La azafata de tierra hizo una mueca de sorpresa al comprobar en mi billete que, efectivamente, mi vuelo era a Diyarbakir. Supongo que, como buen (supuesto) turista, mi destino debería haber sido Antalia o Izmir. Nada más lejos de la realidad. Al tomar ese avión dejaba atrás una fructífera semana en Estambul cargada de entrevistas con académicos, intelectuales, periodistas, cooperantes y gente a pie de calle para dirigirme a uno de los escenarios de la “cuestión kurda”: la capital del Kurdistán turco. La semana que hoy acaba me ha dejado un buen sabor de boca y, sobre todo, creo, una amplia visión general del actual momento que atraviesa el conflicto. Ahora toca ver de cerca en qué medida coincide la teoría con la realidad.
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