viernes, 16 de diciembre de 2016

'Spanienkämpfer': los otros alemanes que lucharon en España

Karl Popp tenía 25 años cuando decidió dejarlo todo y marcharse a España. Corría septiembre de 1936. La Guerra Civil acababa de estallar y este miembro de la minoría alemana de Checoslovaquia no dudó ni un minuto en sumarse a los miles de brigadistas internacionales que defendieron con las armas a la República española. Fue uno de los más de 50.000 extranjeros que combatieron por el orden republicano, de los cuales alrededor de 3.500 eran alemanes. Ninguno de estos últimos ha podido llegar vivo al 80 aniversario de la fundación de las Brigadas Internacionales, que se celebró este mes de octubre. Sin embargo, un grupo de descendientes y voluntarios luchan ahora desde Alemania para que la memoria de aquellos interbrigadistas no se pierda por el sumidero de la historia. 

“Cuando comenzaron los combates el 18 de julio, probablemente todo antifascista en Europa sintió una estimulante esperanza, pues aquí se levantaba, al parecer y por fin, una democracia contra el fascismo”. Con esta frase atribuida a George Orwell comienza el tomo de más de 500 páginas que recoge las biografías de cientos de voluntarios alemanes que lucharon en defensa de la República: “Sie werden nicht durchkomen. Deutschen an der Seite der Spanischen Republik y der sozialen Revolution” (“No pasarán. Alemanes en defensa de la República española y la revolución social”).

Publicado en 2015, se trata del estudio más amplio y sistemático de las historias individuales que conformaron el fenómeno de los interbrigadistas alemanes o Spanienkämpfer (combatientes de España), como se los conoce en Alemania. Un libro que habría sido imposible sin el trabajo de recuperación de memoria histórica realizado por la asociación alemana KFSR, acrónimo de Combatienes y Amigos de la República Española, de la que hoy forma parte la hija de Karl Popp. 

“Él siempre me decía que no vio otra posibilidad de aplastar las tendencias que despreciaban la dignidad humana en la década de los 30”. Así responde Karla Popp cuando se le pregunta sobre las razones de su padre para embarcarse voluntariamente hacia una guerra en un país por aquel entonces lejano y desconocido. Como en el caso de muchos otros jóvenes de la Europa central de entreguerras, la biografía de Karl Popp lo abocó a luchar en la Guerra Civil española: joven desempleado sin perspectivas, miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia y consciente de las tendencias fascistas que amenazaban a su tierra, asumió como propia una sentencia que marcó aquella generación: “Sólo por Madrid podremos volver a Alemania”. 

La venganza del estalinismo 

Karl Popp en una foto cedida por su familia.
Pocas semanas después del inicio de la contienda, Karl Popp se integró en el Batallón Thälmann, cuyo nombre rendía homenaje al comunista alemán Ernst Thälmann, que acabaría fusilado en el campo de concentración de Buchenwald en 1944 tras 11 años de reclusión. Karl alcanzó rango militar de teniente. Dejó el frente tras caer herido en la Batalla del Jarama para abandonar definitivamente España en agosto de 1938 camino de Checoslovaquia. Nunca más volvió a pisar tierra española.

Tras la ocupación por la Alemania hitleriana de los Sudetes natales de Karl, el interbrigadista se encamina al exilio inglés en febrero de 1939. En Inglaterra trabaja como obrero en un fábrica y también como maestro de niños de otros refugiados políticos. Vuelve a Checoslovaquia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, en enero de 1946, se instala en la Alemania ocupada por las tropas soviéticas y contribuye a fundar en 1949 la oriental y socialista República Democrática Alemana (RDA). 

El escritor inglés Eric Blair, conocido mundialmente por su seudónimo George Orwell, fue uno de los máximos exponentes de un fenómeno común entre los interbrigadistas que lucharon en la Guerra Civil española: la evolución desde el antifascismo al antiestalinismo. Pero George Orwell no fue el único. Muchos otros nombres que no pasaron a los anales de la historia fueron testigos y participes de la llamada “guerra dentro de la guerra”: es decir, del enfrentamiento entre fuerzas comunistas de derechas, con el estalinismo como principal baluarte, y milicias libertarias y revolucionarias de izquierdas, encabezadas por el trotskismo y el anarcosindidalismo. Un enfrentamiento que llegó a derramar sangre, como durante los conocidos como hechos de mayo en la Barcelona de 1937. Combates que desembocaron en purgas y desapariciones de líderes declaradamente antiestalinistas, como el catalán Andreu Nin. 

Karl Popp también sufrió en sus carnes el totalitarismo de la RDA, un Estado que fue inequívocamente estalinista hasta la muerte del dictador soviético en 1953 y que nunca perdió el carácter autoritario hasta su hundimiento en 1989 pese al llamado proceso de desestalinización. “La realidad no era como los sueños, tampoco en la RDA, y menos en sus inicios”, asegura Karla Popp con cierto desencanto en los ojos que parece haber heredado de su padre. “Evidentemente, el nuevo Estado tenía que asegurar su supervivencia. Pero sí, aquello era estalinismo. Y los antiguos interbrigadistas lo vivieron en sus propias carnes”. 

Karla cuenta, por ejemplo, como su padre se alistó en la policía del nuevo Estado socialista alemán, pero también que posteriormente fue expulsado cuando los servicios secretos del régimen descubrieron el periodo que había pasado en Europa occidental. En plenos inicios de la Guerra Fría, eso lo convertía automáticamente en sospechoso para la paranoia estalinista. Karl fue rehabilitado rápidamente y pasó a formar parte del ejército germanooriental. Otros antiguos interbrigadistas alemanes no corrieron la misma suerte. Fue el caso de Franz Dahlem, quien fue cesado de sus cargos políticos bajo la sospecha de ser un “agente sionista” en un proceso marcado por el antisemitismo tan del gusto de Stalin. Otros antiguos interbrigadistas, como el escritor berlinés Alfred Kantorowicz, incluso se vieron obligados a buscar asilo político en la Alemania occidental por su insistencia de poner en duda los dogmas estalinistas. 

Memoria viva que se extingue

Homenaje a los interbrigadistas alemanes en Berlín, en octubre de 2016 (Fuente: KFSR).
Conservar la memoria y los valores antifascistas de los alemanes que decidieron luchar contra Franco. Esa la principal labor que cumple hoy la KFSR, según su presidenta, Kerstin Hommel. “Eso valores son hoy más relevantes que nunca, atendiendo a las tendencias fascistas que vemos actualmente no sólo en Alemania, sino también en el resto de Europa”, asegura Hommel. Partidos ascendentes como el Frente Nacional en Francia o AfD (Alternativa para Alemaniaencarnan en su opinión nuevas formas de derechismo autoritario que rayan con el fascismo contra el que lucharon miles de voluntarios alemanes en la década de los 30 del siglo pasado. 

Cuando en España se habla de memoria histórica y cultura del recuerdo, Alemania suele aparecer como el gran ejemplo. Kerstin Hommel, sin embargo, tiene sus reservas: “Desde 1945 hasta hoy, no se puede decir que en Alemania tengamos un Estado con una cultura de recuerdo antifascista”. La presidenta asegura que las instituciones germanas no honran a todos los alemanes que lucharon contra el fascismo. Como ejemplo de esa memoria fallida y selectiva pone la berlinesa Spanische Alle (Avenida Española), nombrada así por el régimen de Hitler en 1939 para conmemorar a los soldados alemanes de la Legión Cóndor que lucharon contra el orden constitucional republicano y en apoyo a a los militares sublevados. Esa avenida ha mantenido ese nombre hasta hoy. 

Otto Hirschmann fue el último interbrigadista alemán. Murió en Estados Unidos el 10 de diciembre de 2012. Según cálculos de la KFSR, actualmente aún viven unos 15 exbrigadistas de diversas nacionalidades repartidos por todo el mundo. La memoria viva de aquel grupo de voluntarios está, por tanto, a punto de extinguirse. 

Karla Popp tiene hoy 67 años. Ni siquiera puede decir cuándo supo por primera vez que su padre había luchado por la República española. Fue algo con lo que creció en casa, que siempre tuvo presente. Cuando cumplió los 20 años, comenzó a pasar largas sesiones con su padre: en ellas, Karl Popp le dictaba sus recuerdos de España mientras ella los pasaba al papel. De esa manera, la hija de Popp reconstruyó la biografía de un interbrigadista que, de otra manera, hoy ya habría desaparecido. 

El mismo trabajo desinteresado de decenas de personas como ella ha permitido la conservación de cientos de biografías de interbrigadistas alemanes. Miles de documentos oficiales transportados de España a Moscú tras el fin de la Guerra Civil, archivos de los servicios secretos de la desaparecida RDA, memorias personales, libros, diarios de guerra y cartas familiares. Todos esas fuentes han servido para reconstruir las miles de vidas anónimas que conformaron las Brigadas Internacionales. “Ahora tengo que ocuparme más intensamente de la vida de mi padre”, asegura Karla, consciente de que el tiempo se le agota y de que ella forma parte de la última generación que tuvo contacto directo con aquellos hombres para los que España fue sinónimo de esperanza.

Reportaje publicado en El Confidencial.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Jóvenes, nacionalistas e identitarias: así son las Nuevas Derechas alemanas

Algo se mueve en la extrema derecha alemana. El avance electoral del joven partido nacionalista, derechista, euroescéptico y antimigración Alternativa para Alemania (AfD) es un síntoma de ello, pero no el único. Desde que el ala más radical de AfD se impusiera dentro del partido y comenzara a obtener bancadas propias en (hasta ahora) diez parlamentos regionales, mucho se ha escrito sobre las razones de ese avance electoral: llegada de refugiados, crisis del euro, aumento de la precariedad laboral y de la desigualdad social, desgaste político de la canciller Angela Merkel, fallida comunicación del Gobierno federal alemán… 

La escena de la extrema derecha alemana arroja otro fenómeno que parece respaldar los éxitos electorales de AfD: el surgimiento de una nueva intelectualidad ultraderechista que alimenta a través de editoriales, revistas y plataformas en Internet el argumentario político de sectores ávidos de una revolución ultraconservadora y descontentos con la marcha actual del país. Una escena que ofrece un discurso más sofisticado de lo que hasta ahora era habitual en la extrema derecha alemana. 

