jueves, 7 de noviembre de 2019

La caída inacabada del Muro de Berlín

"La casa y el jardín están cuidados. En el garaje del terreno hay un Trabant. Lo conduce Bernd Frommold. Su hija Curina nació el 20.06.1975".

Berndt Frommold no solo se ríe de que su nombre y el de su primera hija estén mal escritos en el expediente de la Stasi, los servicios secretos de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA). También le hace gracia que la descripción de la casa de sus padres a las afueras de Berlín sea tan banalmente exhaustiva.

Este obrero germano-oriental ya jubilado hojea los documentos, desclasificados por las autoridades a petición propia, precisamente en el jardín de la casa descrita por Bansin. Este apodo que esconde la auténtica identidad del espía que escribió en la primavera de 1976 las líneas que abren este reportaje. Frommold no tiene ni la más remota idea de quién pudo ser. En realidad, cualquiera, asegura.


Berndt Frommold, en el jardín de su casa, muestra su expediente de la Stasi. Foto: Andreu Jerez

La paranoia sobre la que estaba construida la dictadura socialista oriental tuvo su mejor expresión en el Ministerio para la Seguridad del Estado (MfS, en sus siglas en alemán): en el momento de la disolución de la RDA, trabajaban oficialmente para él alrededor de 90.000 empleados, según datos de la Agencia Federal para la Educación Política. Contaba además con casi 190.000 "trabajadores informales". Es decir, ciudadanos que, por oportunismo o por simple miedo a las represalias, colaboraban con un ministerio que cumplía el papel de servicios secretos y de policía política. Cualquier vecino, amigo o incluso familiar era, por tanto, un espía potencial.

Cuando se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín, previa al hundimiento definitivo de la RDA y posteriormente de la Unión Soviética, Frommold se ha decidido a recuperar los restos documentales de ese episodio de la reciente historia alemana. Son los jirones archivísticos de un depredador sistema de espionaje y de un país ya desaparecido, cuya herencia sigue marcada por las luces y las sombras.

'Die Wende' 

El 9 de noviembre de 1989, Berndt Frommold estaba con su esposa y tres hijos en la casa de sus padres. El mismo día en el que el régimen había anunciado que cualquier ciudadano de la RDA podía cruzar la frontera con la Alemania occidental –mensaje que provocó que miles de personas se agolparan en el Muro y que este quedase definitivamente abierto–, él había recibido la respuesta a su solicitud para viajar al otro lado: su familia tenía el salvoconducto oficial para trasladarse a Berlín occidental. 

El 10 de noviembre, cuando la capital alemana todavía se recuperaba de la resaca por la euforia de la apertura del Muro, los Frommold cruzaron la frontera con su coche Trabant (el turismo utilitario de la RDA) en un viaje sin retorno. Atrás dejaban una vida, una nacionalidad y un estado que estaba a punto de derrumbarse. 

La suya es solo una más de las millones de biografías que quedaron marcadas por 'Die Wende' (El Cambio, como se llama popularmente en alemán a la caída del Muro). Reconoce haber tenido suerte: el hecho de haber cruzado justo el día después lo hizo todo más fácil para él y su familia. Pudo encontrar trabajo rápido, antes de que cientos de miles de exciudadanos de la RDA buscasen un nuevo futuro laboral en Occidente después del masivo cierre de fábricas en el desmantelado estado oriental. Acceder a una vivienda también fue más sencillo y pudo integrarse con relativa rapidez en un territorio donde todo era nuevo. La transición fue, en definitiva, menos traumática para él que para millones de sus conciudadanos. 

Campos que no florecieron 

Tres décadas han pasado de aquellos vertiginosos días; no obstante, todavía hoy se sigue diferenciando entre Alemania occidental y Alemania oriental, como si las barreras y la fronteras físicas todavía estuviesen ahí. El proceso de reunificación continúa inacabado. Con la efeméride, los medios se vuelven a llenar con relatos de personas que vivieron todo aquello en primera persona, y también de análisis sobre lo que no funcionó de un proceso que prometía "campos floridos" para los territorios orientales, como dijo en su momento el líder democristiano Helmut Kohl, el canciller de la reunificación. 

El 42% de los alemanes orientales se consideran hoy ciudadanos de segunda clase. Lo apunta un reciente estudio del instituto demoscópico Allensbach. Ese porcentaje se dispara hasta el 70% en el estado federado de Turingia, donde el pasado domingo se celebraron elecciones. En ellas, los poscomunistas de La Izquierda, con el 31%, y la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), con el 23,4%, fueron los partidos más votados. 

Turingia demuestra que la brecha entre las dos Alemanias es una realidad. Una brecha que parece estar ahondándose 30 años después del inicio de un proceso vendido en su momento como infalible por los entonces arquitectos políticos y económicos del país. La ultraderecha de AfD, con resultados por encima del 20% en casi todos los estados orientales, amenaza con convertirse en el nuevo partido regional de Alemania del este. 

"Ese porcentaje corresponde a los que están descontentos con la reunificación", dice Frommold. Él mismo asegura tener muchos amigos y conocidos que votan a AfD. También reconoce ser víctima de una crisis de representación política. "Los partidos gobernantes ya no me representan. Apenas se los puede diferenciar. Siento que mi voto no tiene efecto alguno", asegura. 


Hastío ciudadano 

El espíritu de la revolución ciudadana que desembocó en el hundimiento de la RDA se reencarna hoy de alguna manera en lo que AfD ha llamado 'Die Wende 2.0'. El hastío ciudadano toma tintes reaccionarios, ultranacionalistas y xenófobos en la Alemania del siglo XXI. 

Los "campos floridos" prometidos por Kohl no llegaron a buena parte de la antigua RDA, pero Alemania oriental ha experimentado innegables mejoras a lo largo de los últimos 30 años. Incluso Frommold, un crítico que considera que más que una reunificación fue "una conquista", admite transformaciones positivas: mejores infraestructuras, rehabilitación de ciudades y pueblos, aumento del turismo y un mayor respeto a un medioambiente duramente castigado por la industria oriental, muy contaminante. 

Las diferencias económicas entre las dos Alemanias siguen siendo, no obstante, un hecho objetivo. El PIB per cápita del este es, de media, un 30% más bajo que en el oeste; las pensiones y los salarios también son menores, en parte debido a una peor cualificación de los habitantes del este. Ello provoca que los ingresos fiscales de los estados orientales sean notablemente inferiores, lo que obliga al Gobierno federal a seguir aplicando transferencias presupuestarias entre las dos partes del país. 

Son datos de un reciente estudio del Instituto Alemán para la Investigación Económica (DIW), que advierte del peligro de que "el crecimiento económico y el potencial financiero se sigan distanciando" si las tendencias de los últimos años se mantienen las próximas décadas. La marcha de cientos de miles de jóvenes germano-orientales a los estados occidentales o al extranjero agudiza, además, una crisis demográfica especialmente grave en los territorios de la antigua RDA. Según estadísticas oficiales, más de un millón de personas abandonaron el este para irse al oeste entre 1991 y 2012. 

Hijos de la reunificación 

Melanie Stein es un ejemplo de ese éxodo poblacional: esta periodista, nacida en Brandeburgo y criada en Mecklemburgo, reside hoy en Hamburgo, una de las capitales más dinámicas y ricas de Europa occidental. Trabaja para la televisión pública alemana, en la que presenta un programa de debate producido exclusivamente para internet. 

Melanie encarna la llamada 'tercera generación' de alemanes orientales. Son los nacidos en la RDA poco antes de su hundimiento, conforman una franja generacional eminentemente digital que mira al futuro con más optimismo que sus mayores. Junto con otros jóvenes, acaba de lanzar la iniciativa 'Wir sind der Osten' ('Nosotros somos el este'), con la que ofrece una imagen alternativa sobre los estados federados orientales que se aparta de los tópicos de territorios provincianos, pobres, ultraderechistas, xenófobos y opuestos a la sociedad liberal, multicultural y abierta. 

"La historia de Alemania oriental siempre fue contada a través de las lentes de Alemania occidental. Y esa narrativa histórica estuvo cargada desde el principio de prejuicios", explica Stein. "Por eso, con nuestra iniciativa, queremos que sean los propios alemanes del este los que cuenten su historia". La web 'Nosotros somos el este' reúne 200 biografías explicadas en primera persona por sus protagonistas. El objetivo es seguir recopilando historias. Los hijos de la reunificación toman así la palabra. 

Stein considera que el auge electoral de la ultraderechista AfD podría ser tal vez el último "disparo de advertencia" que lanza la sociedad para reconocer y corregir los errores cometidos en un proceso de reunificación inacabado y con enormes grietas: "Mi gran esperanza –confiesa la periodista– es que dentro de 30 años ya no distingamos entre las dos Alemanias".

