sábado, 26 de julio de 2014

La "rebelión" de los pequeños cerveceros


Thorsten Schoppe, pequeño productor de cerveza, en su fábrica de Berlín®Andreu Jerez
En un país que no ha vivido una huelga general desde 1945, lo único que podría provocar un paro masivo sería un aumento drástico del precio de la cerveza. Está reflexión la podrá escuchar el residente extranjero en Alemania en la mesa de cualquier bar en la que un grupo de gente disfrute de su Feierabendbier (palabra compuesta que significa «cerveza de después del trabajo»). 

 Los alemanes tienen una merecida fama de amantes de la cerveza. No en vano, su país produjo 95 millones de hectolitros en 2011, según datos de The Brewers of Europe, asociación europea de la industria cervecera. Sin embargo, las estadísticas absolutas engañan: los alemanes «sólo» consumieron 107 litros de cerveza por cabeza en 2011 y ocupan así la tercera posición en Europa, por detrás de República Checa y Austria. 

 Pese a que Alemania esté en el «top 3» de las naciones cerveceras europeas, una mirada a las estadísticas acumuladas rebaja el optimismo: el consumo cayó sin pausa entre 2007 y 2011. Y esa tendencia no parece que vaya a cambiar: en 2013, la producción disminuyó un 2 por ciento respecto al año anterior. La industria cervecera alemana aprovecha así cualquier oportunidad para vender su productocomo la bebida nacional por excelencia.

Pero no todos los productores germanos parecen igual de preocupados por el decreciente consumo: pequeñas marcas vienen ganando fuerza durante los últimos años en Alemania y levantan un interés cada vez mayor entre los medios y el público en general. Es el caso de Thorsten Schoppe, creador de una cerveza berlinesa de autor que lleva su apellido y cuya demanda supera holgadamente la capacidad de producción de su modesta fábrica.

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viernes, 18 de julio de 2014

El aniversario de un símbolo


Con un torrente de felicitaciones tanto en los redes sociales como en los medios de comunicación tradicionales. Así ha vivido Alemania el aniversario de la canciller Angela Merkel, que cumplió ayer 60 años. Una gobernante que por su estilo y sus objetivos éxitos políticos se ha convertido en todo un símbolo de la locotomora económica europea y también de la defensa a ultranza de la austeridad como política económica sin aparentes alternativas. Un símbolo que muy probablemente pasará a la historia europea y mundial por sus aduladores incondicionales y pese a sus más acérrimos detractores.

Señora No”, “canciller de hierro” o “canciller tefón”. Muchos son los nombres que Merkel ha recibido por su manera de gobernar Alemania y de liderar Europa. “Ni los estudios de demoscopia, ni sus socios políticos ni sus rivales se aclaran con ella, y eso hace que crezcan su fama y su mito. Merkel deja que los debates sigan su curso y que los fuegos se consuman, y la gente tiene así la impresión de que ella se ocupa de que nada ocurra”, escribía esta semana un columnista del diario regional «Aachener Zeitung».

Un carácter que parece perfecto para un pueblo como el alemán, mayoritariamete conservador y poco amante de la improvisación y las sorpresas. Sin grandes gestos ni una dialéctica brillante, y con un perfil más bien bajo que unos consideran señal de solidez política y otros, de simple mediocridad; así se ha aupado la heredera política de Helmut Kohl a lo más alto de la democracia cristiana alemana, de donde nadie parece capaz de bajarla. Es más: Merkel no desmiente ni confirma su candidatura para una cuarta legislatura.

Sin embargo, su estilo parsimonioso e incluso a veces pasivo también tiene una cara B: la incapacidad de Merkel de explicar a su propio pueblo la crisis de deuda europea ha permitido que los euroescépticos de Alternativa para Alemania (AfD) se hayan hecho hueco a la derecha de la coalición conservadora (CDU-CSU) que lidera. Un logro del euroescepticismo político alemán que contradice la célebre frase del exlíder socialcristiano bávaro Franz Josef Strauß: “A la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democráticamente legítimo”. Pues ya lo hay.