viernes, 17 de noviembre de 2023

La ultraderecha abre un nuevo escenario político en Alemania

Las elecciones regionales de Alemania en Hesse y Baviera del pasado octubre acabaron con dos de los mantras que han marcado el análisis político de Alemania durante los últimos años: que la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) iba camino de convertirse en una fuerza regional del Este del país y que ello supondría el principio del fin del partido fundado en 2013. 

En el estado libre de Baviera, en el sur de Alemania, AfD fue el tercer partido más votado con más del 14% y una mejora de más de cuatro puntos respecto a los últimos comicios regionales bávaros. En el estado federado de Hesse, los resultados de los ultraderechistas fueron incluso mejores: con un 18,5% de los votos – y un avance de más de cinco puntos –, AfD fue segunda fuerza por delante de los socialdemócratas del SPD y los ecoliberales de Los Verdes, y sólo por detrás de los democristianos de la CDU, vencedores electorales. 
 

Estos resultados en dos estados occidentales de la República Federal acaban con la idea de que AfD era sólo un problema de los territorios orientales correspondientes a la antigua República Democrática Alemana, desaparecida con la reunificación del país en 1990. Con diez años recién cumplidos, Alternativa para Alemania confirma que su base electoral es sólida y amenaza con seguir creciendo en un contexto de crisis múltiples que abona el terreno para su discurso antisistema, xenófobo y revisionista de la historia alemana. 

AfD lleva meses anclada en el 20% de intención de voto a nivel federal, según apunta la media de todas proyecciones electorales. Si hoy se votase en Alemania, sería segunda fuerza nivel nacional, sólo por detrás de la unión conservadora CDU-CSU, lo que abre un panorama político similar al que dejaron los comicios regionales de Hesse. Llega por tanto el momento de preguntarse por qué precisamente ahora Alternativa para Alemania, tras años de escisiones, graves crisis internas y altibajos, está alcanzado tales intenciones de voto. 


Confluencia de crisis 

Desde la aparición social y político de AfD en 2013, Europa y el mundo han atravesado diversas crisis: la llamada crisis financiera de 2008 y la resultante gran recesión global, la posterior crisis de deuda y del euro, la "crisis de los refugiados" de 2015, la pandemia del coronavirus, la invasión de Ucrania, con su correspondiente inflación, y ahora la guerra en Oriente Medio. Una de las grandes preocupaciones de los analistas que observan AfD es intentar prever qué los podría llevar hasta las puertas del poder, como ha ocurrido en otros países europeos con otros partidos ultraderechistas. 

Ahora nos encontramos ante el momento de mayor auge del partido ultraderechista alemán más exitoso de la historia de la República Federal y, si nos ponemos algo más catástrofistas, desde la llegada al poder del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, es decir, el partido nazi) en los años 30 del siglo pasado. La pregunta es: ¿si Alemania, Europa y el mundo han atravesado tantas crisis en las dos últimas décadas, por qué precisamente ahora consigue AfD sus mejores porcentajes de intención de voto, diez años después de su fundación? 

La respuesta es que, en esta ocasión, todas las crisis llegan al mismo tiempo: inflación, crisis energética, desgaste de la clase media, miedo al descenso social y al futuro ante los cantos belicistas que llegan desde los principales centros militares del planeta, una crisis climática que se hace cada vez más presente en cada vez más rincones del planeta, todo ello sumado a un descrédito creciente de los partidos tradicionales alemanes y también del propio sistema democrático, como demuestran recientes estudios de opinión en Alemania. 

Veamos algunos los principales factores de esa confluencia de crisis: 

- Decepción con la 'Coalición Semáforo': la actual coalición gobernante en Alemania, conformada por los socialdemócratas del SPD, los ecoliberales de Los Verdes y los liberal-conservadores del FDP, llegó al Gobierno federal en diciembre de 2021 con el objetivo de transformar el país tras el fin de la 'era Merkel'. Meses después comenzó la invasión rusa de Ucrania con sus consecuencias correspondientes. Desde entonces, la valoración del Gobierno alemán no ha hecho más que descender. En una reciente proyección demoscópica de la televisión pública alemana, sólo el 20% de la población se mostraba "contenta" con el trabajo del tripartito. Ello, sin duda, ha alimentado a la ultraderecha de AfD, considerada ya por muchas personas como la única oposición verdadera al 'establishment’. 

- Miedo a la guerra, la recesión y la inflación: Alemania es un país esencialmente conservador y amante de las certezas. Es difícil encontrar una sociedad en el mundo en la que la palabra "seguridad" tenga tanto peso. Y en el mundo actual, las certezas no abundan. Tras una pandemia y una nueva guerra en suelo europeo, la población alemana ve como su modelo, durante décadas alabado fuera y dentro de la potencia económica europea, renquea. El gas ruso ya no llega, el país está a las puertas de la recesión, la inflación de alimentos y combustible se mantiene alta, la migración se convierte en un elemento fundamental para el futuro de un país con una grave crisis demográfica. Son muchos cambios estructurales de golpe para una sociedad tan conservadora. 

- Respuesta nacionalista y reaccionaria a la crisis social: ese torrente de incertezas está alimentando la narrativa de la ultraderecha y su respuesta reaccionaria a la(s) crisis. Sin duda hay un voto xenófobo y ultranacionalista estructural en AfD, pero difícilmente sirve para explicar el actual auge. La incertidumbre y el miedo respecto al futuro empujan esa respuesta nacionalista y reaccionaria ofrecida por AfD, con un cierre de fronteras y un proteccionismo económico que más que solucionar los problemas de Alemania, los agravaría. 

- Instrumentalización de la "paz": cuesta encontrar en Alemania la palabra "paz" en los discursos políticos predominantes respecto a la situación en Ucrania. En prácticamente todo el arco parlamentario - con la excepción de partes de los poscomunistas de Die Linke - cunde el consenso sobre la actual estrategia occidental respecto a la guerra en Ucrania: es decir, envío de armas para el ejército ucraniano y sanciones contra la economía rusa. AfD es el único partido que se ha desmarcado por completo de ese consenso. Independientemente de si lo hace de manera oportunista o desde el convencimiento, la ultraderecha alemana es el único partido que apuesta por dejar de armar a Ucrania y establecer negociaciones con el Kremlin. Ello está seduciendo a una parte del electorado alemán. 

