“Reflexioné durante mucho tiempo sobre cuándo sería el mejor momento para venir a Chemnitz, porque, por una parte, sé que mi cara polariza y, por otra, quería visitar la ciudad sin que hubiera un ambiente crispado”. Estas fueron las primeras palabras que Angela Merkel pronunció este viernes frente a un auditorio compuesto por ciudadanos de la ciudad germanooriental elegidos por la dirección del diario local Freie Presse.
Casi tres meses después de las protestas de corte ultraderechista a raíz del asesinato del ciudadano cubano-alemán Daniel H., presuntamente a manos de peticionarios de asilo, la canciller visitó finalmente la ciudad sajona. Reaccionaba así a las críticas de la alcaldesa de Chemnitz, la socialdemócrata Barbara Ludwig, quien dijo que la visita de la canciller debería haber llegado antes. Merkel quiso hacerse una idea de la situación de la localidad, considerada uno de los bastiones del ultraderechismo y del movimiento anti-Merkel, y hacer visible que Chemnitz es mucho más que las imágenes de disturbios ultras y pogromos xenófobos que dieron la vuelta al mundo a finales del pasado agosto.
Con un cuidado y controlado programa, la canciller visitó a un equipo de baloncesto local y participó en un diálogo ciudadano organizado por Freie Presse al que sólo unos pocos representantes de la prensa pudieron acceder. Merkel evitó pisar las calles en las hace sólo unos meses grupos de ultraderechistas y neonazis gritaron eslóganes xenófobos, agredieron a extranjeros y mostraron músculo ultranacionalista. La todavía presidenta de la CDU, que se encuentra en el momento de mayor debilidad de toda su carrera política, se cuidó de dejar imágenes incómodas y de tensión con ciudadanos contrarios a su política migratoria y a su forma de gobernar.
Choque de civilizaciones
“¡Prensa mentirosa”, “¡Merkel debe irse!”, “¡Nosotros somos el pueblo, nosotros somos el cambio!”, “¡Este es nuestro país!”. Mientras Merkel dialogaba con ciudadanos en el interior del acto, la plataforma ciudadana derechista Pro Chemnitz recibía a la canciller con los eslóganes que han protagonizado las marchas del movimiento islamófobo Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) y del partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) durante los últimos cuatro años. Alrededor de dos mil personas mostraron nuevamente en Chemnitz que ya sólo esperan una cosa de Merkel: su dimisión.
Pro Chemnitz, que cuenta con una fracción propia de cuatro concejales en el ayuntamiento de la ciudad, lleva organizando semanalmente este tipo de marchas desde la ola de violencia desatada el pasado agosto. “Le decimos adiós. Tour de despedida de Angela Merkel” era el irónico lema de la concentración convocada este viernes por el movimiento ciudadano autoproclamado “conservador” y “patriota”, y que niega rotundamente ser ultraderechista. La plataforma ya celebra que Merkel haya anunciado que esta será su última legislatura en el poder, pero sigue exigiendo el fin de su política migratoria mientras siga en la cancillería.
“No estamos en contra de la inmigración, sino en contra de una inmigración descontrolada y, sobre todo, en contra de la inmigración de hombres musulmanes menores de 40 años que no huyen de nada, sino que simplemente pretenden una vida mejor”, dice a Jahn Zoschke, jefe de prensa de Pro Chemnitz. Con un discurso muy bien argumentado, pausado y reflexionado, Zoschke lanza un mensaje meridianamente claro: el problema no son los extranjeros, sino el Islam. “Se trata de un lucha de culturas”, de un choque de civilizaciones, una teoría trazada por el politólogo estadounidense Samuel Huntington hace más de dos décadas y que ahora cosecha un considerable número de seguidores en las llamadas Nuevas Derechas alemanas.
La marcha anti-Merkel de este viernes confirma que buena parte de los simpatizantes de plataformas ciudadanas como Pro Chemnitz o de los votantes del principal partido ultraderechista alemán, AfD (actualmente tercera fuerza del Bundestag), no son ni mucho menos militantes del neonazismo violento. Grupos de jóvenes, jubilados y familias enteras participaron en la marcha para gritar con todas sus fuerzas que ya no quieren más a Merkel. Que los participantes en la marcha no sean militantes de grupos neonazis o violentos no significa, sin embargo, que no defiendan posiciones abiertamente radicales o xenófobas. Basta con hablar con ellos para encontrar algunos ejemplos.
Thomas y Nico son una pareja de unos 40 años que ha recorrido unos 400 kilómetros desde Renania para mostrar su rechazo a Merkel. No están en Chemnitz sólo por su política migratoria, sino también por su política económica y por su “inacción” en la crisis financiera. “Tenemos la sensación de que Merkel hace tiempo que dejó de escuchar”, dice Thomas. “Aquí no hay ultraderechistas, aquí sólo hay patriotas”, añade. Merkel representa al establishment y ellos están cansados de que manden siempre los mismos.
