Desde que el semanario Der Spiegel publicara el pasado enero en una brevísima, casi marginal nota, que el Gobierno de Angela Merkel estaba mirando fuera de las fronteras alemanas en busca de trabajadores cualificados, y dados los dramáticos niveles de desempleo que se sufren en España y en otros Estados del sur de Europa, se ha hablado mucho de las oportunidades laborales que ofrece Alemania.
Desde entonces, se habla mucho de hacer las maletas y marchar a Alemania para encontrar trabajo. Sin pensárselo demasiado, sin saber la lengua. A la aventura. Y si bien es cierto que el mercado laboral alemán necesita cubrir urgentemenre puestos vacantes, generalmente no se habla tanto de los sueldos de miseria que pueden llegar a pagar los empresarios germanos (gracias a la inexistencia de un sueldo mínimo profesional) o del desempleo estructural que arratastra desde hace años la llamada locomotora económica europea.
La desesperación ante el paro se impone al sosiego a la hora de analizar la cara B de la realidad del mercado laboral. Aquí no es todo oro lo que reluce. Sobre todo esto y más, os dejo con un artículo que publiqué recientemente en El Economista. Aquí lo tenéis.
Desde entonces, se habla mucho de hacer las maletas y marchar a Alemania para encontrar trabajo. Sin pensárselo demasiado, sin saber la lengua. A la aventura. Y si bien es cierto que el mercado laboral alemán necesita cubrir urgentemenre puestos vacantes, generalmente no se habla tanto de los sueldos de miseria que pueden llegar a pagar los empresarios germanos (gracias a la inexistencia de un sueldo mínimo profesional) o del desempleo estructural que arratastra desde hace años la llamada locomotora económica europea.
La desesperación ante el paro se impone al sosiego a la hora de analizar la cara B de la realidad del mercado laboral. Aquí no es todo oro lo que reluce. Sobre todo esto y más, os dejo con un artículo que publiqué recientemente en El Economista. Aquí lo tenéis.
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