Tanto la militancia como los votantes más fieles de AfD contrastan con la imagen tradicional de la ultraderecha y del neonazismo germano desde 1949. El Partido Nacional Demócrata de Alemania (NPD) fue hasta hace un par de años la principal referencia de esa escena. Una formación relacionada con la militancia violenta, el terrorismo neonazi, el racismo más recalcitrante y la nostalgia nacionalsocialista. Las llamadas Nuevas Derechas, conformadas por un conglomerado de organizaciones y activistas, han logrado apartarse de la estética del NPD con un discurso que, sin dejar de ser hipernacionalista, ultraconservador y abiertamente rayano con el racismo, atacan por igual a todos los partidos políticos alemanes establecidos y obtienen un potencial electoral transversal. 

El Instituto para Política Estatal (IfS, en sus siglas en alemán), uno de los arietes ideológicos de las autoproclamadas Nuevas Derechas, ofrece en su web un párrafo paradigmático de esa estrategia política: “La socialdemocratización del llamado centro es una realidad que se refleja en ciertas posiciones defendidas hace 10 años por la izquierda y que se han generalizado en la CDU [democristianos], CSU [socialcristianos bávaros] y el FDP [liberales]. Ello afecta sobre todo a la postura sobre la sociedad multicultural y el abuso histórico-político del pasado alemán. (…) Sin identidad nacional no hay futuro para Alemania”. 

Las Nuevas Derechas, con AfD como principal baluarte político, están consiguiendo así capitalizar electoralmente tanto una parte del abstencionismo tradicional como un espacio social ultraconservador que probablemente siempre estuvo ahí, pero que los democristianos de la CDU-CSU de Merkel ya no parecen en disposición de integrar en su electorado. De esta forma, el tablero político germano parece inexorablemente abocado a romperse por la extrema derecha en las próximas elecciones generales previstas para septiembre de 2017; tras ellas, el Bundestag (Parlamento federal) será muy probablemente el más fragmentado de la historia de la historia de la República Federal Alemana y tendrá en su seno a una fuerza política situada a la derecha de la democraciacristiana, algo inédito en Alemania desde 1949. 

Jóvenes y radicales 

Centro de Berlín, finales del pasado agosto. Un grupo de jóvenes activistas se encarama a plena luz del día a la céntrica Puerta de Brandeburgo. Cientos de turistas miran con curiosidad la acción a la espera de un mensaje ecologista o de extrema izquierda. En su lugar, y para sorpresa de muchos, los activistas despliegan una pancarta con la siguiente frase: “Fronteras seguras, futuro asegurado”.


El Movimiento Identitario (Identitäre Bewegung) fue el responsable de esta acción. “Somos la primera fuerza patriota y libre que toma parte activa y con éxito por la nación, la libertad y la tradición”. Así se presenta este grupo de clara orientación ultraderechista. Con una estética moderna, fresca, juvenil e incluso cercana a la de movimientos de izquierda alternativa, el Movimiento Identitario tiene un objetivo claro: “Mantener las identidades, culturas y tradiciones locales, nacionales y europeas, y luchar contra la migración masiva y la islamización que tiene lugar durante años, así como contra el derrumbamiento moral de nuestra democracia y nuestra sociedad”. 

El Movimiento Identitario, procedente originalmente de Francia, nació en Alemania en 2012. Desde entonces, sus activistas realizan campañas en Internet y en la calle para luchar contra lo que consideran un multiculturalismo impuesto por unas élites que no los representan. Pese a su mensaje netamente ultraderechista, el Movimiento Identitario se aparta explícitamente de lo que ellos llaman Viejas Derechas (“racistas, neonazis, etc...”) para ofrecer un discurso algo más elaborado: defienden el concepto de “etnopluralismo, que contraponen al de “multiculturalismo”. Aseguran apostar por el mantenimiento de la diversidad cultural, siempre y cuando las diferentes culturas se mantengan dentro de sus “territorios históricos”. Un argumento que no es nuevo en la extrema derecha europea, pero que ahora es defendido con una estética renovada y en un momento histórico más propicio.

Frente de Derechas AfD 

Pegida (Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente) y el Movimiento Identitario son las principales organizaciones de las llamadas Nuevas Derechas alemanas. Su objetivo es, según observadores del fenómeno, crear un Frente de Derechas que se convierta en un polo ideológico que marque la agenda política alemana y, por qué no, incluso tomar algún día el poder. Un escenario que hasta hace poco tiempo la mayoría de politólogos y analistas consideraba inverosímil en Alemania, pero que, como demuestra el avance electoral de AfD, ahora ya no lo parece tanto. 

“Las diferentes escenas se interconectan cada vez de manera más efectiva. En el centro actúan AfD y Pegida como centro gravitacional de todas fuerzas radicales. (…) Además de la islamofobia, el principal punto de su programa es el ‘etnopluralismo’; es decir, la creación de mundo que conserve los espacios nacionales-culturales. Eso no es otra cosa que una especie de apartheid mundial entre pueblos”. 

Este párrafo está extraído del libro Ciudadanos peligrosos. Las Nuevas Derechas alcanzan el centro. Escrito por Liane Bednarz y Christoph Giesa, dos periodistas y publicistas de corte liberal y conservador, el libro advierte que Alemania parece estar en un momento histórico perfecto para lo que la extrema derecha germana ha esperado durante décadas: convertirse en un actor político influyente y decisivo a nivel federal. Su agenda política es harto conocida: férrea oposición a una sociedad abierta y multicultural, recuperación de un concepto de ciudadanía basado en criterios étnicos y religiosos, posiciones claramente antimigratorias, euroscepticismo militante, revisionismo histórico y ultraconservadurismo moral. 

¿Nuevo terrorismo ultraderechista? 

“El año registramos más de mil ataques contra centros de acogida de refugiados, y este año volvemos a ver un incremento de la violencia política, tanto de izquierda como de derecha. Pero es cierto que el peligro derechista nos preocupa más, porque ahora es más inteligente”, asegura Rainer Wendt, presidente del Sindicato Policial de Alemania y autor del libro Alemania en peligro. Cómo un Estado débil pone en juego su seguridad, recientemente publicado. 

“Antes, cuando hablábamos de extremismo ultraderechista, siempre teníamos en mente esos tipos fornidos, de cabeza rapada, cruces gamadas tatuadas y también un poco tontos”, continúa el comisario Wendt. “Este tipo de gente sigue existiendo, pero hay nueva extrema derecha muy peligrosa, que no sólo aprovecha el ambiente social, sino que también establece estructuras que actúan de manera conspirativa y más profesionalizada”. 

Si se le pregunta si descarta la aparición de un nuevo terrorismo neonazi o ultraderechista organizado, como ya existió en el pasado reciente de Alemania, su respuesta es clara y directa: “No”. Rainer Wendt no está solo en ese sentido. Hace tiempo que observadores de esta nueva escena ultraderechista alemana advierten que hay activistas que están desapareciendo en la clandestinidad, lo que podría indicar el establecimiento de células terroristas organizadas e interconectadas preparadas para atentar. 

El surgimiento del denominado Frente de Derechas, en el que las conexiones entre AfD, el Movimiento Identitario y Pegida son más que evidentes, apunta que en Alemania está cristalizando un sector social que podría intentar dar cobertura a un nuevo terrorismo ultraderechista. Uno de los párrafos de la autodescripción que ofrece el Movimiento Identitario alemán no podría ser más inquietante: “En Europa nos encontramos en el inicio de uno periodo de cambio. Para que ese cambio transcurra como queremos, necesitamos la colaboración de activistas jóvenes, inteligentes y dispuestos a sacrificarse y a corresponder al espíritu de nuestras vanguardias europeas, a conservar y a defender su patria”.

Reportaje publicado por ElConfidencial.

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Por qué crece la extrema derecha en Alemania?

El joven partido Alternativa para Alemania, de postulados ultraconservadores, nacionalistas, antimigratorios y euroescépticos, avanza en el país más poblado y rico de la Unión Europea pese a su relativa buena marcha. 

“Wir schaffen das” (“Lo conseguiremos”). La canciller alemana, Angela Merkel, pronunció por primera vez esta ya mítica frase en una conferencia de prensa en agosto de 2015. Merkel se refería a la capacidad de Alemania y Europa de hacer frente a la masiva llegada de refugiados al Viejo Continente. A pesar de que el país que gobierna desde más de una década haya conseguido acoger (que no integrar) a más de un millón de refugiados y frenar (gracias a un controvertido acuerdo con la Turquía de Erdogan) la masiva llegada de inmigrantes, Merkel ha dejado de pronunciar en público la famosa frase. “Wir schaffen das” tiene mal cartel en la actual Alemania, cuyo panorama político está cambiando a marchas forzadas. El aparentemente imparable avance de Alternativa para Alemania (AfD), un joven partido ultranacionalista, euroescéptico y con evidentes conexiones xenófobas, es un claro síntoma de ello. 

AfD ya tiene representantes en 10 parlamentos regionales de los 16 Estado federados alemanes, y todo apunta a que estará presente en el Bundestag tras las próximas elecciones generales previstas para septiembre de 2017. Los resultados de los últimos comicios celebrados en el ciudad-Estado de Berlín sirven de termómetro político del país: Alternativa para Alemania consiguió superar el 14% del total de los sufragios y se colocó como quinta fuerza de la ciudad (primera en algunos distritos orientales), a poco más de tres puntos de distancia la Unión Democrática Cristiana (CDU en sus siglas en alemán). El avance de AfD en la capital del país deja al menos tres conclusiones para la próxima legislatura a escala federal: el tablero político alemán está rompiéndose por la (extrema) derecha, el próximo parlamento será el más fragmentado de la historia de la República Federal y ello hará bastante más complicada su gobernabilidad. 