- Normalización: como en el resto de Europa con otros partidos ultras, en Alemania también está habiendo una cierta normalización de AfD, que ya lleva dos legislaturas y media dentro del Bundestag. Sus mensajes contra minorías, que antes generaban escándalo, van calando en la discusión pública y ya no provocan como antes. Ello no significa que su mensaje esté menos cargado de odio que hace años, sino que el partido ha conseguido normalizar determinadas posturas. La gestión de peticionarios de asilo y de la inmigración, con propuestas cada vez más restrictivas desde partidos considerados de centro y desde la Comisión Europea, es buen ejemplo de ello. A ello hay que sumar que partes de la CDU, incluida su dirección, se abren cada vez más claramente a una cooperación directa o indirecta con los ultras. El llamado "muro de contención" establecido frente a AfD por el resto de fuerzas políticas alemanas cada vez tiene más grietas. 

- Cierre de filas de AfD: Alternativa para Alemania ha sido un partido marcado prácticamente desde su fundación por las luchas internas. Nacido como formación euroescéptica y nacionalista ha evolucionado hacia un partido ultraderechista, cuya fracción más radical - liderada por Björn Höcke, un político cercano a posiciones neonazis - es la más poderosa. AfD ha ido dejando un reguero de cadáveres políticos fruto de esas luchas internas por hacerse con el control del aparato. Y el partido ha escenificado en numerosas ocasiones esas divisiones entre la facción nacionalconservadora y la etnonacionalista, lo que los ha penalizado en las urnas. Esa división es hace tiempo historia de puertas afuera. El partido se muestra unido en el espacio público y ya nadie pone en tela de juicio el poder que Höcke tiene de los cuadros de AfD. 

- Éxitos electorales en el Este: el pasado verano, AfD consiguió su primer cargo público a través deunas elecciones. Fue en el distrito de Sonneberg, en el sur del estado federado de Turingia. AfD está precisamente liderada allí por Björn Höcke. AfD ganó la segunda vuelta de los comicios para elegir al administrador del distrito a pesar de que el resto de partidos había pedido el voto para el otro candidato, de la CDU. Días después, el partido ultraderechista también ganó la alcaldía de un pequeño pueblo de Raguhn-Jeßnitz, en el estado de Sajonia-Anhalt, también en Alemania oriental. Estos éxitos electorales a nivel local ayudan a normalizar aún más a un partido que cada vez más gente observa como "normal" y votable, como demuestran las proyecciones demoscópicas. 


Las (posibles) consecuencias 

La actual fortaleza de AfD abre, por tanto, un nuevo escenario en Alemania de consecuencias todavía inciertas. La primera consecuencia más clara es la fundación del partido Alianza Sarah Wagenknecht. La exparlamentaria de Die Linke lanzó recientemente su formación, que llevaba meses haciéndose esperar. Con un discurso de izquierda en lo económico y conservador en cuestiones identitarias o migratorias – “Por el sentido común y la justicia” es su lema –, el lanzamiento del partido de Wagenknecht se ha visto acelerado por el auge electoral de AfD. El partido nace, entre otros objetivos, con la vocación de robar votantes a AfD entre los electores decepcionados con los partidos tradicionales que votan a los ultras no tanto desde la convicción ideológica sino como señal de hartazgo. 

Esta nueva fragmentación del tablero electoral augura, además, una aún mayor dificultad para formar coaliciones de Gobierno en Alemania. El actual tripartito gobernante no es más que el producto de un panorama político fragmentado con seis partidos a nivel federal en el que todas las formaciones se niegan a pactar con la ultraderecha de AfD a nivel federal y regional. Este “muro de contención” frente a la ultraderecha tiene, sin embargo, brechas que amenazan con abrirse cada vez más si AfD se mantiene en el 20% de intención de voto o incluso sigue avanzando. 

La pregunta a estas alturas no es si la CDU colaborará políticamente con AfD, sino por qué no debería hacerlo. La llamada crisis de Turingia en 2019 – en la que la CDU y AfD votaron conjuntamente por un candidato minoritario del FDP como alternativa a un Gobierno regional liderado por Die Linke – fue sólo el primer aviso de que el “cordón sanitario” difícilmente aguantará si los actuales niveles de intención de voto a AfD se consolidan a largo plazo en Alemania.

Análisis publicado por Esglobal.org.

lunes, 9 de octubre de 2023

¿Apoyó Alemania el golpe contra Allende?

Marzo de 2019. Un grupo de periodistas de investigación alemanes llega a Santiago de Chile para consultar el Archivo Nacional del país sudamericano. Poco antes, habían sido liberados miles de documentos sobre la dictadura chilena y también sobre el rol de Colonia Dignidad, una secta alemana colaboracionista con el pinochetismo.

Los periodistas, del canal público MDR, sabían que el Archivo Nacional chileno contenía cientos de miles de fichas y documentos de la secta alemana, así como del archivo personal de Paul Schäfer, su líder. Schäfer había sido un colaboracionista con la dictadura chilena y Colonia Dignidad, un lugar en que se torturó y ejecutó a detenidos por el régimen de Pinochet tras el golpe de Estado contra el Gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre 1973. 

Como confirma Christian Bergmann, uno de los periodistas alemanes que accedieron a los documentos, Schäfer era muy desconfiado y ordenó registrar todas las comunicaciones que salían y entraban de Colonia Dignidad, lo que permite ahora “tener acceso a acuerdos casi secretos”. El historiador y experto en la secta alemana, Jan Stehle, considera que el archivo de Colonia Dignidad es "el mayor archivo sobre la represión en Chile que hasta ahora se ha encontrado en Chile”.

El archivo de Colonia Dignidad confirma el ya sabido colaboracionismo de la secta con los golpistas y la dictadura chilena. Pero los periodistas alemanes encontraron algo más: indicios de que el Bundesnachrichtendienst - BND por sus siglas en alemán, es decir, los servicios secretos de la República Federal – pudo haber enviado armas a Colonia Dignidad como parte de los preparativos para el golpe contra Allende, como publicaron en un reportaje días antes del 50 aniversario del golpe de Estado contra Allende.

