domingo, 27 de septiembre de 2009

De las elecciones alemanas al Valle del Jordán

Berlín, Alemania: se confirma la viabilidad de una coalición gubernamental conservadora-liberal entre CDU-CSU y FDP. Por delante nos quedan cuatro años de una alianza que recortará impuestos y prestaciones sociales, que dará un viraje (¿neo?) liberal a la economía germana y mejorará los indicadores macroeconómicos de la locomatora europea. Otra historia será la de las familias y los trabajadores con nombres y apellidos, y problemas financieros.

Cisjordania, Palestina: allí no hay coaliciones ni medidas económicas (neo) liberales porque no hay soberanía ni paz verdadera. Recuerdo cuando comentaba a mis amigos israelíes que pensaba cruzar al otro lado, a Cisjordania. Automáticamente me respondían: "No lo hagas, es muy peligroso". Cuando llegué a Jenín, mi primera estación en Palestina (admito que con cierto respeto), fui recibido por sonrisas, extrema hospitalidad y enorme cariño. ¿Cómo puede ser una sola realidad percibida de manera tan diferente? Será el odio, que ciega...

A continuación os dejo con un reportaje publicado en catalán en el revoltoso Setmanari Directa: el Valle del Jordán, un codiciado y escondido patio trasero de Cisjordania en el que el sistema del apartheid regula la vida de sus habitantes.

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El Valle del Jordán: el olvidado y codiciado patio trasero de Cisjordania

Cualquier persona mínimamente informada sabe de las trabas y dificultades que impone el Ejército israelí a los palestinos residentes en ciudades como Jenín, Ramala o Hebrón, en el norte y oeste de la ocupada Cisjordania: checkpoints, decisiones arbitrarias y humillaciones diarias. Menos conocida es, sin embargo, la situación humanitaria en la parte oriental: la franja del Valle de Jordán fronteriza con Jordania. Prácticamente la totalidad de esa región forma parte de la zona C: es decir, se encuentra bajo estricto control de las IDF (el Ejército israelí, “Israeli Defense Forces”, en sus siglas en inglés) y en ella rige por completo la jurisdicción militar establecida por Israel. En consecuencia, el Ejército israelí hace y deshace allí a sus anchas. Mientras en las calles de Ramala, la capital de facto de Cisjordania, la economía florece lentamente y se puede ver un vivo intercambio comercial, la población del Valle del Jordán se hunde poco a poco en el olvido en el que está sumido el patio trasero de Cisjordania.

Pese a las numerosas críticas internacionales, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, autorizó recientemente la construcción de 455 nuevas viviendas en colonias judías ya establecidas en Cisjordania. Un revés a la aparente próxima reanudación de las negociaciones de paz entre la Autoridad Nacional Palestina e Israel. Veinte de esos nuevos bloques de viviendas serán levantados en el Valle del Jordán, donde actualmente ya viven alrededor de 7.500 colonos repartidos en 36 asentamientos. Y es que el Valle del Jordan es una pieza muy codiciada: pese a ser una zona muy seca, el hecho de ser la mayor depresión del mundo le confiere un microclima propicio para diversos cultivos (no en vano, Israel cuenta con numerosos invernaderos para el cultivo intensivo de frutas y verduras); además buena parte del sureste del valle colinda con el mar muerto, lo que la convierte en una zona con un enorme potencial turístico ya explotado en parte por Israel. Por último, es innegable que el Valle del Jordán es de una importancia estratégica capital para Israel, que usa políticamente los asentamientos para poder mantener una fuerte presencia militar en la zona: el Valle del Jordán funciona así como un magnífico tapón de seguridad para Israel respecto a la vecina Jordania.

Pero el Valle de Jordán es más que una potencial fuente de ingresos y una plataforma de seguridad para Israel: es la tierra en la que viven y malviven más de 50.000 palestinos, entre los que se encuentran un buen número de beduinos seminómadas. Mientras la jurisdicción militar asegura una vida digna para los colonos judíos (que viven atrincherados en sus asentamientos), la población palestina tiene que lidiar con las numerosas prohibiciones de movimiento dentro de su propia tierra por “razones de seguridad”, como siempre alegan las fuentes del Ejército israelí. Uno de los mejores ejemplos es la carretera 90 que cruza de norte a sur los 120 kilómetros del Valle del Jordán: la 90 era la arteria que unía el norte de Cisjordania con Jericó (ciudad enclavada en el corazón del valle del Jordán) y el puente de Allenby, el único paso entre Cisjordania y Jordania. Tras el estallido de la segunda intifada en 2005, el Ejército israelí prohibió la circulación de vehículos con matrícula verde (palestina), a excepción de taxis y autobuses con permiso especial. Ahora es una carretera reservada a coches con matrícula israelí (amarilla).

La circulación de palestinos en el resto del valle del Jordán también está limitada: Israel ha establecido en el valle numerosos puntos de control militar (los conocidos popularmente como “checkpoints”), cuatro de ellos alrededor de Jericó: como informa la ONG B’Tselem, que funciona como centro de información sobre la situación de los Derechos Humanos en los territorios ocupados, en 2005 el Ejército endureció las restricciones para los palestinos que pretendían cruzar esos controles. Aunque la situación en los controles es en actualidad más distendida, en general sólo los palestinos que puedan demostrar que tienen su residencia en el valle tienen permitida la entrada. El resto de palestinos de Cisjordania no tienen permitida la entrada al Valle del Jordán: es igual si tienen tierras que trabajar o familiares que visitar. “Palestinos que sean encontrados en el Valle sin permiso, serán entregados a la policía”, afirma el portavoz del Ejército israelí. Cuesta no comparar este sistema de discriminación sistemática con el apartheid surafricano.

