lunes, 14 de enero de 2019

¿Qué significa ser de ultraderecha en pleno siglo XXI?

No se recuerda un debate tan encendido y polémico sobre qué define a la ultraderecha como al que asistimos actualmente en los medios de comunicación europeos y americanos. Una discusión alentada por el avance electoral de partidos, movimientos y líderes políticos como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, ya en el poder, o de AfD en Alemania y VOX en España, que amenazan con participar en gobiernos o, al menos, con condicionar la gobernabilidad de sus respectivos países. 

Pese al intenso debate generado, establecer qué elementos comunes definen a los nuevos partidos o movimientos ultraderechistas sigue generando ríos de controvertida tinta. Y lejos de avanzar hacia un consenso, las diferencias parecen incluso estar ampliándose: en algunos casos, por los intentos de blanquear posiciones inequívocamente ultraderechistas, que suponen una clara amenaza al sistema de convivencia democrática, y en otros, por las honestas dudas sobre cuáles son las líneas divisorias reales entre las posiciones ultraderechistas y las del ultraconservadurismo y la derecha radical. 

El debate teórico sobre esta última división tiene un largo recorrido en Alemania, cuya democracia ha estado escoltada por movimientos ultraderechistas o directamente neonazis prácticamente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la fundación en 1949 de las dos repúblicas construidas sobre los escombros del nacionalsocialismo. En la actual República Federal de Alemania, la única que sobrevivió al fin de la Guerra Fría, no son pocos los que se preguntan hoy qué significa ser de ultraderecha en pleno siglo XXI, en el que la digitalización e Internet han cambiado radicalmente la forma de hacer política y también de comunicarla. 

“Ya que el ultraderechismo no cuenta con un concepto ideológico homogéneo, tampoco hay una definición uniforme para el término”, escribe Gabriele Nandlinger, periodista especializada en extremismos derechistas del portal alemán Blick nach Rechts. “Por lo general, los ultraderechistas rechazan el orden democrático y liberal -incluso a través del uso de la violencia- y quieren construir un sistema estatal autoritario o incluso totalitario, en el que una ideología nacionalista y racista debería servir de base para el orden social”. 

Según Nandlinger, la Oficina Federal de Protección de la Constitución en Alemania considera los siguientes elementos a la hora de incluir movimientos o partidos en su apartado dedicado al ultraderechismo: agresivo nacionalismo, el deseo de construir una comunidad sobre bases raciales, el antipluralismo, la xenofobia ligada por lo general al antisemitismo, las posiciones que apuestan por un estado liderado por una figura autoritaria, el militarismo, la relativización o banalización de los crímenes nacionalsocialistas, así como la difamación de las instituciones democráticas y de sus representantes. 

Fronteras difusas 

A pesar de que la derecha radical pueda compartir ciertas de las posiciones ultraderechistas arriba enumeradas y de que las fronteras entre el ultraderechismo y la derecha radical sean a menudo difusas, hay un punto que aparece como decisivo para los académicos alemanes: el inequívoco y abierto rechazo del orden constitucional y democrático. “Desde las instituciones y las ciencias sociales se utiliza el térmico 'radicalismo de derecha' por regla general para organizaciones o personas situadas claramente a la derecha del centro del espectro político, pero que se mantienen dentro del marco constitucional. Por lo general, el radicalismo de derecha no adopta posiciones hostiles frente al orden democrático”, razona Gabriele Nandlinger. 

Ese marco teórico, sin embargo, parece un tanto desactualizado cuando se aplica a las llamadas Nuevas Derechas alemanas o a partidos como Alternativa para Alemania (AfD) o el FPÖ austriaco, que, pese a mostrar un discurso público respetuoso con las instituciones y el orden constitucional, tienen claras relaciones con movimientos ultraderechistas y reciben el voto útil del neonazismo militante clásico, además de coquetear con posiciones que relativizan o minimizan los crímenes del nacionalsocialismo. 

Como ejemplos de esto último están las declaraciones del líder de AfD, Alexander Gauland, quien calificó el régimen nazi como “una cagada de pájaro en los 1.000 años de exitosa historia alemana”. En esa misma línea, el líder del ala etnonacionalista de AfD, Björn Höcke, describió el monumento a las víctimas del holocausto erigido en el centro de Berlín “como un monumento de la vergüenza” para Alemania. 

Pese a que esas constantes salidas de tono de figuras destacadas de AfD son posteriormente puntualizadas o disculpadas por el partido, cuesta no ver en esa estrategia de provocación sistemática y estratégica un intento de desestabilización de uno de los pactos tácitos acordados por los partidos democráticos alemanes tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial: el rechazo del uso del nacionalismo y de la relativización del nazismo como herramientas políticas y electorales. AfD rompe ese acuerdo y se convierte, consecuentemente, en un elemento desestabilizador del sistema político alemán nacido hace siete décadas, al tiempo que respeta las reglas formales del juego democrático e institucional. 

¿Y qué es VOX? 

VOX es la última formación que ha irrumpido electoralmente en la escena de partidos radicales de derecha o ultraderechistas del Viejo Continente. La pregunta es, de nuevo, inevitable: ¿qué adjetivo es el más adecuado para definir a la formación liderada por Santi Abascal?

