lunes, 21 de junio de 2021

Esclavos españoles en el Muro Atlántico de Hitler



Antonio Muñoz buscaba en realidad documentos oficiales sobre las relaciones entre España y Alemania en la década de los 60 y 70 – su especialidad académica –, cuando se encontró con archivos sobre unos juicios sobre los que ni él ni casi nadie había escuchado antes; en esos procesos celebrados en la década de los 60 en Colonia, españoles republicanos en el exilio aseguraban haber sido explotados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en la Francia ocupada. 

Reclamaban una indemnización como perseguidos políticos del fascismo alemán como la que habían recibido sus compañeros republicanos deportados a campos de concentración en el Reich. Algunos la consiguieron, a otros les fue denegada. Ese hallazgo fue la primera piedra de la exposición Rotspanier. Trabajadores forzados españoles en la Segunda Guerra Mundial. Víctimas olvidadas del nazismo, recientemente inaugurada en el Centro de Documentación del Trabajo Forzado Nazi de Berlín y abierta hasta el 30 de octubre. 

“En esos documentos encontré todo un mundo, a miles de españoles que habían trabajado en el Muro Atlántico”, cuenta Antonio Muñoz, historiador asturiano y comisario de la muestra. El Muro Atlántico fue el intento de Adolf Hitler de levantar una línea defensiva a lo largo de toda la costa occidental de Francia. El objetivo de la sucesión de búnkeres y bases submarinas construidas entre Hendaya y el Cabo Norte era rechazar el previsible ataque aliado. 

Esas infraestructuras defensivas, responsabilidad de un organismo paramilitar llamado Organización Todt (OT) que seguía al ejército alemán, fueron levantadas en buena parte por las manos de trabajadores esclavos. Unos 35.000 de ellos fueron republicanos españoles, bautizados despectivamente por los nazis como “Rotspanier” (españoles rojos). Alrededor de 50.000 fueron a forzados a trabajar por la Alemania nazi en el conjunto de sus territorios. 


Organización Todt 

La OT, en sus inicios dirigida por el ingeniero Fritz Todt y que después quedó bajo el control del arquitecto nazi Albert Speer – condenado a 20 año de prisión en los juicios de Núremberg –, se convierte en “el pilar fundamental de la economía de guerra alemana, siendo el mayor empleador de la ‘Europa de Hitler’”, explica el libro de la exposición. “En poco más de cinco años, la Organización Todt ha completado el programa de construcción más impresionante desde la época de los romanos”, apuntaban asombrados los servicios secretos del ejército británico en marzo de 1945. 

La OT, que se financió con el dinero de los bancos de los países ocupados, contó con grandes recursos y repartió contratas entre empresas privadas francesas, belgas y alemanas para que ejecutasen la construcción de puentes, fortificaciones o rampas de lanzamientos de misiles. Algunas de esas compañías todavía existen hoy: Hochtief – ironías del destino, ahora mayoritariamente en manos de la española ACS –, Hans Blatzheim Hochtiefbau, Franz Gassen o Keller Bau son sólo algunas de ellas.

“La OT destruyó la mayor parte de sus expedientes al final de la guerra. Por eso, la investigación es tan complicada. Hasta prácticamente la década de los 80 no hubo publicaciones”, explica Peter Gaida, historiador alemán y el otro curador de la exposición. “La actividad de la OT en Rusia y en Bielorrusia, por ejemplo, todavía está por investigar. Digamos que es una gran desconocida dentro de la historiografía alemana. Y ello tiene que ver con que durante muchas décadas no se la consideró una organización específicamente nazi”, añade Antonio Muñoz 


“La historia de un pueblo” 

“La de mi padre no es la historia de un hombre, es la historia de un pueblo”, dice José Ruiz, hijo de Carlos Ruiz García. Este último, fallecido en 2006, fue uno de los miles de “españoles rojos” esclavizados por el nazismo. Escribió el libro Carta a un amigo, en el que explica su paso por un campo de trabajo forzado de Burdeos. Le pidió a su hijo que no lo publicase hasta su muerte. “Buena parte de esa generación no se atrevió a contar lo vivido por miedo y por vergüenza”, explica José Ruiz al teléfono desde Francia. Perder la guerra y convertirse en apátridas fue tan duro y vergonzoso para los republicanos españoles que muchos prefirieron guardar silencio durante décadas sobre la esclavitud sufrida. 

La biografía del barcelonés Francisco Font también forma parte de esa historia olvidada: huye a Francia en 1939 tras haber defendido la República durante la Guerra Civil. En 1941, es deportado por la OT a la ciudad de La Rochelle, donde es forzado a construir un búnker submarino. En el invierno de 1942, él y 1.500 españoles republicanos son enviados al archipiélago de las Islas del Canal, el único territorio británico ocupado por los nazis. Allí sufre trabajo esclavo y es testigo de las crueldades sufridas por los peones forzados soviéticos y judíos. Tras la liberación de las islas, decide a quedarse a vivir allí y luchar por la memoria de lo ocurrido. Tras su muerte en 1979, su hijo Gary Font continuó esa lucha. 

Celestino Alfonso nace en 1916 en Salamanca. Emigra a París con sus padres cuando todavía era un niño. Allí aprende el oficio de carpintero y comienza a militar en las juventudes comunistas. En 1936, decide volver a su país para defender a la República del golpe militar. Tras la derrota, huye a Francia y es internado en el campo de refugiados de Argelès. Tras la ocupación nazi, es deportado a Berlín para trabajar forzosamente. Pero consigue volver a Francia, donde se une la resistencia. En 1943, mata a un oficial de las SS. Finalmente, es detenido por los servicios secretos de la República francesa de Vichy, colaboracionista del nazismo, condenado a muerte por un tribunal de guerra y ejecutado en París en 1944. 

La historia de los republicanos españoles esclavizados por el nazismo es como un rompecabezas al que le faltan muchas piezas. El proyecto http://rotspanier.eu, impulsado por la Universitat Rovira i Virgili y cofinanciado con fondos de la UE, pretende subsanar esa debilidad de la memoria histórica española y europea. Los siguientes pasos serán un congreso el próximo octubre en Berlín y la previsible llegada de la exposición a Barcelona y otras ciudades españolas. “Estamos empezando a investigar. Nos falta un cuadro completo”, avanza Antonio Muñoz.


Reportaje publicado por El Periódico de Catalunya.