Cuando un grupo de ciudadanos se activa para reivindicar sus derechos, el Estado democrático y sus correspondientes estructuras de poder se ponen nerviosos. Más aún si la iniciativa ciudadana, compuesta por individuos conscientes de sus derechos, sale a la calle a defender su posición de manera pacífica. Entonces el Estado democrático debe reprimir esos brotes de civismo de la manera más sútil posible para no ver dañados los principios democráticos que se le presuponen. Eso es lo que parece que pasó el pasado sábado en el ya célebre intento de okupación del ex aeropuerto de Tempelhof.
Tras haber hablado con varias personas que estuvieron presentes en la acción y haber repasado unos cuantos videos colgados en internet sobre los hechos, queda clara una cosa: la policía tenía órdenes de evitar que los ciudadanos llegasen a los terrenos vacíos del Tempelhof, pero se les pidió que lo hicieran con la mayor de las cautelas. Reprimiendo pero con suavidad. Sin embargo, los nervios que mostraron los agentes del orden revelan que ni ellos estaban seguros de su capacidad de reprimir con guante de seda a una masa ciudadana tan convencida de sus derechos y, sobre todo, tan evidentemente pacífica.
El resultado fue un encadenamiento de escenas surrealistas en las que la policía amenaza, zancadillea, empuja mirando para otro lado, acorrala de forma kafkiana y en última instancia detiene a ciudadanos armados con narices de payaso. Todo ello quizá porque incluso el propio poder democrático establecido duda de su legitimidad para reprimir esta iniciativa ciudadana okupadora.
P.D: la foto que abre el post fue tomada el pasado sábado al lado de la verja del ex aeropuerto de Tempelhof y muestra a un policía de paisano que, mientras detiene a un manifestante, apunta con su pistola a dos perplejos ciudadanos.
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