Como apunta el informe de la ONG israelí B’Tselem, “el Valle del Jordán es un territorio anexionado de facto por Israel”. Así las cosas, vivir como palestino en el Valle del Jordán no es nada fácil, y más duro es aún para los beduinos: árabes musulmanes tradicionalmente nómadas que han tenido que asentarse ante la imposibilidad de mantener una vida en movimiento. Por lo general, las condiciones de vida de los beduinos son miserables: sus casas consisten en chabolas hechas de plástico y en algunos casos ni siquiera tienen un techo: duermen a la interperie y construyen pequeños corrales para sus animales. Viven gracias a una economía de subsistencia y autoabastecimiento ante la dificultad de poder vender sus productos en mercados de Cisjordania por la prohibición de movimiento del Ejército israelí. La jurisdicción militar impide además que los palestinos construyan casas e infraestructuras, de nuevo “por cuestiones de seguridad”. De nuevo, la imposición militar provoca una situación kafkiana: los habitantes del Valle de Cisjordania no tienen permitido construir en su propia tierra, mientras el Estado de Israel decide de forma unilateral levantar nuevas edificaciones en los asentamientos judíos.

Con todo, incluso en las situaciones más difíciles nacen movimientos civiles: el movimiento de resistencia no violenta del Valle del Jordán pretende llamar la atención de la situación inaceptable que se vive en esta zona de Cisjordania, al tiempo que busca, siempre desde su posición de movimiento independiente, colaborar con organizaciones internacionales y agencias de cooperación extranjeras para ir mejorando poco a poco las condiciones de vida de los habitantes palestinos de la región. El carismático Fathy Khadarat es uno de los líderes del movimiento. Su discurso, en un sorprendentemente magnífico inglés, es claro: sólo desde la participación de los propios habitantes, con su inclusión en los procesos de desarrollo, se podrá mejorar las condiciones de vida en el valle. Fathy da entender que no sólo la ocupación militar israelí es culpable de la situación en el Valle del Jordán, sino que la propia autoridad y las presuntas ONGs palestinas con sede en Ramala hacen menos de lo que podrían para conseguir la llegada de recursos a este olvidado patio trasero de Cisjordania. Un patio trasero olvidado, pero que será fruta codiciada en las más que seguras próximas negociaciones de paz entre la ANP y el Gobierno israelí.

Merkel, canciller en la sombra

Aprovechando que hoy se celebran elecciones generales en Alemania, y ya que no me dejan votar, aporto un perfil-resumen de Angela Merkel y lo que ha sido su legislatura al frente de la Gran Coalición. Publicado en El Economista, diario con el que hace un par de semanas comencé a colaborar. Si quieres leer el reportaje tal y como fue publicado, clica en este enlace.

A las puertas las elecciones federales alemanas que se celebran el próximo domingo, los medios y analistas políticos del país centroeuropeo dan por segura una cosa: la líder de los democristianos de la CDU, Angela Merkel, revalidará su condición de canciller de Alemania. La pregunta que está en el aire es qué tipo de Gobierno liderará: ¿una coalición de centro-derecha con los liberales del FDP o una reedición de la Gran Coalición con los socialdemócratas del SPD que ha gobernado Alemania durante la última legistaura? Todo dependerá de los resultados de estos tres partidos, y también de la poco probable sorpresa electoral que pueda dar alguna de las otras dos formaciones del arco parlamentario alemán: Los Verdes y La Izquierda (partido nacido en 2007 de la coalición entre un grupo de socialistas descontentos escindido del SPD y los poscomunistas del desaparecido régimen socialista oriental, la República Democrática Alemana).


Según la evolución de los sondeos durante los últimos meses, todo apunta a que su perfil bajo, su recatamiento político y su pragmatismo serán los factores que permitan a Merkel dirigir el rumbo del motor económico europeo durante cuatro años más. A diferencia de otros líderes conservadores de Europa, como Silvio Berlusconi o Nicolas Sarkozy, Angela Merkel siempre se mostrado como una gobernante cautelosa y reservada, poco dada a airear los detalles de su vida personal y que ha ofrecido con cuentagotas entrevistas a la prensa. Precedida de todo un fenómeno del espacio público como el anterior inquilio en la cancillería, el socialdemócrata Gehrard Schröder, Merkel se quiso desmarcar desde un inicio de un uso espectacular de los medios, con alguna que otra excepción, como la del espectacular escote que lució la canciller en la inaguración de la nueva Ópea de Oslo el pasado año y que tanto titulares arrancó en la prensa sensacionalista alemana. Merkel ha apostado por un paso silencioso que parece haberle funcionado para mantener a su partido al frente de las escuestas de intención de voto.

No en vano, y desde que empezaron a publicarse sondeos electorales, la CDU ha mantenido en todo momento una holgada ventaja respecto a su máximo rival y ya ex socio de Gobierno, el SPD. Según el último muestreo publicado por el canal de televisión público ARD el pasado 18 de septiembre, la CDU recibiría el próximo domingo el 35% de los votos, mientras que el SPD, tras arrancar tres puntos a los otros dos partidos considerados de izquierda, se situaría en el 26%. Con todo, hay que apuntar que la evolución de la CDU ha sido descendente, mientras que el SPD ha ido ganado algo de terreno, lo que le ha permitido tomar un poco de aire: a principios de año, la coalición conservadora CDU-CSU estaba en el sondeo referencial de la ARD por encima del 35% en intención de voto, mientras el SPD alcanzaba a duras penas el 26%. En agosto, la diferencia se agrandó: los conservadores alcanzaron los 37 puntos, mientras el SPD se situaba en el 23%, un pronóstico que hizo saltar las alarmas en el seno de los socialdemócratas.

Tras el único debate televisado entre ambos candidatos, el SPD recortó algo de distancia, gracias a la imagen de seguridad y determinación mostrada por Steinmeier. Muchos vieron en Merkel un estilo demasiado suave y conciliador. En el último sondeo del pasado domingo, el resto de formaciones con presencia parlamentaria mantuvo más o menos los resultados que se esperan de ellos: un 14% para los liberales del FDP (que se convertirían así en el partido bisagra para cualquier tipo de coalición con las dos grandes formaciones), un 11% para el partido de La Izquierda y un 10% para Los Verdes, que ya formaron parte del Gobierno federal durante la última legislatura de Schröder entre 2001 y 2005.

