martes, 19 de julio de 2011

¿Privatizar para sanear?

El endeudamiento como neocolonialismo económico y Grecia como perfecto ejemplo de ello. Esta frase podría ser uno de los titulares que nos está dejando esta crisis económica. Los grandes poderes económicos y los políticos que les hacen de obediente comparsa proponen ahora un agresivo plan privatizador, dicen que para matar dos pájaros de un tiro: que el Estado griego pueda liquidar parte de su deuda (odiosa) que le asfixia y que su economía pueda salir del hoyo en el que se encuentra a través de un incremento de la productividad y la eficiciencia. Pero, ¿ayudará realmente una privatización masiva a la malograda economía griega o tendrá más bien efectos recesivos letales para su futuro? El precedente de la oriental República Democrática Alemana nos puede dar un par de claves. Os dejo con un artículo publicado recientemente en El Economista.

Aus Selección de reportajes

------

“La soberanía griega se verá enormemente limitada”, reconoció el presidente del Eurogrupo, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, al semanario alemán Focus a principios de julio, poco después de que los ministros de la moneda común desbloquearan el primer tramo de ayudas millonarias del segundo rescate para Grecia. Juncker pareció querer preparar con esa frase el terreno para la propuesta, no exenta de polémica, que había de seguir a su primera y honesta declaración: “Grecia necesitará una solución similar al modelo de la agencia alemana de Treuhand para la ola de privatizaciones que todavía tiene pendiente”, dijo Juncker, haciendo referencia a la institución que se encargó de privatizar por la vía rápida alrededor de 14.000 medianas y grandes empresas estatales de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) y más de 23.000 negocios de más pequeño tamaño, como cines, farmacias, hoteles o restaurantes.

Atenas tendrá que vender 5.000 millones de euros en activos estatales durante el presente año. De no hacerlo así, Grecia se arriesga a incumplir las metas impuestas por la UE y el FMI, que podrían cerrar el flujo de fondos que Atenas necesita para evitar una quiebra de su deuda. En opinión de Juncker, Grecia ha sacado gran provecho del euro, pero ha tirado por la borda esos beneficios a través de un excesivo endeudamiento. Para ejemplificar esa opinión, Juncker dio un dato: “Entre 1999 y 2010, los salarios de los griegos aumentaron un 106,6 por ciento aunque la economía no creciera al mismo ritmo. La política salarial se les fue de las manos y se desentendieron de la productividad”.

Ahora es el momento de que los sectores privados de otros países europeos muestren su “solidaridad”, en palabras del propio Juncker, y se hagan con esos activos estatales de Grecia. Esa masiva ola de privatizaciones debería, según las instituciones europeas, ayudar a que la economía helena retome el camino del crecimiento, cree empleo, salga de la recesión y vuelva a ganar la confianza de los mercados internacionales para poder refinanciarse. Pero, ¿fue precisamente ése el resultado inmediato de la masiva y exprés privatización ejecutada por la Agencia de Treuhand en Alemania del Este?

Economía fallida

La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 no sólo supuso el fin de la división de Alemania y el principio del fin de la Guerra Fría. También dejó al descubierto la ruina a la que hacía frente el Estado socialista oriental. Como apunta en su artículo Problemas de la unificación interna Manfred Görtemaker, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Potsdam, la RDA, bajo la presidencia de Erich Honecker, “ocultó sistemáticamente la cada vez más evidente miseria y dibujó un cuadro irreal de un Estado sin mayores problemas económicos, pero que en realidad se dirigía a la bancarrota”. Tras la cifra oficial de pleno empleo, la medicina gratuita, los bajos precios de la vivienda o la subvención de los productos básicos de consumo, se escondía una economía altamente improductiva y un Estado enormemente endeudado: según Görtemaker, las empresas orientales eran de media dos tercios menos productivas que las occidentales, además de acumular ingentes deudas y de ser extremadamente dañinas para el medio ambiente.

Ante ese panorama económico desolador, detonante fundamental de la caída del muro como consecuencia del malestar social acumulado durante años entre la población germana oriental, los gobiernos de la todavía dividida Alemania concluyeron que la prioridad era privatizar los activos de una economía socialista centralizada y planificada por el Estado durante décadas. Un Estado que ni siquiera dejó espacio alguno para la iniciativa privada, como sí ocurrió en otros modelos socialistas como el yugoslavo o el chino. De esta forma, y bajo el evidente principio de que una economía sin propiedad privada nunca podía ser efectiva, en marzo de 1990 nació la Agencia de Treuhand, cuyo objetivo principal fue “utilizar la privatización para reducir tan rápido como fuera posible la actividad empresarial del Estado”, como escribe el economista Herbert Brücker, del Instituto alemán de Investigación Económica (DIW), en su libro La privatización en Alemania del Este.

La agencia privatizadora alcanzó su objetivo en poco más de cuatro años: privatizó en ese corto periodo de tiempo el 60 por ciento de las empresas que pasó a poseer tras el hundimiento del Estado socialista. Un objetivo que no resultó precisamente barato para los contribuyentes: por cada marco que invirtió el sector privado para hacerse con una empresa oriental, el Estado tuvo que aportar tres para hacer frente al endeudamiento de las compañías privatizadas o reparar los daños que éstas habían provocado en el medio ambiente.

