domingo, 6 de enero de 2019

Emigrar no es fácil

Hay quien emigra por amor y quien lo hace por desamor; hay quien deja su tierra por necesidades económicas o en busca de cumplir sus sueños más personales y ocultos; hay quien llega a otro país huyendo de la violencia o de un contexto hostil con lo diferente, y también con la esperanza de encontrar un espacio individual, legítimo e intransferible de paz y libertad. 

Independientemente de la razones que esconda cada caso, hay una verdad irrebatible: no encontrarás dos historias migratorias idénticas. Cada inmigrante tiene la suya, con sus alegrías y sus miserias, sus aprendizajes y sus golpes, sus aciertos y sus errores. 

No hagas caso de lo que dicen por ahí: emigrar no es fácil. Suele ser una experiencia traumática, marcada por momentos de soledad, indecisión y miedo. Pero también es un intenso proceso de aprendizaje, en el que se suceden escenarios y personas que nunca se te habrían cruzado en la vida que vivías en aquella ciudad o aquel pueblo que te vio nacer, crecer y despedirte. 

Emigrar suele ser un trance ligado a aprender un idioma ajeno, a escuchar nuevos acentos, a probar sabores y olfatear olores desconocidos, y también a enfrentarte con puntos de vista que te pueden obligar a replantearte aquellas opiniones que un día consideraste innegociables. No se me ocurre, de hecho, mejor jarabe contra la ortodoxia y el dogmatismo que vivir en otro país por un tiempo lo suficientemente largo para poder tomar perspectiva de tu origen y también de ti mismo. 

Durante los años más duros de la crisis tuvimos que escuchar a políticos hipócritas defender públicamente, con cinismo y sin sonrojo, las ventajas de emigrar a la aventura. Al fin y al cabo, lo que está fuera no molesta, o por lo menos molesta menos, y el desempleo y la precariedad vital hacía tiempo que estorbaban demasiado en las Españas. También proliferaron películas y series de televisión sobre la nueva migración española. No malgastaré ni una sola línea en citar los títulos. No merecen la tinta ni el espacio. 

Aquellos políticos, directores y guionistas no sabían nada de emigrar. Y se notaba, porque fueron incapaces de ocultar esa ignorancia en sus discursos, en sus películas. Podrían haber enmendado esa falta de conocimiento acudiendo a la fuente primaria de su objeto de deseo: los propios emigrantes. No tuvieron, al parecer, el tiempo. O simplemente les faltó el interés. 

Por fortuna, hubo y hay proyectos que ayudaron y ayudan a construir una narrativa pública, a veces incómoda y siempre realista sobre los retos, las dificultades, los fracasos y las victorias de la nueva inmigración. El ya mítico blog Berlunes fue uno. El libro que tienes entre las manos es otro. 

Patas arriba es la historia de Paloma Lirola, nada más y nada menos que su experiencia migratoria única contada por ella misma. Sin edulcorantes ni concesiones, con un buen puñado de imprescindible humor y a través de la voz propia de quien conoce de primera mano las alegrías y las miserias, los aprendizajes y los golpes, los aciertos y los errores de una emigrante española en Berlín.



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Este texto es el prólogo de Patas Arriba, el primer libro de la show woman Paloma Lirola. Lo puedes adquirir en el siguiente enlace.

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