sábado, 22 de julio de 2017

Alemania, dos años después del verano de los refugiados

Masas formadas por hombres, mujeres y niños agotados que atravesaban a pie las fronteras de Alemania; centros de acogida de refugiados saturados y con gente acampada a sus puertas; la burocracia y las autoridades germanas superadas por el torrente de peticiones de asilo; un poder político federal, estatal y local que, por momentos, pareció perder el control de la situación. 

Son todas imágenes registradas en Alemania a mediados de 2015, durante el llamado “verano de los refugiados”. Durante ese año, alrededor de 890.000 personas (según cifras oficiales), fundamentalmente procedentes de países como Siria, Irak y Afganistán, pero también de los Balcanes, buscaron cobijo en el país más rico, poblado y poderoso de la Unión Europea. 

Aquello fue todo un test de estrés para la canciller Angela Merkel y su Gobierno, cuya innegociable negativa al cierre de fronteras cosechó enemistades y críticas en el resto de Europa, y también dentro de Alemania: un número considerable de miembros del partido de Merkel, la CDU, comenzó a poner en entredicho la estrategia e incluso el liderato de la canciller; en el bautizado como “verano de los refugiados”, el joven partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) consiguió afianzarse como la tercera fuerza de intención de voto con un 15 por ciento en las encuestas electorales, su hasta ahora mayor porcentaje de intención de voto a nivel federal. Todo un aviso para Merkel, cuya popularidad tocó entonces mínimos históricos. 

Dos años después del “verano de los refugiados”, y a las puertas de unas elecciones federales que Merkel parece abocada a ganar nuevamente el próximo septiembre, ¿en qué punto se encuentra Alemania en su gestión de la llamada “crisis de refugiados”? ¿Qué ha ocurrido con ellos? ¿Hasta qué punto siguen marcado los refugiados la agenda política germana? ¿Cómo está funcionando su integración laboral en un país que objetivamente necesita de inmigración para mantener su modelo económico y su Estado del Bienestar? ¿Han asumido el resto de partidos ciertos postulados de la ultraderechista AfD por pura estrategia electoralista? ¿Concuerda la dialéctica de fronteras abiertas del Gobierno de Merkel con su política migratoria efectiva? 

Deportar: Afganistán, “país seguro” 

“Yo me ofrezco a acompañar a De Mazière a Afganistán y hacerle de traductora. Volamos a Kabul y él me debe mostrar cómo es posible viajar de la capital a otras zonas del país de forma segura… Es muy fácil estar sentado tras un escritorio y declarar desde ahí un país como seguro”.

Esta es la respuesta de Lina Homa, una joven refugiada afgana que ya lleva nueve años en Múnich, a la pregunta de qué le diría al ministro de Interior alemán, el democristiano Thomas de Mazière, respecto a que el Gobierno de Merkel haya calificado a Afganistán como país parcialmente seguro. En efecto, el Ministerio de Migración y Familia y el servicio exterior germanos consideran suficientemente seguras algunas regiones del país asiático como para deportar a refugiados afganos cuyas peticiones de asilo han sido rechazadas. Una calificación que De Mazière ha defendido en público una y otra vez.

Pero la realidad es terca: el pasado 31 de mayo, un coche bomba golpeó el centro de Kabul. El atentado dejó decenas de muertos y heridos, y destrozó por completo la fachada de la embajada alemana en la capital afgana. Las imágenes de destrucción no tardaron en llegar a Alemania y de desmontar la posición oficial del Gobierno federal respecto a la situación de seguridad en Afganistán, un país que todavía sigue objetivamente golpeado por el terrorismo, la violencia y el galopante desempleo.

Yasin Rahmati y Lina Homa. (Thomas Lobenwein)

“Deberían dejar de engañarse a sí mismos”, sentencia Lina sobre aquellos que defienden la postura de Berlín sobre su país de origen. A esta joven, sus padres la metieron en un avión con dirección a Fráncfort hace casi una década. Entonces tenía 16 años. Su familia era consciente de que ya no estaba en disposición de garantizar la seguridad de su hija en Afganistán. Al llegar sola y como menor a las fronteras alemanas, las autoridades del país se vieron obligadas a hacerse cargo de ella.

