
Porque en la Berlinale hay que estar. Y da igual lo que decidas, porque como decidas no estar en la Berlinale, la Berlinale estará en ti. El festival es como Dios: omnipresente y avasallador. Pone en estado frenético a los amantes del cine y transforma en amantes del cine a los que no lo son. Provoca una catarsis colectiva de la que nadie parece poder salvarse. Siendo así, más vale rendirse y dejarse arrastrar por la onda masiva.
El estreno de Mitte Ende August, una libre adaptación del libro de Goethe Wahlverwandtschaften (algo así como "elección de relaciones"), fue la película que elegí. No me convenció en absoluto. Con un inicio prometedor, personajes bien perfilados y una historia verosímil, Mitte Ende August se acaba descubriendo como una película con poco fuste y cimientos poco estables. Mientras la veía, tuve la sensación de que la historia ya había pasado ante mis ojos con anterioridad. El cine alemán, creo, tiende a abusar de historias cargadas de inestabilidad sentimental, silencios, laconismo y relaciones tormentosas.
Mitte Ende August acabó y el público alemán hizo gala de su paciencia para estallar en aplausos cuando la luz volvió a la sala. Yo aproveché el desconcierto para salir de allí lo más rápido y discretamente posible...
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