Para Guillermo Fernández, sociólogo e investigador de la Universidad Complutense de Madrid, VOX está, al menos de momento, más cerca de la derecha radical que del ultraderechismo: “En la medida en que participa en el juego democrático, pienso que VOX es derecha radical, identitaria y ultraconservadora. La mayoría de cuadros vienen del ala más radical del PP y de sectores integristas de la Iglesia Católica que, por ejemplo, quedaron muy defraudados por Rajoy cuando éste llegó al poder y no derogó automáticamente la Ley del Aborto, por poner un claro ejemplo. Para mi, sin embargo, decir que VOX es derecha radical en lugar de ultraderecha no le quita peligrosidad. Es un partido que proviene de una reconfiguración de la derecha más radical para tratar de dar la batalla cultural a la izquierda”.

A la hora de establecer una serie de comunes denominadores compartidos por los nuevos movimientos ultraderechistas o radicales de derecha, desde Trump hasta Bolsonaro pasando por AfD, FPÖ o VOX, el investigador de la Universidad Complutense enumera los siguientes elementos: ultraconservadurismo, concepto esencialista de la identidad nacional, discurso contra las élites o antiestablishment, antifeminismo y combate de la llamada “ideología de género”. 

Para Franco Delle Donne, doctor en Ciencia Política y especialista en comunicación política residente en Alemania, el debate léxico sobre el uso “ultraderecha” o “derecha radical” es, sin embargo, estéril: “A mi me tiene sin cuidado si esos partidos quieren o no respetar el régimen democrático o institucional, porque no respetan algo que me parece mucho más relevante: los valores de un consenso logrado con mucho trabajo en el que, por ejemplo, la mujer tiene que estar a la misma altura que el hombre. Y líderes como Bolsonaro declaran como una política de Estado combatir esa igualdad de género”. 

Preguntado por más elementos compartidos por Bolsonaro, VOX, AfD y otros movimientos ultras europeos, Delle Donne ofrece los siguientes: visión retrógrada de la identidad nacional, que mira al pasado para construir identidades compartidas para el futuro; la búsqueda constante de un chivo expiatorio o enemigo exterior, situado fuera esa comunidad anclada en valores tradicionales, que puede ser el inmigrante, el transexual, el refugiado, la izquierda o el musulmán; el desprecio por la clase política, por las élites o el establishment del que los medios de comunicación tradicionales también suelen formar parte; y, por último, la provocación constante y estratégica para romper lo políticamente correcto y ampliar el terreno del debate político más allá de los límites considerados como tolerables por los partidos predominantes hace tan sólo unos años y que ya están dejando de serlo. Este parece ser el nuevo campo de batalla en el que se disputarán las mayorías electorales en el futuro próximo.

Análisis publicado por El Confidencial.

domingo, 6 de enero de 2019

Emigrar no es fácil

Hay quien emigra por amor y quien lo hace por desamor; hay quien deja su tierra por necesidades económicas o en busca de cumplir sus sueños más personales y ocultos; hay quien llega a otro país huyendo de la violencia o de un contexto hostil con lo diferente, y también con la esperanza de encontrar un espacio individual, legítimo e intransferible de paz y libertad. 

Independientemente de la razones que esconda cada caso, hay una verdad irrebatible: no encontrarás dos historias migratorias idénticas. Cada inmigrante tiene la suya, con sus alegrías y sus miserias, sus aprendizajes y sus golpes, sus aciertos y sus errores. 

No hagas caso de lo que dicen por ahí: emigrar no es fácil. Suele ser una experiencia traumática, marcada por momentos de soledad, indecisión y miedo. Pero también es un intenso proceso de aprendizaje, en el que se suceden escenarios y personas que nunca se te habrían cruzado en la vida que vivías en aquella ciudad o aquel pueblo que te vio nacer, crecer y despedirte. 

Emigrar suele ser un trance ligado a aprender un idioma ajeno, a escuchar nuevos acentos, a probar sabores y olfatear olores desconocidos, y también a enfrentarte con puntos de vista que te pueden obligar a replantearte aquellas opiniones que un día consideraste innegociables. No se me ocurre, de hecho, mejor jarabe contra la ortodoxia y el dogmatismo que vivir en otro país por un tiempo lo suficientemente largo para poder tomar perspectiva de tu origen y también de ti mismo. 

Durante los años más duros de la crisis tuvimos que escuchar a políticos hipócritas defender públicamente, con cinismo y sin sonrojo, las ventajas de emigrar a la aventura. Al fin y al cabo, lo que está fuera no molesta, o por lo menos molesta menos, y el desempleo y la precariedad vital hacía tiempo que estorbaban demasiado en las Españas. También proliferaron películas y series de televisión sobre la nueva migración española. No malgastaré ni una sola línea en citar los títulos. No merecen la tinta ni el espacio. 

Aquellos políticos, directores y guionistas no sabían nada de emigrar. Y se notaba, porque fueron incapaces de ocultar esa ignorancia en sus discursos, en sus películas. Podrían haber enmendado esa falta de conocimiento acudiendo a la fuente primaria de su objeto de deseo: los propios emigrantes. No tuvieron, al parecer, el tiempo. O simplemente les faltó el interés. 

Por fortuna, hubo y hay proyectos que ayudaron y ayudan a construir una narrativa pública, a veces incómoda y siempre realista sobre los retos, las dificultades, los fracasos y las victorias de la nueva inmigración. El ya mítico blog Berlunes fue uno. El libro que tienes entre las manos es otro. 

Patas arriba es la historia de Paloma Lirola, nada más y nada menos que su experiencia migratoria única contada por ella misma. Sin edulcorantes ni concesiones, con un buen puñado de imprescindible humor y a través de la voz propia de quien conoce de primera mano las alegrías y las miserias, los aprendizajes y los golpes, los aciertos y los errores de una emigrante española en Berlín.



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Este texto es el prólogo de Patas Arriba, el primer libro de la show woman Paloma Lirola. Lo puedes adquirir en el siguiente enlace.