Los periodistas de MDR encontraron referencias a la presunta implicación de órganos estatales de la República Federal alemana, que podrían haber usado sus contactos con un traficante de armas para hacer llegar armamento a Colonia Dignidad antes del golpe de Estado de Pinochet.  Lo encontrado hasta ahora en el Archivo Nacional de Chile no demuestra de forma concluyente que el BND estuviera implicado en la entrega de armas para los golpistas. Sí abre, sin embargo, una nueva puerta de investigación sobre las conexiones entre Colonia Dignidad, la dictadura pinochetista y los servicios secretos alemanes.

“La pregunta que abre ese reportaje es cuánto sabía el BND de esto. El periodista del reportaje llamó al armamentista al que Colonia Dignidad encargó un envío de armas y este armamentista contestó que él no podía hablar del asunto antes de que el BND le diera permiso para ello”, dice el historiado Jan Stehle. "Eso, creyendo a ese personaje, significaría que el BND estaba al tanto de estos envíos. Y yo pienso que esto es perfectamente posible, pero no lo podemos confirmar como investigadores hasta que tengamos acceso a la documentación del BND que aún está clasificada.”


¿Qué es y cómo funciona el BND?

Oficialmente, el Bundesnachrichtendienst fue fundado en 1956. El origen de los actuales servicios secretos alemanes se remonta, no obstante, a 1945, poco después de la derrota militar de la Alemania nazi. Un grupo de oficiales del ejército alemán ofreció entonces sus servicios a la inteligencia militar estadounidense que ocupaba una parte de la Alemania dividida. La influencia de los servicios secretos de Estados Unidos en la inteligencia de la República Federal es, por tanto, evidente. 

El BND es actualmente uno de los tres servicios de inteligencia con los que cuenta Alemania. Dependiente directamente del Gobierno federal, la misión del BND es obtener información militar, económica, técnica y política más allá de las fronteras de la República federal. Con 6.500 empleados, es el servicio de inteligencia con más recursos del país.

Oficialmente, el BND está sujeto al control de comisiones parlamentarias, una comisión independiente, al control del Comisionado Federal para la protección de datos y libertad de información, al del Tribunal de Cuentas y a la cancillería federal. Sin embargo, es sabido que los servicios secretos tienen cierta autonomía y métodos para actuar al límite de la ley y - a veces - incluso fuera de ella, como demuestran por ejemplo las escuchas de la NSA estadounidense a Angela Merkel cuando todavía era canciller alemana. En el caso del golpe en Chile, ¿podría haber actuado el BND a espaldas del entonces gobierno del canciller socialdemócrata Willy Brandt?

“Los servicios secretos tienen un cierto espacio libre, eso es muy claro, pero son instrumentos de un gobierno, dependen del gobierno” opina el historiado Holger Meding. "En Alemania, dependen y dependían de la cancillería, no son una institución completamente libre, aunque tengan espacio libre. En el caso de un golpe de Estado o de un suministro de armas, es muy difícil actuar con sin el consentimiento de un gobierno”, dice Meding, que conoce bien al BND. Forma parte de la llamada comisión independiente de historiados del BND, que tuvo acceso a los archivos de los servicios secretos 
y publicamos el libro Die Auslandsaufklärung des BND. Operation, Analysen, Nertwerke. 

El contexto histórico

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la fundación del BND, los nuevos servicios secretos comenzaron a establecer redes en todo el mundo, también en Latinoamérica. El contexto político en esa región estaba marcado por la Guerra Fría y la influencia de los dos grandes bloques: el soviético, por una parte, y el occidental con Estados Unidos a la cabeza, por otra. En este último estaba encuadrada la República Federal de Alemania. 

El anticomunismo fue entonces la principal base de las actividades del BND en América Latina, como demuestran numerosos estudios históricos. Y dentro de ese anticomunismo, los servicios secretos de Alemania occidental no dudaron en contar con la colaboración de antiguos criminales de guerra nazis. “Muchos de los agentes del BND tenían un pasado nazi, como miembro de partido, como miembro del servicio secreto durante la Segunda Guerra Mundial, como miembro del aparato represivo del Tercer Reich. Este pasado es muy bien conocido”, apunta el profesor Meding.

Los antiguos nazis, colaboradores del BND, tuvieron una evidente afinidad ideológica con dictaduras militares latinoamericanas, como la de Pinochet en Chile. Alguno de ellos, como por ejemplo Walter Rauff, incluso tuvo contacto y colaboración directa con el dictador chileno. Medios alemanes describen a Rauff como “el padrino alemán” de Pinochet. Rauff fue dirigente de las SS y responsable directo del Holocausto y los crímenes del nacionalsocialismo.


El archivo del BND

El antes mencionado libro sobre el BND, coescrito por el historiado Holger Meding, tiene casi mil páginas. Es el primero y hasta ahora único estudio sistemático sobre las actividades del BND basado en los archivos del mismo servicio secreto. El BND decidió encargárselo a una comisión de historiadores que pudieron consultar los archivos del BND, pero sólo hasta el año 1968. 

Sin embargo, y como reconoce el propio profesor Meding, los historiados no pudieron publicar toda la información consultada. “Nosotros teníamos pleno acceso a todos los documentos, pero no tuvimos la posibilidad de publicar todo. Hubo una censura final y yo he sufrido mucho de esta censura. Me han quitado un capítulo entero y muchas informaciones que no puedo ahora divulgar”, reconoce el historiador.

La parte dedicada a Latinoamérica incluye capítulos sobre las actividades del BND en Argentina, Guatemala, Cuba, Venezuela o Brasil, pero ninguno sobre Chile, a pesar de la evidente actividad del servicio secreto en el país sudamericano antes y después del golpe de Estado contra el Gobierno de Allende. Esa ausencia llama poderosamente la atención. El acceso a los archivos del BND posteriores a 1968 será clave - si es que se acaba permitiendo - para poder contrastar la información recientemente encontrada por el canal público alemán MDR en el Archivo Nacional de Chile.

El problema reside en el marco legal actualmente existente en la República Federal: la ley permite al BND censurar qué parte de sus archivos puede ser publicada si esto sirve oficialmente para proteger fuentes de información o métodos de espionaje usados por el servicio secreto. "El estudio de Holger Meding muestra, sin embargo, que el único secreto de Estado entre comillas que querían proteger era el hecho de que estaban compinchados con criminales de guerra nazis”, responde Stenfa Rinke, historiador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Berlín.