No son pocos los que apuntan al perfil bajo y prudente mostrado por Merkel durante los últimos cuatro años como el motivo principal de esta aparentemente segura victoria electoral, de ese mantenido liderazgo en los sondeos. Considerada por muchos como una líder insuficiente para ser canciller antes de las últimas elecciones federales de 2005 y criticada por su falta de carisma político durante sus primeros días en el cargo, Merkel ha ido construyéndose una imagen de gobernante responsable, trabajadora y tenaz tanto dentro como fuera de Alemania, ha ido ganándose la confianza de parte de aquéllos que la consideraban incapaz para gobernar. Merkel sigue siendo una figura gris e incluso aburrida, con muy poco encanto, pero una figura que no parece que pueda dar grandes sorpresas. Un apuesta segura, al fin y al cabo.

La canciller conoce bien a su principal rival, el candidato socialdemócrata, Frank-Walter Steinmeier: ha trabajado con él codo con codo durante los últimos cuatro años, pues él ha sido su ministro de Exteriores. Durante el único cara a cara electoral que ambos candidatos protagonizaron el pasado 13 de septiembre, Merkel y Steinmeier así lo demostraron: más que el típico debate marcado por el estilo agrio y los golpes bajos, Merkel y Steinmeier ofrecieron un debate sosegado, casi un diálogo de dos personas con puntos de vistas diferentes pero que se respetan y se admiran mútuamente. Durante el cara a cara, por momentos extremadamente aburrido, ambos candidatos incluso se lanzaron algún que otro guiño. Más que rivales políticos, Merkel y Steinmeier parecían viejos socios que no cierran la puerta a una posible futura nueva colaboración.

Sin embargo, Merkel lo dejó bien claro: su apuesta es formar una coalición de Gobierno con los liberales del FDP que le permita acabar con la Gran Coalición, considerada por muchos como antinatural. “Creo que mi partido tiene más puntos en común con los liberales que los socialdemócratas”, dijo Merkel. Teniendo en cuenta que el FDP descarta la posibilidad de una “coalición semáforo” (es decir, de liberales, cuyo color electoral es el amarillo, socialdemócratas y verdes), que el SPD se niega coaligar a nivel federal con el partido de La Izquierda (con el que, por ejemplo, gobierna en la capital, Berlín) y que Los Verdes no barajan la posibilidad de formar Gobierno con liberales y democristianos, siempre y cuando no se produzcan grandes sospresas o un impresionante vuelco electoral, las posibilidades quedan reducidas a dos: CDU-FDP o CDU-SPD.

Trayectoria

Pero, ¿quién es Angela Merkel? ¿Quién se esconde detrás de esta líder de sonrisa tímida y ojos con cierto poso de tristeza? Para entender a esa figura, hay que echar un rápido vistazo a su trayectoria vital y política: Merkel es lo que los alemanes llaman popularmente una ossi. Es decir, una antigua ciudadana de la derrumbada República Democrática Alemana, el sistema socialista oriental que vio llegar su fin tras la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.

Nacida el 17 de julio de 1954 en Hamburgo, en el noroeste de Alemania, Merkel creció en la pequeña ciudad de Templin, en el noreste del país. Hija de un pastor protestante, creció apartada de la realidad política que se respiraba en la RDA. En 1973 comenzó a estudiar Física en Leipzig, estudios que finalizó en 1978. Ese mismo año empezó a trabajar en la Academía de Ciencias de Berlín oriental. Su vida al margen de la política acabó con la desintegración de la RDA: en 1989 entró en el movimiento opositor “Demokraticher Aufbruch” (“Resurgimiento democrático”) y el año siguiente pasó a la CDU, donde se convirtió en la portavoz del primer Gobierno democráticamente elegido de la RDA. En 1991 entró a formar parte por primera vez de un gabinete federal como ministra de la Mujer y la Juventud bajo la cancillería del Helmut Kohl, una figura considerada por muchos como su padrino político. De hecho, los medios germanos la bautizaron como “la chica de Kohl”. En 1994 tomó la cartera de Medio Ambiente, para covertirse en 2000 en la presidenta de la CDU. Su carrera hacia la cancillería alemana se vio apuntalada en 2002 tras ser nombrada presidenta de la fracción parlamentaria conservadora CDU-CSU (el partido socialcristiano bávaro hermano de los democristianos). En 2005 fue la candidata más votada en las últimas elecciones federales alemanas. Merkel se convertía así en una canciller bien atípica: una alemana oriental, casada de segundas y sin hijos, poco atractiva para los medios de comunicación y con poca capacida de seducción ante las cámaras. De sus palabras se extrae la mejor definición de su ideario político: “Mis valores fundamentales son la economía social de mercado y la democracia”, dijo una vez.

Merkel llegó al poder en un momento complicadísimo para Alemania: después de que el Gobierno de Gehrard Schröder introdujese la impopular Agenda 2010 (paquete de medidas sociales y económicas para hacer frente al estancamiento económico sufrido por Alemania entre otoño 2000 y finales 2003, el más largo desde la fundación de la República Federal), el motor económico europeo seguía teniendo el crecimiento más bajo de toda Europa y arrastraba un desempleo de más de cinco millones de personas. Merkel achacó la situación a una “política nacional errónea” del Gobierno rojiverde formado por el SPD y Los Verdes. “En el 2000 todavía teníamos unas reservas de 23 mil millones de euros en el sistema de la seguridad social. Ese dinero ha desaparecido. Ustedes han saqueado la seguridad social. Ésa es la verdad. Eso es lo que ustedes nos han dejado”, acusaba Merkel a su rivales políticos antes de su victoria por la mínima en 2005. Finalmente, debido al ajustadísimo resultado electoral, Merkel se vio obligada a pactar con los socialdemócratas. Era el nacimiento de la bautizada como la Gran Coalición

Medidas contra el estancamiento

Con un endeudamiento récord y un paro inaceptable, la CDU-CSU y el SPD no tuvieron otra opción que dejar de lado sus diferencias ideológicas y ponerse manos a la obra desde una perspectiva pragmática. La Gran Coalición ha ido aprobando así una serie de medidas con el objetivo de reactivar el mercado de trabajo y la economía, así como sanear las malogradas cuentas públicas del Estado alemán. El aumento en un 3% del IVA fue una de las primeras decisiones para intentar subsanar el agujero en la caja pública, criticada duramente por los liberales, en la oposición. Gracias a la presión del SPD, la Gran Coalición de Merkel también decidió aprobar el aumento del 42% al 45% de la contribución fiscal de los ciudanos solteros con ingresos anuales superiores a los 250.000 euros, y a los 500.000 en caso de los matrimonios. Fue el llamado “impuesto para ricos”.