Reportaje publicado en El Periódico.

martes, 1 de octubre de 2019

Se apaga la era Merkel: luces y sombras de un periodo para la historia

La era Merkel tiene fecha de caducidad: otoño de 2021. La Canciller alemana ya dijo que esta será su última legislatura. Si agota su actual mandato –algo que hoy no muchos se atreven a predecir, debido a la debilidad de la Gran Coalición que encabeza–, Merkel habrá estado al frente del Gobierno federal alemán un total de 16 años, tantos como su padre político, el gigante democristiano Helmut Kohl. La era Merkel ya ha comenzado, por tanto, a apagarse lentamente. 

“La pragmática del poder”, como la describía recientemente una crónica del diario conservador alemán Frankfurter Allgemeiner Zeitung durante su última visita a China, ha pilotado con luces y sombras un poder regional como Alemania, con un gran peso económico en el mundo, pero con una influencia política muy limitada más allá de las fronteras de la Unión Europea. 

Es hora de hacer repaso del liderazgo merkeliano, que, guste más o menos, pasará a la historia del siglo XXI. Comencemos por los aspectos positivos: 

La responsabilidad histórica ante la llamada “crisis de refugiados”: el reciente docudrama de la televisión pública alemana ZDF Horas decisivas: Merkel y los refugiados califica los primeros días de septiembre de 2015 como un punto de inflexión en la carrera política de la canciller. Miles de refugiados procedentes fundamentalmente de Oriente Medio comenzaron entonces una marcha a pie desde Hungría hacia Alemania; la “marcha de la esperanza”, como la bautizaron los mismos refugiados, dejó imágenes que impactaron con fuerza en la opinión pública alemana. 

En una reconstrucción de aquellos días de tensión política que combina hechos contrastados con ficción, el filme muestra a una Merkel que oscila entre la consciencia de que se encuentra ante una decisión de calado histórico y el cálculo político para amortiguar al máximo el desgaste electoral que iba a traer consigo la decisión de no cerrar las fronteras a los refugiados. 

Alemania recibió alrededor de un millón de personas peticionarias de asilo. Un cierre de las fronteras habría generado muy probablemente un caos en Europa oriental y en la ruta de los Balcanes, donde entre los países todavía rige un frágil equilibrio generado por las heridas no cicatrizadas de la guerra de Yugoslavia. Si Merkel hubiese cedido a la presión y cerrado las fronteras, habríamos muy probablemente sido testigos de escenas de represión (aún más duras) con quién sabe cuántos muertos.  

“Con toda honestidad tengo que decir que si ahora tenemos que comenzar a disculparnos porque mostramos una cara amable en situaciones de emergencia, entonces este ya no es mi país”. Esto lo dijo Merkel durante una rueda de prensa en 2015 junto al entonces canciller austríaco, el socialdemócrata Werner Faymann, otra figura clave para entender lo ocurrido aquellos días. Merkel se enfrentaba sin reservas a aquellas voces que la calificaban de “traidora de la patria” y de “canciller anticonstitucional”, y que posteriormente alimentaron a la joven ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), hoy tercera fuerza del Bundestag.

Merkel ha pagado un indudable precio por aquella decisión y llega al tramo final de su carrera política más debilitada que nunca. Aunque también convendría analizar el papel que jugó la Canciller en el controvertido acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para frenar la llegada de refugiados a Europa, a estas alturas está bastante claro que su impopular decisión de acoger a los refugiados evitó males mayores. 

Aquella decisión fue, además, consecuente con la propia biografía personal de Merkel, exciudadana de la socialista República Democrática Alemana (RDA), un país ya desaparecido y cuyo hundimiento expulsó a miles de refugiados a finales de los 80 del siglo pasado.  

Talante negociador en un mundo cargado de testosterona: Merkel no lo ha tenido fácil para abrirse camino en la política alemana; su condición de mujer y de alemana oriental no le granjearon precisamente apoyos dentro de su propio partido, la conservadora Unión Cristiano Demócrata (CDU). En una esfera política dominada demasiado a menudo por la testosterona, ella ha mostrado un tono más reposado y un talante negociador abierto a pactos con actores políticos con los que era sumamente complicado llegar a compromisos. La Canciller alemana ha intentado, en definitiva, evitar el juego de suma cero a la hora de hacer política. 

El antecesor de Merkel en la cancillería, el socialdemócrata Gerhard Schröder, fue todo un macho alfa de la política alemana y europea; en la memoria de muchos periodistas todavía están vivas las imágenes de un Schröder derrotado en las urnas en las elecciones federales de 2015, pero que se mostraba condescendiente y paternalista con la que iba a ser su sucesora en el cargo, una risueña Angela Merkel. 

Pese a los augurios de Schröder, que aseguró que Merkel no sería canciller con los votos socialdemócratas, la líder democristiana acabó formando su primer gobierno de Gran Coalición después de aquellas elecciones de 2005. Schröder era historia. Su fin daba paso a un liderazgo menos estridente, más dialogante y también más aburrido. Sin grandes aspavientos, Merkel ha sabido tejer mayorías parlamentarias en situaciones complicadas. 

Schröder nunca más volvió a la política, pero el mundo de 2019 sigue estando cargado de liderazgos guiados por la testosterona. Frente a presidentes de potencias globales como Donald Trump, Vladímir Putin, Jair Bolsonaro o Boris Johnson, Merkel evita alzar el tono y sigue apostando por un pragmatismo pactista en la arena internacional. Algunos de sus adversarios políticos dentro de Alemania incluso reconocen que ese será un valor que echarán de menos cuando Merkel diga definitivamente adiós a la vida política. 

Centrismo de la CDU: “No tenemos por qué asumir todas las posiciones que los socialdemócratas consideren correctas”. Estas palabras de Friedrich Merz, uno de los candidatos que se presentaron a las primarias para suceder a Merkel en la presidencia de la CDU, representan al ala más conservadora del partido democristiano. Merz, que finalmente perdió ante Annegret Kramp-Karrenbauer al igual que lo hizo ante Merkel cuando Kohl se retiró de la vida política, verbalizó con su candidatura una crítica que hace tiempo que cunde entre las filas del partido conservador: que Merkel ha girado demasiado hacia a la izquierda o, al menos, hacia el centro del tablero político. 

La canciller “pragmática” ha asumido efectivamente ciertas batallas del centroizquierda, no en lo económico, pero sí en cuanto a las libertades civiles y el medio ambiente. Con la catástrofe de Fukushima, Merkel decidió abandonar definitivamente la energía nuclear de cara a 2022 para apostar por las fuentes de energía renovables. Los ecoliberales de Los Verdes veían así cómo la Canciller les arrebataba uno de los principales temas electorales. 

Otro ejemplo: en 2017, Merkel abandonó su rechazo sin fisuras al matrimonio homosexual, muy controvertido entre amplias capas de la población de un país predominantemente conservador, y decidió dar libertad de voto a los diputados de la CDU en una votación al respecto en el Bundestag. Aunque la Canciller acabó votando en contra, la ley salió adelante también gracias al apoyo de 70 diputados conservadores. Nuevamente, Merkel hacía del pragmatismo su principal arma política y dejaba el camino libre a una legislación de corte liberal sin necesidad de votar a favor. 

Pero la era Merkel ha estado lejos de ser todo luces. El liderazgo de la Canciller ha estado marcado por las sombras y por decisiones que, dado el peso político de Alemania en la Unión Europea, tuvieron un impacto más allá de las fronteras de la potencia regional. Repasemos algunos de los aspectos negativos. 

El surgimiento de AfD, un fracaso personal: “A la derecha de la Unión [CDU-CSU] no puede haber ningún partido legitimado políticamente”. Esta frase la pronunció el padre de los socialcristianos bávaros, Franz Josef Strauß, en los 80 al calor del partido ultraderechista Die Republikaner, que llegó a conseguir representación a nivel regional y municipal. 

La frase de Strauß resume uno de los pactos tácitos de la política alemana nacidos tras la Segunda Guerra Mundial: los partidos establecidos no podían permitir el surgimiento y establecimiento de una fuerza política ultraderechista con un electorado lo suficientemente transversal como para superar la barrera del 5% que permite acceder en el Bundestag. 

La historia moderna de Alemania, con la catástrofe nacionalsocialista como hito más traumático, justifica ese pacto de su partitocracia. El nacimiento en 2013 de AfD y su entrada en el Bundestag en septiembre de 2017 con el 12,6% de los votos –y como tercera fuerza más votada– supone un punto de inflexión para la República Federal de Alemania y un fracaso personal de Angela Merkel. El “Factor AfD” es probablemente la mayor mancha en la hoja de servicios de la Canciller y acaba de un brochazo con la máxima de Franz Josef Strauß. 

