El 13 de agosto de 1961, Berlín se levantó con un soleado domingo de verano por delante. Lo que tenía que ser un día de descanso para la ciudad, todavía ocupada por fuerzas militares extranjeras y con visibles rasguños de la segunda guerra mundial, se convirtió en una jornada que cambió la historia y que aún hoy marca la fisonomía urbana y la psicología de la capital federal de la Alemania reunificada.
Durante la madrugada del sábado 12 de agosto al domingo 13, obreros de la socialista República Democrática Alemania (RDA) comenzaron a colocar alambre de espino sobre la línea que separaba los tres sectores occidentales – estadounidense, británico y francés – y el sector oriental, bajo influencia soviética.
Ese hilo de púas, instalado bajo la estrecha vigilancia de policías fronterizos armados, fue el primer paso para levantar un sofisticado y ultravigilado muro de hormigón que mantuvo dividida la ciudad durante casi tres décadas. El Muro de Berlín se convirtió en el punto de fricción más evidente, directo y explosivo de la Guerra Fría entre EEUU. y la Unión Soviética, en la frontera más vidente de una paz imposible y una guerra improbable a causa de las cabezas nucleares de ambas potencias.
Levantado literalmente de la noche al día, el Muro sorprendió a la ciudadanía de ambos lados. Muchos se despertaron fuera de su distrito habitual de residencia; muchos otros vieron como su visita dominical a familia o amigos era frenada de improviso; en el peor de los casos, los ciudadanos de la parte oriental cuyas viviendas estaban frente a la frontera o sobre ella vieron como las autoridades orientales ordenaban tapiar las ventanas de lo que habían sido sus hogares. La separación física, temida durante mucho tiempo, se consumaba en cuestión de horas en un muro que se fue sofisticando con los años.
El 9 de noviembre de 1989 – fecha de su apertura, también inesperada –, “el Muro estaba vigilado por 302 torres, 20 búnkeres, 259 casetas para perros guardianes y siete regimientos fronterizos dirigidos por el Grenzkommando-Mitte [comando fronterizo], pertrechado con 11.504 guardias, 503 empleados civiles, 567 vehículos blindados de transporte de tropas, 48 lanzagranadas, 48 cañones antitanque, 114 lanzallamas, 156 carros de combate, un parque móvil de 2.295 vehículos y 992 perros”, como describe minuciosamente el libro En el Muro de Berlín. La ciudad secuestrada. El Muro era, en definitiva, la primera línea de la Guerra Fría.
El 13 de agosto de 1961 #Berlín se levantó con un soleado domingo de verano por delante. Lo que tenía que ser una jornada de descanso se convirtió en una para la historia: la RDA ponía la primera piedra del #Muro. Aún hay gente (poca) que lo defiende.
— Andreu Jerez (@AndreuJerez) August 13, 2021
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Entre 1949 – año de la fundación de la RDA – y el mismo 13 de agosto de 1961, según cálculos de la Agencia Federal para la Formación Política, más de dos millones y medio de ciudadanos de la república socialista alemana se marcharon a la occidental República Federal de Alemania (RFA). Buena parte esos migrantes usaron el oeste de Berlín como puerta de entrada. Ello supuso la pérdida de una séptima parte de la población de la RDA. Aproximadamente la mitad eran menores de 25 años con formación profesional y técnica en plena edad laboral. El flujo migrante era, por tanto, una auténtica sangría demográfica. El Muro fue el torniquete con el que el Gobierno del entonces presidente de la RDA, Walter Ulbricht, aseguró la supervivencia del país.
“La situación era muy tensa: el peligro de que la RDA se desangrase por la marcha al Oeste de cada vez más personas en posiciones importantes – médicos, técnicos, economistas – era enorme”, explica Wolfgang von Polentz a EL PERIÓDICO. Nacido en 1939, Wolfgang era estudiante de Germanística y Literatura cuando el régimen socialista decidió levantar el Muro. “Los ciudadanos orientales eran reclutados directamente desde la parte occidental con ofertas atractivas: el salario era mayor que en la RDA, también las posibilidades de viajar. Y para las empresas occidentales era una enorme ventaja no tener que financiar los estudios de esos trabajadores. La RDA era como una vaca a la que se podía ordeñar”, explica Wolfgang, quien creyó en el socialismo hasta el hundimiento de su ex país.
Doble fracaso
“Nadie tiene la intención de levantar un muro”. Estas fueron palabras de Walter Ulbricht el 15 de junio de 1961 en una conferencia de prensa internacional convocada por el propio Gobierno de la RDA. Con perspectiva histórica, se puede decir que la construcción de la “muralla de defensa antifascista”, como las autoridades orientales bautizaron eufemísticamente al Muro, fue el anuncio prematuro del fracaso de la RDA: a pesar de que permitió cierta estabilidad para dar paso al llamado “socialismo realmente existente”, el sistema se salvó sin la participación voluntaria de buena parte de su población.
La construcción del Muro también supuso el fracaso de la estrategia del entonces gobierno de la RFA, liderado por el canciller democristiano Konrad Adenauer: la estrategia del enfrentamiento verbal y del lenguaje de la fuerza de Bonn frente a la Unión Soviética y la RDA para forzar la reunificación alemana bajo un sistema capitalista y multipartidista acabó demostrándose fallida. Estados Unidos decidió no responder militarmente a la construcción del Muro y respetóla zona de influencia soviética. “Un muro es mucho mejor que una guerra” son las palabras que se atribuyen a John F. Kennedy, que había asumido la presidencia estadounidense el 20 de enero de 1961.
Las víctimas
Más allá de las grandes figuras que movían las piezas geoestratégicas, el Muro lo sufrieron los ciudadanos de Berlín. Las 140 víctimas mortales que dejó durante sus 28 años de existencia son el recuerdo más crudo de ese padecimiento: la mayoría – más de 100 – eran ciudadanos orientales que intentaron cruzar la frontera y cayeron por disparos de la guardia fronteriza de la RDA, o ahogados en el río Spree o alguno de los muchos canales de cruzan la ciudad; también ciudadanos sin intención de cruzar murieron por balas perdidas, personas que simplemente pasaban por uno u otro lado del Muro; y cayeron también 8 soldados fronterizos orientales por balas disparadas desde la parte occidental o por fuego cruzado entre ellos mismos.
Estas 140 víctimas mortales son solo las oficiales. Hay indicios sobre una cifra fue muy superior. Pero hasta día de hoy faltan pruebas que lo demuestren. Son las víctimas invisibles del Muro, cuyos pocos fragmentos todavía en pie se han convertido en una atracción turística del Berlín del siglo XXI, una ciudad que difícilmente se deshará de la herencia de la división.
Reportaje publicado por El Periódico de Catalunya.
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