Estado de “guerra”
“En los 90 no había racismo, sino sencillamente una guerra. No podíamos salir solos a la calle. Teníamos que hacerlo en grupo, y eso valía también para mujeres y niños”, cuenta Augusto Jone Munjunga, también inmigrante congoleño y amigo personal de Amadeu. Ambos llegaron a la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) en 1987.
Tras trabajar varios años en una empresa estatal procesadora de carne, Augusto y Amadeu decidieron quedarse en Eberswalde pese al hundimiento del estado socialista que los había traído a Europa. “Queríamos para cambiar la situación. Ahora es mucho mejor. Aquí tenemos estudiantes de muchos lugares del mundo”, dice Jone Munjunga, quien fundó la asociación cultural Palanca y trabaja por la tolerancia y una sociedad abierta en la localidad situada a apenas 60 kilómetros de Berlín.
Quien vivió en primera persona aquellos días en Alemania oriental suele describir algunas zonas de la antigua RDA como un área de auténtico riesgo para extranjeros, militantes de izquierda o grupos antifascistas. Con unas fuerzas policiales inseguras e incapaces de – o incluso reacias – hacerse con el control de la situación, grupos neonazis y ultranacionalistas aprovecharon el vacío de poder para ejecutar ataques contra extranjeros o residencias en las que vivían “trabajadores invitados” por la desaparecida RDA.
El de Eberswalde fue uno sólo uno de múltiples casos; los disturbios de Rostock-Lichtenhage en 1992 – en los que neonazis atacaron y prendieron fuego con cócteles motolov a bloques de edificios en los que vivían vietnamitas mientras una masa de vecinos miraba, celebraba y aplaudía – recordaron demasiado a los pogromos vividos en la Alemania de los años 30 del siglo XX.
Ines Karl, fiscal superior de Berlín, considera legítimas las críticas pero responde que se han hecho avances e insiste en la necesidad de la colaboración de la sociedad civil: “Es muy importante que aquellos que tengan pruebas, por ejemplo, de casos de ultraderechismo en las fuerzas de seguridad no sólo las ofrezcan a los medios de comunicación, sino también a la fiscalía”.
Para Anetta Kahane, de la Fundación Amadeu Antonio, la crítica debe ir un poco más más lejos: “Tenemos el ‘caso NSU’ y otros muchos en los que queda la sensación de que las autoridades miran de manera diferente a diferentes fenómenos de violencia”. Y advierte del nuevo contexto creado por el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD): “Ha conseguido algo preocupante: integrar a las fuerzas nacional-revolucionarias – lo que tradicionalmente llamamos neonazis – del Este de Alemania con las fuerzas nacional-derechistas del Oeste del país”.
Reportaje publicado por El Periódico de Catalunya.
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