Los partidos políticos establecidos han pasado de la indiferencia al nerviosismo: la formación derechista amenaza con acabar con la tan alabada estabilidad del sistema político alemán y con erosionar aún más a la hasta hace bien poco indiscutible figura de Angela Merkel. La que nació en 2013 como una fuerza nacionalconservadora, euroescéptica y de claro corte neoliberal se ha convertido en un partido protesta con postulados ultranacionalistas y antimigratorios capaz de capitalizar un descontento social bastante complejo, teniendo en cuenta que a Alemania le va relativamente bien en comparación con otros países de su entorno como Francia, España, Grecia o Italia. 

Así las cosas, politólogos, periodistas y analistas no dejan de preguntarse sobre las razones del fenómeno AfD. Este artículo destaca cinco elementos que ayudan a entender el auge de este joven partido de la nueva extrema derecha alemana: 

Trasfondo económico: no hay dudas de que la economía germana muestra una mejor salud macroeconómica que buena parte de la Unión Europea: el desempleo está en mínimos históricos; el crecimiento, aunque no sea para tirar cohetes, se mantiene; las exportaciones siguen su ritmo y el consumo interno crece; sin embargo, hace tiempo que economistas apuntan que la creciente desigualdad y la precarización del mercado laboral podrían suponer un alto precio para Alemania. La Agenda 2010, el paquete de reformas sociales y recortes de gasto público introducido por el gobierno rojiverde del ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, sacó al país de una grave crisis a comienzos de este siglo, pero también ha tenido un indudable impacto negativo en sus clases medias y bajas: no en vano, parte de la masa trabajadora necesita de ayudas públicas para complementar unos salarios insuficientes. 

Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán para la Investigación Económica (DIW), no duda en trazar una línea entre el avance de AfD y el desarrollo socioeconómico de Alemania, una de las naciones más desiguales de la OCDE: “El creciente extremismo político en muchos países industrializados, y también en Alemania, es en parte resultado de la creciente desigualdad. Pero aún más importante para el crecimiento de AfD es el hecho de que cada vez más personas dependan del Estado. En Alemania oriental, por ejemplo, un 40% de los hogares recibe la mitad o más de sus ingresos a través de ayudas públicas. Esta dependencia facilita a los populistas alimentar los miedos. Y exactamente eso es lo que ocurre con los refugiados: muchas personas se preguntan si en un futuro seguirán recibiendo suficiente apoyo estatal”. 

Ineficiente comunicación política: la figura de la canciller Angela Merkel destaca por su tacticismo, su capacidad de medir con inteligencia los tiempos políticos y por sus silencios más que por sus declaraciones. A diferencia de su predecesor, el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, Merkel no es una política que sobresalga por su brillantez dialéctica ni por grandes discursos. Ello no ha sido diferente en la gestión de la llamada crisis de refugiados

Su lacónico “Wir schaffen das” no es más que la expresión de una responsabilidad histórica que Alemania no puede rechazar. Y no sólo por la historia moderna del país, sino por una simple razón práctica: un cierre de las fronteras alemanas, tal y como exige el populismo derechista de AfD, habría generado unas consecuencias catastróficas para la Unión Europea y para los países balcánicos de la antigua Yugoslavia, que siguen sumidos en un precario equilibrio tras la última guerra librada en suelo europeo. El gran error de la Canciller en este caso parece haber sido la incapacidad o la falta de voluntad de explicar su innegociable decisión de acoger a los refugiados y también las ventajas que tiene su llegada para el modelo económico alemán, lastrado por una innegable crisis demográfica. A estas alturas, está claro que la ineficiente comunicación política de Merkel ha dado aliento y proyección electoral a las tesis ultranacionalistas y antiinmigratorias de AfD.

Debate sobre la identidad alemana: la agenda política en Alemania ha cambiado. Entre otros temas, como el futuro de la Unión Europea, el euro o los refugiados, destaca ahora el debate sobre la identidad nacional. Un debate que no ha reconocido a tiempo el establishment político del país. Algo que tal vez tenga que ver con la mayoría absoluta con la que gobierna la actual Gran Coalición formada por la CDU/CSU de Merkel y el SPD: conservadores y socialdemócratas suman, no en vano, el 80% de los escaños en el Bundestag, lo que alguna vez ha sido descrito por comentaristas políticos como un “rodillo legislativo” y una “excepción democrática”. 

Un rodillo que ha despreciado debates como el de la identidad nacional, monopolizado y capitalizado políticamente por AfD. Como apunta el politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín Herfried Münkler, históricamente, los países europeos abren un debate sobre su identidad nacional cada cuarto de siglo: tras la última gran redefinición de su identidad nacional después de la reunificación del país en 1990, Alemania afronta ahora una nueva discusión sobre qué significa ser alemán. Si los partidos establecidos no se atreven a abordar esa discusión, la extrema derecha aprovechará el vacío para seguir defendiendo la identidad nacional alemana desde posturas étnico-religiosas y antimulticulturalistas, como ha hecho hasta ahora. Con éxito. 

Surgimiento de una intelectualidad de ultraderecha: tanto el votante como la mayoría de candidatos de AfD contrastan con la imagen tradicional de la ultraderecha y el neonazismo; están lejos del racismo mal argumentado y de la militancia violenta característica de la formación más relevante de la ultraderecha desde 1949, el Partido Nacional Demócrata de Alemania (NPD). No hay dudas de las conexiones entre AfD y movimientos islamófobos como Pegida y otras organizaciones de las llamadas Nuevas Derechas (Neue Rechte); sin embargo, la capacidad argumental y la preparación intelectual tanto de los líderes de AfD como de las Nuevas Derechas están fuera de toda duda. 

La sistemática demonización, ridiculización o incluso el desdén con que tanto medios de comunicación como partidos políticos establecidos han confrontado AfD, ha contribuido, sin duda, a agrandar el fenómeno político. A ello hay que añadir el surgimiento de un espacio electoral a la derecha de la CDU/CSU. Un espacio que muy probablemente siempre estuvo allí, pero que los democristianos no parecen ya en disposición de integrar electoralmente en su conservadurismo democristiano y que AfD utilizará para establecerse como una fuerza política más del arco parlamentario. 

En ese sentido, es paradigmático un párrafo extraído de la web del Instituto para Política Estatal (IfS, en sus siglas en alemán), uno de los baluartes intelectuales de las mencionadas Nuevas Derechas: “La socialdemocratización del llamado centro es una realidad que se refleja en ciertas posiciones defendidas hace 10 años por la izquierda y que se han generalizado en la CDU [democristianos], CSU [socialcristianos bávaros] y el FDP [liberales]. Ello afecta sobre todo a la postura sobre la sociedad multicultural y el abuso histórico-político del pasado alemán. (…) Sin identidad nacional no hay futuro para Alemania”. 

German Angst o el miedo alemán: mucho se ha escrito sobre el German Angst, esa ansiedad o ese miedo respecto al futuro aparentemente infundado que históricamente ha caracterizado al pueblo de Alemania. Los recientes atentados de corte yihadista que han sacudido Europa están alentando esa predisposición psicológica de los alemanes al pesimismo. Varios estudios así lo indican. El desempleo se reduce, la media salarial aumenta, la inflación roza el cero por ciento y el Gobierno federal alemán prevé un crecimiento del 1,7% para 2016; y pese a todo, más de la mitad de los ciudadanos alemanes miran con preocupación a los próximos años, tal y como apunta una encuesta de Stiftung für Zukunftsfragen

Ese miedo no es diferente respecto a la llegada de refugiados; como escriben los politólogos Herfried Münkler y Marina Münkler en su último libro Die Neuen Deutschen (Los nuevos alemanes), “los refugiados son percibidos como un peligro o amenaza, nunca como una oportunidad para la renovación de la sociedad”. Ello pese a que la única manera de combatir a corto plazo la crisis demográfica sea la inmigración; como apunta el doctor Münkler, sociedades envejecidas como la alemana tienden a sufrir miedo al futuro, más todavía frente a “sociedades jóvenes y dinámicas” como las árabes y musulmanas. Amplios segmentos del país temen así a esos nuevos inmigrantes que, paradójicamente, podrían garantizar el mantenimiento del modelo económico y el Estado del Bienestar. Alemania se enfrenta así a una severa paradoja sociológica y psicológica de la que AfD podría seguir beneficiándose.

Análisis publicado por esglobal.org.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Jubilado, pobre... y alemán

Joseph H. tiene 75 años. Trabajó hasta los 71 como enlosador. Actualmente recibe 416 euros mensuales por su renta pública de jubilación. Paga 400 de alquiler por su apartamento de una sola habitación en Múnich. Para llegar a fin de mes, se ve obligado a pedir la ayuda de subsistencia básica al Estado alemán. Un ayuda insuficiente para comprar los medicamentos que necesita y poder comer todos los días. Por eso acude de vez en cuando a una cocina comunitaria de su barrio, donde, además de comer caliente, recibe alimentos de forma gratuita. 

 Harry N. también tiene 75 años. Trabajó hasta los 41 como funcionario del Ministerio de Finanzas, hasta que una enfermedad lo incapacitó. Su pequeña jubilación no le da para llegar a fin de mes, por eso hasta ahora hizo trabajos a tiempo parcial para complementarla. Desde que perdió su último empleo busca envases retornables en papeleras y contenedores de basura para sacarse unos euros diarios. Lo hace cuando cae la noche o bien temprano, antes de que salga el sol: le da vergüenza ser visto por vecinos o conocidos. 

Además de la edad, Joseph y Harry comparten tres características: son jubilados, son pobres… y son alemanes. Son parte de más del 15 por ciento de jubilados de la mayor economía europea afectados por la pobreza, según datos de la Oficina Federal de Estadística de Alemania. Una pobreza que se refleja en las peticiones de ayudas públicas: más de medio millón de jubilados solicitaron la ayuda de subsistencia mínima el pasado año. Una cifra que se ha doblado en la última década y que seguirá creciendo en los próximos años si algo no cambia en Alemania, un país muy envejecido y en el que la familia juega un papel prácticamente residual. 

Informe demoledor 

El caso de Harry está extraído del último informe anual sobre la pobreza en Alemania de la asociación Deutscher Paritätischer Wohlfahrtsverband. La conclusión de apartado dedicado a la exclusión social en la tercera edad en Alemania es simplemente demoledor: “La pobreza en la vejez amenaza con convertirse en un fenómeno masivo en los próximos a años, pues sabemos que el precio de la vida, como la vivienda y la energía, sube, mientras que el valor de las jubilaciones no deja de bajar”. ¿Cómo ha podido llegar uno de los países más ricos del mundo a esta situación? 