AfD, con un discurso ultranacionalista, xenófobo, islamófobo, eurófobo y revisionista de la historia, pone a Alemania en una situación complicada: por una parte, supone el surgimiento de una incómoda agenda política presuntamente enterrada tras 1945 y, por otra, dificulta la formación de gobiernos federales y regionales estables, debido a la fragmentación del arco parlamentario. Merkel fracasó a la hora de calibrar correctamente la amenaza real de que AfD pudiese abrirse un espacio electoral a la derecha de su partido, y se marchará del poder dejando un peligroso factor en la ecuación política alemana. 

Las recientes elecciones regionales de los estados orientales de Brandeburgo y Sajonia así lo confirman: AfD consiguió ser segunda fuerza con más del 20% de los votos y con espectaculares avances en ambos estados. Y aunque la fuerza ultra parece haberse estancado en un 13% en la intención de voto a escala federal, convendría no subestimar su capacidad de seguir creciendo electoralmente. Todo dependerá de la coyuntura. 

La gestión de la crisis de deuda y del euro: la crisis financiera y de la moneda única europea impulsaron precisamente el surgimiento de AfD, que un primer momento era un partido euroescéptico, neoliberal y opuesto a las políticas de rescate de los Estados de la periferia de la UE y también de los bancos. En este contexto, Merkel usó en reiteradas ocasiones el argumento de que todas esas medidas, acompañadas por la austeridad del gasto público, era alternativlos, una palabra alemana cuya traducción al castellano responde a “sin alternativa”. 

Merkel apagaba así todo debate político sobre la viabilidad de otras recetas económicas para superar la crisis que estaban sufriendo los países de la UE y también su moneda. Esta “Alternativlosigkeit” pregonada a los cuatro vientos por Merkel fue demasiado a menudo complementada por la inflexibilidad, el paternalismo e incluso cierto chauvinismo económico alemán, encarnado mejor que nadie por el exministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, considerado durante años el amo de llaves de la Canciller. 

Lo peor de aquella crisis ya quedó –al menos oficialmente– a nuestras espaldas, pero ha dejado tras de sí una profunda huella en clases medias y bajas no sólo en la periferia europea, sino también dentro de la propia Alemania, cuya política de freno de gasto público y contención salarial ha provocado un aumento de la brecha entre los ricos y la clase asalariada. Y todo ello, a las puertas de una recesión económica. 

Concentración de la riqueza y desigualdad en un modelo falto de reformas: Alemania es uno de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en los que la concentración de la riqueza se ha acentuado más en los últimos años: según un informe de la OCDE de 2015, solo el 10% de la población acumula el 60% del patrimonio privado del país, mientras el 40% más pobre no posee prácticamente nada. A pesar de que la Gran Recesión golpeó con fuerza a las exportaciones alemanas y el PIB del país en 2009, los datos macroeconómicos se han mantenido relativamente estables desde entonces. 

Sin embargo, esa estabilidad macroeconómica también ha ido acompañada de un desgaste de las rentas más bajas a través de dos fenómenos concretos: el aumento de la precariedad laboral o del trabajador pobre, y una creciente pobreza en la tercera edad difícilmente comprensible en un país rico como Alemania. Las imágenes de ancianos buscando botellas retornables en las grandes ciudades del país o de jubilados haciendo cola ante los bancos de alimentos han dejado de ser anómalas en la locomotora económica europea. Y la ultraderecha no ha dudado en capitalizar políticamente ese desgaste social. 

La llamada Agenda 2010, el paquete de reformas neoliberales introducido por el gobierno rojiverde del canciller Gerhard Schröder en 2003, abrió el camino a la precarización de importantes capas asalariadas de Alemania. Como apuntan estadísticas de la Oficina Federal de Empleo, en abril de 2017 en Alemania había más de 7 millones de personas con un trabajo temporal y/o poco remunerado. 

Un informe de la Fundación Blöcker –dependiente de la DGB, la mayor organización sindical alemana– aumenta esa cifra: 2016 cerró en Alemania con 14 millones de personas con un trabajo temporal, un subempleo, un minijob o cualquier otro trabajo de pocas horas a la semana y, por regla general, poco o insuficientemente remunerado. La desigualdad en Alemania no es, por tanto, un mito. Se refleja en las estadísticas y también en la calle. 

Merkel llegó al poder en 2005, cuando las reformas neoliberales de Schröder ya se habían puesto en marcha. La Canciller, que ha gobernado con los socialdemócratas del SPD tres legislaturas y con los liberales del FDP una, ha tenido más de una década para hacer reformas en un modelo económico que está generando disfunciones sociales; no obstante, se ha limitado a mantener las líneas maestras de un modelo basado en las exportaciones (suponen casi la mitad del PIB alemán), el dogma del déficit cero y la contención salarial. 

La guerra comercial entre el Estados Unidos de Trump y China, y las tendencias proteccionistas en el mercado internacional amenazan ahora las bases del modelo económico alemán, que no ha sido reformado desde que Merkel llegó al poder. La pendiente digitalización de importantes sectores de la economía germana, el declive de su sector automovilístico y el fuerte aumento de los precios de la vivienda en los grandes núcleos urbanos del país, que amenazan con dejar a amplios sectores de la ciudadanía fuera del mercado inmobiliario, provocan que lo que antes parecía un modelo económico incontestable aparezca ahora como una economía de futuro incierto. 

A la espera de ver cuál será el impacto de la recesión que ya asoma en el horizonte, la existencia de una fracción parlamentaria abiertamente ultraderechista como la de AfD con más de 90 diputados apunta que el margen político para el gobierno federal se estrechará aún más ante un eventual escenario de dificultades económicas para Alemania. Merkel dirá adiós a la política como muy tarde en 2021. La amenaza de la ultraderecha, sin embargo, sobrevivirá a la Canciller.

Análisis publicado por Esglobal.org.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Amenaçats pel terrorisme neonazi en l’Alemanya del segle XXI

Ferat Kocak no perd el somriure tot i estar amenaçat de mort. Aquest polític berlinès de Die Linke (L’Esquerra), d’origen kurd, fa temps que no té un residència fixa per por de patir un atemptat. Ferat dorm cada nit en un lloc diferent gràcies al suport de familiars i amics. 

La seva vida s’ha instal·lat en un estat d’excepció permanent. La matinada de l’1 de febrer de l’any passat va estar a punt de morir després que un incendi provocat al seu cotxe propagués les flames a casa seva. Els seus pares i ell van salvar la vida de miracle. Un parell de minuts més a l’interior i hi haurien mort. Tot apunta que l’atac tenia un rerefons polític i que va ser perpetrat per dos militants neonazis. 

Imatge de l’atemptat contra Ferat Kocak.
Això va quedar del seu cotxe.

“Visc en un estat de constant tensió. Em sento observat. Cada vegada que entro a una habitació i obro una porta, l’obro del tot per comprovar que no hi ha ningú darrere que em pugui disparar o atacar a ganivetades”, admet Ferat a l’ARA. L’entrevista transcorre en un lloc secret per raons de seguretat. La història d’aquest polític i activista d’esquerres és l’expressió paradigmàtica de la por que pateixen des de fa mesos altres polítics locals. 

Violència d’ultradreta 

La violència ultradretana i el terrorisme neonazi no són fenòmens nous a Alemanya, però el cas Walter Lübcke va suposar un salt en la violència exercida pels cercles de l’extremisme ultranacionalista i xenòfob: el polític de la CDU va ser assassinat d’un tret al cap el 2 de juny quan era a la terrassa de casa seva. La fiscalia federal ha dit públicament que hi ha prou indicis per pensar que l’atac tenia una motivació política. Un neonazi, ja detingut, és fins ara el principal sospitós. Lübcke havia defensat públicament la política migratòria de la cancellera Merkel i va donar la benvinguda als refugiats. 

Però el de Lübke no és pas un cas aïllat: l’alcaldessa de Colònia, Henriette Reker, i l’alcalde d’Altena, Andreas Hollstein, van ser atacats a ganivetades el 2015 i el 2017, respectivament, en dos atemptats amb rerefons ultradretà. Tots dos van estar a punt de morir. Tots dos havien defensat activament la política de fronteres obertes de Berlín. 

Els precedents de Lübcke, Reker i Hollstein, sumats als gairebé 200 assassinats deixats pel terrorisme neonazi a Alemanya des del 1990 -segons xifres de la Fundació Amadeu Antonio-, generen un panorama d’enorme inseguretat per a aquells polítics locals i activistes que s’oposen obertament a les postures xenòfobes i racistes dels cercles neonazis més militants. Però també del partit d’ultradreta Alternativa per a Alemanya (AfD), que ara actua com a braç polític d’aquesta nova onada de violència des del Bundestag. L’AfD va entrar al Parlament federal com a tercera força l’any 2017. Des d’aleshores, la seva violència verbal contra certes minories no ha parat de créixer. 