Lina habla hoy alemán prácticamente sin acento y está absolutamente integrada. La suya es una historia de éxito entre los centenares de dramas que viven los refugiados llegados a Alemania durante los últimos dos años. A su lado se encuentra Yasin Rahmati, un joven afgano que apenas lleva 21 meses en el país. Lina y Yasin forman parte de la asociación juvenil Heimaten, con sede en Múnich. Ambos trabajan en la integración de jóvenes procedentes de Siria, Irak, Afganistán, Sierra Leona, Somalia y Uganda. Lina tiene hoy un permiso de residencia; Yasin sigue esperando a una respuesta de las autoridades alemanas a su petición de asilo. Sabe que si esta es rechazada, lo más probable es que lo deporten.

“La gente tiene miedo porque cualquiera puede ser deportado en cualquier momento. Y ese es un pánico que afecta no sólo a los refugiados afganos, sino también de otros países”, asegura Marianne Seiler, la directora de la asociación Heimaten. Un pánico que se metió a finales del pasado mayo en millones de hogares alemanes a través de sus pantallas de televisión: decenas de policías, entre ellos algunos agentes de las fuerzas especiales bávaras, ejecutaban la orden de deportación de un refugiado afgano de 20 años en la ciudad de Núremberg. El joven fue sacado por la fuerza de un aula de la escuela en la que estaba cursando una formación profesional. Algunos de sus compañeros intentaron evitar que la policía se lo llevase. Los agentes reprimieron duramente la resistencia pasiva de los escolares. Unas imágenes difícilmente vendibles por el Gobierno alemán para defender su actual política migratoria. No todo son puertas abiertas en Alemania.





“Desde 2015, es evidente que la política, tanto a nivel federal como en los Estados federados, ha buscado vías para aumentar la cifra de deportaciones y limitar los derechos de los refugiados. Ya en los meses posteriores al verano de 2015 vimos como se hacía efectivo el endurecimiento de leyes”, asegura Stephan Dünnwald, miembro del Consejo Bávaro de Refugiados.

Desde el “verano de los refugiados”, el Parlamento federal alemán, con los votos de la Gran Coalición conformada por conservadores y socialdemócratas, ha aprobado diversos endurecimientos de la Ley de Asilo; unas reformas que dificultan la reunificación familiar de refugiados que no son reconocidos como tales por las autoridades alemanas, que limitan su libertad de movimiento en territorio alemán, que facilitan su retención, hacen más sencillo el procedimiento de expulsión de personas con pocas perspectivas de conseguir asilo e incluso permiten que las autoridades intervengan los móviles y las comunicaciones de aquellos refugiados que no tengan documentos para acreditar su identidad. Estas reformas legislativas han sido criticadas por organizaciones pro Derechos Humanos.

Además de la innegable amenaza yihadista, Stephan Dünnwald no tiene dudas del papel jugado por los ultras de AfD, cuya presión electoral parece haber alimentado ese giro a la derecha de la política migratoria del Gobierno encabezado por Merkel. Las consecuencias del endurecimiento de la Ley de Asilo permanecen invisibles en la mayoría de ocasiones, pero en ocasiones deja paradigmáticas imágenes como las de la violenta deportación del joven afgano en Núremberg.

Merkel logra su objetivo 

Según estadísticas oficiales, la cifra de peticiones de asilo se ha reducido exponencialmente en los primeros seis meses de 2017 respecto a los dos años anteriores: en 2015, Alemania recibió casi medio millón de peticiones de asilo; en 2016, esa cifra rozó los 800.000 refugiados; entre enero y junio del presente año, las peticiones de asilo superaron ligeramente las 111.000. Eso supone una caída del 73 por ciento respecto al mismo periodo de 2016. El acuerdo entre la UE y Turquía y el cierre de la ruta de los Balcanes han sido la clave de esa reducción, a la que también parece haber contribuido el endurecimiento de la legislación alemana que disuade a muchos refugiados de presentar su solicitud de asilo.