“Se trata de un problema creado en casa. Hace 15 años se decidió debilitar el sistema público de pensiones, con distancia el principal pilar de la seguridad en la vejez para más de 90 por ciento de la población alemana. Se tomó esa decisión para mantener bajas las aportaciones al sistema estatal de pensiones”, asegura a Joachim Rock, autor del informe. “Al mismo tiempo, se apostó por fondos de jubilación privados, que hoy apenas aportan una solución para los jubilados pobres o amenazados por la pobreza, y que en fases como la actual, de tipos de interés muy bajos, apenas arrojan dividendos”. 

Como muchos otros críticos de la política económica de los últimos gobiernos federales, Joachim Rock responsabiliza directamente a la Agenda 2010, el paquete de reformas y recortes sociales introducido en 2003 por el Gobierno rojiverde del excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder. “La Agenda 2010 mantuvo una política de reducción de las cuotas al sistema público de pensiones a costa de su eficiencia. El fomento de minijobs y de la precariedad laboral también aumenta la pobreza en la vejez”, apunta Rock. 

La estabilidad del sistema público de pensiones es un viejo debate en Alemania. La grave crisis demográfica que sufre el país, generada por la baja tasa de natalidad y el envejecimiento poblacional debido a la creciente esperanza de vida, no sólo pone en jaque el propio modelo productivo germano, sino también su sistema de seguridad social y su Estado del bienestar. El Gobierno de Schröder decidió en su momento reducir las aportaciones al sistema público de pensiones y fomentar seguros de jubilación privados (complementarios de las jubilaciones públicas) a través de subvenciones estatales. Lo que parecía una decisión previsora se ha revelado más de una década después como un sistema fallido, como reconoció recientemente el actual gobierno de Gran Coalición formado por democristianos y socialdemócratas. 

Rebelión en la tercera edad 

Alemania, año 2030: más de un tercio de los jubilados vive por debajo del umbral de la pobreza; hay prisiones especiales para personas mayores de 65 años debido a la creciente criminalidad en la tercera edad, como por ejemplo los asaltos a farmacias en busca de medicamentos impagables; la cifra de suicidios crece escandalosamente entre la población mayor; y un grupúsculo denominado Comando de Ancianos Iracundos protagoniza ataques, atracos y acciones reivindicativas en un país que ha dejado en la cuneta a buena parte de su vejez.


Es el panorama que dibuja el documental en clave de ficción “2030. Rebelión de los ancianos”, emitido en 2007 por la televisión pública alemana ZDF. La película proyecta el posible futuro cercano de un país marcado por una política de pensiones fracasada. Un futuro ficticio, pero perfectamente verosímil atendiendo a las proyecciones que hacen expertos e institutos económicos. “Todavía no ha ocurrido, pero esto o algo parecido podría llegar pronto”. Con esta frase termina el docudrama de tintes preapocalípticos. 

La pobreza en la tercera edad ha dejado de ser un fenómeno minoritario en Alemania. La de ancianos en busca de botellas retornables se ha convertido en una imagen habitual en sus paisajes urbanos. La exclusión social en la vejez está lejos de ser una ficción en la locomotora económica europea, sino que es más bien un fenómeno cada vez más visible. 

“Hay que tener ojo para darse cuenta. Cuando sales bien temprano de casa, es normal ver a jubilados caminando por las calles, algo en principio atípico. Pero si uno se fija bien, verá cómo muchos de ellos buscan botellas retornables en contenedores de basura.Y eso asusta”. El que habla es Hans-Jürgen Scheibe, un trabajador del sector de la construcción jubilado que ahora dedica parte de su tiempo a denunciar la creciente pobreza en la tercera edad. No ha visto la película “2030. Rebelión de los ancianos”; por eso, el nombre que él y sus colegas decidieron darle a la asociación que los representa tiene algo de premonitorio: Seniorenaufstand (“Levantamiento de jubilados”). 

Scheibe denuncia la alarmante pérdida de poder adquisitivo de los jubilados alemanes: “Las pensiones crecieron de 2003 a 2013 un 8,8 por ciento, mientras que los precios aumentaron un 19,3 y los salarios, un 18,95 por ciento en el mismo periodo”, declara Scheibe citando estadísticas del sistema público de pensiones alemán. 

Jubilación de dos velocidades 

Hace años que economistas apuntan que las reformas de corte neoliberal que consiguieron sacar a la economía alemana de la profunda crisis de principios de siglo está creando una sociedad de dos velocidades: mientras un sector de población mantiene contratos laborales estables con buenas cotizaciones a la seguridad social, la precariedad laboral y los contratos de trabajo con pocas perspectivas ganan terreno en la primera economía del Viejo Continente. Esta sociedad de dos velocidades se proyecta también en las condiciones de vida en la tercera de edad. La vejez germana tampoco escapa la desigualdad. 

Una de esas voces críticas es Marcel Fratzscher, presidente del Instituto para la Investigación Económica (DIW). Su último libro, 'Lucha por la distribución. Por qué Alemania es cada vez más desigual', apunta que Alemania es uno de los países más desiguales de la OCDE y advierte de lo que se le viene encima al país en materia de jubilaciones: “Debido al envejecimiento poblacional, el Estado alemán tendrá que aumentar hasta 2030 su crecimiento anual en más de un 2 por ciento para poder hacer frente a los costes adicionales en pensiones y sistema de salud”. Un avance del PIB poco realista a la vista del débil crecimiento de la economía mundial, de la que Alemania depende profundamente debido al fuerte peso de sus exportaciones. 

Mientras, la creciente pobreza en la tercera edad impulsa paradójicamente a la punta de lanza de la nueva extrema derecha germana, el joven partido Alternativa para Alemania (AfD), que con toda seguridad obtendrá representación en el Bundestag en las próximas elecciones federales. Y paradójicamente, porque AfD presenta propuestas económicas de marcado corte neoliberal que están lejos de pretender fortalecer el sistema público de pensiones. Ello demuestra que AfD se ha convertido, sin duda, en el gran partido protesta de Alemania, capaz de capitalizar políticamente buena parte del descontento social de las clases medias y bajas del país pese a no ofrecer recetas económicas de corte social. 

El profesor Joachim Rock cree que Alemania todavía está a tiempo de evitar un futuro como el proyectado por el filme “2030. Rebelión de los ancianos”. Pero para ello ve necesaria la introducción inmediata de medidas que den un vuelco a las proyecciones más apocalípticas: la estabilización y el aumento del nivel de las jubilaciones por encima del 50 por ciento, el reforzamiento de los elementos de solidaridad en el sistema público de pensiones, el fin al fomento público, financiado con el dinero de todos los contribuyentes, de planes de pensiones privados, y, sobre todo, la creación de empleo de calidad que aporte ingresos a la caja pública de pensiones. “Necesitamos una lucha decidida contra la pobreza. Y para ello, la política de pensiones del Gobierno alemán tiene que dar un giro de 180 grados”, sentencia Rock.

Reportaje publicado en El Confidencial.

martes, 5 de julio de 2016

Tuitear desde dentro de Pegida

“Lügenpresse, Lügenpresse, Lügenpresse…!” (“¡Prensa mentirosa, prensa mentirosa...!”) 

Este es uno de los eslóganes coreados habitualmente en marchas de Pegida (siglas en alemán para “Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente”), uno de los gritos franquicia del movimiento islamófobo y marcadamente nacionalista. La prensa es una de las principales dianas de esta iniciativa ciudadana, que desde hace más de dos años saca cada lunes a miles de personas a las calles de diferentes ciudades de Alemania. 

Dresde es el gran bastión de Pegida. En la ciudad germanooriental a orillas del río Elba se gestaron sus inicios. Hasta la capital del Estado federado de Sajonia han peregrinado miles de personas procedentes de toda Alemania y del resto de Europa para participar en marchas de marcado corte antimigración. Pase lo que pase, cada lunes uno de los reporteros de la cuenta de twitter @streetcoverage sigue la manifestación y tuitea en directo lo que en ella ocurre. Alexej y Johannes asumen así la tarea que muchos periodistas y reporteros han dejado de hacer. Por el miedo que generan las amenazas e incluso las agresiones físicas. 

El móvil como escudo Johannes se mueve con paso decidido por las calles empedradas del centro de Dresde pese a que el calor apriete en la capital sajona. Este joven estudiante de medicina no se separa de su teléfono móvil: es la herramienta que le permite explicar a los más de 15.000 seguidores de @streetcoverage lo que ocurre a su alrededor. 

Cuando llegamos a la plaza desde la que este lunes parte la marcha de Pegida, Johannes percibe la hostilidad que genera su presencia desde el primer momento. Agacha la mirada sobre su móvil para tuitear algunas de las frases que los oradores escupen desde el podio. Mientras, un miembro de la seguridad privada de Pegida, corpulento y de cabeza rapada, se sitúa a pocos metros de nosotros con mirada de pocos amigos. Johannes tuitea y tuitea. Parece agarrarse a su móvil como si fuera un escudo con el que poder protegerse.


“Miedo no es la palabra correcta. En todo caso diría respeto. Hemos vivido escenas que estuvieron marcadas por el miedo, en las que tuvimos que tomar la decisión de huir, porque nuestra integridad física estaba amenazada. Pero no tengo miedo, porque creo que lo que hacemos es muy importante y eso nos da aliento. En todo caso, no debemos ser imprudentes”, asegura Johannes, tras reflexionar unos segundos la respuesta.

Más agresiones, menos libertad de prensa

@streetcoverage nació en marzo de 2015. Un grupo de refugiados había acampado ante la Ópera de Dresde como forma de protesta por sus condiciones de acogida. Una noche, alrededor de 150 simpatizantes de Pegida atacaron la acampada con gritos xenófobos. Johannes y Alexej estaban allí. Para su sorpresa, los medios de comunicación no se hicieron eco del ataque. “No podíamos comprender que algo así pudiera pasar en nuestra sociedad sin que automáticamente se convirtiese en un tema de discusión, sin que los ciudadanos se enfrentaran a ello. Los valores fundamentales de nuestra convivencia estaban siendo atacados”.

