Ronnie Barkan, Stavit Sinai y Majed Abusalama, en Berlín. © Andreu Jerez |
Decir una frase así en público no es un paso sencillo en Alemania. La sombra de los crímenes cometidos por el nacionalsocialismo y del Holocausto sigue marcando la vida política del país, y condicionando las opiniones públicas sobre Israel. Las críticas contra el Estado fundado en 1948 y que debía convertirse en el lugar seguro para los judíos del mundo, pueden tornarse rápidamente en acusaciones de antisemitismo todavía hoy en Alemania, más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota del hitlerismo.
El autor del párrafo que abre este artículo es, sin embargo, Ronnie Barkan, judío, israelí y activista del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS, en sus siglas en inglés), una campaña global que desde hace más de una década intenta presionar a la comunidad internacional para acabar con lo que considera un "sistema de apartheid" levantado por el Estado de Israel contra todos aquellos de sus ciudadanos no judíos y, especialmente, contra los palestinos de los territorios ocupados y en la diáspora.
Ronnie no puede evitar dibujar una sonrisa ante la siguiente pregunta: ¿se puede ser judío y antisemita? El movimiento BDS se enfrenta desde hace tiempo a ese tipo de acusaciones en Alemania por su activismo y denuncia de las operaciones del ejército israelí y la ocupación de Cisjordania o el bloqueo de la Franja de Gaza.
El BDS es especialmente controvertido en Alemania por las asociaciones psicológicas entre su campaña y el boicot puesto en marcha por los nazis con su llegada al poder en 1933 bajo el lema “No compres a judíos”. La Oficina de Defensa de la Constitución de la ciudad-Estado de Berlín incluso incluyó al BDS en su capítulo dedicado al antisemitismo después de que sus activistas boicoteasen con éxito un festival de música cofinanciado por la embajada israelí en la capital alemana.
“El sionismo es claramente supremacista, racista, ultranacionalista; tiene las características más horribles. No hay una versión moral del mismo. La campaña de BDS está dirigida contra cualquier forma de racismo, incluyendo el sionismo y el antisemitismo”, asegura Ronnie en conversación con El Confidencial. Este activista de 42 años decidió abandonar Israel por considerar irresponsable seguir viviendo en su país natal ante la actual situación. Tras pasar por Italia, decidió establecerse en Berlín. Pero, ¿por qué Alemania?
“Este el último bastión para el sionismo, la última frontera. Ello tiene que ver con una 'razón de Estado' que va incluso más allá de la ley y establece que la existencia del Estado de Alemania está intrínsecamente relacionada con la defensa del Estado de Israel, sin entender qué está ocurriendo realmente. Por eso, cualquier crítica al sionismo o al Estado de Israel es entendida como una crítica a Alemania. Incluso una crítica a la ocupación de territorios palestinos, que en realidad es el síntoma del problema, o de los mismos asentamientos israelíes en esos territorios, es motivo suficiente para ser blanco de acusaciones de antisemitismo. Estas son herramientas muy efectivas para negar cualquier tipo de voz crítica con Israel”.
"Alemania no puede fijar los límites”
Stavit Sinai asiente ante cada una de las frases de Ronnie. Ella también es judía, israelí y antisionista. Esta académica y activista del movimiento BDS residente en Alemania desde años no da crédito a las acusaciones de antisemitismo y antijudaísmo a las que tiene que hacer frente en un país que, paradójicamente, asegura querer defender los derechos de su país natal y su pueblo: “Como hija de una familia superviviente del Holocausto no aceptaría ningún dictado de nadie sobre cómo formular mis ideas políticas ni tampoco me siento obligada a pedir permiso para expresar mi opinión. No creo que la sociedad alemana esté en disposición de establecer cuáles son los límites de la discusión”, sentencia Stavit.
En los artículos y reportajes publicados por medios alemanes es fácil leer acusaciones veladas de antisemitismo contra el BDS. Sin embargo, rara vez se menciona la condición judía de algunos de sus activistas ni su origen israelí. “Ser judío, israelí y denunciar de forma no violenta en Alemania el apartheid que aplica nuestro país hace muy difícil que nos acusen de antisemitismo”, razona Ronnie sobre esos silencios mediáticos.
El debate sobre si Israel ha establecido un sistema de apartheid, de segregación por etnia y religión tanto en los territorios palestinos como dentro de sus propias fronteras, no es nuevo. En 2017, un informe realizado por encargo de Naciones Unidas concluyó sin reservas que Israel había erigido un sistema de segregación basándose “en las mismas leyes y principios internacionales de los Derechos Humanos que rechazan el antisemitismo”.