“A partir del 2017 vaig començar a ser vigilat per neonazis”, diu Ferat Kocak. L’activista i antifeixista ho sap perquè una investigació de la televisió pública alemanya ARD ho va treure a la llum: els periodistes van tenir accés a alguns dels enregistraments que els serveis secrets alemanys van fer de les trucades dels dos militants ultradretans que van seguir Ferat. Tot i que la intel·ligència sabia dels seguiments, mai va informar l’afectat. La fiscalia no ha pogut presentar càrrecs contra ells perquè assegura que no té cap prova de la seva connexió amb l’atac contra la casa de Ferat.

Connexions amb la policia 

“Ja no confio en les forces de seguretat alemanyes -reconeix el polític de Die Linke-. Jo no només diria que l’estat alemany està cec de l’ull dret, sinó també sord de l’orella dreta. Les autoritats veuen el problema, però prefereixen tancar l’ull dret”, afirma Ferat, fent referència a les connexions entre certs sectors de la policia i el neonazisme. 

Ferat ha crescut, viu i treballa a Neukölln, el districte amb el percentatge de població estrangera o d’arrels migratòries més alt de Berlín. Hi viuen turcs, kurds, grecs, italians, espanyols, polonesos, alemanys i també neonazis. 

Les estructures ultres a la part sud de Neukölln són històriques i, des de l’entrada d’AfD al Parlament regional de Berlín el 2016, la xifra d’atacs i amenaces de mort contra polítics d’esquerres, activistes i membres de la societat civil supera la cinquantena, com documenta l’ONG MBR (Mobile Beratung gegen Rechtsextremismus). Bianca Klose, directora de MBR, llança la veu d’alarma: “És només qüestió de temps que hàgim de lamentar alguna cosa més greu”.


sábado, 22 de junio de 2019

AfD, camino de ser primera fuerza en el este de Alemania

La joven ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) va camino de convertirse en el primer partido de buena parte de Alemania oriental. Esta es la conclusión que están dejando los resultados de las últimas elecciones celebradas en el país, ya fueran de carácter nacional, regional, municipal o europeo. AfD está consiguiendo capitalizar el voto protesta que históricamente se ha hecho fuerte en los territorios de la antigua Alemania socialista. Estos mapas extraídos del blog eleccionesenalemania.com así lo demuestran:


https://eleccionesenalemania.com/2019/05/27/europeas-2019-en-alemania-siete-claves-de-la-eleccion-en-18-mapas/

Tras la irrupción federal de AfD en las últimas elecciones alemanas de septiembre de 2017, las urnas están trazando un mapa político con cuatro Alemanias: la conservadora de la CDU de la canciller Merkel, que ve como su poder decrece cada vez que se vota, la socialdemócrata del SPD, que comienza a estar amenazada por la irrelevancia política e incluso por la desaparición, la urbana y optimista representada por Los Verdes, cuyo liberal-ecologismo podría ser pronto primera fuerza federal, y la ultranacionalista y reaccionaria representada por AfD, cada vez más fuerte en el este.

¿Significa esto último que el 'factor AfD' es un fenómeno circunscrito exclusivamente a los territorios orientales alemanes? No, de ninguna manera. El partido ultraderechista está representado en todos los parlamentos regionales de los 16 estados federados, y obtuvo resultados de dos dígitos en más de la mitad de ellos, tanto del este como del oeste. El espacio electoral surgido a la derecha de la unión conservadora de la CDU-CSU es, por tanto, sólido y apunta a que ha llegado para quedarse.



A pesar de que hay resultados de AfD que llaman especialmente la atención, como por ejemplo el 15,1% y el 10,2% conseguidos respectivamente por los ultras en Baden-Württemberg y Bayern (dos de los estados más ricos del país, con un desempleo prácticamente técnico), es evidente que el fenómeno electoral ultraderechista está alcanzando una nueva cualidad en los territorios orientales. AfD va camino de convertirse en el Volkspartei o gran partido de la antigua RDA. 

El voto protesta de amplias capas de la población germanooriental, descontentas con la evolución del país desde la reunificación en 1990, y la sensación de falta de alternativa que ha generado la repetición de Grandes Coaliciones de democristianos y socialdemócratas (tres en las cuatro últimas legislaturas) se presentan como los principales motivos de ese auge ultra en el este alemán. El caso de la alcaldía de la ciudad sajona de Görlitz es, en ese sentido, paradigmático.



Como ya advertimos en su día con nuestro libro Factor AfD, la entrada en el Bundestag en 2017 de la formación ultraderechista más exitosa de la historia de la República Federal de Alemania supuso un terremoto político que ponía en serio peligro la estabilidad del sistema de partidos y la gobernabilidad del país más poderoso de la Unión Europea.

Las elecciones regionales en los estados orientales de Brandenburg, Sachsen y Thüringen que se celebrarán el próximo otoño pueden ser el siguiente paso de ese proceso. En al menos dos de ellos, AfD podría convertirse en primera fuerza, por delante de la CDU, como apuntan las encuestas.

Con un gobierno de Gran Coalición ya de por sí muy debilitado, la CDU difícilmente le perdonará a Merkel un resultado como ése. De consumarse esa tendencia en las urnas, Alemania parece abocada  irremediablemente a elecciones anticipadas y a un final abrupto de la carrera política de Merkel, la que un día fuese bautizada como la mujer más poderosa del planeta.

martes, 11 de junio de 2019

Entrevista con Lech Walesa

Con 75 años se sigue presentando como un “revolucionario” ante el grupo de periodistas extranjeros que lo entrevista en el centro de documentación de Solidaridad, en Gdansk. Lech Walesa lo ha sido casi todo en Polonia: líder del sindicato que tumbó el régimen comunista y que abrió una grieta en la Unión Soviética, presidente del país y premio Nobel de la Paz. Cuando se cumplen treinta años de las primeras elecciones semilibres de la Polonia socialista, consideradas el preámbulo de la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del bloque oriental y el fin de la Guerra Fría, Walesa observa con preocupación la actual deriva ultranacionalista y autoritaria de su país y el resto de Europa. Por eso, ahora a menudo lleva una camiseta con la palabra "Constitución".

¿Cree que la libertad está en peligro actualmente en su país? 

Lech Walesa, en un momento de la entrevista.
 © Andreu Jerez
Primero tendríamos que volver a una definición lógica de libertad y democracia. En muchos países del mundo los dirigentes dicen que tienen democracia, pero cuando los observo, no la veo. En Polonia menos del 50% de la población usa la democracia, y en los partidos políticos sólo milita alrededor de un 5% de la ciudadanía. En nuestra época conseguimos reunificar Alemania y acabar con las fronteras entre países europeos, y ahora nos encontramos con una pared: ya no podemos conseguir mayores éxitos Aquella época se ha acabado y ahora nos encontramos frente a otra, la de internet, la información y las nuevas tecnologías, que no acaba de empezar del todo. Los pueblos quieren cambios, así que eligen políticos que prometen cambios, como por ejemplo Donald Trump en Estados Unidos, un presidente sin partido en Francia como Emmanuel Macron y Jaroslaw Kaczynski en Polonia. Los tres hacen una buena diagnosis de la situación actual, pero sus soluciones no son las correctas. 

Habla de una nueva era. ¿Cree que las instituciones internacionales están preparadas? 

La OTAN, por ejemplo, se fundó para hacer frente al Pacto de Varsovia, que ya no existe. Y la OTAN sigue ahí, cómodamente. Lo mismo pasa con las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, organizaciones creadas en un mundo bipolar y de confrontación de bloques, y que ya no encajan en el mundo actual. La Unión Europea tiene el mismo problema: es un proyecto necesario, pero necesita una reforma. Alemania, Francia e Italia deberían preparar una propuesta. Y si no funciona, entonces dejemos que Polonia y Hungría destrocen la UE para refundarla cinco minutos después de haberla destruido. 

¿El avance de las fuerzas ultranacionalistas y euroescépticas es consecuencia de los errores cometidos por el establishment

Los viejos demonios, como el nacionalismo y el populismo, se despiertan porque los actuales políticos no tienen respuestas a nuestros problemas. La filosofía de nuestro sindicato Solidaridad era muy sencilla: si no puedes levantar a solas un peso, entonces tienes que pedir a la gente de tu alrededor que te ayude. Y en nuestra época el peso era enorme: el comunismo y la Unión Soviética. Por lo tanto, tuvimos que organizar el país entero, y también pedir ayuda al resto de Europa, Estados Unidos y Canadá. Y solo entonces conseguimos nuestro objetivo. Ahora parece que hemos dejado el terreno libre a los populistas y los demagogos que engañan a la gente. Necesitamos abrir los micrófonos, que la ciudadanía participe en el debate y diga la suya. Es bueno que haya figuras como Trump y Kaczynski, porque nos obligan a buscar soluciones. 

Como antiguo líder sindical que defiende el modelo de libre mercado, ¿cree que las crecientes desigualdades económicas son otro de los factores que ponen hoy en peligro la democracia? 