En ese momento, decidieron crear su propia herramienta informativa. La red social Twitter de mensajería instantánea fue la plataforma elegida. Su cuenta se ha convertido en toda una referencia en Alemania para seguir en tiempo real lo que ocurre en marchas de uno de los movimientos islamófobos más populares de Europa. “Reportajes y narración en vivo desde donde arde. Contra el racismo y la xenofobia”, reza la descripción del perfil.

En 2015, Alemania cayó de la posición 12 a la posición 16 en el ránquing de libertad de prensa elaborado por Reporteros Sin Fronteras. Esa degradación de 4 puestos se debe fundamentalmente a ataques contra reporteros a manos de grupos de extrema derecha en marchas como las de Pegida. RSF documentó al menos 39 agresiones contra periodistas durante 2015 en Alemania. Otros tantos ha recogido el Centro Europeo para la Libertad de Prensa, con sede en Leipzig, otra de las ciudades alemanas considerada foco de movimientos derechistas. En una página web, el Centro Europeo localiza sobre un mapa de Alemania diferentes ataques a periodistas: agresiones físicas, insultos, rotura de cámaras de video y fotos, e incluso amenazas de muerte.

Así las cosas, muchos reporteros de medios regionales y del resto de Alemania han dejado de acudir a las marchas. Unos porque consideran que el riesgo de sufrir una agresión es demasiado alto; otros, porque ya fueron atacados física o verbalmente. Johannes y Alexej podrían haber tomado la misma decisión; sin embargo, y a pesar de no dedicarse profesionalmente al periodismo, los creadores de @streetcoverage prefieren seguir cubriendo las manifestaciones. No ignoran las amenazas, pero se niegan a aceptar que la libertad de prensa tenga que sufrir tales restricciones en un país como Alemania.

“Nuestras coberturas son objetivas, en ellas evitamos opiniones o posicionamientos ideológicos; simplemente describimos lo que vemos. De esta manera, no se nos puede acusar de nada. Simplemente, de describir lo que ellos mismos hacen o dicen. Somos como un espejo. Y eso nos protege de alguna manera”, afirma Johannes con media sonrisa.

Pero esa fría manera de informar parapetados tras los 140 caracteres de Twitter no siempre les sirve de protección: tanto Johannes como Alexej han sufrido golpes y amenazas verbales durante coberturas de marchas islamófobas y también del partido derechista y euroescéptico Alternativa para Alemania (AfD), que algunos ya consideran el brazo político de Pegida.

Capitalización política de la islamofobia 

Decir que Pegida sólo representa a sectores de la extrema derecha y a los círculos neonazis de Alemania sería faltar a la verdad; quien haya acudido alguna vez a una marcha islamófoba en Dresde se habrá percatado de que los manifestantes conforman un grupo heterogéneo, en el que por supuesto hay neonazis y elementos de la extrema derecha, pero también trabajadores y ciudadanos de clase media que participan en las manifestaciones como forma de protesta contra el establishment alemán. Es la forma de expresar su descontento con la marcha del país.

Pegida es un fenómeno político y social más o menos transversal, característica que lo une a Alternativa para Alemania, el partido derechista y eurófobo que actualmente se sitúa por encima de 12 por ciento en las encuestas de intención de voto a nivel federal. No en vano, altos miembros de la formación han acudido a título individual a marchas de Pegida. AfD asegura que no tiene nada en contra de los musulmanes, pero considera que el Islam ni pertenece ni puede pertenecer a Alemania. La formación derechista intenta así capitalizar políticamente y sin sonrojo la creciente islamofobia que la sociedad germana viene experimentando durante los últimos años.

Johannes no tiene duda alguna sobre la cooperación activa entre la direcciones de Pegida y AfD: “Hace unas semanas, un líder de AfD de Turingia participó en una marcha en Dresde y habló desde el podio. Uno de los objetivos de Pegida era precisamente fundar un partido propio. Pero no parece que lo estén consiguiendo. Y una de las consecuencias de esa incapacidad es la cercanía con AfD, que sirve así para canalizar políticamente el movimiento”.

La manifestación de Pegida de este lunes avanza lenta y de manera silenciosa a través del centro de Dresde. Unas 2.000 personas caminan rodeadas de un fuerte cordón policial. El dispositivo de seguridad desplegado por las fuerzas de seguridad es realmente impresionante. Johannes avanza paralelamente a la marcha sin dejar de tuitear lo que ve y lo que escucha. Evita acercarse demasiado a los manifestantes, cuyas miradas son cada vez más amenazantes.

Un joven participante en la manifestación se le acerca y le pregunta para quién trabaja. “Periodista independiente”, responde Johannes. El joven, enfundado en una camiseta negra con el lema de “Defend Europe” (“Defiende Europa”), intenta seguir con la conversación, pero Johannes lo evita. Tanto manifestantes como miembros de la seguridad privada de Pegida comienzan entonces a fotografiar a Johannes y a este reportero. Cuando el seguimiento se hace más que incómodo, decidimos abandonar la marcha. Por seguridad personal, afirma Johannes.

Pasividad policial 

¿Y la policía? “Tenemos mucho contacto con ella. Y la propia policía reconoce que tiene simpatizantes de Pegida entre sus filas. Y no precisamente pocos. Llevamos más de doce meses haciendo coberturas y lo vemos claramente: vemos como miembros de Pegida y agentes se saludan y se chocan las manos”. Johannes incluso denuncia pasividad policial ante ciertas agresiones protagonizadas por manifestantes de Pegida contra refugiados y periodistas. “A veces no nos hemos sentido lo suficientemente protegidos por la policía y hemos tenido que ser recogidos por conocidos para salir de marchas”.

Hoy, la manifestación de Pegida culmina en la misma plaza en la que comenzó. En una de las calles adyacentes, un par de cientos de antifascistas se manifiestan en contra. Un amplio cordón policial separa a ambos grupos. Los militantes izquierdistas profieren insultos contra los simpatizantes de Pegida, que responden con más insultos y con amenazas. Se producen momentos de tensión. Una violencia latente se mezcla con el asfixiante calor; parece que los enfrentamientos pueden comenzar en cualquier momento. Ello no impide que Johannes siga tuiteando situado entre ambos grupos. Las marchas se acaban finalmente disolviendo sin mayores problemas.

“Pegida ha cambiado completamente el ambiente de Dresde; no sólo porque la ciudad se haya convertido para los medios de comunicación en la capital del movimiento que apuesta por el racismo y la xenofobia, sino también porque genera discusiones en las familias y entre colegas de trabajo. Las escuelas, universidades y centros investigación de carácter internacional también están sufriendo las consecuencias. El Instituto Max Planck, por ejemplo, les paga un taxi a algunos de sus investigadores extranjeros todos los lunes por la noche. Por seguridad”, explica Johannes. El joven estudiante de medicina y reportero circunstancial también toma medidas de protección personal que, por razones obvias, prefiere no desvelar.

El terrorismo de extrema derecha y neonazi no es un fenómeno nuevo en Alemania. La Fundación Amadeu Antonio estima que las estructuras neonazis militantes mataron a alrededor de 180 personas desde la reunificación del país en 1990. El último gran episodio de terrorismo pardo fue la célula NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista), que asesinó a 9 ciudadanos de origen turco y griego y a una agente de policía entre 2000 y 2007, además de perpetrar atracos de bancos y atentados con bomba antes de ser disuelta definitivamente hace cinco años.

Como cercano observador de los nuevos movimientos derechistas alemanes, Johannes no tiene dudas: “Las fuerzas más activas y militantes de Pegida se han retirado durante los últimos meses del espacio público. El problema es que a través de las marchas de Pegida y de otros eventos similares, esas fuerzas derechistas más militantes se han interconectado muy bien, incluso tal vez mejor que en la década de los 90, antes de la aparición de la NSU. Es posible que estén pasando a la clandestinidad con estructuras muy organizadas y también con nuevas fuentes de financiación. Y temo esto acabe expresándose de manera violenta, con muertos, durante los próximos 10 años”.

Crónica publicada en ElConfidencial.com.

martes, 31 de mayo de 2016

¿Se está ‘pasokizando’ el SPD?


– “Si salimos de la Gran Coalición, la CDU no regularizará voluntariamente el trabajo temporal ni los contratos definidos. Sólo lo hará porque nosotros le obligamos a ello. Así que, ¿qué debo hacer? ¿Salir de la coalición y dejarlo todo hecho una mierda con la esperanza de que si todo va bien, usted votará al SPD?” 

– “Si una trabajadora del servicio de limpieza pudiera decirte qué es lo debes hacer, entonces yo lo haría…” 

Esta conversación tuvo lugar recientemente en la Willy-Brandt-Haus, la sede del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) en Berlín. Fue durante unas jornadas organizadas por el propio partido. Los dos protagonistas fueron Sigmar Gabriel, presidente del SPD, y Susanne Neumann, trabajadora del servicio de limpieza del edificio. La charla, celebrada de manera informal ante militantes y medios de comunicación, se ha convertido en viral en el país. Susanne ha sido posteriormente invitada a programas de debate de máxima audiencia en la televisión alemana. 

La escena capta a la perfección la más absoluta desorientación que reina en la actualidad en el seno del SPD, partido fundamental para entender la historia moderna de Europa y cofundador de una tendencia política que hoy busca su razón de ser: la socialdemocracia.


Algunas de las últimas encuestas de intención de voto otorgan al SPD menos del 20% de los sufragios en unos eventuales comicios federales en Alemania, previstos para septiembre de 2017. El partido obtendría así su peor resultado desde la fundación de República Federal Alemana en 1949. Una tendencia que va en línea con la pérdida ininterrumpida de afiliados desde principios de la década de los 90 del siglo pasado. 

Socialdemócratas en crisis existencial, titulaba el diario muniqués Süddeutsche Zeitung (editorialmente cercano al SPD) un análisis sobre un partido que parece condenado a seguir los pasos de otras formaciones socialdemócratas europeas: convertirse en una fuerza irrelevante o incluso desaparecer del tablero político. 