Rainer y Wienfried son dos jubilados residentes en Chemnitz. Ambos acceden a hablar con este periodista porque no trabaja para ningún medio alemán. La prensa, especialmente la nacional, sigue siendo uno de los principales enemigos de las Nuevas Derechas alemanas. Rainer enumera las tres razones que lo han traído hoy hasta aquí: la inmigración, la política energética y las sucesivas políticas del rescate dentro de la zona Euro impulsadas por el gobierno de Merkel. Los tres temas forman parte de la agenda fundamental de AfD. Para Rainer, todos los problemas actuales de Alemania proceden de “la ideología izquierdista” y del “neomarxismo”, cuyas raíces llegan hasta las revueltas de 1968 y siguen teniendo amplias cuotas de poder en el país.
“El Islam no pertenece a Alemania. La inmigración procedente de Afganistán, un país que todavía vive en la Edad Media, nunca podrá integrarse”, asegura a este diario una manifestante de unos 60 años. Su marido añade: “Y luego vendrán los negros, que son muchísimo peores”. La pareja, elegantemente vestida, evita dar sus nombres de pila, ni siquiera quieren revelar dónde viven. Prefieren que sus argumentaciones, que rebasan ampliamente los márgenes de lo políticamente correcto en Alemania, queden en el anonimato.
“¿Cuándo piensa usted dimitir?”
Mientras afuera el ambiente se calentaba pese a las bajas temperaturas, dentro Merkel seguía respondiendo a las incómodas preguntas de los ciudadanos elegidos por el diario local. Muchas de las cuestiones iban dirigidas contra la política migratoria de su gobierno, que abrió la puerta del país a alrededor de un millón de refugiados sólo en 2015. Merkel reconoció errores y descontrol en la gestión de la llegada de peticionarios de asilo, pero volvió a rechazar la posición de los que fuera exigían su dimisión: “Yo siempre estoy preparada para hablar con quiera conversar conmigo. Lo triste es que hoy haya manifestaciones que no buscan el diálogo, sino hacer callar a otros”.
Gabi Engelhardt y Bernhard Herrmann conocen de primera mano la intolerancia de una parte de los “ciudadanos preocupados” que protestan cada semana contra Merkel y su política de asilo. Gabi forma parte de la plataforma Aufstehen Gegen Rassismus (Levantarse Contra el Racismo) y Bernhard es concejal en el Ayuntamiento de Chemnitz por el partido ecoliberal de Los Verdes. Ambos son parte de la Alemania que se niega a aceptar que el Islam no pertenece a Europa y que los refugiados e inmigrantes musulmanes nunca podrán integrarse plenamente en el país.
“Después de las manifestaciones de Pro Chemnitz ha habido agresiones y hemos visto saludos hitlerianos en sus marchas. Recientemente, hubo un ataque contra un restaurante turco. Todo eso tiene relación con la atmósfera racista propagada por la plataforma”, dice Gabi Engelhardt en una concentración contra el racismo organizada frente al enorme busto de Karl Marx que todavía se conserva en el centro de la ciudad tres décadas después de la caída de la autoritaria República Democrática Alemana. La activista reconoce que Chemnitz sigue siendo una ciudad dividida. Una división que incluso se proyecta dentro de las familias y los grupos de amigos.
“A Chemnitz le va bien económicamente, hay poco desempleo. Sin embargo, hay una creciente brecha entre los barrios a los que les va bien y aquellos en los que se concentran los desempleados de larga duración”, explica el concejal verde Herrmann. “Además, en un lapso de dos años, Chemnitz ha pasado de ser un ciudad grande, pero provinciana, a una ciudad europea de corte internacional. Ese proceso de internacionalización ha sido especialmente rápido y tiene una relación directa con la llegada de refugiados”.
La polarización de Chemnitz no deja de ser, en definitiva, una proyección de la Alemania de la que Angela Merkel ya ha comenzado a despedirse políticamente: tras 13 años en el poder, la canciller democristiana, un día considerada la mujer más poderosa del mundo, ya no es capaz de alcanzar amplías mayorías electorales que le permitan gobernar sin dificultades. Merkel genera rechazo y enfado entre importantes sectores de la población alemana. El fenómeno AfD y la consecuente inestabilidad política, que hasta hace bien poco era desconocida por el país más rico y poblado de la UE, son un reflejo de todo ello.
“Una última pregunta, señora Merkel, ¿cuándo piensa usted dimitir?”, interpeló a la canciller un participante del diálogo ciudadano. Fue la intervención más incómoda. El espíritu de la concentración ultra que gritaba eslóganes contra Merkel a las puertas del edificio se coló en la sala para sorpresa de los presentes. Mientras tanto, los “ciudadanos preocupados” no se cansaban de gritar en la fría noche de Chemnitz: “¡Vete ya!¡Vete ya!¡Vete ya!”.
Crónica publicada por El Confidencial.
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Crónica publicada por El Confidencial.
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