Con 75 años se sigue presentando como un “revolucionario” ante el grupo de periodistas extranjeros que lo entrevista en el centro de documentación de Solidaridad, en Gdansk. Lech Walesa lo ha sido casi todo en Polonia: líder del sindicato que tumbó el régimen comunista y que abrió una grieta en la Unión Soviética, presidente del país y premio Nobel de la Paz. Cuando se cumplen treinta años de las primeras elecciones semilibres de la Polonia socialista, consideradas el preámbulo de la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del bloque oriental y el fin de la Guerra Fría, Walesa observa con preocupación la actual deriva ultranacionalista y autoritaria de su país y el resto de Europa. Por eso, ahora a menudo lleva una camiseta con la palabra "Constitución".
¿Cree que la libertad está en peligro actualmente en su país?
Lech Walesa, en un momento de la entrevista. © Andreu Jerez |
Primero tendríamos que volver a una definición lógica de libertad y democracia. En muchos países del mundo los dirigentes dicen que tienen democracia, pero cuando los observo, no la veo. En Polonia menos del 50% de la población usa la democracia, y en los partidos políticos sólo milita alrededor de un 5% de la ciudadanía. En nuestra época conseguimos reunificar Alemania y acabar con las fronteras entre países europeos, y ahora nos encontramos con una pared: ya no podemos conseguir mayores éxitos Aquella época se ha acabado y ahora nos encontramos frente a otra, la de internet, la información y las nuevas tecnologías, que no acaba de empezar del todo. Los pueblos quieren cambios, así que eligen políticos que prometen cambios, como por ejemplo Donald Trump en Estados Unidos, un presidente sin partido en Francia como Emmanuel Macron y Jaroslaw Kaczynski en Polonia. Los tres hacen una buena diagnosis de la situación actual, pero sus soluciones no son las correctas.
Habla de una nueva era. ¿Cree que las instituciones internacionales están preparadas?
La OTAN, por ejemplo, se fundó para hacer frente al Pacto de Varsovia, que ya no existe. Y la OTAN sigue ahí, cómodamente. Lo mismo pasa con las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, organizaciones creadas en un mundo bipolar y de confrontación de bloques, y que ya no encajan en el mundo actual. La Unión Europea tiene el mismo problema: es un proyecto necesario, pero necesita una reforma. Alemania, Francia e Italia deberían preparar una propuesta. Y si no funciona, entonces dejemos que Polonia y Hungría destrocen la UE para refundarla cinco minutos después de haberla destruido.
¿El avance de las fuerzas ultranacionalistas y euroescépticas es consecuencia de los errores cometidos por el establishment?
Los viejos demonios, como el nacionalismo y el populismo, se despiertan porque los actuales políticos no tienen respuestas a nuestros problemas. La filosofía de nuestro sindicato Solidaridad era muy sencilla: si no puedes levantar a solas un peso, entonces tienes que pedir a la gente de tu alrededor que te ayude. Y en nuestra época el peso era enorme: el comunismo y la Unión Soviética. Por lo tanto, tuvimos que organizar el país entero, y también pedir ayuda al resto de Europa, Estados Unidos y Canadá. Y solo entonces conseguimos nuestro objetivo. Ahora parece que hemos dejado el terreno libre a los populistas y los demagogos que engañan a la gente. Necesitamos abrir los micrófonos, que la ciudadanía participe en el debate y diga la suya. Es bueno que haya figuras como Trump y Kaczynski, porque nos obligan a buscar soluciones.
Como antiguo líder sindical que defiende el modelo de libre mercado, ¿cree que las crecientes desigualdades económicas son otro de los factores que ponen hoy en peligro la democracia?
Yo mismo tomé la decisión de no moverme en el trabajo por miedo a ser despedido. Al fin y al cabo, se necesita disponer de un poco de dinero para no tener miedo al futuro. Por esto a la gente pobre le cuesta más luchar. Si la situación material de la gente es mala, de poco sirve animar a la ciudadanía para que luche por la democracia.
Usted es uno del grandes críticos del actual gobierno ultranacionalista de Polonia en manos del PiS, el partido fundado por los hermanos Kaczynski, antiguos colaboradores suyos. ¿Se siente herido por el hecho de que Solidaridad sea hoy un sindicato próximo al oficialismo?
No me siento herido. Ya antes de la caída de la Unión Soviética me acusaban de traidor. Nuestro sindicato tenía diez millones de afiliados hace treinta años, y la actual Solidaridad tiene medio millón. A pesar de ser un sindicato partidista y gubernamental, osan decir que ellos son el auténtico Solidaridad y que nosotros no lo éramos. Todavía podríamos conseguir grandes cosas si levantáramos las viejas banderas del sindicato. El actual gobierno de Polonia elimina cualquier cosa que dificulte o moleste el poder ejecutivo. Si es el Tribunal Constitucional u otros tribunales, pues los eliminan. Al principio, los Kaczynski tenían buenas intenciones. Pero esta forma de gobierno te acaba arrastrando hacia una dictadura. Así surgen las dictaduras. Afortunadamente, hoy vivimos una época en la que los dictadores no pueden llegar tan lejos como antes. Por otra parte, en la actual Hungría podemos ver hasta dónde puede llegar un dictador.
¿Cómo reaccionan sus nietos cuando les explica qué pasó en el año 1989?
Desgraciadamente no me quieren escuchar. Prefieren jugar con la consola o el ordenador. Soy de la vieja generación y pienso de manera diferente a las nuevas generaciones. Pero está bien así: ellos se deben ocupar del presente y mirar al futuro.
Entrevista publicada por el Diari Ara.
Seguir a @andreujerez
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