“La caída del SPD por debajo del 20% tampoco puede sorprender. El partido tiene desde hace tiempo un serio problema de comunicación”, asegura Franco Delle Donne, consultor de comunicación política residente en Berlín que ha trabajado para los socialdemócratas alemanes. “Según las encuestas, el partido toma las mejores decisiones, las que la gente quiere: jubilación con 63 años, salario mínimo y así una larga lista. Y aún así sigue perdiendo votos. ¿Qué pasa entonces? Por un lado, el SPD falla en contarle a la gente de una manera entendible y accesible que si los apoyan, contarán con medidas que les interesan. Y por otro, cometió el mismo error que en 2005: creer que ser socio pequeño de una Gran Coalición le serviría para sacar provecho político y convencer al electorado de que el partido estaba preparado para gobernar sin Merkel”. 

Lo ocurrido a lo largo de la actual legislatura en Alemania ha sido más bien lo contrario: el SPD, con Gabriel a la cabeza, no ha conseguido en ningún momento capitalizar electoralmente ciertas reformas sociales introducidas por el Gobierno de la canciller Angela Merkel gracias a la presión socialdemócrata. El bipartidismo conformado por CDU y SPD ha sufrido un innegable desgaste en los últimos años; sin embargo, mientras los democristianos siguen en disposición de elegir a un socio de coalición, los socialdemócratas están muy lejos de ser una alternativa real para el Gobierno federal: se alejan del poder para acercarse, cada vez más, a las cifras electorales de partidos como Los Verdes o La Izquierda (alianza de poscomunistas y socialdemócratas desencantados). 

Paradigma de la crisis socialdemócrata 

La del SPD no deja de ser una crisis paradigmática de la actual situación que atraviesa la socialdemocracia europea: en Grecia, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) ha perdido definitivamente la hegemonía del centroizquierda para dejar paso a Syriza; en España, la coalición Unidos Podemos amenaza con ‘sorpassar’ al PSOE; en países de Europa del Este como Polonia, la derecha ultranacionalista y euroescéptica ha barrido de los Parlamentos a partidos liberales de centroizquierda; en Reino Unido, ni siquiera el giro a la izquierda ofrecido por la figura de Jeremy Corbyn parece en disposición de sacar al laborismo británico del marasmo electoral; en Francia, el presidente socialista François Hollande ha tocado mínimos de popularidad y su partido parece descartado para disputar las próximas presidenciales francesas; en Austria, el ex canciller Werner Faymann dimitió tras la debacle de su partido, el SPÖ (Partido Socialdemócrata de Austria), en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que finalmente se disputaron el candidato verde y el ultraderechista de FPÖ. 

Las políticas económicas neoliberales abrazadas por la socialdemocracia en las últimas décadas parecen una de las razones obvias de su actual crisis: en el caso alemán, las reformas de corte neoliberal recibieron el nombre de Agenda 2010 y fueron puestas en marcha en 2003 por el Gobierno rojiverde del canciller Gerhard Schröder (SPD). Unas reformas que, basadas fundamentalmente en recortes de gasto público, endurecimiento de las condiciones para acceder a ayudas sociales y flexibilización laboral, consiguieron mejorar los datos macroeconómicos de Alemania, pero también convirtieron al país en uno de los más desiguales de la OCDE (el 10% más rico de la población posee actualmente el 60% del patrimonio privado, mientras que el 40% más pobre prácticamente no tiene nada). 

La hegemonía neoliberal también ha traído consigo un evidente cambio de la realidad socioeconómica del Viejo Continente. Como explica el periodista inglés Paul Mason en su último libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro, el capitalismo global no reaccionó ante su última gran crisis con innovaciones tecnológicas que aumentasen la productividad y el crecimiento, sino con reducciones salariales y la atomización de la masa trabajadora, lo que se ha traducido en una omnipresente precariedad laboral y una creciente irrelevancia de los sindicatos tradicionales. 

“En la sociedad actual, me cuesta encontrar al sujeto social al cual le habla la socialdemocracia tradicional: el trabajador de la fábrica, que trabaja de 8 a 6 de lunes a viernes y que tiene una pausa para comer, ¿dónde está?”, se pregunta el consultor Franco Delle Donne. “Seguramente que ese obrero existe, pero no es visible ni en el discurso político ni en los medios de comunicación. Por eso creo que hay una disociación entre el Partido Socialdemócrata y el sujeto al cual se dirige”, añade. La socialdemocracia europea va perdiendo así a su electorado tradicional: las nuevas generaciones no se sienten apeladas por un discurso gestado en una época ya pasada en la que la precariedad laboral y el individualismo no tenían la enorme dimensión que tienen hoy. 

El desgaste viene por la derecha 

En el caso alemán, el desgaste del discurso socialdemócrata viene acompañado además por un fenómeno político hasta ahora inédito en la República Federal Alemana: el crecimiento electoral de Alternativa para Alemania (AfD), un partido situado a la derecha de la democracia cristiana. Las últimas elecciones regionales celebradas el pasado marzo dejaron claro que AfD ha abierto brecha en el tablero político alemán. En algunos estados del este del país, como Sajonia-Anhalt, los derechistas incluso han conseguido desbancar al SPD como segundo partido más votado. 

Superar al SPD es precisamente el objetivo que se marcan los derechistas para las próximas elecciones federales, en las que, salvo sorpresa de última hora, conseguirán superar de manera holgada la barrera del 5% y entrar en el Bundestag. Todo ello con la crisis de refugiados que, pese a remitir levemente tras el controvertido acuerdo entre Turquía y la Unión Europa, sigue como telón de fondo del debate político en Alemania. 

El análisis de los datos arrojados por las últimas elecciones regionales germanas demuestra que los derechistas de AfD, con un discurso nacionalista, euroescéptico e islamófobo, se han convertido en un fenómeno político transversal: en los estados federados donde se presentan consiguen arrancar votantes a todas las formaciones políticas con representación parlamentaria, incluido el SPD. Que el desgaste electoral de la socialdemocracia alemana venga también por la derecha deja en evidencia el desamparo que siente parte de su electorado tradicional. 

¿Una Europa sin socialdemocracia? 

Ante el actual panorama político, Franco Delle Donne ve dos posibles escenarios en el futuro cercano de la socialdemocracia alemana: “Puede que tras las próximas elecciones federales, la CDU de Merkel no cuente con otro socio de gobierno y tenga que volver a formar una Gran Coalición con el SPD. Si el SPD es inteligente y consigue renovar su cúpula con gente joven y nuevas ideas, tal vez pueda volver a posicionarse como un partido fuerte y como alternativa a la CDU, en el poder desde hace tantos años. El problema es que en el SPD hay mucho miedo de salirse del discurso tradicional dirigido al obrero tradicional. De no renovarse, el SPD podría caer hasta ser el tercer o incluso el cuarto partido del país”.

Tal debacle no sólo supondría un terremoto político para Alemania, sino para todo el continente, teniendo en cuenta el carácter referencial del SPD dentro de la socialdemocracia europea. Tal caída supondría el inicio de una nueva fase política en el Viejo Continente y la necesaria redefinición del concepto de centroizquierda. El jefe de la sección parlamentaria del diario Süddeutsche Zeitung describe con cierta audacia y algo de optimismo un posible escenario político europeo sin la presencia del SPD tal y como hoy lo conocemos: “Una Europa sin socialdemocracia organizada es imaginable. Pero no lo es una Europa sin políticas socialdemócratas, por el simple hecho de que hay muchos políticos que actúan de manera socialdemócrata sin calificar así su gestión”.

Análisis publicado en Esglobal.org.

martes, 15 de marzo de 2016

Alternativa para Alemania, un fenómeno político transversal

Terremoto político. Los medios y analistas germanos ya no tienen reparo en calificar así los resultados de las tres elecciones regionales celebradas el pasado domingo en Alemania. Pese a las buenas expectativas que tenía el partido derechista Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán), nadie había previsto unos resultados tan contudentes como los obtenido por esta joven formación derechista en los Estados federados de Sajonia-Anhalt, Baden-Württemberg y Renania-Palatinado. 

Con más del 24 por ciento de los votos, AfD fue el segundo partido más votado en Sajonia-Anhalt, un Estado oriental con una tradición de extrema derecha innegable y de profundas raíces. Pero los comicios regionales del pasado domingo también ponen en evidencia una realidad: el partido derechista ha dejado de ser (si es que alguna vez lo fue) un fenómeno político exclusivamente germanooriental, como sí lo es, por ejemplo, el movimiento islamófobo y xenófobo Pegida (Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente). No en vano, AfD fue el tercer partido más votado tanto en Baden-Wüttermberg (15,1 por ciento) como en Renania-Palatinado (12,6 por ciento), dos Estados occidentales ricos y sin tasas de desempleo estructural como sí las hay en algunas regiones de la antigua Alemania socialista oriental. 

De las casi 13 millones de personas que estaban llamadas a la urnas el pasado domingo, más de un millón 300 mil introdujeron una papeleta con la opción de AfD. Con tres años de vida recién cumplidos y pese haber sufrido escisiones y fuertes disputas internas, los derechistas se perfilan claramente como la tercera fuerza del país, por delante de partidos con tradición y arraigo parlamentario y social como Los Verdes, la Izquierda y los liberales de FDP. 

Según la encuesta de intención de voto de la televisión pública alemana ARD, si hoy se celebrasen elecciones federales, AfD obtendría el 11 por ciento, sólo por detrás de la coalición conservadora de la CDU-CSU, liderada por Angela Merkel, y de los socialdemócratas del SPD, los tres partidos que conforman la Gran Coalición gobernante. Partidos que, por otra parte, recibieron un severo castigo el pasado domingo y que muestran una tendencia electoral a la baja. 

En este punto, una pregunta se hace inevitable: ¿quién votó por AfD? “El típico votante de AfD en es un hombre de edad media. El partido recibe especialmente apoyo tanto entre trabajadores como entre desempleados. Sin embargo, hay que decir que AfD ha alcanzado al menos un 5 por ciento de votos en casi todos los segmentos de la población”. Así lo apunta a la radio MDR Roberto Heinrich, experto de Infratest Dimap, instituto encargado de elaborar las encuestas de intención de voto y de analizar las estadísticas electorales para medios públicos alemanes. “El votante de AfD es escéptico sobre el futuro y está muy preocupado por la situación del país. Entre sus votantes también vemos desde un acentuado miedo al extranjero hasta la xenofobia, así como miedo al Islam y también islamofobia”, detalla Heinrich. 