Yo mismo tomé la decisión de no moverme en el trabajo por miedo a ser despedido. Al fin y al cabo, se necesita disponer de un poco de dinero para no tener miedo al futuro. Por esto a la gente pobre le cuesta más luchar. Si la situación material de la gente es mala, de poco sirve animar a la ciudadanía para que luche por la democracia. 

Usted es uno del grandes críticos del actual gobierno ultranacionalista de Polonia en manos del PiS, el partido fundado por los hermanos Kaczynski, antiguos colaboradores suyos. ¿Se siente herido por el hecho de que Solidaridad sea hoy un sindicato próximo al oficialismo? 

No me siento herido. Ya antes de la caída de la Unión Soviética me acusaban de traidor. Nuestro sindicato tenía diez millones de afiliados hace treinta años, y la actual Solidaridad tiene medio millón. A pesar de ser un sindicato partidista y gubernamental, osan decir que ellos son el auténtico Solidaridad y que nosotros no lo éramos. Todavía podríamos conseguir grandes cosas si levantáramos las viejas banderas del sindicato. El actual gobierno de Polonia elimina cualquier cosa que dificulte o moleste el poder ejecutivo. Si es el Tribunal Constitucional u otros tribunales, pues los eliminan. Al principio, los Kaczynski tenían buenas intenciones. Pero esta forma de gobierno te acaba arrastrando hacia una dictadura. Así surgen las dictaduras. Afortunadamente, hoy vivimos una época en la que los dictadores no pueden llegar tan lejos como antes. Por otra parte, en la actual Hungría podemos ver hasta dónde puede llegar un dictador. 

¿Cómo reaccionan sus nietos cuando les explica qué pasó en el año 1989? 

Desgraciadamente no me quieren escuchar. Prefieren jugar con la consola o el ordenador. Soy de la vieja generación y pienso de manera diferente a las nuevas generaciones. Pero está bien así: ellos se deben ocupar del presente y mirar al futuro.

Entrevista publicada por el Diari Ara.

lunes, 6 de mayo de 2019

'Epidemia ultra’: la ola reaccionaria que contagia a Europa

Las próximas elecciones europeas marcarán “el inicio de una nueva historia para Europa”. Mateo Salvini formuló esta profecía la semana pasada en una comparecencia en Budapest con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. La capital húngara fue la última escala de una frenética campaña que el ministro de Interior italiano y líder de la Lega lleva desplegando las últimas semanas con un objetivo explícito: que las fuerzas ultraderechistas, ultranacionalistas y euroescépticas consigan convertirse en la primera fracción del Parlamento Europeo en los comicios de finales de mayo.

Salvini prefiere no hablar de una alianza de derechas, sino de una “alternativa a los burócratas”. Es su estrategia para disfrazar las posiciones de partidos como Alternativa para Alemania (AfD), la Reagrupación Nacional francesa de Marine Le Pen, el Partido Popular danés, la misma Lega italiana o el FPÖ austriaco, con profundas diferencias, pero también con puntos en común: retórica xenófoba, cierre de fronteras, ultranacionalismo, euroescepticismo, revisionismo histórico e islamofobia.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué las familias conservadora y socialdemócrata, los dos grandes actores que históricamente han controlado el Parlamento Europeo, perderán muy probablemente la mayoría absoluta de la cámara? ¿Cuáles son los perfiles de los líderes ultras? ¿Qué los une? ¿Qué los separa? El libro Epidemia ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa, coordinado por el politólogo  Franco Delle Donne y por un servidor, intenta dar respuestas a todas esas preguntas: 15 autores, periodistas y académicos, ofrecen en él una mirada especializada sobre 13 países tan diferentes como, por ejemplo, Italia, Polonia, Bélgica, Grecia, España y Reino Unido, entre otros.


Cuatro crisis

Todos los países ofrecen unas peculiaridades marcadas por su historia nacional, las circunstancias económicas y el contexto geográfico. No obstante, a la hora de teorizar sobre los porqués del contagio ultraderechista, parece que todos comparten una serie de factores. El politólogo Sebastian Friedrich, uno de los mejores analistas sobre el joven partido ultraderechista AfD, lo expone de la siguiente manera: “Las crisis ante las que el proyecto ultraderechista reacciona son cuatro: la del conservadurismo, la de la representación, la del capital y la social”.

Por la crisis del conservadurismo Friedrich entiende la incapacidad de la democracia cristiana y las fuerzas conservadoras de postguerra para mantener la totalidad del votante tradicional a causa de una cierta “socialdemocratización” del discurso (que no de sus políticas); la crisis de la representación hace referencia al concepto de postdemocracia, es decir, la sensación que cunde en una parte del electoral de que las recetas económicas ya están escritas al margen del resultado que arrojan las urnas; la crisis del capital apunta a la crisis del capitalismo en su actual estadio neoliberal; y, para acabar, la crisis social señala las crecientes desigualdades económicas y el impacto en las clases asalariadas generado por la recesión global y la crisis financiera de la última década.

A pesar de estos factores comunes, las diferencias entre países también son destacables. Austria, por ejemplo, es el escenario de “la ultraderecha europea de primera hora", como titula el periodista Juan Carlos Barrena su capítulo dedicado a este país. Lo gobiernos de Gran Coalición con los que democristianos y socialdemócratas austriacos han gobernado buena parte de la historia reciente del país han banalizado el debate político impulsando al FPÖ, un partido de raíces nazis que hoy gobierna en coalición con los conservadores del Partido Popular Austriaco de Sebastian Kurz.

Bélgica, dividida identitaria y lingüísticamente, ofrece un patrón bien diferente. Las dinámicas nacionalistas internas se combinan con el centro de poder de la UE en Bruselas, que atrae a figuras como Steve Bannon, antiguo asesor de Donald Trump y fundador del think tank The Movement, con el cual financia y asesora al frente ultraderechista europeo. Por eso Bélgica puede ser considerada “el laboratorio” de la epidemia ultra que amenaza a todo el continente. Prácticamente ningún país está ya a salvo. La llegada de Vox al tablero político español es el último ejemplo.

Las próximas elecciones europeas amenazan con convertirse en un punto de inflexión en la historia de la UE de consecuencias todavía difícilmente predecibles. El analista político Raúl Gil lo explica gráficamente en su prólogo para Epidemia ultra: "La identidad europea fue herida de muerte en los años de la crisis económica y las políticas de austeridad. Una herida infectada por el nacionalismo, que está empezando a afectar a los órganos vitales”.

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martes, 9 de abril de 2019

Europa: ¿nueva ola de antisemitismo?



“Nadie os protege, nadie. Acabaréis todos en una cámara de gas”. Distrito de Schöneberg, Berlín, diciembre de 2017. Un ciudadano alemán amenaza abiertamente al empresario israelí Yorai Fenberg frente a su restaurante. El dueño del local graba la escena con su teléfono y posteriormente la sube a internet. El vídeo es reproducido por medios locales y reaviva automáticamente un debate en realidad nunca acabado en Alemania: ¿sufren el país y el resto de Europa una nueva ola de antisemitismo más de 70 años después del Holocausto, y pese a un intenso y constante trabajo de recuperación de la memoria histórica impulsado por el Estado alemán? 

Después de hacer público este caso flagrante de antisemitismo, Yorai Fenberg ha denunciado en numerosas entrevistas que su local sufre al menos un ataque a la semana: pintadas, pegatinas o llamadas amenazantes. Yorai es un ejemplo claro de una percepción creciente entre los integrantes de la comunidad judía europea: más de un tercio de los judíos que residen en doce países de la Unión Europea barajan la posibilidad de emigrar porque ya no se sienten seguros en el Viejo Continente. Ésta es una de las conclusiones a las que llega el informe Experiencias y percepciones de antisemitismo, publicado el año pasado por la Agencia de la Unión Europea para Derechos Fundamentales (FRA, en sus siglas en inglés). 

El estudio basa sus conclusiones en entrevistas en profundidad a más de 16.000 judíos, religiosos o seculares; se trata, por tanto, de un informe que refleja la percepción del antisemitismo en el seno de la comunidad judía europea. Y su resultado no deja lugar a dudas: alrededor del 90% de los entrevistados residentes en Bélgica, Francia, Alemania, Holanda, Suecia y Reino Unido consideran que el antisemitismo fue especialmente alto en esos seis países entre 2012 y 2018. El 70% de los judíos entrevistados en los otros seis países incluidos en el estudio (Hungría, Italia, Polonia, España, Dinamarca y Austria) también tiene la percepción de que el antisemitismo creció considerablemente en sus respectivos países de residencia durante ese mismo periodo. 

Pero no se trata sólo de una cuestión de percepción. También hay cifras oficiales. Francia es tal vez uno de los casos más flagrantes en Europa: en 2018, hubo 541 actos de corte antisemita en el país galo. Ello supuso un 74% más que el año anterior. El ministro de Interior francés, Christophe Castaner, llegó a afirmar que "el antisemitismo se extiende como un veneno”. Repuntes estadísticos similares se dan en otros países europeos como Alemania, Reino Unido o Bulgaria.

