días. Por eso acude de vez en cuando a una cocina comunitaria de su barrio, donde, además de comer caliente, recibe alimentos de forma gratuita. 

 Harry N. también tiene 75 años. Trabajó hasta los 41 como funcionario del Ministerio de Finanzas, hasta que una enfermedad lo incapacitó. Su pequeña jubilación no le da para llegar a fin de mes, por eso hasta ahora hizo trabajos a tiempo parcial para complementarla. Desde que perdió su último empleo busca envases retornables en papeleras y contenedores de basura para sacarse unos euros diarios. Lo hace cuando cae la noche o bien temprano, antes de que salga el sol: le da vergüenza ser visto por vecinos o conocidos. 

Además de la edad, Joseph y Harry comparten tres características: son jubilados, son pobres… y son alemanes. Son parte de más del 15 por ciento de jubilados de la mayor economía europea afectados por la pobreza, según datos de la Oficina Federal de Estadística de Alemania. Una pobreza que se refleja en las peticiones de ayudas públicas: más de medio millón de jubilados solicitaron la ayuda de subsistencia mínima el pasado año. Una cifra que se ha doblado en la última década y que seguirá creciendo en los próximos años si algo no cambia en Alemania, un país muy envejecido y en el que la familia juega un papel prácticamente residual. 

Informe demoledor 

El caso de Harry está extraído del último informe anual sobre la pobreza en Alemania de la asociación Deutscher Paritätischer Wohlfahrtsverband. La conclusión de apartado dedicado a la exclusión social en la tercera edad en Alemania es simplemente demoledor: “La pobreza en la vejez amenaza con convertirse en un fenómeno masivo en los próximos a años, pues sabemos que el precio de la vida, como la vivienda y la energía, sube, mientras que el valor de las jubilaciones no deja de bajar”. ¿Cómo ha podido llegar uno de los países más ricos del mundo a esta situación? 

“Se trata de un problema creado en casa. Hace 15 años se decidió debilitar el sistema público de pensiones, con distancia el principal pilar de la seguridad en la vejez para más de 90 por ciento de la población alemana. Se tomó esa decisión para mantener bajas las aportaciones al sistema estatal de pensiones”, asegura a Joachim Rock, autor del informe. “Al mismo tiempo, se apostó por fondos de jubilación privados, que hoy apenas aportan una solución para los jubilados pobres o amenazados por la pobreza, y que en fases como la actual, de tipos de interés muy bajos, apenas arrojan dividendos”. 

Como muchos otros críticos de la política económica de los últimos gobiernos federales, Joachim Rock responsabiliza directamente a la Agenda 2010, el paquete de reformas y recortes sociales introducido en 2003 por el Gobierno rojiverde del excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder. “La Agenda 2010 mantuvo una política de reducción de las cuotas al sistema público de pensiones a costa de su eficiencia. El fomento de minijobs y de la precariedad laboral también aumenta la pobreza en la vejez”, apunta Rock. 

La estabilidad del sistema público de pensiones es un viejo debate en Alemania. La grave crisis demográfica que sufre el país, generada por la baja tasa de natalidad y el envejecimiento poblacional debido a la creciente esperanza de vida, no sólo pone en jaque el propio modelo productivo germano, sino también su sistema de seguridad social y su Estado del bienestar. El Gobierno de Schröder decidió en su momento reducir las aportaciones al sistema público de pensiones y fomentar seguros de jubilación privados (complementarios de las jubilaciones públicas) a través de subvenciones estatales. Lo que parecía una decisión previsora se ha revelado más de una década después como un sistema fallido, como reconoció recientemente el actual gobierno de Gran Coalición formado por democristianos y socialdemócratas. 

Rebelión en la tercera edad 

Alemania, año 2030: más de un tercio de los jubilados vive por debajo del umbral de la pobreza; hay prisiones especiales para personas mayores de 65 años debido a la creciente criminalidad en la tercera edad, como por ejemplo los asaltos a farmacias en busca de medicamentos impagables; la cifra de suicidios crece escandalosamente entre la población mayor; y un grupúsculo denominado Comando de Ancianos Iracundos protagoniza ataques, atracos y acciones reivindicativas en un país que ha dejado en la cuneta a buena parte de su vejez.