Partido protesta 

Más allá de la crisis de refugiados, que los derechistas han sabido capitalizar políticamente a la perfección, AfD se ha convertido sin lugar a dudas en un partido protesta, en una opción política para aquellos ciudadanos descontentos con los partidos tradicionales y también para muchos abstencionistas y primeros votantes. Así lo apuntan los análisis postelectorales: en los tres Estados federados, los derechistas recibieron el apoyo de antiguos electores de todos los partidos tradicionales alemanes que tienen o tuvieron representación en el Bundestag. 

Obviamente, AfD se benefició fundamentalmente del voto conservador, tradicionalmente en manos de los democristianos de la CDU, y del voto residual neonazi y de pequeños partidos de extrema derecha. Pero también sacó provecho del voto de centroizquierda (SPD y Los Verdes) e incluso de La Izquierda, partido nacido de la fusión de los poscomunistas de la Alemania oriental y de socialdemócratas desencantados. 

Sorprenden especialmente, por ejemplo, los resultados del Estado sureño de Baden-Württemberg, donde Los Verdes ganaron las elecciones, pero donde los ecologistas también cedieron alrededor de 70.000 votos al joven partido derechista. En el Estado oriental de Sajonia-Anhalt, en el que los poscomunistas cuentan con un tradicional arraigo electoral, La Izquierda cedió unos 28.000 votos a AfD. Y en Renania-Palatinado, unos 37.000 exvotantes socialdemócratas dieron su apoyo a los derechistas. 

Luego está la fuente electoral del abstencionismo que, gracias a la alta participación, ha beneficiado a AfD por encima del resto de partidos. Infratest calcula que alrededor de 300.000 votos procedentes del caladero de abstencionistas tradicionales o del de votantes que acudían a las urnas por primera vez por razones de edad han ido a parar a la formación derechista. 

En conclusión, el análisis en detalle de las cifras de las tres elecciones regionales alemanas del pasado domingo evidencia que AfD no es en absoluto un partido que se beneficie exclusivamente de los márgenes de la sociedad; más bien al contrario, se trata de un fenómeno político transversal que bebe de las más diversas fuentes electorales y sociales del país. 

El reto de consolidarse 

AfD es, por tanto, la sensación política del momento en Alemania. Una sensación que, con un programa claramente opuesto a la migración y a llegada de refugiados, y con unas propuestas económicas claramente neoliberales y antieuro, abre una brecha electoral a la derecha de los coalición conservadora de la CDU-CSU. La interrupción de AfD tumba así una de las máximas políticas tradicionales de los democristianos alemanes, establecida por el exprimer ministro socialcristiano bávaro Franz Josef Strauß: a la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democráticamente legitimado. 

“Las elecciones legitiman democráticamente a los partidos, pero eso no quiere decir que todos los partidos sean democráticos. Eso ocurre, por ejemplo, con el NPD [partido neonazi alemán], que, en mi opinión, no es un partido democrático, sino más bien una formación organizada según principios totalitarios”, asegura Gero Neugebauer, politólogo de la Universidad Libre de Berlín. Neugebauer cree que es un error calificar de “antidemocrático” a AfD, pues hasta ahora ha sido un partido que no ha establecido abiertamente entre sus objetivos acabar con el sistema jurídico y constitucional de la República Federal Alemana, como si hacen otras formaciones de extrema derecha como el NPD, por ejemplo. Al mismo tiempo, sin embargo, el académico mantiene sus reservas sobre una posible agenda oculta de los derechistas. 

A algo más de un año de las elecciones federales, previstas para septiembre de 2017, la gran incógnita es si AfD conseguirá mantener el curso, entrar en el Bundestag (Parlamento federal) y establecerse así por lo menos por el plazo de una legislatura como un partido más en el ecosistema político germano. A día de hoy, y dado el creciente descontento con la política migratoria de la canciller Merkel y la constante llegada de refugiados al país, parece poco verosímil que los derechistas no lo vayan a conseguir. 

Aunque los analistas consultados eviten caer en el alarmismo, es evidente que el establecimiento de AfD como el tercer partido más votado pondría en peligro la hasta ahora incontestable estabilidad del sistema político alemán y quizá también su tradición de pactos entre las formaciones históricamente asentadas. La entrada de los derechistas en el Bundestag supondría, en definitiva, una serie de movimientos tectónicos en el sistema de partidos germano de consecuencias hoy por hoy imposibles de vaticinar.

Análisis publicado en El Confidencial.

lunes, 7 de marzo de 2016

¿Es Alemania la solución al desempleo en España?

Corría el año 2011 cuando el semanario alemán Der Spiegel adelantaba la siguiente noticia: el Gobierno de la canciller Angela Merkel estaba dispuesto a ofrecer al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, un programa para atraer a Alemania a jóvenes licenciados y especialistas españoles. Berlín pretendía así matar dos pájaros de un tiro: combatir la falta de mano de obra cualificada en Alemania, y ayudar a España con su grave problema de desempleo juvenil. 

La noticia generó decenas de titulares de prensa y supuso la oficialización de una realidad en ciernes: la locomotora económica europea se estaba convirtiendo en escenario de una nueva migración española con diferencias y similitudes con la migración española a la Alemania de los años 60. Un fenómeno que algunos no tardaron en describir como “El vente pa' Alemania Pepe 2.0”. 

Los medios alemanes también se hicieron eco de la (presuntamente) masiva llegada de jóvenes desempleados españoles y de otras nacionalidades sudeuropeas a la primera economía de la UE. Un fenómeno presentado en Alemania en la mayoría de ocasiones como una oportunidad de oro para un país con una grave crisis demográfica, pero también como una amenaza para el sistema de ayudas sociales germano, del que los extranjeros presuntamente venían a abusar. 

Cinco años han pasado desde que la noticia de Der Spiegel saltase a la arena pública, tiempo en que el imaginario popular se ha llenado de referencias a la nueva migración española en Alemania y también de productos culturales de éxito comercial como la película “Perdiendo el norte” o su secuela televisiva “Buscando el norte” que, con más o menor acierto, se hacen eco de esa realidad. 

Llegados a este punto, convendría hacerse una serie de preguntas: ¿realmente hay tantos españoles en Alemania? ¿Tan masiva es la nueva migración española en Alemania? Y, sobre todo, ¿es Alemania la solución al grave problema de desempleo juvenil y no tan juvenil que sufre España? 

Cifras oficiales 

Las cifras oficiales sobre la comunidad española en Alemania no dejan duda: el crecimiento ha sido mantenido desde el inicio oficial de la crisis económica, pero en ningún caso exponencial. Al menos así lo apuntan los datos tanto de la Oficina Federal de Estadística alemana (Destatis) como de los diferentes consulados españoles en el país. Según el registro de extranjeros de Destatis, entre 2009 y 2014, la comunidad española en Alemania creció en 42.000 personas, de las 104.000 a las 146.000.

Los datos ofrecidos por los seis consulados españoles no diferen mucho de los de Destatis: en 2009, había algo más 123.000 ciudadanos españoles registrados en los seis consulados en el país. Al cierre de 2015, esa cifra superaba levemente los 147.000. La comunidad española está en todo caso muy por detrás en número de otras comunidad extranjeras en Alemania, como la turca, la italiana o la de los ciudadanos de la antigua Yugoslavia. 

Aunque es evidente que hay un importante contingente de ciudadanos españoles que, tras llegar a Alemania, no se registran ni en los ayuntamientos locales ni en los consulados, parece claro que los que se convierten en residentes, acaban apareciendo en las estadísticas oficiales, que sirven así de un buen termómetro sobre la dimensión real de la nueva migración. 

En todo caso, las cifras oficiales apuntan que Alemania no es el destino número 1 para buscar un futuro vital y laboral entre los migrantes españoles. La llamada locomotora económica europea está por detrás de otros destinos como Francia o Argentina, según las cifras del Instituto Nacional de Estadística. ¿Está Alemania, por tanto, sobrevalorada? 

Volver para quedarse 

“Como salida laboral pienso que Alemania no está más o menos sobrevalorada que otros destinos de su entorno como Reino Unido. Como salida vital, en cambio, la integración supone un reto mucho mayor que en otras latitudes debido principalmente al idioma y a la idiosincrasia del país y sus habitantes”. Así lo asegura Diego Ruiz del Árbol, cofundador de la plataforma Volvemos.org, nacida recientemente para facilitar el retorno del talento fugado de España durante los últimos años a causa de la crisis económica y la precariedad. 

Diego sabe lo que dice cuando habla sobre Alemania: vive desde hace una decada en Berlín, adonde llegó en busca de nuevas experiencias vitales y laborales. Sin embargo, ahora lo tiene claro: este ingeniero informático volverá próximamente a España con su familia. Para quedarse. Para él, la aventura berlinesa está llegando a su fin. 

Con el retorno de migrantes como él, con un bagaje diferente al de los que se quedaron, Diego cree que la realidad laboral española podría mejorar: “Es necesario un cambio de discurso para superar el estigma que ha acompañado al emigrante en los últimos años. Creemos que es necesario cambiar el 'nos vamos' o 'nos echan' por el 'Volvemos', y partiendo de ese cambio de mensaje, cambiar la realidad laboral de España”. 

Según cálculos hechos por los fundadores de la plataforma Volvemos a partir de las estadísticas oficiales, uno de cada cuatro españoles emigrados durante los últimos años ha vuelto a casa. El potencial del retorno está, por tanto, ahí. 

Precariedad como realidad 

Entre los miembros de la comunidad española en Berlín, es común hacer bromas sobre la migración presentada por programas de televisión como el ya mítico “Españoles por el mundo”: programas que suelen presentar la migración como una realidad idílica, en la que sus protagonistas han hecho carrera profesional o tienen boyantes negocios propios. El fracaso brilla en ellos por su ausencia. 