El socialdemócrata Peer Steinbrück fue designado Ministro de Finanzas: parecía el hombre adecuado para aumentar los ingresos en la caja pública así como para establecer medidas de ahorro que permitiesen una consolidación de los presupuestos estatales. Al principio, todo parecía funcionar de maravilla: el desempleo bajaba (actualmente está en los 3,32 millones de personas, por debajo del 8%), los ingresos fiscales fluían, con lo que Steinbrück ya planeaba alcanzar el equilibrio en las cuentas del Estado para 2011. Entonces estalló primero la crisis financiera y después la crisis económica global. Tras las elecciones del domingo, Steinbrück dejará tras de sí una planificación presupuestaria que prevé un endeudamiento récord de más de 86 mil millones de euros para 2010. A pesar de que la Gran Coalición no consiguió cumplió con el pacto de estabilidad europeo en cuanto a endeudamiento público existente, Steinbrück sí consiguió al menos cumplir con las premisas comunitarias en lo referente al nuevo endeudamiento tanto en 2007 como en 2008. Tras el inicio de la crisis, Alemania tendrá que esperar ahora hasta 2013 para poder reducir ese endeudamiento público anual a menos 3% del PIB, como exige el Pacto de Estabilidad. Para entonces, el porcentaje de endeudamiento público habrá escalado hasta el 80%.

Otra de las medidas poco populares fue el aumento de la edad de jubilación: como en otros países europeos, la baja tasa de natalidad y la cada vez mayor esperanza de vida están acentuando el proceso de envejecimiento de la sociedad alemana. En abril de 2007, la Gran Coalición aprobó con su mayoría parlamentaria el retraso progresivo de la edad de jubilación de los 65 a los 67. A cambio, el Gobierno de Merkel prometió no bajar ni un céntimo las jubilaciones.

Una de las prioridades de Merkel es la familia, a la que considera uno de los pilares de la sociedad alemana. La canciller colocó así a la democristiana Ursula von der Leyen como Ministra de Familia, quien introdujo el conocido como “dinero para los padres” y amplió el número de plazas en guarderías. Con la aprobación de una ley en 2008 que busca incentivar el aumento de la natalidad, von der Leyen prometió la creación de 750 mil plazas de guardería hasta 2013. Otra de las medidas en el campo social fue la reforma del sistema de salud: CDU-CSU y el SPD se pusieron de acuerdo para construir un fondo común del que saldría el reparto de presupuestos a diferentes cajas aseguradoras existentes en Alemania. Ello tendría que hacer más eficaz y ahorrativo el sistema sanitario. Los críticos afirman que la sostenibilidad de este sistema sigue siendo incierta.

Y ante la crisis, la receta del gabinete de Merkel fue clara: la aprobación a principios de año de un paquete de medidas coyunturales de 50.000 millones de euros para los próximo dos años, dinero destinado a incetivar el consumo interno y ayudar a las empresas nacionales. Además, el recorte de las jornadas laborales fue la fórmula elegida por la Gran Coalición para hacer frente a la bajada de la producción sin tener aumentar las estadísticas de desempleados: las empresas recortaron las jornadas y el Gobierno se hizo cargo del sueldo que las empresas se ahorraban. Otro de las medidas estrellas integradas en ese paquete conyuntural fue la prima por desguace: cada ciudadano alemán que decidiese comprarse un coche nuevo recibiría una ayuda 2.500 por su viejo coche. Fue una de las medidas estrellas del Ejecutivo de Merkel para incentivar el consumo y dar un empujón a la industria automotriz, pilar de la economía alemana.

“El pacto de las oportunidades perdidas” fue el titular con el que el semanario Der Spiegel, referencial en el periodismo político alemán, resumió su balance de la Gran Coalición encabezada por Angela Merkel: “Se trataba de hacer política pragmática, de hacer lo que era mejor para el país. Se trataba de cumplir con el encargo establecido por los votantes. Las coaliciones no son un matrimonio por amor. Con todo, la colaboración entre los dos partidos nacionales ha desarrollado un encanto propio, aunque no fuera glamuroso en absoluto”. La conclusión de Der Spiegel confirma las sospechas: el carácter de Merkel parece haber impregnado la esencia la Gran Coalición por sus cuatro costados.

Tras haberse convertido en la cabeza visible de la Gran Coalición con su estilo de canciller a la sombra, Merkel parece haberle ganado la partida de liderazgo a su ex socio, Frank-Walter Steinmeier. Ya sea con los socialdemócratas o con los liberales, “Angie”, como la llaman cariñosamente medios y población alemanas, parece contar con todos las papeletas para renovar su mandato. Por delante, sin embargo, no le espera un camino de rosas: el avispero de Afganistán (donde Alemania tiene tropas destinadas), cuestiones de consumo interno como el salario mínimo (que CDU se niega a fijar) y el abandono definitivo de la energía nuclear (que Merkel sigue defendiendo hasta que las energía renovables sean económicamente rentables pese al rechazo de la mayor parte de la población), la gestión de la crisis o las por momentos tormentosas relaciones con sus hermanos socialcristianos de Baviera serán algunos de los temas con los que Merkel tendrá que lidiar en caso de ser reelegida.