Esas cifras oficiales, sumadas a estudios como el de la FRA, generan automáticamente dos preguntas sobre un fenómeno que tiene largas raíces históricas en Europa: ¿realmente sufre el Viejo Continente una nueva ola de antisemitismo? Y si es así, ¿cuál o cuáles son sus causas principales? ¿Tiene acaso que ver ese recrudecimiento con un antisemitismo importado del mundo árabe y predominantemente musulmán? 

“Yo creo que no hay ninguna duda de que hay un recrudecimiento del antisemitismo”, responde a la primera pregunta Martín Gak, judío secular, doctor en filosofía y corresponsal en religión y ética de la televisión alemana internacional Deutsche Welle.“El antisemitismo más insidioso y el que tiene una tradición más larga en Europa es el antisemitismo de derecha. La iconografía del judío eterno, la iconografía del judío usurero que está preparando una invasión externa para poner en jaque la unidad nacional, étnica y religiosa está muy presente en la actualidad”, dice Gak respecto a la segunda pregunta. “La idea de una guerra económica es, por ejemplo, la estrategia que está usando Viktor Orbán en Hungría para atacar a la Unión Europa. Hay en todo esto un elemento identitario, que define el antisemitismo de hoy como lo definía hace 70 años y que no viene de la comunidad musulmana ni de los que están escapando de las bombas sirias”. 

Para el analista, el antijudaísmo estructural, ya existente en Europa mucho antes de la llegada de la inmigración musulmana o de la llamada crisis de refugiados procedentes de Oriente Próximo en 2015, es la principal fuente del actual recrudecimiento del antisemitismo en el Viejo Continente. Con una diferencia: ahora vuelve a haber partidos capaces de canalizar electoralmente ese antisemitismo latente durante décadas. El lepenismo en Francia, el oficialismo del partido Fidesz en Hungría o el gobierno ultranacionalista polaco son sólo algunos ejemplos. 

Para algunos resulta, no obstante, tentador apuntar a la llegada a Europa de refugiados musulmanes para explicar ese repunte antisemita percibido por la comunidad judía. El último informe del Bundestag (parlamento federal alemán) sobre el antisemitismo señala en esa dirección: la llegada de musulmanes al país aumenta la sensación de inseguridad de la comunidad judía residente en Alemania. Sin embargo, esa percepción choca de bruces con la realidad estadística que ofrece el mismo informe: el 90% de los ataques antisemitas en Alemania sigue siendo obra de la ultraderecha.

“Cuando uno escucha a gente como Bannon, Lepen o Pegida [Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente] hablar de judeocristianismo, no estamos más que ante una chicana. Cuando fuerzas de ultraderecha marchan en el estado alemán de Sajonia con la bandera de Israel, está claro que se trata de un proyecto de lavado de reputación política”, reflexiona Martín Gak, que apunta así al sionismo de las nuevas ultraderechas europeas como una forma de intentar eliminar las sospechas de antisemitismo y también de estrechar lazos con el gobierno ultranacionalista y ultraconservador israelí del primer ministro Benjamin Netanyahu, quien no ha tenido reparos en acercarse a algunos movimientos ultras europeos y del resto del mundo.

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, fue el último líder ultraderechista en visitar oficialmente Israel y reunirse con él. Tras visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén, Bolsonaro llegó a decir que el nacionalsocialismo alemán fue un fenómeno de izquierdas. Las nuevas ultraderechas europeas, marcadamente islamófobas, suelen entender además Israel como un ariete contra la presunta invasión árabe e islamista. 

“Después está la cuestión de las actitudes respecto al judaísmo de inmigrantes musulmanes y de las segundas, terceras o cuartas generaciones de musulmanes en Europa”, puntualiza Martín Gak. “Ahí la situación es mucho más complicada, una situación de judeofobia, de aprensión al judío que está cruzada por variables como la posición de Israel respecto a los palestinos, la educación importada desde Turquía, Marruecos o Siria a Europa, o la falta de judíos en los lugares en los que esos musulmanes europeos se mueven. Pero esta última es una posición mucho menos consistente que el antisemitismo ultraderechista europeo, que está totalmente asentado y trabaja en el subterráneo. Definitivamente, no es cierto que el antisemitismo europeo haya desaparecido. Ha desaparecido solamente del espacio público”. 

¿Es antisemita ser antisionista? 

El informe sobre antisemitismo elaborado por la FRA no deja lugar a dudas: los judíos residentes en Europa tienen ahora más miedo que antes a ser víctimas de un ataque o de una discriminación por su simple condición de judíos. No obstante, el informe tiene la limitación de basarse sólo en la percepción de los entrevistados y en lo que ellos consideran antisemita. ¿Es, por ejemplo, antisemita una crítica al Estado de Israel por su política de ocupación de los territorios palestinos?

“Especialmente en Facebook hay muchos comentarios antisemitas o antiisraelíes con carácter antisemita”, dice una mujer judía de 50 años residente en Alemania, en una de las declaraciones recogidas en el informe elaborado por la agencia comunitaria. La entrevistada no específica, sin embargo, qué es para ella un comentario antiisraelí de carácter antisemita, algo que parece fundamental en un momento en el que las fronteras entre el antisemitismo y las críticas al Estado de Israel o el antisionismo parecen menos claras que nunca. El caso de Ronnie Barkan y Stavit Sinai es prueba de esa confusión, en ocasiones provocada por ciertos actores políticos para deslegitimar las críticas al gobierno israelí y al propio Estado de Israel. 

Ronnie y Stavit son judíos, israelíes residentes en Alemania y activistas del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS, en sus siglas en inglés), una campaña global que desde hace más de una década presiona para acabar con lo que considera un sistema de apartheid levantado por el Estado de Israel contra todos aquellos de sus ciudadanos no judíos y, especialmente, contra los palestinos de los territorios ocupados y en la diáspora. Pese a ser descendientes de supervivientes del Holocausto, Ronnie y Stavit se enfrentan a menudo a acusaciones de antisemitismo por su activismo en el BDS. 

El BDS es especialmente controvertido en Alemania por las asociaciones psicológicas con el boicot puesto en marcha por los nazis con su llegada al poder en 1933 bajo el lema “No compres a judíos”. El movimiento fue incluso incluido en el Informe de los Servicios de Inteligencia de la ciudad-Estado de Berlín como un ejemplo de activismo antisemita. 

“Yo nunca hablo de judíos, sino de sionistas. Porque el judaísmo no tiene nada que ver con el sionismo. De hecho, muchos de los sionistas alrededor del mundo son cristianos”, puntualiza Ronnie, que no puede evitar tomarse a broma las denuncias de antisemitismo que enfrenta en numerosos medios alemanes. Los activistas israelíes van un paso más allá y cargan contra el actual uso del adjetivo antisemita que, en su opinión, es usado como “un arma política para silenciar a disidentes o críticos de Israel”. Para Ronnie y Stavit, la fusión de los conceptos de judaísmo y sionismo es ya antisemita en sí misma. 

“Uno de los grandes éxitos de la ultraderecha europea es precisamente haber conseguido presentarse a sí misma como un proyecto de centro-derecha, además de usar el sionismo como el certificado kosher para su antisemitismo, un antisemitismo que es aceptado incluso por el Estado de Israel”, dice Martín Gak. 

Para ejemplificar esta afirmación, que puede sonar algo provocadora, el analista toma el país que considera la vanguardia del rebrote del antisemitismo en el Viejo Continente: Polonia. “Ahí tenemos la combinación perfecta de islamofobia sin Islam y del antisemitismo sin judíos”, dice Gak al referirse a la baja tasa de población judía y musulmana residente en Polonia. “Al mismo tiempo, en el caso polaco vemos la autoexculpación. Una autoexculpación que incluso prohíbe con leyes sostener que Polonia participó en el Holocausto. Y cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dice que los polacos fueron colaboracionistas de los nazis, y el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, se queja, Netanyahu acaba pidiendo perdón. Polonia muestra actualmente signos de catástrofe casi constantemente”. 

El historiador judío de origen alemán Saul Friedländer sobrevivió a la última gran catástrofe sufrida por los judíos en suelo europeo gracias que fue ingresado por sus padres con una identidad falsa en un internado católico de Francia. Su padre y su madre acabaron muriendo en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, en el actual territorio de la república de Polonia. 

El pasado enero, Friedländer habló ante el Bundestag alemán en su condición de sobreviviente al Holocausto. Y recordó que el antijudaísmo que repunta actualmente en Europa no es más que la expresión de un fenómeno más amplio: “El antisemitismo es sólo un de los flagelos a los que están sucumbiendo lentamente una nación tras otra. El odio al extranjero, la tentación de formas de gobierno autoritarias y especialmente un nacionalismo cada vez más grave se extienden por todo el mundo de una manera cada vez más preocupante”.