La intransparencia sobre archivos relacionados con el papel jugado por los servicios secretos alemanes en la década de los 70 en los países latinoamericanos que fueron víctimas de dictaduras militares genera aún más preguntas y dudas. La pelota está en el tejado de la cancillería federal alemana.



viernes, 4 de agosto de 2023

La ultraderecha gana poder en Alemania

Alternativa para Alemania (AfD) nació para vivir del miedo. Prácticamente desde su fundación en 2013, el partido se ha servido de diferentes crisis para crecer y establecer su marco discursivo a través de la llamada "provocación estratégica": generar escándalo con salidas de tono respecto a consensos como la memoria histórica sobre el nazismo y el holocausto, la defensa de los Derechos Humanos y de minorías sociales, así como la contención del nacionalismo alemán o - ya más recientemente - la necesidad de combatir la crisis climática.

Desde que sigo a AfD como fenómeno social y político - prácticamente desde su fundación-, Alemania, Europa y el mundo han atravesado diversas crisis: la llamada crisis financiera de 2008 y la resultante gran recesión global, la posterior crisis de deuda y del euro, la "crisis de los refugiados" de 2015 y, ya más recientemente, el coronavirus y la guerra en Ucrania, con su correspondiente inflación y el coqueteo de Rusia y la OTAN con la Tercera Guerra Mundial. Una de las grandes preocupaciones de los analistas que observan AfD es intentar preveer qué los podría llevar hasta las puertas del poder, como ya ha ocurrido en otros países europeos con otros partidos ultraderechistas. 

Sin duda, ahora nos encontramos ante el momendo de mayor auge del partido ultraderechista alemán más exitoso de la historia de la República Federal y, si nos ponemos algo más catástrofistas, desde la llegada al poder del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, es decir, el partido nazi) en los años 30 del siglo pasado. AfD apunta a convertirse en segunda fuerza electoral en Alemania según todas las encuestas de intención de voto publicadas durante las últimas semanas:


La pregunta es: ¿si Alemania, Europa y el mundo han atravesado tantas crisis en las dos últimas décadas, por qué precisamente ahora consigue AfD sus mejores porcentajes de intención de voto, diez años después de su fundación? La respuesta parece ser que, en esta ocasión, todas las crisis llegan al mismo tiempo: inflación, crisis energética, desgaste de la clase media, miedo al descenso social y al futuro ante los cantos belicistas que llegan desde los principales centros militares del planeta, una crisis climática que se hace cada vez más presente en cada vez más rincones del planeta, todo ello sumado a un descrédito creciente de los partidos tradicionales y también del propio sistema democrático, como demuestran recientes estudios de opinión en Alemania.

Sebastian Friedrich es, con diferencia, el politólogo y analista alemán - que yo haya entrevistado y leído - que mejor ha sabido diagnosticar el éxito de AfD. Por eso he acudido a él para entender cuáles son los principales factores que confluyen en la actual coyuntura y que están aupando a AfD en las encuestas electorales. En este artículo publicado recientemente, Friedrich desgrana los que considera las principales causas de ese auge:


- Decepción con la 'Coalición Semáforo': la actual coalición gobernante en Alemania, conformada por los socialdemócratas del SPD, los ecoliberales de Los Verdes y los liberal-conservadores del FDP, llegó al Gobierno federal en diciembre de 2021 con el objetivo de transformar el país tras el fin de la 'era Merkel'. Meses después comenzó la invasión rusa de Ucrania con sus consecuencias correspondientes. Desde entonces, la valoración del Gobierno alemán no ha hecho más que descender. En la última proyección demoscópica de la televisión pública alemana, sólo el 20% de la población se mostraba "contenta" con el trabajo del tripartito. Ello, sin duda, ha alimentado a la ultraderecha de AfD, considerada ya por muchas personas como la única oposición verdadera al 'establishment'.

- Miedo a la guerra, la recesión y la inflación: Alemania es un país esencialmente conservador y amante de las certezas. Es díficil encontrar una sociedad en el mundo en la que la palabra "seguridad" tenga tanto peso. Y en el mundo actual, las certezas no abundan. Tras una pandemia y una nueva guerra en suelo europeo, la población alemana ve como su modelo, durante décadas alabado fuera y dentro de la potencia económica europea, renquea. El gas ruso ya no llega, el país está a las puertas de la recesión, la inflación de alimentos y combustible se mantiene alta, la migración se convierte en un elemento fundamental para el futuro de un país con una grave crisis demográfica. Son muchos cambios estructurales de golpe para una sociedad tan conservadora como la alemana.

- Respuesta nacionalista y reaccionaria a la crisis social: ese torrente de incertezas está alimentando la narrativa de la ultraderecha y su respuesta reaccionaria a la(s) crisis. Sin duda hay un voto xenófobo y ultranacionalista estructural en AfD, pero díficilmente sirve para explicar el actual auge de un partido que sería segunda fuerza si hoy se votase en Alemania. La incertidumbre y el miedo respecto al futuro empujan esa respuesta nacionalista y reaccionaria ofrecida por AfD, con un cierre de fronteras y un proteccionismo económico que más que solucionar los problemas de Alemania, los agravaría. Pero el voto de AfD no parece responder una decisión racional, sino más bien visceral generada por el miedo.

- Instrumentalización de la "paz": cuesta encontrar en Alemania la palabra "paz" en los discursos políticos predominantes respecto a la situación en Ucrania. En prácticamente todo el arco parlamentario - con la excepción de partes de Die Linke - cunde el consenso sobre la actual estrategia occidental respecto a la guerra en Ucrania: es decir, envío de armas para el ejército ucraniano y sanciones contra la economía rusa. AfD es el único partido que se ha desmarcado por completo de ese consenso. Independientemente de si lo hace de manera oportunista o desde el convencimiento, la ultraderecha alemana es el único partido que apuesta por dejar de armar a Ucrania y establecer negociaciones con el Kremlin. La cercanía de AfD con Putin - el hombre fuerte y ultraconservador del Este - y su partido seguro juegan un papel relevante en esa estrategia, que está seduciendo a una parte importante del electorado alemán. 