En una de sus últimas comparecencias oficiales como canciller, desde su habitual estilo discreto, Merkel se permitió mostrar una seguridad rayana con la presunción: al ser preguntada por qué pasaría si no fuera reelegida canciller, Merkel respondió: “El escenario escrito por usted no ocurrirá”. Y es que muchos fueron los que subestimaron a la probable futura canciller alemana.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Ciudadanos de primera, ciudadanos de segunda


Israel es un estado democrático y de derecho rodeado de países árabes donde la democracia brilla por su ausencia. En Israel se celebran elecciones en las que todo el mundo puede votar y participar. La israelí es una sociedad abierta en la que caben diferentes formas de entender y vivir la vida. Son argumentos frecuentememte utilizados por los israelíes para justificar la existencia del Estado de Israel (a parte de las razones históricas). Hay que reconocer que la democracia israelí goza de mejor salud que la egipcia o la libanesa. Sin embargo, la sociedad israelí también tiene su lado oscuro: no todos sus habitantes gozan de una ciudadanía de primera categoría. Y es que, al fin y al cabo, Israel es un Estado creado por judíos para judíos.

Israel puede ser una democracia con una relativa buena salud pese a todas las limitaciones impuestas por el excepcional y constante estado de guerra con sus vecinos árabes. Pero la democracia israelí está encerrada en un Estado no secular, en el que los judíos no religiosos viven atrapados por aquellos judíos que interpretan la religión desde la ortodoxia. La no secularidad del Estado de Israel le resta legitimidad democrática respecto a sus vecinos y también de cara a la comunidad internacional. Y hace que uno se pregunte si toda esa fachada occidental no es más que un maquillaje de modernidad con el que Israel se muestra al mundo desde Tel Aviv y sus alrededores. El mismo profesor y guía Uri Goldflam reconoce que la falta de separación entre Estado y religión en Israel supone un obstáculo para alcanzar la paz. Sigue existiendo una importante parte de la sociedad israelí que lo justifica todo a través del derecho divino otorgado por dios al pueblo judío. De ahí nacen las pretensiones de recuperar el Gran Israel (Eretz, en hebreo), la provocativa creación de colonias judías en Cisjordania, la justificaciones de la militarización de la sociedad, etcétera.

Sin embargo, lo que más legitimidad resta a la democracia israelí es la existencia de diferentes tipos de ciudadanía. No hay que olvidar que el 20% de la sociedad no es judía: uno de los siete millones de ciudadanos israelíes está compuesto por árabes musulmanes o cristianos. Ciudadanos israelíes, sí, pero de probada segunda categoría. ¿Cómo aprobar una democracia que no es capaz de tratar como iguales a sus ciudadanos por su religión o procedencia?

El renombrado periodista arabe-israelí Khaled Abu Toameh fue uno de los ponentes más interesantes del seminario en el que participé en la Universidad de Herzeliya. Su historia le convierte en una rara especie: comenzó su carrera periodística en medios palestinos fieles a la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat. Tras hartarse de la filosofía propagandística y apegada al poder de los diarios palestinos, decidió comenzar a trabajar para medios israelíes, donde conoció "la auténtica libertad de prensa". Khaled ha escrito desde entonces para medios como The Jerusalem Post, la BBC, The Sunday Times o la NBC. Cuando le preguntas sobre los límites de la libertad existentes en medios israelíes, Khaleb bromea: “A veces le tengo decir a mi editor que por favor sea un poco más cuidadoso con mis textos: en ocasiones incluso son publicados con faltas de ortografía”.

Khaleb nos ofreció una imagen idílica de Israel. Se deshizo en elogios al Estado que lo había aceptado pese a ser parte de la minoría: es decir, árabe musulmán. Lo hizo desde la altura que le concede su exitosa carrera como autor y profesor universitario, desde la perspectiva de que "todo está en su sitio" que disfrutan aquéllos que han saboreado las mieles del éxito. Llegados a este punto no me pude contener más: “Perdone, y quizá desde la ignorancia, he leído en diferentes sitios que la minoría árabe-israelí es una ciudadanía de segunda categoría. Además, esta semana tuve la oportunidad de leer el artículo publicado por el autor israelí Neve Gordon en Los Angeles Times en el que calificaba al Estado de Israel de ‘sistema de apartheid’ y en el que pedía el boicot a ese sistema discriminatorio”.

Silencio. Primero hubo silencio en la sala y después algunas miradas de desaprobación procedentes de mis colegas israelíes. Khaleb tomó aire y, tras una breve sonrisa con el aparente objetivo de quitarle hierro al asunto, comenzó a desenmascarar la mentira del presunto edén israelí: “Bien, primero tengo que decir que yo no me siento discriminado ni un ciudadano de segunda categoría....sin embargo, tengo que reconocer que la minoría árabe-israelí ha sufrido durante los últimos 60 años una discriminación sistemática en lo referente a educación, trabajo, sanidad.... Si la administración israelí no despierta pronto, la tercera intifada no comenzará en Gaza o Cisjordania, sino en ciudades como Haifa, Nazaret o Jaffa. Se han producido algunos cambios, pero puede que ya sea demasiado tarde. Espero que no”.

Es la descripción de una discriminación sistemática, la descripción de un defensor del Estado israelí que afirma que prefiere ser “ciudadano de tercera en Israel que de primera en el mundo árabe”. Una discrimación que dinamita las bases del proyecto sionista y le resta legitimidad para con sus propios ciudadanos no judíos. Sin embargo, ¿quién dijo que Israel fuera un lugar para árabes cristianos, musulmanes o seculares? ¿Es que acaso hay quien todavía pone en duda que Israel fue creado por judíos para judíos?

P.D: foto tomada en la atrincherada Tumba de Raquel, cerca de Jerusalén.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Sociedad militarizada


“Señores pasajeros, les recordamos que no está permitido llevar armas en el recinto del aeropuerto ni en sus alrededores”. Es el sistema de megafonía del aeropuerto internacional Ben Gurion. Un mensaje que avisa al viajero de que Israel es un Estado en eterna guardia tras sus numerosas guerras contra su entorno árabe. Un Estado en el que ir armado por la calle es algo relativamente normal. Por los bulevares de Tel Aviv se puede ver a chicos de 18 años portando fusiles mientras se comen un helado o envían un mensaje con el móvil. Por el paseo marítimo de la capital no es extraño ver a grupos de jovencísimos soldados de las IDF (el ejército israelí, en sus cifras en inglés “Israeli Defense Forces”) haciendo footing con sus automáticas. Armas de las que un recluta israelí no puede separarse en absoluto: de hacerlo, se arriesga a tener que cumplir penas de cárcel de “hasta 7 años”. Habla una joven israelí de 24 años que ya ha cumplido sus dos años de servicio militar obligatorio (tres para los varones). Sarah afirma que para ella la experiencia en las IDF fue “buenísima": "Un tiempo donde hice amigos y conocí a un montón de israelíes que de otra forma nunca hubiera conocido”. El servicio militar obligatorio es un periodo de aprendizaje en el que el ciudadanos de Israel parecen interiorizar que el Estado en el que viven es un enorme ejército en constante guardia.