“Ningún Estado está exento de cumplir las normas y reglas recogidas en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas Formas de Discriminación Racial. (…) El fortalecimiento de ese cuerpo de la legislación internacional sólo puede beneficiar a todos aquellos grupos que han sufrido históricamente discriminación, dominación y persecución, incluyendo a los judíos”, concluía el informe.
La publicación supuso la reacción inmediata del gobierno israelí, de otras voces de Estados Unidos y de la propia secretaría general de la ONU. Ante la negativa de eliminar el informe de la web de Naciones Unidas, la jordana Rima Khalaf, directora de la Comisión Económica y Social para Asia Occidental que había encargado la elaboración del estudio, decidió presentar su renuncia. A día de hoy, el informe ya no está en la web de la ONU, pero es fácil de encontrar en otras páginas académicas o de activismo político.
La legislación internacional en defensa de los Derechos Humanos establece que el crimen de apartheid se traduce en “actos inhumanos cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión sistemática y de dominación de un grupo racial sobre otro u otros grupos raciales con la intención de mantener ese régimen”. El concepto de apartheid procede del sistema de dominación blanca sobre la población negra levantado en Sudáfrica el siglo pasado. Mientras voces como la del escritor israelí nacido en Ciudad del Cabo Benjamin Pogrund se niega a aceptar esa comparación aduciendo sus propias vivencias en aquel sistema de segregación racial sudafricano, Ronnie Barkan y Stavit Sinai no tienen dudas al respecto.
Proceso legal
“Yo crecí en Haifa, una ciudad diversa. Nunca me mezclé con chicos árabes de mi edad, nunca, porque el sistema educativo está segregado. Fui a una escuela para judíos. La población también está segregada por barrios. Nunca me encontré con chicos de mi edad que no fueran judíos. Por supuesto que me encontraba con árabes, pero siempre en contextos en los que ellos me servían a mi. Me criaron, por tanto, como si yo perteneciese a una raza superior”, explica Stavit.
Ronnie va más allá de su propia experiencia personal y saca un tabla de elaboración propia basada en datos de la Oficina Central de Estadística de Israel: según esa tabla, la legislación israelí establece tres categorías a la hora reconocer los derechos de los habitantes de Israel y de los territorios ocupados: la ciudadanía, la nacionalidad (judía, árabe, drusa, etcétera) y la religión. Según Ronnie, a cualquier persona que no cuente con una ciudadanía israelí y una nacionalidad judía, reconocidas oficialmente como tales por las autoridades israelíes, le serán negados automáticamente los plenos derechos y deberes ciudadanos. Aquellos ciudadanos palestinos que no cuenten con ciudadanía israelí y que vivan en territorios ocupados o en la diáspora forzada conforman el escalón más bajo, sin estatus ni derecho alguno. “Si todos los ciudadanos de Israel contasen con una ciudadanía israelí, ello significaría el fin del apartheid”, añade Ronnie.
Un ejemplo claro de esta última categoría está sentado al lado de los dos activistas israelíes del movimiento BDS. Se llama Majed Abusalama y es un refugiado palestino que pudo abandonar la Franja de Gaza en 2014 tras recibir un disparo del ejército de Israel. Majed, que había sufrido previamente la persecución de Hamás en Gaza, colaboró con fundaciones de partidos políticos alemanes como la CDU o La Izquierda tras su llegada al país. Dejó de hacerlo cuando empezó a sentirse utilizado para justificar la posición de las instituciones alemanas respecto al comportamiento de Israel para con su pueblo. Actualmente también es activista en el movimiento BDS de Alemania: “Para mi vivir en Gaza significó vivir en una prisión a cielo abierto, en un campo de concentración, en un gueto. Yo viví allí y sé cómo vive mi gente allí en estos momentos”.
En junio de 2017, Ronnie, Stavit y Majed protagonizaron una acción de protesta durante una conferencia ofrecida en la Universidad Humbold de Berlín por la parlamentaria israelí Aliza Lavie, diputada del partido centrista, laico y opositor Yesh Atid. Los activistas quisieron llamar así la atención sobre lo que ellos consideran la colaboración necesaria de la oposición israelí laica con el sistema de ocupación y bloqueo contra la población palestina que mantiene el actual gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.
La acción no les salió gratis. Los dos activistas israelíes afrontan ahora un proceso legal en Berlín por intento de agresión y allanamiento, en un acción calificada por la práctica totalidad de la prensa alemana de “ataque antisemita”. Ronnie y Stavit asumen las posibles consecuencias legales, pero se niegan a dejar de ejercer su activismo en Alemania: “Al igual que un blanco en la Sudáfrica del apartheid, aquí nosotros tenemos dos opciones: o estás en contra o estás a favor; en aquella Sudáfrica no había una tercera opción y tampoco la hay con el actual sionismo”.
Artículo publicado por El Confidencial.
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