Ese alto costo respondió en parte a la rapidez con que la agencia quiso ejecutar el proceso privatizador: en lugar de rehabilitar las empresas para luego venderlas, apostó por venderlas y subvencionar al sector privado para que pudiera hacer frente a los altos costos de producción generados, entre otras razones, por la igualación de las dos monedas en julio de 1990, lo que aumentó en el Este los gastos salariales y los precios de consumo mientras la productividad seguía hundida. Esa urgencia privatizadora supuso además una enorme falta de transparencia en la adjudicación de las empresas, pues en lugar de abrirse a concursos públicos, la Treuhand aplicó los llamados “acuerdos informales” con empresarios, muchas veces directamente relacionados con los políticos.

“Tratamiento de shock”

Este concepto de “privatización exprés” vino precedido por el convencimiento del canciller Helmut Kohl (CDU) de que la economía de la Alemania reunificada crecería un 3,75 por ciento en 1990 e incluso un cuatro por ciento en 1991. Algo que efectivamente fue así. Sin embargo, este “tratamiento de shock”, como lo denominan algunos economistas críticos, tuvo efectos claramente recesivos en la economía oriental: pese a la creación de 110.000 nuevas empresas en 1990 en los nuevos Estados federados, su PIB se hundió en 1991 un 37 por ciento con respecto a 1989, mientras el empleo cayó un 45 por ciento entre 1989 y 1992, según concluye Herbert Brücker.

En definitiva, la rapidez con la que la agencia de Treuhand privatizó la economía socialista oriental tuvo más bien efectos contraproducentes en cuanto al crecimiento y la creación de empleo, debido a la incapacidad de las nuevas empresas orientales de competir en igualdad de condiciones con sus hermanas occidentales. Más de 20 años después de la reunificación política y económica de Alemania, los Estados orientales siguen claramente por detrás de los occidentales, con una tasa de desempleo casi el doble de alta (11,6 por ciento), un nivel salarial un cuarto inferior que el del Oeste y un tejido empresarial mucho menos desarrollado. El muro físico que desapareció hace más de dos décadas dejó paso a un muro económico difícil de derribar.

sábado, 16 de julio de 2011

De ruido y verdades

Llevamos tantos años en crisis que ya nos hemos acostumbrado a vivir en el abismo. Crisis financieras, tsunamis, Fukushimas, crisis de la economía real, el euro a punto de caer y que vienen los chinos. La excepción se ha convertido en regla y rutina. Y hay mucho ruido, porque es lo que tienen las crisis: opinadores, periodistas y políticos pierden los nervios y el control. Entre tanto grito, se hace difícil encontrar trozos de verdad que nos permitan entender qué es lo que está ocurriendo realmente: es decir, que está crisis no la están pagando sus principales culpables, sino todos nosotros.

Por suerte, siempre quedan miradas y análisis lúcidos de gente que ya tiene muy poco que perder. Prueba de ello es el artículo del ex canciller alemán Helmut Schmidt publicado esta semana en Die Zeit. Aquí, un párrafo impagable: "Me gusta clasificar a la humanidad en tres categorías. En la primera está la gente normal. Seguro que todos robamos manzanas cuando éramos jóvenes, pero después fuimos honrados. Gente normal somos quizá el 98 por ciento. La segundo categoría son los que pertenecen a la rama criminal. Éstos deben responder ante los tribunales, y si son declarados culpables, deben ir a la cárcel. Y la tercera categoría son los inversores bancarios y los ejecutivos de fondos de inversión".

viernes, 1 de julio de 2011

¿Y qué hay de la democracia y los DDHH?

Crisis significa cambio y el mundo está sumido en un proceso de profunda transformación de consecuencias todavía impredecibles. El reparto del poder político-económico está sufriendo unas mutaciones mucho más rápidas de lo que se hubiese podido predecir hace unos años. Alemania, por supuesto, no escapa a este proceso. La perfecta expresión de ello fue la visita del primer ministro chino, Wen Jiabao, esta semana a Berlín.

La canciller Angela Merkel, sí, tuvo agallas para nombrar el asunto de la falta del respeto de derechos humanos en el gigante asiático en la rueda de prensa conjunta con Jiabao. Pero lo hizo con guante de seda: si bien Merkel celebró la reciente liberación de dos disidentes por parte del régimen capitalista autoritario chino, la canciller no se atrevió siquiera a pronunciar la palabra "disidente" en su alocución. Alemania tiene demasiados intereses económicos en juego como para ponerlos en peligro por un asunto de "derechos humanos y libertades individuales" (Sólo un dato: Wolkswagen ya vende un millón y medio de autos anualmente en el mercado chino. Su objetivo a corto plazo es alcanzar la cifra de tres millones).

Berlín, que ha estado desplegando una política económica marcadamente nacionalista durante los últimos años, parece estar ya preparando el terreno para la era post-euro, y mercados emergentes como China, cumplan o no los estándares democráticos pertinentes, serán imprescindibles en esa nueva fase del panorama comercial internacional. Lejos queda la recepción oficial por Merkel del Dalai Lama en 2007. ¿Dónde quedan ahora los derechos humanos y la democracia? Otro indicador más del papel que jugará China en el futuro próximo es su compra de deuda pública europea: como ya ha demostrado la crisis griega, la adquisión de deuda es una herramienta esencial para el neoloconialismo político y económico del siglo XXI.

Hasta ahora eran esas cunas de la democracia occidental las que exigían a países como China mejoras en los estándares democráticos y el respeto de las libertades individuales y los derechos humanos. Ese tono, como demuestra la actitud de Merkel frente a Jiabao esta semana, ya se va suavizando y casi adopta una posición minimalista más de cara a la opinión pública que como auténtico reflejo de las relaciones chino-germanas. ¿Será el siguiente paso ver cómo la élite china pide al Gobierno alemán que recorte las libertades individuales para aumentar la productividad de la locomotora económica europea? Démosle tiempo al tiempo.