No es difícil hablar con jóvenes isralíes sobre su experiencia en las IDF. De hecho, la mayoría acogía con naturalidad e incluso desenfado mi curiosidad sobre la vida en el ejército. Amit fue uno de ellos. Lo conocí tomando un cóctel en uno de los numerosos chiringuitos que pueblan las playas de Tel Aviv. Mientras un helicóptero de apariencia militar volaba sobre nuestras cabezas (“¿Militar? No, es demasiado silencioso. A los helicópteros militares los reconoces por el estruendo que hacen”, puntualizó Amit con gesto de saber de lo que estaba hablando), contestó a mis ávidas preguntas sobre la última guerra Líbano en el verano de 2006, donde él sirvió. “Sí, es cierto que los miembros de Hezbolá estaban muy bien preparados para la guerra. Parecían jodidos ninjas: aparecían de la nada, disparaban sus bazucas y volvían a desaparecer como habían aparecido”, me contó Amit con el tono con el que habla alguien que narra sus recuerdos de una acampada estival. “La verdad es que fue una experiencia dura: perdí a amigos allí. Muchas veces no puedo dejar de pensar que si yo hubiera estado un par de metros a la derecha, ahora mismo no estaría vivo”. ¿Y volverías a la guerra si Israel te lo pidiera? “Por supuesto que sí. Para mi servir en el Ejército es como tomarme unas vacaciones. Dejó mi vida normal, mi casa, mi familia, para volver a encontrarme con viejos amigos”. Realmente cuesta entender cómo se pueda hablar así sobre la guerra. Quizá sea una estrategia psicológica del joven israelí para abstrarse de la sociedad de excepción en la que vive inmerso.

Honestidad, confianza y propaganda

“La diferencia entre las fuerzas armadas israelíes y las del resto del mundo es que aquí el panadero, el repartidor de periódicos y el profesor universitario son reservistas: todo ciudadano israelí forma parte de una manera u otra del Ejército”. El que habla es Uri Goldflam, el fundador de Shalhevet, una empresa consultora de educación que también ofrece visitas guiadas en Jerusalén y otras ciudades de Israel. El mismo Uri sirvió en la Franja de Gaza. Para Uri esa militarización de la sociedad supone que el Ejército tenga que ser más honesto, cuidadoso y decir siempre la verdad: “Aquí todo el mundo se entera de lo que pasa en las IDF, porque todo el mundo forma parte de ellas o conoce a gente que sirve en ellas”.

Su alegación venía precedida de mis serias dudas sobre la veracidad de la información que ofrecen las IDF sobre sus operaciones en los territorios palestinos o sobre la moralidad de su forma de proceder. Dudas provocadas por nuestro previo encuentro con Avital Leivobich, la jefa de la Oficina para Medios Internacionales del Ejército israelí. “Nosotros siempre decimos la verdad”, nos dijo sin sonrojo Leibovich. “Sin embargo, ¿dicen ustedes siempre toda la verdad?”, pregunté yo. “¿Y quién dice siempre toda la verdad? ¿Usted?”, me respondió de nuevo sin sonrojarse. Leivobich nos dio un repaso del “honesto” manejo de información por parte del Ejército israelí, afirmó que los muertos civiles en la última ofensiva de Gaza fueron muchos menos de lo que dieron los medios extranjeros (unos 300, según Leivobich; 500, según la información de la mayoría de medios y organizaciones pro derechos humanos[1]) y describió las bondandes del muro de separación que aisla y divide Cisjordania: “Gracias a la valla han desaparecido los atentados suicidas y también el sistema de la dagua, por el que las familias de los suicidas recibían dinero de las organizaciones terroristas. De esta forma, esos palestinos se han tenido que poner a trabajar, lo que ha reactivado de manera indirecta la economía de Cisjordania”. Además, según Leivobich, la “valla” también ha mejorado la seguridad dentro del territorio ocupado, gracias a lo que ha aumentado el turismo en ciudades como Jericó o Jenín. Sobre la ilegalidad del muro declarada por la ONU y el Tribunal Internacional de La Haya, Leivobich respondió: “Bien, Israel es un país soberano y toma las medidas que cree necesarias para asegurar su seguridad”. Cínica propaganda que no puedo aceptar como información veraz, le dije a Uri...

... “Entiendo que no te creas la información procedente de las IDF, porque los ejércitos de países como España proceden de otra manera, pero créeme: en este país puedes confiar en los militares”, me respondió Uri. Su teoría es clara: la propaganda israelí está mucho más cerca de la verdad que la palestina. Los periodistas extranjeros, con buena fe, buscan el punto medio entre ambas versiones, con lo que la información de los medios internacionales sobre el conflicto israelí-palestino siempre acaba siendo involuntariamente propalestina y alejadísima de la verdad.

Escuchando a los israelíes uno se da cuenta de que están absolutamente convencidos de que su versión es la más veraz y de que sus motivaciones bélicas cuentan con una legitimidad absoluta, casi incontestable. En definitiva, la supervivencia de Israel descansa en la creencia en el proyecto sionista por parte de la propia población, una ciudadanía convencida de que su país tiene razón de ser y de que el pueblo judío tiene derecho a vivir como vive y donde vive. A partir de ahí, quien intente acabar con Israel, saboreará su brutal potencia de fuego. Como dice Uri, “si los árabes bajan las armas, ganarán la paz. Pero si los israelíes bajan la armas, perderán su Estado”. Discurso profundamente pragmático y, en parte, realista. Así las cosas, parece como si la mayoría de los israelíes no creyese en la posibilidad de alcanzar una convivencia pacífica con sus vecinos árabes. “Ésa es una visión muy cristiana por tu parte. Veo que eres muy optimista sobre la convivencia entre religiones, pero si la población musulmana sigue creciendo en Europa, quizá algún día verás como esos musulmanes europeos declaran la República Islamista de Alemania”, remató Uri.

