viernes, 11 de septiembre de 2009

Ciudadanos de primera, ciudadanos de segunda


Israel es un estado democrático y de derecho rodeado de países árabes donde la democracia brilla por su ausencia. En Israel se celebran elecciones en las que todo el mundo puede votar y participar. La israelí es una sociedad abierta en la que caben diferentes formas de entender y vivir la vida. Son argumentos frecuentememte utilizados por los israelíes para justificar la existencia del Estado de Israel (a parte de las razones históricas). Hay que reconocer que la democracia israelí goza de mejor salud que la egipcia o la libanesa. Sin embargo, la sociedad israelí también tiene su lado oscuro: no todos sus habitantes gozan de una ciudadanía de primera categoría. Y es que, al fin y al cabo, Israel es un Estado creado por judíos para judíos.

Israel puede ser una democracia con una relativa buena salud pese a todas las limitaciones impuestas por el excepcional y constante estado de guerra con sus vecinos árabes. Pero la democracia israelí está encerrada en un Estado no secular, en el que los judíos no religiosos viven atrapados por aquellos judíos que interpretan la religión desde la ortodoxia. La no secularidad del Estado de Israel le resta legitimidad democrática respecto a sus vecinos y también de cara a la comunidad internacional. Y hace que uno se pregunte si toda esa fachada occidental no es más que un maquillaje de modernidad con el que Israel se muestra al mundo desde Tel Aviv y sus alrededores. El mismo profesor y guía Uri Goldflam reconoce que la falta de separación entre Estado y religión en Israel supone un obstáculo para alcanzar la paz. Sigue existiendo una importante parte de la sociedad israelí que lo justifica todo a través del derecho divino otorgado por dios al pueblo judío. De ahí nacen las pretensiones de recuperar el Gran Israel (Eretz, en hebreo), la provocativa creación de colonias judías en Cisjordania, la justificaciones de la militarización de la sociedad, etcétera.

Sin embargo, lo que más legitimidad resta a la democracia israelí es la existencia de diferentes tipos de ciudadanía. No hay que olvidar que el 20% de la sociedad no es judía: uno de los siete millones de ciudadanos israelíes está compuesto por árabes musulmanes o cristianos. Ciudadanos israelíes, sí, pero de probada segunda categoría. ¿Cómo aprobar una democracia que no es capaz de tratar como iguales a sus ciudadanos por su religión o procedencia?

El renombrado periodista arabe-israelí Khaled Abu Toameh fue uno de los ponentes más interesantes del seminario en el que participé en la Universidad de Herzeliya. Su historia le convierte en una rara especie: comenzó su carrera periodística en medios palestinos fieles a la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat. Tras hartarse de la filosofía propagandística y apegada al poder de los diarios palestinos, decidió comenzar a trabajar para medios israelíes, donde conoció "la auténtica libertad de prensa". Khaled ha escrito desde entonces para medios como The Jerusalem Post, la BBC, The Sunday Times o la NBC. Cuando le preguntas sobre los límites de la libertad existentes en medios israelíes, Khaleb bromea: “A veces le tengo decir a mi editor que por favor sea un poco más cuidadoso con mis textos: en ocasiones incluso son publicados con faltas de ortografía”.

Khaleb nos ofreció una imagen idílica de Israel. Se deshizo en elogios al Estado que lo había aceptado pese a ser parte de la minoría: es decir, árabe musulmán. Lo hizo desde la altura que le concede su exitosa carrera como autor y profesor universitario, desde la perspectiva de que "todo está en su sitio" que disfrutan aquéllos que han saboreado las mieles del éxito. Llegados a este punto no me pude contener más: “Perdone, y quizá desde la ignorancia, he leído en diferentes sitios que la minoría árabe-israelí es una ciudadanía de segunda categoría. Además, esta semana tuve la oportunidad de leer el artículo publicado por el autor israelí Neve Gordon en Los Angeles Times en el que calificaba al Estado de Israel de ‘sistema de apartheid’ y en el que pedía el boicot a ese sistema discriminatorio”.

Silencio. Primero hubo silencio en la sala y después algunas miradas de desaprobación procedentes de mis colegas israelíes. Khaleb tomó aire y, tras una breve sonrisa con el aparente objetivo de quitarle hierro al asunto, comenzó a desenmascarar la mentira del presunto edén israelí: “Bien, primero tengo que decir que yo no me siento discriminado ni un ciudadano de segunda categoría....sin embargo, tengo que reconocer que la minoría árabe-israelí ha sufrido durante los últimos 60 años una discriminación sistemática en lo referente a educación, trabajo, sanidad.... Si la administración israelí no despierta pronto, la tercera intifada no comenzará en Gaza o Cisjordania, sino en ciudades como Haifa, Nazaret o Jaffa. Se han producido algunos cambios, pero puede que ya sea demasiado tarde. Espero que no”.

Es la descripción de una discriminación sistemática, la descripción de un defensor del Estado israelí que afirma que prefiere ser “ciudadano de tercera en Israel que de primera en el mundo árabe”. Una discrimación que dinamita las bases del proyecto sionista y le resta legitimidad para con sus propios ciudadanos no judíos. Sin embargo, ¿quién dijo que Israel fuera un lugar para árabes cristianos, musulmanes o seculares? ¿Es que acaso hay quien todavía pone en duda que Israel fue creado por judíos para judíos?

P.D: foto tomada en la atrincherada Tumba de Raquel, cerca de Jerusalén.

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