- Normalización: como en el resto de Europa, en Alemania también está habiendo una cierta normalización de AfD, que ya lleva dos legislaturas dentro del Bundestag. Sus mensajes contra minorías, que antes generaban escándalo, van calando en la discusión pública y ya no provocan como antes. Ello no significa que su mensaje esté menos cargado de odio que hace años, sino que el partido ha conseguido normalizar determinadas posturas. La gestión de peticionarios de asilo, con propuestas cada vez más restrictivas desde partidos considerados de centro y desde la Comisión Europea, es buen ejemplo de ello. A ello hay que sumar que partes de la CDU, incluida su dirección, se abren cada vez más claramente a una cooperación directa o indirecta con los ultras. El llamado "muro de contención" establecido frente a AfD por el el resto de fuerzas políticas alemanas cada vez tiene más grietas.

- Cierre de filas de AfD: Alternativa para Alemania ha sido un partido marcado prácticamente desde su fundación por las luchas internas. Nacido como formación euroescéptica y nacionalista ha evolucionado hacia un partido ultraderechista, cuya fracción más radical - liderada por Björn Höcke, un político cercano a posiciones neonazis - es la más poderosa. AfD ha ido dejando un reguero de cadáveres políticos fruto de esas luchas internas por hacerse con el control del aparato. Y el partido ha escenificado en numerosas ocasiones esas divisiones entre la facción nacionalconservadora y la etnonacionalista, lo que los ha penalizado en las urnas. Esa división de puertas afuera es hace tiempo historia. El partido se muestra unido en el espacio público y ya nadie pone en tela de juicio el poder que Höcke tiene de los cuadros de AfD. Höcke no es oficialmente el presidente de AfD, pero quien quiera serlo, deberá contar con su apoyo.

- Éxitos electorales en el Este: recientemente, AfD consiguió su primer cargo público a través de unas elecciones. Fue en el distrito de Sonneberg, en el sur del estado federado de Turingia. AfD está precisamente liderada allí por Björn Höcke. AfD ganó la segunda vuelta de los comicios para elegir al administrador del distrito a pesar de que el resto de partidos había pedido el voto para el otro candidato, de la CDU. Días después, el partido ultraderechista también ganó la alcaldía de un pequeño pueblo de Raguhn-Jeßnitz, en el estado de Sajonia-Anhalt, también en Alemania oriental. Estos éxitos electorales a nivel local ayudan a normalizar aún más a un partido que cada vez más gente observa como "normal" y votable, como demuestran las proyecciones demoscópicas.


La parte oriental del país - la correspondiente a la desaparecida República Democrática Alemana, es decir, la Alemania socialista - es probablemente el espacio donde se aprecia con más claridad la confluencia de todas esas crisis. No por casualidad es Alemania del Este la parte de la República Federal en la que AfD tiene unos mayores porcentajes de intención de voto. El partido apunta a ser primera fuerza en, al menos, tres de los cinco estados federados oriantales. Mi reciente visita al distrito de Sonneberg es muestra de ello:




La elección de Sonneberg es sólo la última advertencia de que algo se ha roto en el consenso de  postguerra en importantes partes de la sociedad de Alemania. La ultraderecha de AfD comienza a ganar poder y su normalización es un hecho. Ahora más que nunca es hora de entender por qué cada vez más personas eligen una opción que fomenta el odio contra el diferente y que recuerda demasiado a los años más negros de las historia moderna de Alemania.


miércoles, 1 de marzo de 2023

Alemania en el mundo tras la "Zeitenwende"

El inicio de la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un cambio de paradigma en las relaciones internacionales. Las predicciones de los analistas apuntan desde a una reedición de la Guerra Fría hasta al nacimiento de un tablero global fragmentado en diversos bloques que acabe con la globalización liderada por Occidente tras la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética. 

Alemania, una potencia económica de primer nivel y política de peso medio, intenta resituarse en ese nuevo contexto internacional. Tres días después del inicio de la invasión rusa, con solemnidad y ante el Bundestag, el canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, calificó ese momento de impasse con la palabra “Zeitenwende” – traducido al castellano, algo así como “periodo de transición” –. Curiosamente – o no tanto –, la palabra “Wende” también se utiliza popularmente en Alemania para calificar la transición iniciada con la caída del Muro de Berlín en 1989 y culminada con la reunificación del país en 1990. La primera economía de la Unión Europea se encuentra sumida, por tanto, en un momento de redefinición de su papel en el mundo. 

Haciendo retrospectiva de los últimos doce meses, la frenética sucesión de acontecimientos en plano internacional ha dejado al menos cuatro grandes transformaciones en la política exterior alemana: la decisión de enviar armamento a un país en guerra en contra de la tradición del país tras la Segunda Guerra Mundial; el refuerzo de las relaciones transatlánticas y de la OTAN como principal instrumento de Defensa para Alemania; la ruptura económica con Rusia y el consecuente fin de la dependencia energética por las importaciones fósiles del Kremlin; y la pérdida de peso en el tablero internacional y, especialmente, dentro de la Unión Europea, cuyo eje gira actualmente hacia el flanco oriental del bloque en una lógica de rearme frente a Rusia. 


1. Nueva doctrina militar y armamentística: 

Tras la traumática experiencia del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la República Federal apostó por intentar evitar el envío de armamento a regiones en guerra o de crisis como compromiso a no alimentar conflictos armados más allá de sus fronteras. Para implementar esa decisión histórica, y tratándose de uno de los principales países productores y exportadores de armas del mundo, Alemania cuenta con la llamada “cláusula de permanencia final” (Enverbleibsklausel, en alemán) que establece una autorización obligatoria de Berlín en caso de que un comprador de armas alemanas quiera revender o ceder el armamento a terceros países. 

Esa política de exportación limitada de armas no siempre ha funcionado, como demuestra el caso de los fusiles de asalto G36 del fabricante alemán Heckler & Koch que sirvieron para violar derechos humanos y asesinar a estudiantes en México. La venta de armas a Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo Pérsico, que participan en guerras fuera de sus fronteras como la de Yemen, también ha motivado críticas dentro y fuera de Alemania. 

El inicio de la invasión rusa de Ucrania supone, no obstante, un salto cualitativo en la doctrina militar y armamentística del Gobierno federal: poco después de que las tropas rusas cruzasen las fronteras ucranianas, Scholz anunció la intención de su Gobierno de invertir 100.000 millones de euros en el ejército alemán en lo que será el mayor rearme de la historia de la República Federal. 

