lunes, 11 de mayo de 2015

«¿Adónde nos han traído estos hijos de puta?»

Las manos de Virgilio Peña están curtidas por el trabajo y por el paso del tiempo. Este excombatiente republicano español, de 101 años de edad, sobrevivió al campo de concentración de Buchenwald, que él mismo ayudó a liberar el 11 de abril de 1945 antes de la llegada del ejército estadounidense. 

Nacido el 2 de enero de 1914 en el pueblo cordobés de Espejo, este andaluz echa la mirada atrás ahora que se suceden las celebraciones por el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis. Peña, recuerdo vivo del siglo XX, nos recibe en el salón de su casa, en la ciudad francesa de Pau, donde nos cuenta su historia con un acento andaluz que sigue conservando prácticamente intacto. Virgilio repasa así los días de una vida de novela. 

Después de que la República perdiese la Guerra Civil, usted sale de España por la frontera con Francia. ¿Cómo acaba en el campo de concentración de Buchenwald? 

A mí me detuvieron en Burdeos en febrero de 1943 por pertenecer a la resistencia francesa. Yo y otros hacíamos actos de sabotaje en la base marítima de Burdeos. La policía francesa sabía que yo estaba en la resistencia porque un chico español me vendió. Después de torturarme y al ver que yo no decía nada, me entregaron a los alemanes. 

Cuando le detienen, ¿usted era consciente de que lo iban a deportar a un campo de concentración?  

Yo no sabía absolutamente nada, ni siquiera por qué me habían detenido. En Francia, ni yo ni nadie habíamos escuchado hablar de los campos de concentración nazis. Cuando bajé del tren en Alemania, a la entrada de Buchenwald, entonces me di cuenta. 

Usted siempre ha dicho que el viaje en tren hasta el campo fue horroroso... 

El viaje en tren fue criminal, casi peor que luego dentro del campo. Metían a mucha gente en el vagón. En el que yo viajé ponía «Ocho caballos y cuarenta hombres», pero allí metieron a ochenta y pico personas. Lo primero que hice fue agarrarme con estos dos dedos a unas manillas que había al lado de la puerta para atar a animales. Y así pase tres días y dos noches. Pese a ser enero, dentro del vagón hacía un calor enorme. Casi no se podía respirar. La gente que iba dentro gritaba y gritaba. Todavía no habíamos llegado a Buchenwald, pero en el momento en el que entrabas en el vagón, tenías que pensar en defenderte a ti mismo, porque el que se caía al suelo por una frenada del tren, ya no se levantaba más. 

¿Sabe usted cuánta gente murió en ese vagón en ese trayecto? 

Como yo iba enganchado en la puerta, fui de los primeros en bajar. Y nada más tocar el suelo, ya tenías a un SS gritándote «Raus, Raus!» («Fuera», en alemán). Por eso no te lo puedo decir. Luego oí decir de otra gente que bajó más tarde del vagón que unas 30 personas habían muerto en el viaje. -¿Cómo fue la llegada? -En seguida que llegabas, te cortaban todo el pelo, desde los pies hasta la cabeza. Sólo te dejaban las cejas y las pestañas. Luego te metían en un líquido para desinfectar. Aquello picaba mucho. Al salir de allí, ya te dabas cuenta de dónde estabas, veías a los otros internos, que no tenían más que huesos. Y entonces te preguntabas: «¿Adónde nos han traído estos hijos de puta?» 

¿Recuerda el número que le otorgaron al entrar? 

Claro, perfectamente, ¿lo quieres en alemán o español? 40.843. Eso era lo primero que tenías que aprender al entrar a Buchenwald, porque en el campo no te llamaban por tu nombre. Cuando entrabas allí, perdías la nacionalidad y todo lo demás. Allí no eras más que un preso. 

¿Qué tipo de gente conoció allí? 

En mi bloque, que era el 40, había sobre todo alemanes antifascistas, la mayoría comunistas, y muchos checoslovacos. También había mucho intelectual: allí conocí al famoso ministro de Felipe González, Jorge Semprún. 

¿Usted tiene miedo a que todo lo que usted vivió caiga algún día en el olvido? 

Ahora que se cumplen los 70 años de la liberación de Buchenwald, esas cosas no se pueden olvidar. Son cosas para nosotros, los deportados. Como dijo Semprún, el día en el que muera el último deportado, no habrá nadie que hable del olor de la carne quemada. 

¿Guarda rencor a Alemania o a los alemanes? 

Yo al pueblo alemán no le guardo rencor, pero sí a los nazis y aquellos que cometieron tantas barbaridades. En Buchenwald había más alemanes que españoles. El campo lo construyeron los propios presos alemanes en 1937. ¿Cómo les voy a guardar rencor? Como se dice habitualmente, no hay que tener ni odio pero tampoco olvido.

Entrevista publicada en el diario ABC y videorreportaje emitido por DW Latinoamérica.



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