Angela Merkel consigue así uno de sus grandes objetivos coyunturales: sacar la llamada “crisis de refugiados” (que suponía un claro lastre para su nueva candidatura a la cancillería) de la primera línea de la agenda política en pleno año electoral. Y ello sin tener que prescindir del cartel de gran defensora de la política de fronteras abiertas y de acogida de refugiados, a pesar de que la realidad de su gestión apunte en otra dirección: el rechazo de peticiones de asilo crece, obtener el estatus de refugiado cada vez es más difícil en Alemania.

Ello no deja de ser paradójico en un país profundamente envejecido y que necesita objetivamente de la inmigración para combatir a corto y medio plazo la grave crisis demográfica que sufre y que pone en peligro su modelo económico y su Estado del Bienestar. No es menos paradójica la actual situación en el mercado laboral alemán: muchos empresarios siguen sin poder cubrir la demanda de mano de obra en numerosos sectores, mientras refugiados con un alto potencial de inserción laboral (o incluso ya con una oferta de empleo) no reciben un permiso de trabajo por proceder de países considerados “seguros” y ser candidatos potenciales a la deportación. Es complicado no distinguir la sombra del ultraderechismo populista de AfD y del electoralismo cortoplacista en la gestión que el Gobierno federal hace de los refugiados desde el verano de 2015.

La economista Yvonne Giesing, de instituto muniqués Ifo, ha elaborado un estudio sobre la integración de los refugiados en la capital bávara; en él, Giesing constata que con paciencia y voluntad política buena parte de los refugiados pueden encontrar un futuro laboral en Alemania pese a las dificultades idiomáticas y la reconversión formativa en muchos casos necesaria. Pero también demuestra que hay obstáculos burocráticos difíciles de entender en un país que necesita mano de obra: “En Alemania, da igual si trabajas o no para la evolución de tu proceso de asilo. Es una cuestión que ni siquiera es planteada por las autoridades”.

La economista no entiende por qué la ley de asilo alemana está absolutamente desconectada de la situación laboral de los candidatos a obtener el estatus de refugiado. Ello genera situaciones absurdas, como, por ejemplo, que un peticionario de asilo que ha encontrado una formación profesional o un empleo no pueda acceder a un permiso de trabajo porque su solicitud de asilo todavía no ha recibido respuesta. O incluso peor: que un refugiado con un puesto de trabajo asegurado sea finalmente deportado a su país de origen por ser este considerado “seguro” por las autoridades alemanas. La economista del Ifo instituto considera este tipo de decisiones son un tiro en el pie al sistema productivo alemán y aconseja encarecidamente al Gobierno de Merkel conectar la legislación migratoria y de asilo con la expedición de permisos de trabajo para evitar escenarios kafkianos.

¿Una nueva ola? 

El acuerdo migratorio entre la Unión Europea y Turquía, de momento, aguanta. Sin embargo, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha amenazado repetidamente con cancelarlo. Para el autócrata turco es evidente que los refugiados son una simple baza negociadora. Si el acuerdo entre Bruselas y Ankara acaba por hundirse, de poco servirá que la ruta de los Balcanes esté ahora cerrada. Será prácticamente imposible evitar que se repitan las imágenes del “verano de los refugiados” registradas en las fronteras alemanas en 2015.

La mayoría de expertos consultados para este reportaje coinciden en apuntar que Alemania está hoy mejor preparada que hace dos años para hacer frente a una nueva ola de refugiados: existen unas sólidas estructuras de acogida, la comunicación entre los diferentes niveles estatales está mejor engrasada, está más claro a qué nivel de gobierno corresponde cada competencia.

Lo que, sin embargo, parece impredecible es el coste político que podría tener para el sistema de partidos tradicionales una llegada de refugiados similar a la de 2015. El surgimiento y establecimiento de los ultraderechistas de AfD, que hoy siguen peleando por convertirse en la tercera fuerza parlamentaria del Bundestag, es buena prueba de ello. Tal vez por ello no pocas figuras del actual Gobierno federal dan ya definitivamente por superada la “crisis de refugiados”.

“Es un gran error dejar de prepararnos para la llegada repentina de más refugiados”, advierte Petra Bendel, politóloga de la Universidad de Erlangen-Núremberg. “Es un autoengaño pensar que no volverá ocurrir algo similar a lo del verano de 2015. Todos los indicios y todos los escenarios apuntan que puede volver a pasar en cualquier momento”.

Reportaje publicado en El Confidencial.