Artículo publicado en Esglobal.org.

lunes, 8 de abril de 2019

Votando en furgo: así lucha el personal de la embajada contra su limbo legal

Votando en furgoneta frente a la embajada española en Berlín. © Andreu Jerez
La imagen que abre este artículo ilustra a la perfección la tierra de nadie en la que se mueve desde hace años el personal laboral del servicio exterior español: trabajadores de la embajada de España en Berlín eligen a sus representantes para el establecimiento de un comité de empresa en una furgoneta frente al edificio diplomático. No es una situación que los empleados hayan elegido. El embajador prohibió expresamente la votación dentro del recinto diplomático, lo que les obligó a organizar el voto en esta “cabina electoral móvil” con ayuda del sindicato alemán Ver.di. 

Tras años de indecisión, los alrededor de 60 integrantes del personal laboral, el más numeroso de la principal representación diplomática española en Alemania, ha decidido acabar con la falta de representación sindical. O al menos intentarlo. El objetivo es establecer un marco de negociación colectiva con la embajada y, por tanto, con el Ministerio de Exteriores español, su empleador último.

Pese a la negativa de la embajada a que la votación se celebre dentro del recinto, los trabajadores se amparan en el derecho laboral alemán, al cual están sometidos sus contratos de trabajo. El mensaje del sindicato Ver.di es claro: los contratos firmados por el personal laboral de la embajada establecen expresamente que es la ley alemana la que se aplica en caso de conflicto. Hay incluso varias sentencias de tribunales alemanes que así lo establecieron en casos precedentes similares. Con todo, y según denuncia Ver.di, la embajada no sólo se niega a aplicar el derecho laboral español, sino también el alemán, lo que deja a los trabajadores en un limbo legal a la hora de intentar establecer un marco de negociación colectiva. 

“En todas las embajadas en Alemania se aplica el derecho laboral alemán; ello también vale para la ley de régimen de empresa, que establece que a partir de cinco trabajadores, estos pueden elegir un comité”, explica a El Confidencial Andreas Kuhn, secretario sindical de Ver.di en Berlín y Brandeburgo. Kuhn especifica que el derecho a elegir a un comité de empresa está tan protegido por la correspondiente ley alemana, que en caso de que el empleador intente impedirlo, se expone a sanciones. “El embajador debería repensarse su posición antes de que Ver.di inicie un procedimiento legal por el impedimento de la votación”, advertía Kuhn antes de la votación este jueves. 

“No hay ninguna norma alemana que diga que aquí haya que elegir un comité de empresa con sindicatos alemanes. Las elecciones de representantes sindicales están clarísimas, reconocidas en la Constitución y en la legislación europea”, responde a El Confidencial Ricardo Martínez Vázquez, embajador de España en Alemania. “Pero Ver.di está confundiendo una cosa: en Alemania, los sindicatos alemanes ponen en marcha las elecciones para representantes sindicales en todas las empresas, incluidas las españolas. Hay una sola excepción: todas las embajadas. Los representantes sindicales de las embajadas se rigen por la ley nacional, porque, como será sencillo de comprender, a la Embajada española en Berlín no entra la policía alemana ni los sindicatos alemanes. Aquí las elecciones sindicales se hacen con los sindicatos españoles”. 

Tras acogerse a la soberanía nacional para defender el rechazo de la votación, el embajador añade que las negociaciones para la celebración de una elección de comité de empresa para el personal laboral exterior están paradas debido al adelanto electoral y que hay un liberado sindical en Madrid que no está haciendo su trabajo. Desde el colectivo de trabajadores responden, sin embargo, que llevan años esperando a que se establezca ese espacio legal de negociación colectiva, sin resultado alguno.

Preguntado sobre el hecho de que los contratos del personal laboral estén sometidos expresamente a la ley laboral alemana, el embajador Martínez responde: “A los contratos laborales se les aplica, como establecen los acuerdos bilaterales con Alemania, la legislación laboral sobre higiene y seguridad en el trabajo, sobre el despido o incluso si hay que ir a un juicio laboral. Pero no en el ejercicio de los derechos políticos, que son sagrados de la soberanía española. Ver.di está rompiendo la ley metiéndose en algo que no le compete. ¿Me pregunto si se atreverían a hacer lo mismo con los franceses o con los americanos?”. 

Trasfondo de la escalada 

El personal del servicio exterior español se divide en tres grupos: el personal diplomático, los funcionarios destinados a destinos extranjeros y el personal laboral con contratos de empleados públicos. Los dos primeros cuentan con condiciones extraordinarias, como, por ejemplo, la liberación fiscal, mientras que los segundos se quejan de unas condiciones salariales y laborales cada vez más precarias, con el agravante de que la tierra de nadie en la que se encuentra, sin representación sindical, les impide negociar convenios colectivos que mejoren su situación. Integrantes de ese personal laboral temen incluso represalias en caso de hacer públicos sus casos y de seguir presionando para el establecimiento de un marco de negociación colectiva. Por eso prefieren mantener el anonimato. 

La gota que ha colmado el vaso, y que los ha llevado a forzar la elección de un comité de empresa, es la amenaza de quedar fuera la Seguridad Social española, a la que siguen cotizando pese a que sus contratos dicen que están acogidos al derecho laboral alemán. Como recuerda la embajada en un comunicado emitido el miércoles de esta semana y en respuesta a una nota de prensa del sindicato Ver.di, el Reglamento 883/2004 aprobado por el Parlamento y el Consejo Europeos en abril de 2004 “exige que las personas que ejerzan una actividad por cuenta propia o ajena en un Estado miembro, estén sujetas a la legislación en materia de Seguridad Social del mismo, pues el objetivo de la norma es que quien obtiene los beneficios de la cobertura social de un determinado Estado, cotice en ese mismo Estado, en este caso en Alemania”. 

Esta medida, que se deberá consumar como muy tarde hasta mayo del año próximo, supondrá una pérdida de poder adquisitivo de entre un 15 y un 17%, según cálculos sindicales, ya que las cotizaciones en Alemania son considerablemente más altas en Alemania que en España. Ello, sumado a una congelación salarial acumulada durante 12 años denunciada por los trabajadores, ha hecho que la situación escale y que el personal laboral de la embajada en Berlín decida acogerse al derecho a negociar un convenio colectivo con estándares alemanes a través de un sindicato alemán y de su correspondiente comité de empresa. Quieren así acabar con una situación que consideran absurda: que sus contratos estén sujetos a la legislación laboral alemana y que estén obligados por ley a cotizar en el sistema social alemán, y que, al mismo tiempo, la embajada y el Ministerio de Exteriores sólo consideren interlocutores válidos a los sindicatos españoles. 

Terreno legal desconocido 

Andreas Kuhn, del sindicato Ver.di, reconoce que hasta ahora no ha habido ningún caso similar en ninguna otra embajada en Alemania, con lo que se está pisando territorio legal desconocido. Ver.di insiste en que la embajada está obligada a reconocer como interlocutores a los representantes salidos de la elección de este jueves, y también a correr con los gastos de la elección, de su actividad sindical así como a cederles un espacio dentro de la embajada. Estas serán las primeras demandas del nuevo comité de empresa. 

La respuesta del embajador no parece dejar lugar a dudas sobre cuál será su posición, con referencia indirecta a la cuestión catalana incluida: “Yo no puedo incumplir la ley española y espero que los alemanes respeten la ley alemana y también la española. Porque como empecemos todos a jugar a que nos salirnos de la ley… bastantes problemas estamos teniendo en España con gente que no cumple con la ley para que creemos más problemas de estos. Hay que respetar la ley, y si no nos gusta, hay que cambiarla por la vía democrática. Pero lo que no se puede hacer es convocar unilateralmente cosas que son claramente ilegales”. 

Si nada cambia, todo apunta que el caso acabará en los tribunales alemanes y quién sabe si podría generar un precedente legal que establezca más claramente los límites de la inmunidad de las representaciones diplomáticas dentro de los Estados miembro de la Unión Europea.

Reportaje publicado en El Confidencial.

martes, 19 de febrero de 2019

Judíos, israelíes y acusados de antisemitismo en Alemania

Ronnie Barkan, Stavit Sinai y Majed Abusalama, en Berlín. © Andreu Jerez
“Los alemanes tienen que madurar, tienen que pasar página. Ya es hora de que dejen de apoyar a aquellos que están cometiendo crímenes contra la humanidad. Si aprendieron algo del Holocausto, entonces tendrían que saber que hoy deben apoyar los derechos de los palestinos”. 

Decir una frase así en público no es un paso sencillo en Alemania. La sombra de los crímenes cometidos por el nacionalsocialismo y del Holocausto sigue marcando la vida política del país, y condicionando las opiniones públicas sobre Israel. Las críticas contra el Estado fundado en 1948 y que debía convertirse en el lugar seguro para los judíos del mundo, pueden tornarse rápidamente en acusaciones de antisemitismo todavía hoy en Alemania, más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota del hitlerismo. 