Desde la introducción de la llamada Agenda 2010 (paquete de reformas de recorte social y flexibilización del mercado laboral) hace una década por el entonces canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder, si bien el número de desempleados en Alemania ha tocado mínimos históricos, no es menos cierto que la cifra de personas que trabajan en condiciones precarias (minijobs, contratos definidos, etcétera) ha aumentado enormemente. Según cifras de Destatis, en 2012, 8 de los alrededor de 40 millones de trabajadores eran clasificados como precarios en Alemania. La precariedad es así una realidad objetiva del actual mercado laboral germano. Una realidad de la que, evidentemente, la nueva migración española tampoco escapa. 

“Nos encontramos, sobre todo, con gente que aún desconoce sus derechos como emigrantes en Alemania, por ejemplo el derecho a prestaciones sociales”, asegura Daniel, miembro de la Oficina Precaria de Berlín, un colectivo que forma parte de la Marea Granate de Berlín y que asesora a extranjeros hispanohablantes sobre sus derechos y deberes sociales en Alemania. “Esto es importante de aclarar si tenemos en cuenta que muchas personas han llegado con la idea de encontrar un sustento digno, que luego no es tan fácil conseguir. También recibimos dudas sobre el seguro de salud (de obligatorio pago en este país), temas relativos a la vivienda o de derecho laboral. Más allá del desconocimiento del idioma, la mera identidad de 'Südländer' (sudeuropeos) conlleva un esfuerzo extra para defenderse en estos dos últimos aspectos, ya que te lo suelen poner menos fácil aún que a las personas alemanas”. 

La conclusión que se extrae, en definitiva, tras hablar con españoles con experiencia como emigrantes en Alemania es que la primera economía europea, lejos de la realidad presentada actualmente por algunas películas, series y programas de televisión, está lejos de ser la solución al grave problema de desempleo que sigue sufriendo España. 

Y ello sin tener en cuenta el coste personal que supone asentarse en un país que no es el luyo, por muy integrado que se esté. “El emigrante sale de España para resolver un problema a corto plazo (falta de perspectivas laborales) sin tener ni idea de las verdaderas consecuencias de la decisión que está tomando”, reflexiona Diego, de la plataforma Volvemos.org. A lo que Dani, de la Oficina Precaria de Berlín, añade: “Como dice una psicóloga que colabora con nosotros, la emigración conlleva un proceso de duelo, y muchas veces no nos damos cuenta a las primeras de cambio”.

Reportaje publicado en El Confidencial.

martes, 23 de febrero de 2016

“¿Es el Deutsche Bank una asociación criminal?”

Pérdidas récord de 6.800 millones de euros en 2015, escándalos financieros y litigios que se acumulan (con sus correspondientes gastos millonarios) sin aparente fin, el valor de las acciones en caída libre desde hace semanas en la Bolsa de Fráncfort y un daño a la imagen empresarial de Deutsche Bank difícilmente reparable. 

Analistas y medios alemanes no tienen duda: el mayor banco privado de Alemania y buque insignia de la locomotora económica europea vive la crisis más grave de su historia. “El declive de Deutsche Bank”. Así titulaba recientemente el conservador y referencial diario Frankfurter Allgemeiner Zeitung un minucioso reportaje sobre el primer banco privado germano. 

“Quien busque las razones del declive de Deutsche Bank, se topará rápidamente con su acceso a la banca de inversión”, escribe el reportero del FAZ. “De esta manera, el banco se instaló en otra cultura empresarial, la anglosajona. La banca de inversión apuesta por caminos más cortos para hacer negocios más rápidos. Detrás de todo eso están las ganancias y, cómo no, los bonos de gratificación”.

El Deutsche Bank, un banco tradicionalmente ligado a la cultura empresarial alemana basada en la exportación y la economía real, daba el salto a la banca de inversión y al negocio especulativo en 1989: el entonces presidente de la Junta Directiva, Alfred Herrhausen, cerró la compra del banco británico Morgan Grenfell. Pocos días después, moría en una atentado con bomba del grupo terrorista de extrema izquierda alemán RAF (Fracción del Ejército Rojo). 

Pese al asesinato del directivo y a lo ruinosa que resultó la compra del Morgan Grenfell, el cambio de cultura empresarial de Deutsche Bank no cesó ahí. Todo lo contrario: siguió su curso en armonía con el capitalismo de casino que estaba a punto de inagurar una nueva y aparentemente imparable era tras la caída del Muro de Berlín, el hundimiento del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría.

“Irresponsabilidad organizada” 

El jurista y autor alemán Wolfgang Hetzer evita los eufemismos a la hora de hablar y escribir sobre Deutsche Bank. El título de su último libro sobre los negocios ilegales y las masivas irregularidades financieras cometidas por el banco no puede ser más explícito: ¿Es el Deutsche Bank una asociación criminal?. En él, describe el clima empresarial de la entidad como una “irresponsabilidad organizada” en la que los sistemas de control internos y la filosofía bancaria ligada a la economía real brillan por su ausencia. 

Hetzer dedica casi dos páginas de su libro sólo a enumerar todas las acusaciones y sospechas a las que se enfrenta Deutsche Bank: incumpliento de la obligación de informar a sus clientes sobre las prácticas especulativas con los tipos de interés, práticas de cartel en el comercio con seguros de incumplimiento, falsificación de información en la venta de productos financieros, manipulación de balances bancarios y así un largo etcétera. 

Como explica Hetzer en una charla con periodistas extranjeros en Berlín, el Deutsche Bank pasó de ser una de las columnas del denominado “milagro económico alemán”, el gran motor financiero de la economía real y las grandes empresas alemanas que pretendían volver a los mercados internacionales tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, para convertirse en un actor más de la banca de inversión especulativa cuya tradición tiene sus raíces en plazas financieras como Nueva York y Londres, y no en Berlín o Fráncfort. Como apunta el documental de la televisión pública alemana “La caída de Deutsche Bank”, el banco se instaló a partir de la década de los 90 en “una cultura del cow boy financiero”. 


Tras el primer paso dado en 1989 por Herrhausen, Hetzer considera el año 2003 (momento en el que Alemania pasaba un mal momento económico) como la otra fecha fundamental para entender la evolución de Deutsche Bank: “El entonces Gobierno federal rojiverde [de Gerhard Schröder] descubrió que los mercados financieros podían crear miles de puestos de trabajo y decidió abrazar la economía financiera porque era moderna, porque el resto de países también lo hacían y porque Alemania tenía que abrirse al mundo. Entre 2003 y 2004 diseña y aprueba la Ley de Modernización de Inversión, que permite la operación de hedge funds [fondos de alto riesgo] que hasta ese momento no eran legales en Alemania”. 

La crisis (no resuelta) de 2008 

“La Ley de Modernización de Inversión del Gobierno rojiverde estuvo marcada por un espíritu equivocado de la liberalización de los mercados”, admite Sven Giegold, portavoz de la fracción de Los Verdes alemanes en el Parlamento europeo. El entonces Gobierno eco-socialdemócrata del canciller Schröder tampoco escapó, por tanto, a los cantos de sirena sobre las bondades intrínsecas de la liberalización de los mercados financieros que gobernaron el comienzo del siglo. “No obstante, esa ley no es la causante del comportamiento criminal de Deustche Bank”, puntualiza Giegold. 

Para Giegold, esa ley sólo supuso el marco legal de unas actuaciones que responden única y exclusivamente a la responsabilidad de la cúpula del mayor banco privado alemán, que, por otra parte, sigue funcionando como un banco normal y financiando a la economía real, pero con el norme lastre presupuestario dejado por los negocios especulativos. Y el eurodiputado alemán advierte: “Debe quedar claro que ésta no es una crisis exclusiva de Deutsche Bank, sino que estamos ante una crisis continuada y no resuelta de los mercados financieros globales. Ésta es la misma crisis de 2008”.

Volkswagen, Siemens, Allianz, Deutsche Bank. El del banco alemán es sólo el último nombre en la lista de multinacionales alemanas cuya reputación se ha visto afectada por escándalos o sospechas de malas prácticas. La marca Made in Germany ya no es lo que era. Su reputación cae precisamente por la pérdida o erosión de valores que la hacían fuerte en el mercado internacional: seriedad, trabajo bien hecho, confianza. 

El jurista Hetzer y el eurodiputado Giegold coinciden en este sentido en una medida: la introducción de un derecho penal para empresas, inexistente hoy en Alemania. “A diferencia de los países anglosajones, Alemania no tiene un código penal para castigar la responsabilidad corporativa de las empresas. La dimensión de la criminalidad extendida en el seno de Deutsche Bank demuestra que la responsabilidad individual prevista en el código penal germano no puede funcionar en este caso. El banco en su conjunto estaba tan mal organizado que toda la entidad como persona jurídica debería responder por los delitos cometidos”, propone Hetzer. 

¿Rescate a la vista? 

La peor crisis de la historia de Deutsche Bank tendrá consecuencias a corto plazo: el banco prevé cerrar 200 de sus 750 filiales y si consigue vender su filial Postbank, podría reducir su número de empleados de 110.000 actuales a los 77.000. El banco calcula además que los gastos derivados de sus litigios y las multas derivadas de sus negocios ilegales alcanzarán cifras récord durante 2016. 

Cifras que dejan claro el carácter sistémico de Deutsche Bank: el mayor banco privado alemán y uno de los 30 principales bancos del mundo es demasiado grande para caer. Una factura que podrían acabar pagando los contribuyentes alemanes. Otra opción sería que otro gran banco de inversión, como JP Morgan por ejemplo, se hiciese con Deutsche Bank: su actual valor hace la operación factible, pero los gastos que tendría afrontar el nuevo dueño hace que la compra sea poco verosímil.

Sea como sea, no parece que nadie se atreva a predecir qué consecuencias tendría para el sistema financiero europeo y global una caída de Deutsche Bank, reconocen los expertos consultados. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, aseguró recientemente en Bruselas que la situación del banco no le preocupa porque “Deutsche Bank es un banco fuerte”. Unas declaraciones que más que tranquilizar los ánimos, alimentaron las especulaciones en Berlín sobre un posible rescate por parte del Gobierno federal del que fuera el buque insignia del sector financiero alemán.