Es el panorama que dibuja el documental en clave de ficción “2030. Rebelión de los ancianos”, emitido en 2007 por la televisión pública alemana ZDF. La película proyecta el posible futuro cercano de un país marcado por una política de pensiones fracasada. Un futuro ficticio, pero perfectamente verosímil atendiendo a las proyecciones que hacen expertos e institutos económicos. “Todavía no ha ocurrido, pero esto o algo parecido podría llegar pronto”. Con esta frase termina el docudrama de tintes preapocalípticos. 

La pobreza en la tercera edad ha dejado de ser un fenómeno minoritario en Alemania. La de ancianos en busca de botellas retornables se ha convertido en una imagen habitual en sus paisajes urbanos. La exclusión social en la vejez está lejos de ser una ficción en la locomotora económica europea, sino que es más bien un fenómeno cada vez más visible. 

“Hay que tener ojo para darse cuenta. Cuando sales bien temprano de casa, es normal ver a jubilados caminando por las calles, algo en principio atípico. Pero si uno se fija bien, verá cómo muchos de ellos buscan botellas retornables en contenedores de basura.Y eso asusta”. El que habla es Hans-Jürgen Scheibe, un trabajador del sector de la construcción jubilado que ahora dedica parte de su tiempo a denunciar la creciente pobreza en la tercera edad. No ha visto la película “2030. Rebelión de los ancianos”; por eso, el nombre que él y sus colegas decidieron darle a la asociación que los representa tiene algo de premonitorio: Seniorenaufstand (“Levantamiento de jubilados”). 

Scheibe denuncia la alarmante pérdida de poder adquisitivo de los jubilados alemanes: “Las pensiones crecieron de 2003 a 2013 un 8,8 por ciento, mientras que los precios aumentaron un 19,3 y los salarios, un 18,95 por ciento en el mismo periodo”, declara Scheibe citando estadísticas del sistema público de pensiones alemán. 

Jubilación de dos velocidades 

Hace años que economistas apuntan que las reformas de corte neoliberal que consiguieron sacar a la economía alemana de la profunda crisis de principios de siglo está creando una sociedad de dos velocidades: mientras un sector de población mantiene contratos laborales estables con buenas cotizaciones a la seguridad social, la precariedad laboral y los contratos de trabajo con pocas perspectivas ganan terreno en la primera economía del Viejo Continente. Esta sociedad de dos velocidades se proyecta también en las condiciones de vida en la tercera de edad. La vejez germana tampoco escapa la desigualdad. 

Una de esas voces críticas es Marcel Fratzscher, presidente del Instituto para la Investigación Económica (DIW). Su último libro, 'Lucha por la distribución. Por qué Alemania es cada vez más desigual', apunta que Alemania es uno de los países más desiguales de la OCDE y advierte de lo que se le viene encima al país en materia de jubilaciones: “Debido al envejecimiento poblacional, el Estado alemán tendrá que aumentar hasta 2030 su crecimiento anual en más de un 2 por ciento para poder hacer frente a los costes adicionales en pensiones y sistema de salud”. Un avance del PIB poco realista a la vista del débil crecimiento de la economía mundial, de la que Alemania depende profundamente debido al fuerte peso de sus exportaciones. 

Mientras, la creciente pobreza en la tercera edad impulsa paradójicamente a la punta de lanza de la nueva extrema derecha germana, el joven partido Alternativa para Alemania (AfD), que con toda seguridad obtendrá representación en el Bundestag en las próximas elecciones federales. Y paradójicamente, porque AfD presenta propuestas económicas de marcado corte neoliberal que están lejos de pretender fortalecer el sistema público de pensiones. Ello demuestra que AfD se ha convertido, sin duda, en el gran partido protesta de Alemania, capaz de capitalizar políticamente buena parte del descontento social de las clases medias y bajas del país pese a no ofrecer recetas económicas de corte social. 

El profesor Joachim Rock cree que Alemania todavía está a tiempo de evitar un futuro como el proyectado por el filme “2030. Rebelión de los ancianos”. Pero para ello ve necesaria la introducción inmediata de medidas que den un vuelco a las proyecciones más apocalípticas: la estabilización y el aumento del nivel de las jubilaciones por encima del 50 por ciento, el reforzamiento de los elementos de solidaridad en el sistema público de pensiones, el fin al fomento público, financiado con el dinero de todos los contribuyentes, de planes de pensiones privados, y, sobre todo, la creación de empleo de calidad que aporte ingresos a la caja pública de pensiones. “Necesitamos una lucha decidida contra la pobreza. Y para ello, la política de pensiones del Gobierno alemán tiene que dar un giro de 180 grados”, sentencia Rock.

Reportaje publicado en El Confidencial.