En agosto de 2005, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon, decidió implementar el conocido como Plan de desconexión en Gaza: Israel retiraba todos los asentamientos de la Franja así como su presencia civil y militar. Después Hamás se hizo allí con el poder. ¿Qué ocurrió entonces? Que la fracción islamista palestina comenzó a lanzar cohetes sobre el sur de Israel. Es la versión de los hechos de David, un estudiante de 28 años de mirada noble y palabras diáfanas. “No nos quedó otra opción que atacar. La cosa es así: si nosotros le damos oportunidades a la paz y los palestinos nos siguen atacando, nosotros devolveremos los golpes. Para el resto del mundo aparecemos igualmente, hagamos lo que hagamos, como los malos de esta película. Si ellos matan a uno de los nuestros, nosotros mataremos a 10 de ellos. Si es el juego al que quieren jugar, pues jugaremos”. El precio de la seguridad de Israel, del edén para el pueblo judío, tiene un precio. Un precio muy alto para la parte más débil.

Jerusalén, dos de la tarde: una pareja de jóvenes soldados israelíes comen un falafel en un restaurante situado cerca de la ciudad vieja sin despegarse de sus armas automáticas. Comienzo a hablar con ellos y pronto estamos charlando entre risas. Les pregunto que dónde están haciendo el servicio militar. En Cisjordania, me responde la chica. He estado por allí, le digo, ¿te gusta? No, no me gusta, es peligroso, me responde con gesto de sorpresa. No tuve esa sensación, le replico. Quizá para ti, pues tu no eres judío, repone. No crees posible conseguir la paz algún día con los palestinos. Mirada de escepticismo como primera respuesta. Como segunda: “Ojalá, pero, sinceramente, creo que jamás será posible”.


[1] Israel/Gaza: Operación “Plomo Fundido”: 22 días de muerte y destrucción: en los 22 días que duró la Operación “Plomo Fundido”, murieron unos 1.400 palestinos, entre ellos 300 niños y niñas, más de 115 mujeres y unos 85 hombres de más de 50 años. Fuente: Amnistía Internacional. Más información en este enlace.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Bienvenidos a Israel


Llegada al aeropuerto de Schönefeld a las siete de la mañana del viernes 21 de agosto: después de una noche sin dormir tras haber trabajado hasta las 3 y media de la madrugada y haber tenido que preparar todo mi equipaje a última hora, como siempre, lo primero que me llamó la atención al llegar fue la presencia de una pareja de policía alemana pertrechados con armas cortas que paseaba frente a la terminal donde tenía que facturar mi equipaje para mi vuelo a Tel Aviv. Nunca había visto algo así en un aeropuerto alemán. En seguida me di cuenta de que la presencia policial estaba directamente relacionada con el avión que tenía que tomar: era de la compañía israelí ELAL.

Entré en la terminal y, tras un breve barrido visual, supe cuáles eran las ventanas de ‘check in’ correspondientes a mi vuelo: ante ellas habían sido instaladas una docena de pequeñas mesas, distribuidas en cuatro filas paralelas y acordonadas con una cinta de seguridad. Era el primer filtro al que me tenía que enfrentar antes de entrar en Israel: una entrevista de más o menos profundidad dependiendo de mi perfil. Decididí hacer un pequeño experimento: confesar a primera de cambio mi profesión: periodista. Palabra que parece aterrorizar a las autoridades israelíes a la vista de cómo reaccionó mi interlocutor. “¿Periodista? Aha...”.

La entrevista cambió de rumbo en ese momento: las preguntas aparentemente más inocentes cómo “¿Has estado en Israel alguna vez?” o “¿Dónde vives en Berlín?” comenzaron a intercalarse con otras más incisivas como “¿Conoces a alguien en Israel o en algunos de los países árabes del alrededor?”, “¿Qué has leído sobre Israel hasta el momento?” o “¿Tienes pensado escribir algo durante tu visita?”. Ahí está el punto decisivo: el Gobierno de Israel y parte de su población están convencidos de que los medios internacionales ofrecen una imagen tergirversada del conflicto en la que ellos siempre aparecen como los malos de la película. Se me ocurre, además, que el Gobierno también tiene cosas que esconder. Por eso, las autoridades israelíes son extremadamente cuidadosas a la hora de dejar entrar a profesionales de medios en el país y, si quieren acceder al carnet de prensa israelí, les obligan a firmar documentos que les comprometen a no publicar material que suponga un peligro (según el criterio del Ejército judío) para la seguridad del Estado.

Tras una larga ristra de preguntas que se alargó por casi media hora durante la que mi interlocutor se ausentó en un par de ocasiones para consultar a su superior sobre mi caso, mi entrevistador me pidió algo de lo que me habían advertido algunos compañeros que ya habían estado en Israel: “Mira, ya hemos visto que tienes una invitación oficial de una universidad israelí, pero son todos documentos que podrían haber sido falsificados. Por eso necesitamos que nos muestres un mail de la organización del seminario. Si no te supone ninguna molestia, me deberías acompañar a una habitación y abrir tu correo electrónico para que podamos ver que efecticamente has recibido un mail con los documentos y la invitación formal”. Mi reacción fue en un primer momento de rechazo, alegando que tenía derecho a preservar la privacidad de mis comunicaciones. Finalmente, le pedí al funcionario tener que mostrarle "sólo" uno de los correos recibidos de mi contacto en Tel Aviv y que, por favor, no curiosease en la bandeja de entrada de mi cuenta. Aceptó.