Esa ingente inversión busca volver a colocar a Alemania entre unos de los países que más gaste en Defensa dentro de la OTAN tras décadas de austeridad en sus propias fuerzas armadas. Esa contención presupuestaria en Defensa también tiene el telón de fondo histórico de que el militarismo no haya tenido buen cartel electoral en Alemania ya desde antes del fin de la Guerra Fría. 

La implementación de ese presupuesto extraordinario no va a ser, sin embargo, tarea fácil. La dimisión el pasado diciembre de la ministra alemana de Defensa, la socialdemócrata Christine Lambrecht, así lo apunta. El también socialdemócrata Boris Pistorius – exministro de Interior del Estado federado de Baja Sajonia – asumió una cartera históricamente muy complicada en la República Federal. De momento, Pistorius parece estar en disposición de llevar adelante la reforma de la Bundeswehr. De puertas para fuera, muestra un alineamiento cerrado con la precavida postura de Scholz. El canciller ha expresado en diversas ocasiones su temor a que la actual situación desemboque en un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia y, por consiguiente, en la Tercera Guerra Mundial. 


2. Reforzamiento de la dependencia trasatlántica: 

Pese a ciertas resistencias, el Gobierno alemán ha mantenido un dubitativo pero constante suministro de armas al ejército ucraniano en coordinación con EE.UU. y con el resto de países de la OTAN. En este apartado, Scholz ha sido especialmente cuidadoso. Como han reconstruido diversos medios alemanes, como los semanarios Der Spiegel y Die Zeit, la condición que puso Scholz para dar luz verde al envío a Ucrania de tanques de producción alemana Leopard 2 fue que Washington hiciera lo propio con sus tanques de combate Abrams. 

Ante la ya complicada imagen de ver de nuevos tanques alemanes combatiendo en Ucrania – la última vez fue durante la Segunda Guerra Mundial por orden de los nazis –, el Gobierno de Scholz quiere evitar a toda costa que el envío de armas pesadas alemanas al frente ucraniano sea interpretado como una decisión en solitario y por riesgo propio. Ese temor demuestra la dependencia que Alemania sigue teniendo de la OTAN – con EE. UU. al frente – y que muy probablemente se profundizará ya desechado el sueño de algunos líderes europeos de establecer una “autonomía estratégica” que hiciera a la Alianza Atlántica algún día prescindible en el seno de la Unión Europea. 

Las voces que apuestan por un reforzamiento de la OTAN y de una mayor aportación de Alemania a la Alianza Atlántica se han hecho aún más fuertes en el debate público del país durante los últimos doce meses. Más allá de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) y de algunas voces dentro de la alianza de poscomunistas y exsocialdemócratas de Die Linke que niegan la necesidad de continuar dentro del bloqueo militar, en el parlamento alemán predomina el consenso sobre que el futuro de Alemania está dentro de la OTAN. 

Esa posición es compartida por los cuatros grandes partidos históricos de la República federal: conservadores de la CDU-CSU, socialdemócratas del SPD, liberales del FDP y ecoliberales de Los Verdes. Ni siquiera entre los verdes, cuyas raíces descansan en el antimilitarismo de la década de los 80, hay voces de peso que pongan en duda el papel de la OTAN en la seguridad de Alemania. La actual ministra de Exteriores alemana, la co-vicepresidenta verde Annalena Baerbock, es, de hecho, una de las voces más pro-atlantistas y agresivas frente a Rusia de la actual política federal alemana. 


3. Adiós definitivo al gas ruso: 

Antes del 24 de febrero de 2022, Alemania importaba de Rusia la mitad del gas que consumían su industria y sus hogares. Hoy ese gas ya ha desaparecido del mercado energético alemán. A ello han contribuido las sanciones impuestas por Occidente a la economía rusa, la decidida decisión estratégica del Gobierno tripartito alemán – SPD, Verdes y liberales – de poner fin a las importaciones fósiles de Rusia y también el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que unían la Federación Rusa con la República Federal. 

Esa dependencia energética no es precisamente una cuestión reciente: las importaciones de gas y petróleo de Rusia a la República Federal se iniciaron a finales de la Guerra Fría. Era la consumación del principio político “Wandel durch Handel” (“Cambio a través del comercio”), establecido con la Ostpolitik del canciller socialdemócrata Willy Brandt a finales de los sesenta. La normalización de las relaciones comerciales y económicas debía llevar a cambios políticos en el mundo bipolar establecido por la Guerra Fría y acabar desembocando en la reunificación alemana, como acabó ocurriendo en 1990.

La nueva política agresiva del Gobierno de Vladimir Putin en la histórica área de influencia soviética y el fin de la compra de hidrocarburos a Rusia – la principal relación económica entre ambos países – ha dado al traste con el principio político del “Wandel durch Handel”, lo que además ha dejado en mal lugar a no pocas figuras socialdemócratas alemanas, siendo el excanciller Gerhard Schröder – amigo íntimo de Putin que se enriqueció gracias a su presencia en la dirección de varias empresas energéticas rusas – el gran ejemplo. 

El fin de la llegada del gas ruso no ha acabado dando lugar a los peores augurios proyectados el pasado año: es decir, un colapso económico a causa del cierre de la principal fuente de energía que alimentaba los procesos productivos de la industria alemana. A ello han contribuido un invierno relativamente suave, el ahorro en el consumo y también la importación de gas de Noruega y de gas licuado de EE.UU. y de otros países proveedores como Qatar. Ese gas licuado es, sin embargo, notablemente más caro que el gas que llegaba por los gasoductos procedentes de Rusia, lo que está encareciendo la producción industrial, reduciendo la competitividad alemana y contribuyendo a mantener elevada una inflación que cerró 2022 por encima del 8 por ciento en la primera economía de la UE. 

Alemania ha conseguido eliminar a marchas forzadas su dependencia energética de Rusia, pero su economía – renqueante ya antes del inicio de la invasión – mantiene el reto de reconvertirse sin perder la competitividad a la que contribuía el acceso barato al gas ruso. El Gobierno alemán mantiene, de momento, su objetivo de convertirse en la primera potencia industrial del mundo que convierta las fuentes de energía renovables en la columna vertebral de su matriz energética. 


