Hoy empieza en Bruselas una cumbre que, dicen, marcará el futuro de la moneda común europea, aunque no sean pocos lo que creen que la suerte del euro ya está echada. Angela Merkel, canciller y heredera del europeísmo demócratacristiano alemán (personificado a la perfección por el ex canciller Helmut Kohl, clave para la construcción de las estructuras de la actual Unión Europea tras la caída del telón de acero y la reunificación de las dos Alemanias), lleva meses desplegando con una mano un discurso proeuropeísta e integrador, mientras con la otra practica una política económica de marcado acento nacionalista, egoista y prepotente. Merkel y buena parte del empresariado alemán no entiende que no se puede construir un proyecto de integración económica y política sin tener que ceder parte de las ganacias para que todos los miembros de esa unión puedan ganar un poco.
Hace unos años, cuando la crisis de deuda todavía no había destapado su auténtica gravedad, un trabajador alemán con una importante posición en una empresa naviera del norte de Alemania me dijo: "Cuando los políticos franceses nos dicen que los alemanes tenemos que exportar menos y comprar más, no están diciendo en definitiva que trabajemos menos, cuando en realidad lo que tendrían que hacer ellos es trabajar más". Poco después, el fisco alemán descubrió que esa empresa llevaba a años falsificando sus cuentas. Anécdotas aparte, ese tipo de declaraciones no sólo demuestran un profundo nacionalismo subyacente en la sociedad alemana, que se acaba proyectando fundamentalmente en el plano económico, sino también una perfecta ignorancia del problema que sufre el euro: para Alemania, el país más rico y potente industrialmente de la UE, lo más importante desde la introducción del euro no ha sido desarrollar una unión económica equilibrada y sostenible (con su correspodiente gobierno económico común), de la que todos los miembros pudieran aprovecharse, sino engordar su cada vez más "positiva" balanza comercial a costa del resto, del endeudamiento insostenible de países como Grecia. Y ahora todos pagamos las consecuencias. Como se dice popularmente, la avaricia rompe el saco.
Si todos los países del mundo practicasen el mismo juego económico que Alemania (enorme exportación, bajo consumo interno, congelación de sueldos), el comercio global no sería posible, pues éste sólo funciona si todos los países compran y venden. Y después de haber esquilmado la periferia europea, Alemania ya parece dar por amortizado el euro y estar mirando a mercados extracomunitarios como el latinoamericano, por poner un claro ejemplo, prepárandose para lo que pueda venir. Es el "sálvese quien pueda". Por eso creo que Berlín da por finalizada la cumbre que comienza hoy en Bruselas incluso antes de que empiece. O como dice Werner-Sinn, presidente del instituto económico alemán Ifo y una de las principales y más autorizadas voces del mainstreaming económico germano, "el modelo alemán es el único para países como España y Alemania". ¿Y de verdad quiere salvar esta gente al euro?
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