Una vez confirmado que efectivamente había recibido la invitación de la universidad, volvimos a la mesa. Una decena de preguntas más y ya tenía el permiso de las autoridades para volar a tierra santa. En total, unos 45 minutos de interrogatorio. Bienvenidos a Israel.

Tel Aviv

Llegar a Tel Aviv un viernes a media tarde no es buena idea: el sabbat, día sagrado de los judíos, empieza el viernes al mediodía. Los transportes públicos se paralizan, con lo cual no hay manera de moverse en autobús o tren entre el aeropuerto internacional de Ben Gurion y el centro de la capital israelí. Yo lo descubrí ese mismo viernes. Sin embargo, lo que no cesa es el negocio: los taxis y los shuttles (furgonetas colectivas) siguen funcionando a precios nada asequibles. Por el trayecto en taxi entre el aeropuerto y la zona de Haryakon me cobraron 141 shekels. Al cambio, unos 30 euros. Una vez es una vez. El taxista era simpático y me dejó en la misma puerta de mi hostal, el Haryakon 48. El edificio, de cinco plantas, era un hervidero de mochileros entre los que predominaban los turistas estadounidenses. Dejé el equipaje en mi habitación, un espacio de unos 15 metros cuadrados con cuatro literas y bastante sucio, pero al menos con aire acondicionado. Pronto conocí a Mike, un canadiense de 20 años. Judío, me dijo con orgullo, electricista y de espaldas anchas. Mike me propuso ir a comer: el turista canadiense se convirtió casi sin quererlo en mi primer guía en Israel.

La conversación de Mike estaba llena de lugares comunes y su ignorancia era atrevida. Con todo, su presencia podía ser por momentos agradable. Fuimos a comer a un lugar que él conocía. Camareras de impresión nos dieron la bienvenida. Allí comenzamos a hablar sobre esto y aquéllo. Me enseñó con orgullo la estrella de David que colgaba de su cuello. Tras comer bien y barato nos fuimos a dar un paseo por la playa. Tel Aviv se parece a Benidorm: es ciudad alargada sobre la costa, plagada de rascacielos y con barrios de casa bajas que han acabado engullidos por las nuevas y mastodónticas edificaciones. Su aparentemente interminable paseo marítimo está salpicado por innumerables discotecas, restaurantes y tiendas. Por la noche, la mezcla de luces y colores puede llegar a aturdir.

A la izquierda de una de las carreteras que recorre de forma paralela a la playa y el paseo, a medio camino entre el antiguo pueblo árabe de Yaffa y el centro de Tel Aviv, se levanta una mezquita (la única que vi en la capital israelí). El minarete estaba adornado con unas luces verdes fosforentes que le daban un curioso aspecto kitsch al templo. Comenté en voz alta y sin mayor intención “una mezquita”. “Sí”, contestó Mike con una enorme sonrisa clavada en los labios, “habría que reventarlas todas”. Yo, perplejo, pregunté con escandalizada candidez: “¿Por qué?” “Pues porque ellos hacen lo mismo con nuestras sinagogas", contestó Mike casi más escandalizado que yo. Luego me acusó ante un grupo de turistas estadounidenses de apoyar a Hamás (¡!).

Fue la primera vez, pero no la última, que me tuve que enfrentar en Oriente Próximo al discurso apuntalado por las palabras “ellos” y “nosotros”. El bien y el mal. El blanco y el negro. Estructuras dicotómicas y reduccionistas nacidas de los 60 años de conflicto o incluso tal vez generadoras del mismo enfrentamiento. Discurso que no hace más que alimentar la espiral de odio, hambre de venganza y violencia, y, lo peor de todo, asumido por extranjeros ajenos al conflicto.

martes, 1 de septiembre de 2009

De vuelta de Oriente Próximo...


De vuelta. De vuelta de una tierra marcada por la guerra, de una tierra que se no deshace del odio ni puede mirar hacia delante sin mantener uno ojo puesto en el pasado, una tierra regada por la sangre derramada por fanatismos varios. Ya estoy de vuelta de dos realidades separadas por apenas 30 kilómetros, pero a años luz si comparamos sus condiciones de vida. La sociedad israelí, esquizofrénica con la paraonia de la seguridad, con un tembleque eterno causado por el convencimiento de que la existencia del Estado judío sigue pendiendo de un hilo. La palestina, traumatizada por décadas de guerra y destrucción, de ocupación, falta de soberanía y libertad.

Tel-Aviv, Yaffa, Herzeliya, Jerusalén, Ramalla, Jenín, Hebrón, Nablús... ciudades donde abundan las miradas cargadas de desconfianza, donde se pueden escuchar frases henchidas de odio. Sin embargo, las ansías de venganza parecen estar deshinchándose irremediablemente. Demasiada sangre derramada para nada, piensan muchos. El estancamiento en la sociedad palestina parece haber acabado por convencer a la parte más débil del conflicto que esta guerra no la ganará militarmente. Por otra parte, la presión internacional ha disuadido a la mayoría de israelíes de que sólo la creación de un Estado palestino permitirá alcanzar lo más parecido a eso que llaman paz. Durante los próximos meses veremos un reinicio de las negociaciones de paz entre la Atoridad Nacional Palestina de Abu Mazzen y el Gobierno de Netanyahu, nos dijeron varios periodistas israelíes.

Tras una semana de acaloradas discusiones sobre el conflicto y el concepto de verdad en situaciones bélicas, y cinco días vagando por Cisjordania, para mi hay dos puntos difícilmente rebatibles: 1) el Estado de Israel ha construido, tanto dentro de sus fronteras como en los territorios ocupados palestinos, un sistema de segregación que si no es igual al apartheid surafricano, se parece bastante. 2) El hastío provocado por la guerra y el enfrentamiento estéril permitirá algún día alcanzar una convivencia sin violencia. Una paz duradera y de bases fuertes parece, hoy por hoy, algo inalcanzable.

Entrevistas, charlas informales, caminatas, viajes en camión, furgoneta, autobús y coche, fotos, notas y reflexiones. Ahora toca ordenarlo todo y escribir. Lo tendréis todo aquí y en otros sitios de la galaxia cibernética.