4. Pérdida de peso geoestratégico: 

El último viaje a Europa del presidente de Estados Unidos no lo llevó a Berlín. Tras visitar por sorpresa al presidente ucraniano Volodimir Zelenski en Kiev, Joe Biden pasó por Varsovia en una señal del peso que ha ganado Polonia en la relación trasatlántica entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con una política exterior comunitaria que sigue careciendo de una postura común en muchas cuestiones – como la Defensa o la política migratoria, por poner sólo dos ejemplos –, la Polonia gobernada por el partido ultranacionalista y ultraconservador PiS toma cada vez más relevancia en detrimento del liderazgo histórico del eje París-Berlín en la UE. 

“¿No tiene usted la sensación de que Alemania, el socio tradicionalmente más importante de EE. UU. en Europa en cuestiones como la cooperación militar, está perdiendo poco a poco cada vez más peso?”, le preguntó recientemente un periodista de la redacción polaca del canal alemán internacional Deutsche Welle a Michael Roth, diputado federal socialdemócrata y presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Bundestag

La respuesta de Roth rechazó cualquier tipo de “envidia” de Berlín respecto a Varsovia y realzó la reciente capacidad del canciller Scholz de convencer a Washington para que enviase tanques Abrams al frente ucraniano. Este último movimiento fue, curiosamente, interpretado en el extranjero como un síntoma de la debilidad y la dependencia del Gobierno alemán respecto al “hermano mayor americano”. 


Análisis publicado por el portal EsGlobal.org.

lunes, 16 de enero de 2023

La paradoja alemana


Es una crisis largamente anunciada, pero que comienza a notarse en cada vez más sectores del mercado laboral de Alemania. Si hace 10 años eran sobre todo las llamadas profesiones MINT – matemáticos, informáticos y científicos – las que sufrían la falta de mano de obra, cada vez es más habitual que guarderías, hospitales o las propias fuerzas de seguridad alemanas reconozcan serios problemas para cubrir los puestos vacantes. 

“Postúlate. Hablar alemán de manera fluida es indispensable”, anima a la audiencia un anuncio de la policía de Berlín difundido por redes sociales y diferentes plataformas de streaming de audio. La policía berlinesa hace tiempo que apuesta por las nuevas tecnologías y el lenguaje de los canales digitales para reclutar agentes entre las generaciones más jóvenes. El cuerpo policial de la capital alemana tiene cada vez más empleados con diferentes colores de piel, reflejo de la diversidad de la ciudad. 

Pero Berlín está lejos de ser representativo del resto de Alemania. La capital federal, con su dinámica economía y su amplia oferta cultural, es un polo de atracción para jóvenes de decenas de países tanto de Europa como de otros continentes. Mientras Berlín gana población, la mayoría de regiones de Alemania envejece a causa de una tasa de natalidad anual que a duras penas supera los 1,5 niños por mujer. 

La crisis de natalidad comenzó en Alemania occidental ya a inicios de la década de los 70. La República Federal dejó entonces atrás los años del llamado baby boom de postguerra – desde 1945 hasta finales de los 60 –, cuando la natalidad llegó a superar los 2,5 niños por mujer. La desaparecida República Democrática Alemana –socialista y oriental – también se sumió en esa crisis tras el hundimiento de la Unión Soviética y la reunificación alemana en 1990. La tasa de natalidad de los territorios orientales llegó a tocar fondo en 1993 con menos de un niño por mujer en una sociedad que prefería no traer descendencia al mundo ante la incertidumbre económica y vital a la que se enfrentaba por la desaparición del socialismo real. 

Tras la reunificación, la tasa de natalidad de las dos Alemanias fue emparejándose paulatinamente hasta rondar los 1,5 niños por mujeres durante la última década. A pesar de las ayudas públicas que intentan fomentar la maternidad y la paternidad, la tasa se mantiene estable y sin visos de que vaya a crecer notablemente a corto y medio plazo. La cifra es, a todas luces, insuficiente para hacer frente al “cambio demográfico” – como han bautizado el fenómeno algunos expertos –. La potencia industrial de Alemania se asoma así al abismo de una crisis demográfica que pone en jaque su modelo económico y su estado del bienestar.

      

Proyecciones 

El 2023 comenzó con una buena noticia para Alemania: la llamada locomotora económica europea cerró el pasado año con más de 45 millones de personas con empleo, cifra récord desde 1990, según anunció la Oficina Federal Estadística (Destatis). La noticia tiene, sin embargo, letra pequeña: esas buenas cifras se deben en buena medida a la inmigración que consiguió integrarse en el mercado laboral. Y hace tiempo que economistas y demógrafos advierten que el flujo migratorio que recibe Alemania es insuficiente para equilibrar la próxima jubilación de los últimos baby boomers que todavía trabajan. 

Destatis calcula que el mercado laboral alemán perderá hasta 2035 entre 1,6 y casi cinco millones de trabajadores en comparación con la actualidad. Las proyecciones que hace el Instituto para la Investigación del Empleo – IAB en sus siglas en alemán, dependiente de la Agencia Federal de Empleo – son todavía más pesimistas: el potencial de personas en edad activa a disposición de las empresas podría caer más de siete millones hasta 2035. Esa pérdida podría rozar los 9 millones en 2060. El IAB condiciona esa evolución a un factor fundamental: la llegada de extranjeros, el único recurso con el que Alemania puede combatir a corto y medio plazo los efectos de la crisis demográfica. 

Un estudio publicado en 2021 por el IAB dibuja cuatro escenarios: el primero plantea un país sin inmigración adicional, lo que supondría una pérdida de más de siete millones de personas en edad laboral y dejaría un mercado laboral con poco más de 31 millones de personas en 2060; el segundo plantea un país sin inmigración adicional, pero con la activación de mano de obra ya existente, lo supondría una pérdida de casi 4,5 millones de personas en edad laboral hasta 2035 y un mercado laboral con menos de 35 millones de personas en 2060; el tercer escenario dibuja una Alemania con una inmigración anual neta de 100.000 personas, lo que dejaría una población activa de unos 44 millones de personas en 2035 y un mercado laboral con una población activa de menos de 40 millones en 2060; el cuarto y último escenario proyecta una inmigración anual neta de 400.000 personas, que aumentaría la mano de obra disponible hasta los 47 millones de trabajadores potenciales en 2035 y dejaría un mercado laboral con casi 48 millones de personas disponibles en 2060. 

