sábado, 23 de octubre de 2010

¿Qué integración?


Dorada tarde de otoño en la terraza de cualquier 'kneipe' de la Maybachufer, Kreuzköln. El panorama, lleno a rebosar de berlineses de nacimiento y adopción haciendo la fotosíntesis. Tres chicas, aparentemente de fuera de Berlín, esperan a ser servidas. Se les nota nerviosas. Llevan "una hora esperando a que les pongan tres bebidas y dos platos de comida". Finalmente llega una mujer turca mayor que trabaja como camarera. "Oiga, cuándo llega nuestro pedido? Es que llevamos más de una hora...". "Es kommt noch....", dice la mujer con marcado acento turco, y una sonrisa. "Fíjate, seguro que lleva 20 años viviendo aquí y todavía no la entendemos cuándo habla alemán", la reacción de las tres niñas pijas.

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El debate se inició (artificialmente) por las descaradas declaraciones de un ya ex presidente del Bundesbank y ex miembro del partido socialdemócrata. Según Thilo Sarrazin, la mala situación socioeconómica de parte de la población de origen árabe y turco residente en Alemania demostraba que todos turcos y alemanes residentes en Alemania tienen un menor nivel intelectual que los alemanes y otros europeos de tradición no musulmana. Palabras racistas y cargadas de frustrado odio, sin duda. Por eso el pobre Sarrazin, quien dijo que no tenía por qué pedir perdón por ser alemán, fue eliminado del sistema por el status quo de la República Federal.

Parecía que el debate moría por falta de peso. Pero de pronto, más que probablemente con la vista puesta en las próximas elecciones, la ahora en horas bajas canciller Angela Merkel, tan moderada habitualmente, nos vino a decir que el "el proyecto multicultural había fracasado". Que estaba muerto. Y su colega Seehofer, jefe de los socialbárvaros, se mordía menos la lengua y dijo que Alemania no necesitaba inmigrantes de otras culturas como la turca o la árabe. Mentira.

Alemania tiene un problema demográfico grave: su población blanca se muere lentamente, mengua por una críticamente baja tasa de natalidad. El mercado laboral alemán necesitará en los próximos años alrededor de medio millón de trabajadores extranjeros para mantener la tan laureada recuperación económica basada en la exportación. Y en parte porque la población alemana originaria no está lo suficientemente formada para cubrir esa demanda. Por tanto, no nos queda más remedio que ver en las declaraciones de parte de la clase política germana un transfondo claramente racista.

Y sí: la sociedad alemana es, en parte, racista. Tal vez no más que otras como la española o la inglesa, pero racista. El problema no es ése, sino que los que están arriba no quieren reconocer ese racismo subyacente en la sociedad de la República. Lo tapan por lo que pasó en este país a partir de 1933 y hasta el fin de la guerra: "die deutsche Katastrophe". Y de ahí que se produzcan cortocircuitos en el sistema llamados Sarrazin o Seehofer. Conclusión: el racismo sociológico va más allá de los residuales partidos neonazis. Y, sí, está presente en el Bundestag.

Pero, amigos, antes de juzgar, antes de ver la paja en el ojo ajeno, conviene mirarse al espejo. Oficialmente, en España viven más de 113.000 alemanes. No sé cuántos de ellos son jubilados con pasta cansados de no poder hacer la fontosíntesis en su propio país que llegaron a la encementada costa mediterránea para morir bajo la luz de sol, pero sí que sé que son unos cuantos. Y esos cuantos no hacen mucho esfuerzo por integrarse: es decir, ni hablan español ni hacen el esfuerzo por hacerlo. Pero ellos no lo necesitan porque, oficialmente, no son inmigrantes, sino turistas residentes con dinero para gastar y sin necesidad de ganarse la vida. El lenguaje no es inocente. Está cargado de ideología y el uso de las palabras "inmigrante" y "turista" es un ejemplo de ello. Pura hipocresía, porque ¿de qué inmigración hablamos y de cuál no?

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Primera hora de la mañana de cualquier día de la semana en Ostbahnhof. Un joven mochilero mexicano con cara de indio busca desorientado un tren que le lleve a Frankfurt. Dos agentes de policía, con pintas estúpidamente diligentes, se le acercan....para pedirle el pasaporte. El mochilero se lo muestra con expresión de indignada incredulidad. Los policías se van con cara de inútil satisfacción. Una chica alemana se le acerca y le pregunta por qué le pidieron el pasaporte. "Mucha inmigración, me han dicho".

viernes, 15 de octubre de 2010

Internacional Hedonista: coge lo que quieras cuando quieras...

Si hacemos caso a su manifiesto, la Internacional Hedonista (IH) no es una organización, ni siquiera un movimiento, sino tan sólo una idea. Una idea "cuya interpretación depende de cada uno". "Cada persona es responsable de sus actos. Los hedonistas y las hedonistas se unen en diferentes alianzas para realizar acciones con o sin un objetivo específico", afirma su manifiesto. Aunque, en realidad, el objetivo último de toda esta hedonista espontaneidad es uno y sólo uno: mejorar el actual estado de las cosas, que dista mucho de ser óptimo (que se lo pregunten si no a los preparados españoles).

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martes, 12 de octubre de 2010

Australia: el fin es el camino


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"Pascal, en una de sus melancólicas reflexiones, sentenció que todas nuestras miserias tienen una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos tranquilos en una habitación".

"Nuestra naturaleza reside en el movimiento; la completa calma es la muerte".

La primera cita procede del recomendable libro del periodista, escritor y viajero inglés Bruce Chatwin The Songlines ("Los trazos de la canción"); la segunda, también extraída del libro de Chatwin, son palabras del mismo Pascal. Una y otra sirven para resumir el sabor de boca que se le queda a uno tras viajar como un poseso por el continente australiano: más 10.000 kilómetros en un mes; tres aviones, una furgoneta, dos coches, varios autobuses, un tren, una bicicleta y mis propios pies me sirvieron para intentar pisar lo máximo posible de un continente cuya naturaleza colma los sentidos. Y te hace sentir pequeño.

Mi estado durante los últimos 30 días ha sido el movimiento casi por necesidad psicológica, ante la enorme realidad que tenía delante. Hasta tal punto que al final pareciese que el camino y no el destino le daba sentido al viaje. Seguramente porque así fue. Bien lo apuntaba Chatwin en su libro, durante cuya preparación buscó descubrir el complejo sistema de comunicación usado por las culturas aborígenes australianas, destrozadas con la llegada del progreso blanco occidental: mientras el nómada respeta al medio en el que vive, y por ende a sí mismo, el sedentario siempre acaba por traicionar su condición humana y por desequilibrar el equilibrio natural, y por ende a sí mismo.

De Australia podría contar muchas cosas: que no es un país, sino un Estado poliédrico y con una gran fractura socioeconómica brutal entre lo que queda de la realidad aborigen y la dominante blanca, entre el outback (el desértico interior del país) y la costa bienestante; que tiene rincones tan mágicos y cargados de espiritualidad que parece mentira que formen parte de la realidad de nuestro planeta; que el desparpajo y la informalidad con los que sus habitanes asumen el primer contacto con un desconocido reconfortan al recién llegado y dejan por los suelos los (innecesarios) protocolos sociales de la vieja Europa.

Pero como una imagen dice más que mil palabras, ahí van unas cuantas.