El autor del párrafo que abre este artículo es, sin embargo, Ronnie Barkan, judío, israelí y activista del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS, en sus siglas en inglés), una campaña global que desde hace más de una década intenta presionar a la comunidad internacional para acabar con lo que considera un "sistema de apartheid" levantado por el Estado de Israel contra todos aquellos de sus ciudadanos no judíos y, especialmente, contra los palestinos de los territorios ocupados y en la diáspora.

Ronnie no puede evitar dibujar una sonrisa ante la siguiente pregunta: ¿se puede ser judío y antisemita? El movimiento BDS se enfrenta desde hace tiempo a ese tipo de acusaciones en Alemania por su activismo y denuncia de las operaciones del ejército israelí y la ocupación de Cisjordania o el bloqueo de la Franja de Gaza. 

El BDS es especialmente controvertido en Alemania por las asociaciones psicológicas entre su campaña y el boicot puesto en marcha por los nazis con su llegada al poder en 1933 bajo el lema “No compres a judíos”. La Oficina de Defensa de la Constitución de la ciudad-Estado de Berlín incluso incluyó al BDS en su capítulo dedicado al antisemitismo después de que sus activistas boicoteasen con éxito un festival de música cofinanciado por la embajada israelí en la capital alemana. 

“El sionismo es claramente supremacista, racista, ultranacionalista; tiene las características más horribles. No hay una versión moral del mismo. La campaña de BDS está dirigida contra cualquier forma de racismo, incluyendo el sionismo y el antisemitismo”, asegura Ronnie en conversación con El Confidencial. Este activista de 42 años decidió abandonar Israel por considerar irresponsable seguir viviendo en su país natal ante la actual situación. Tras pasar por Italia, decidió establecerse en Berlín. Pero, ¿por qué Alemania? 

“Este el último bastión para el sionismo, la última frontera. Ello tiene que ver con una 'razón de Estado' que va incluso más allá de la ley y establece que la existencia del Estado de Alemania está intrínsecamente relacionada con la defensa del Estado de Israel, sin entender qué está ocurriendo realmente. Por eso, cualquier crítica al sionismo o al Estado de Israel es entendida como una crítica a Alemania. Incluso una crítica a la ocupación de territorios palestinos, que en realidad es el síntoma del problema, o de los mismos asentamientos israelíes en esos territorios, es motivo suficiente para ser blanco de acusaciones de antisemitismo. Estas son herramientas muy efectivas para negar cualquier tipo de voz crítica con Israel”.

"Alemania no puede fijar los límites” 

Stavit Sinai asiente ante cada una de las frases de Ronnie. Ella también es judía, israelí y antisionista. Esta académica y activista del movimiento BDS residente en Alemania desde años no da crédito a las acusaciones de antisemitismo y antijudaísmo a las que tiene que hacer frente en un país que, paradójicamente, asegura querer defender los derechos de su país natal y su pueblo: “Como hija de una familia superviviente del Holocausto no aceptaría ningún dictado de nadie sobre cómo formular mis ideas políticas ni tampoco me siento obligada a pedir permiso para expresar mi opinión. No creo que la sociedad alemana esté en disposición de establecer cuáles son los límites de la discusión”, sentencia Stavit. 

En los artículos y reportajes publicados por medios alemanes es fácil leer acusaciones veladas de antisemitismo contra el BDS. Sin embargo, rara vez se menciona la condición judía de algunos de sus activistas ni su origen israelí. “Ser judío, israelí y denunciar de forma no violenta en Alemania el apartheid que aplica nuestro país hace muy difícil que nos acusen de antisemitismo”, razona Ronnie sobre esos silencios mediáticos. 

El debate sobre si Israel ha establecido un sistema de apartheid, de segregación por etnia y religión tanto en los territorios palestinos como dentro de sus propias fronteras, no es nuevo. En 2017, un informe realizado por encargo de Naciones Unidas concluyó sin reservas que Israel había erigido un sistema de segregación basándose “en las mismas leyes y principios internacionales de los Derechos Humanos que rechazan el antisemitismo”. 

“Ningún Estado está exento de cumplir las normas y reglas recogidas en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas Formas de Discriminación Racial. (…) El fortalecimiento de ese cuerpo de la legislación internacional sólo puede beneficiar a todos aquellos grupos que han sufrido históricamente discriminación, dominación y persecución, incluyendo a los judíos”, concluía el informe.

La publicación supuso la reacción inmediata del gobierno israelí, de otras voces de Estados Unidos y de la propia secretaría general de la ONU. Ante la negativa de eliminar el informe de la web de Naciones Unidas, la jordana Rima Khalaf, directora de la Comisión Económica y Social para Asia Occidental que había encargado la elaboración del estudio, decidió presentar su renuncia. A día de hoy, el informe ya no está en la web de la ONU, pero es fácil de encontrar en otras páginas académicas o de activismo político

La legislación internacional en defensa de los Derechos Humanos establece que el crimen de apartheid se traduce en “actos inhumanos cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión sistemática y de dominación de un grupo racial sobre otro u otros grupos raciales con la intención de mantener ese régimen”. El concepto de apartheid procede del sistema de dominación blanca sobre la población negra levantado en Sudáfrica el siglo pasado. Mientras voces como la del escritor israelí nacido en Ciudad del Cabo Benjamin Pogrund se niega a aceptar esa comparación aduciendo sus propias vivencias en aquel sistema de segregación racial sudafricano, Ronnie Barkan y Stavit Sinai no tienen dudas al respecto.

Proceso legal 

“Yo crecí en Haifa, una ciudad diversa. Nunca me mezclé con chicos árabes de mi edad, nunca, porque el sistema educativo está segregado. Fui a una escuela para judíos. La población también está segregada por barrios. Nunca me encontré con chicos de mi edad que no fueran judíos. Por supuesto que me encontraba con árabes, pero siempre en contextos en los que ellos me servían a mi. Me criaron, por tanto, como si yo perteneciese a una raza superior”, explica Stavit. 

Ronnie va más allá de su propia experiencia personal y saca un tabla de elaboración propia basada en datos de la Oficina Central de Estadística de Israel: según esa tabla, la legislación israelí establece tres categorías a la hora reconocer los derechos de los habitantes de Israel y de los territorios ocupados: la ciudadanía, la nacionalidad (judía, árabe, drusa, etcétera) y la religión. Según Ronnie, a cualquier persona que no cuente con una ciudadanía israelí y una nacionalidad judía, reconocidas oficialmente como tales por las autoridades israelíes, le serán negados automáticamente los plenos derechos y deberes ciudadanos. Aquellos ciudadanos palestinos que no cuenten con ciudadanía israelí y que vivan en territorios ocupados o en la diáspora forzada conforman el escalón más bajo, sin estatus ni derecho alguno. “Si todos los ciudadanos de Israel contasen con una ciudadanía israelí, ello significaría el fin del apartheid”, añade Ronnie.

Un ejemplo claro de esta última categoría está sentado al lado de los dos activistas israelíes del movimiento BDS. Se llama Majed Abusalama y es un refugiado palestino que pudo abandonar la Franja de Gaza en 2014 tras recibir un disparo del ejército de Israel. Majed, que había sufrido previamente la persecución de Hamás en Gaza, colaboró con fundaciones de partidos políticos alemanes como la CDU o La Izquierda tras su llegada al país. Dejó de hacerlo cuando empezó a sentirse utilizado para justificar la posición de las instituciones alemanas respecto al comportamiento de Israel para con su pueblo. Actualmente también es activista en el movimiento BDS de Alemania: “Para mi vivir en Gaza significó vivir en una prisión a cielo abierto, en un campo de concentración, en un gueto. Yo viví allí y sé cómo vive mi gente allí en estos momentos”.


En junio de 2017, Ronnie, Stavit y Majed protagonizaron una acción de protesta durante una conferencia ofrecida en la Universidad Humbold de Berlín por la parlamentaria israelí Aliza Lavie, diputada del partido centrista, laico y opositor Yesh Atid. Los activistas quisieron llamar así la atención sobre lo que ellos consideran la colaboración necesaria de la oposición israelí laica con el sistema de ocupación y bloqueo contra la población palestina que mantiene el actual gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. 

La acción no les salió gratis. Los dos activistas israelíes afrontan ahora un proceso legal en Berlín por intento de agresión y allanamiento, en un acción calificada por la práctica totalidad de la prensa alemana de “ataque antisemita”. Ronnie y Stavit asumen las posibles consecuencias legales, pero se niegan a dejar de ejercer su activismo en Alemania: “Al igual que un blanco en la Sudáfrica del apartheid, aquí nosotros tenemos dos opciones: o estás en contra o estás a favor; en aquella Sudáfrica no había una tercera opción y tampoco la hay con el actual sionismo”.

Artículo publicado por El Confidencial.