En resumen, la actual evolución demográfica de Alemania, sin una migración neta positiva y constante de al menos 100.000 personas al año, proyecta a una potencia industrial con un mercado laboral con menos de 35 millones de personas disponibles en 2060 – es decir 10 millones menos que la población activa con la que cerró Alemania 2022 – y en tendencia claramente descendente. 

“Sí, sin duda necesitamos inmigración adicional, aunque yo no confiaría únicamente en ella. Por un lado, intentaría que la gente que ya está aquí se quede – porque la tasa de emigración entre los extranjeros es considerablemente superior a la de los alemanes – y, por otro, animaría a la gente ya trabaja a que lo haga más tiempo”, dice Doris Sönlein, analista de IAB. “Por ejemplo, hay mujeres que trabajan a tiempo parcial, como yo misma, a las que tal vez les gustaría hacerlo más horas. También hay gente que quiere seguir trabajando en lugar de jubilarse”, añade. 


¿País de migración? 

La crisis demográfica de Alemania no sólo amenaza al mercado laboral. Menos gente cotizando supone también un impacto directo en el sistema de pensiones – que funciona bajo el principio de solidaridad intergeneracional: la población activa paga la jubilación de las personas mayores –, menos ingresos en forma de impuestos para el Estado, una probable disminución de la competitividad de Alemania como potencia industrial e incluso una pérdida del peso geoestratégico en el tablero internacional. 

Y a pesar de que Alemania necesita objetivamente más extranjeros – y de que las primeras oleadas migratorias ya llegaron en las décadas de los 50 y 60 desde Turquía, España o Italia –, el país sigue anclado en un debate sobre si es un país de migración o no. El último episodio de esa sempiterna discusión es la polémica generada por los disturbios registrados en diferentes ciudades del país el pasado Año Nuevo. Políticos y medios, predominantemente de centroderecha y ultraderecha, quisieron ver en la migración y la fallida integración de extranjeros – especialmente de origen árabe y musulmán – la razón principal de los disturbios, sin estadísticas concluyentes al respecto. El fácil acceso a potente pirotecnia o la exclusión social que sufren barrios conflictivos quedaron en segundo plano. 

Scharjil Ahmad Khalid en la mezquita
en la que ejerce como imam. 
© A.Jerez
“A las seis de la mañana, cuando la mayoría de la gente aún estaba con resaca de la noche de Año Nuevo, nosotros ya estábamos despiertos, rezamos y luego nos fuimos a limpiar y retirar basura en las calles de 280 comunidades de todo el país. Eso es nuestro compromiso con Alemania”, explica Scharjil Ahmad Khalid, imam de la comunidad musulmana Ahmadi, rama heterodoxa y reformista del islam con raíces en Pakistán, donde están perseguidos. 

Scharjil nació en 1994 en el estado federado de Hesse, en el oeste de Alemania. Sus padres llegaron desde Paquistán en la década de los 80 huyendo de la persecución. Tras completar la educación secundaria, estudio teología islámica y se convirtió en imam de su comunidad en Berlín. Habla un alemán sin acento extranjero y lleno de cultismos, tiene pasaporte alemán y un trabajo estable, pagas sus impuestos, es padre de un hijo y se declara patriota alemán, así como lo hace toda la comunidad Ahamadi, cuyos folletos incluyen los colores de la bandera nacional de la República Federal. Se puede decir, por tanto, que Scharjil es un ejemplo de integración. Pero incluso así, se enfrenta a discursos que lo excluyen de la ciudadanía en un país en el que ciertos sectores siguen diferenciando entre “ser alemán” y “tener pasaporte alemán” desde una perspectiva etnicista. 

“Lo triste es que también hay inmigrantes que lo ven así. Por ejemplo, tengo amigos de Polonia y Croacia. Cuando se juega la Copa del Mundo y les digo que la vamos a ganar, ellos responden: ‘¿Qué quieres decir con que la vamos a ganar? Tú tampoco eres alemán’”, explica el imam. “En la escuela esa situación era típica. Y la pregunta clásica cuando dices que eres alemán es: ‘¿Pero de dónde vienes realmente?’ Puedo entender que la gente se dé cuenta de que tengo raíces migratorias, porque así lo dice mi aspecto, pero no entiendo que no se pueda ser alemán por no corresponder con el aspecto típico de alemán, si es que tal cosa existe.” 


Medidas del Gobierno 

El actual Gobierno federal, conformado por socialdemócratas, verdes y liberales, quiere reducir las barreras que impiden que Alemania atraiga más migración y mantener a la mayoría de los extranjeros que están en el país. La primera medida es hacer más fácil el acceso al pasaporte: en el futuro sólo será necesario haber vivido cinco años consecutivos en Alemania, en lugar de ocho. Además, aquellas personas procedentes de fuera de la UE no tendrán que prescindir de su pasaporte original. La segunda medida prevé reducir la burocracia para la homologación de títulos académicos y profesionales extranjeros, otro de los grandes obstáculos que dificultan la integración de inmigrantes en el mercado laboral. 

Algunos políticos de la oposición conservadora acusan al Gobierno de “regalar” la ciudadanía y abrir la puerta a la inmigración masiva. En el caso de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), el discurso llega en algunos casos a la conspiración del “gran remplazo”; es decir, que el Gobierno está remplazando de manera sistemática y voluntaria a la población cristiana y blanca por pueblos no europeos de cultura islámica. Alemania se enfrenta, por tanto, a la paradoja de que una solución a su crisis demográfica se convierta en un asunto con el que una parte del espectro político agita el miedo con fines electoralistas. 

La comunidad de Ahmadi es ejemplo de esa paradoja. Miembros de la comunidad musulmana, con más de dos décadas de residencia en el país, estudios y un perfil demandado en el mercado laboral, pueden recibir una orden de expulsión a Pakistán si así lo decide un juez. Scharjil Ahmad lo resume así. “Desperdiciar tanto talento es una vergüenza para esas personas, pero, sobre toto, una vergüenza para Alemania”.

Reportaje publicad por El Periódico de Catalunya.