Rompo el silencio tras una semana de exilio estival en Alicante. Desde allí, entre baños y salidas nocturnas, he seguido espantado la guerra entre Georgia y Rusia por los territorios de Osetia del Sur y Abjazia. Causalmente, justo hace un año tuve la oportunidad de visitar Armenia, país vecino de Georgia y corazón del Cáucaso, esa región estratégica cargada con una historia llena de guerras.
Durante mi visita a Armenia, acompañada de la excelente fotógrafa barcelonesa Mar Costa (con la que cofirmé el reportaje Armènia, un país marcat per un genocidi publicado en el Setmanari Directa), tuvimos la oportunidad de conocer a un buen puñado de georgianos y armenios, que nos explicaron por qué el Cáucaso es una zona tan codiciada por las grandes potencias. Más concretamente, por Estados Unidos y Rusia. Recuerdo que en mi escala en Moscú, antes de volar a Yereván, leía cómo los diarios rusos editados en inglés abrían con las tensiones entre Tibilisi y Moscú por una presunta violación del espacio aéreo georgiano de la aviación rusa. Un aviso de la trágica guerra que ahora no tiene visos de cerrarse tan fácilmente pese a la firma del presunto plan de paz.
En efecto, Estados Unidos y Rusia pugnan desde hace años por hacerse con el control del Cáucaso, una región que ha sido y probablemente volverá a ser el escenario de conflictos bélicos nacidos en la post Guerra Fría. Rusia, sin duda, busca mantener su recuperada condición de imperio del Este nacida al calor de su poder energético. Pero Estados Unidos tampoco puede aparecer como inocente defensor de la democracia georgiana. Washington ha armado a Georgia porque le interesa tener como fiel aliado a un país cruzado por el oleoducto procedente de Baku, Azerbayán (por cierto, sigue mal cerrada una guerra entre Armenia y Azerbayán por el territorio de Nagorno Karabaj; pero, claro, esa guerra no interesa). Dan ganas de reir cuando ves a los mandatarios estadounidenses aparecer antes las cámaras como inocentes defensores de un pequeño país que ahora ha sido atacado por el maligno y renacido Imperio ruso. Aquí cada uno debe asumir la parte de culpa que le toca.
Y desde Europa, más exactamente desde Berlín, llega Angela Merkel con la cantinela de que, aunque "nadie es culpable absoluto de un conflicto", Rusia ha usado desproporcionadamente la fuerza contra Georgia. Un prueba más de que la Unión Europea sigue yendo a remolque de los Estados Unidos, a través de la OTAN, en cuestión de política exterior. Sin voz común y sin palabras claras ni verdaderas.
Dos conclusiones:
- El gran perdedor de esta guerra ha sido Georgia: Tibilisi díficilmente podrá mantener su integridad territorial y Occidente sólo intervendrá cuando vea en peligro el control del oleoducto que cruza el país caucásico.
- El Cáucaso será muy probablemente el escenario de nuevos conflictos post Guerra Fría en la lucha por mantener o recuperar el control de las canales energéticos.
P.D: la foto que abre este post fue tomada en el norte de Armenia, cerca de la frontera con Georgia, en agosto de 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario