martes, 23 de febrero de 2016

“¿Es el Deutsche Bank una asociación criminal?”

Pérdidas récord de 6.800 millones de euros en 2015, escándalos financieros y litigios que se acumulan (con sus correspondientes gastos millonarios) sin aparente fin, el valor de las acciones en caída libre desde hace semanas en la Bolsa de Fráncfort y un daño a la imagen empresarial de Deutsche Bank difícilmente reparable. 

Analistas y medios alemanes no tienen duda: el mayor banco privado de Alemania y buque insignia de la locomotora económica europea vive la crisis más grave de su historia. “El declive de Deutsche Bank”. Así titulaba recientemente el conservador y referencial diario Frankfurter Allgemeiner Zeitung un minucioso reportaje sobre el primer banco privado germano. 

“Quien busque las razones del declive de Deutsche Bank, se topará rápidamente con su acceso a la banca de inversión”, escribe el reportero del FAZ. “De esta manera, el banco se instaló en otra cultura empresarial, la anglosajona. La banca de inversión apuesta por caminos más cortos para hacer negocios más rápidos. Detrás de todo eso están las ganancias y, cómo no, los bonos de gratificación”.

El Deutsche Bank, un banco tradicionalmente ligado a la cultura empresarial alemana basada en la exportación y la economía real, daba el salto a la banca de inversión y al negocio especulativo en 1989: el entonces presidente de la Junta Directiva, Alfred Herrhausen, cerró la compra del banco británico Morgan Grenfell. Pocos días después, moría en una atentado con bomba del grupo terrorista de extrema izquierda alemán RAF (Fracción del Ejército Rojo). 

Pese al asesinato del directivo y a lo ruinosa que resultó la compra del Morgan Grenfell, el cambio de cultura empresarial de Deutsche Bank no cesó ahí. Todo lo contrario: siguió su curso en armonía con el capitalismo de casino que estaba a punto de inagurar una nueva y aparentemente imparable era tras la caída del Muro de Berlín, el hundimiento del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría.

“Irresponsabilidad organizada” 

El jurista y autor alemán Wolfgang Hetzer evita los eufemismos a la hora de hablar y escribir sobre Deutsche Bank. El título de su último libro sobre los negocios ilegales y las masivas irregularidades financieras cometidas por el banco no puede ser más explícito: ¿Es el Deutsche Bank una asociación criminal?. En él, describe el clima empresarial de la entidad como una “irresponsabilidad organizada” en la que los sistemas de control internos y la filosofía bancaria ligada a la economía real brillan por su ausencia. 

Hetzer dedica casi dos páginas de su libro sólo a enumerar todas las acusaciones y sospechas a las que se enfrenta Deutsche Bank: incumpliento de la obligación de informar a sus clientes sobre las prácticas especulativas con los tipos de interés, práticas de cartel en el comercio con seguros de incumplimiento, falsificación de información en la venta de productos financieros, manipulación de balances bancarios y así un largo etcétera. 

Como explica Hetzer en una charla con periodistas extranjeros en Berlín, el Deutsche Bank pasó de ser una de las columnas del denominado “milagro económico alemán”, el gran motor financiero de la economía real y las grandes empresas alemanas que pretendían volver a los mercados internacionales tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, para convertirse en un actor más de la banca de inversión especulativa cuya tradición tiene sus raíces en plazas financieras como Nueva York y Londres, y no en Berlín o Fráncfort. Como apunta el documental de la televisión pública alemana “La caída de Deutsche Bank”, el banco se instaló a partir de la década de los 90 en “una cultura del cow boy financiero”. 


Tras el primer paso dado en 1989 por Herrhausen, Hetzer considera el año 2003 (momento en el que Alemania pasaba un mal momento económico) como la otra fecha fundamental para entender la evolución de Deutsche Bank: “El entonces Gobierno federal rojiverde [de Gerhard Schröder] descubrió que los mercados financieros podían crear miles de puestos de trabajo y decidió abrazar la economía financiera porque era moderna, porque el resto de países también lo hacían y porque Alemania tenía que abrirse al mundo. Entre 2003 y 2004 diseña y aprueba la Ley de Modernización de Inversión, que permite la operación de hedge funds [fondos de alto riesgo] que hasta ese momento no eran legales en Alemania”. 

La crisis (no resuelta) de 2008 

“La Ley de Modernización de Inversión del Gobierno rojiverde estuvo marcada por un espíritu equivocado de la liberalización de los mercados”, admite Sven Giegold, portavoz de la fracción de Los Verdes alemanes en el Parlamento europeo. El entonces Gobierno eco-socialdemócrata del canciller Schröder tampoco escapó, por tanto, a los cantos de sirena sobre las bondades intrínsecas de la liberalización de los mercados financieros que gobernaron el comienzo del siglo. “No obstante, esa ley no es la causante del comportamiento criminal de Deustche Bank”, puntualiza Giegold. 

Para Giegold, esa ley sólo supuso el marco legal de unas actuaciones que responden única y exclusivamente a la responsabilidad de la cúpula del mayor banco privado alemán, que, por otra parte, sigue funcionando como un banco normal y financiando a la economía real, pero con el norme lastre presupuestario dejado por los negocios especulativos. Y el eurodiputado alemán advierte: “Debe quedar claro que ésta no es una crisis exclusiva de Deutsche Bank, sino que estamos ante una crisis continuada y no resuelta de los mercados financieros globales. Ésta es la misma crisis de 2008”.

Volkswagen, Siemens, Allianz, Deutsche Bank. El del banco alemán es sólo el último nombre en la lista de multinacionales alemanas cuya reputación se ha visto afectada por escándalos o sospechas de malas prácticas. La marca Made in Germany ya no es lo que era. Su reputación cae precisamente por la pérdida o erosión de valores que la hacían fuerte en el mercado internacional: seriedad, trabajo bien hecho, confianza. 

El jurista Hetzer y el eurodiputado Giegold coinciden en este sentido en una medida: la introducción de un derecho penal para empresas, inexistente hoy en Alemania. “A diferencia de los países anglosajones, Alemania no tiene un código penal para castigar la responsabilidad corporativa de las empresas. La dimensión de la criminalidad extendida en el seno de Deutsche Bank demuestra que la responsabilidad individual prevista en el código penal germano no puede funcionar en este caso. El banco en su conjunto estaba tan mal organizado que toda la entidad como persona jurídica debería responder por los delitos cometidos”, propone Hetzer. 

¿Rescate a la vista? 

La peor crisis de la historia de Deutsche Bank tendrá consecuencias a corto plazo: el banco prevé cerrar 200 de sus 750 filiales y si consigue vender su filial Postbank, podría reducir su número de empleados de 110.000 actuales a los 77.000. El banco calcula además que los gastos derivados de sus litigios y las multas derivadas de sus negocios ilegales alcanzarán cifras récord durante 2016. 

Cifras que dejan claro el carácter sistémico de Deutsche Bank: el mayor banco privado alemán y uno de los 30 principales bancos del mundo es demasiado grande para caer. Una factura que podrían acabar pagando los contribuyentes alemanes. Otra opción sería que otro gran banco de inversión, como JP Morgan por ejemplo, se hiciese con Deutsche Bank: su actual valor hace la operación factible, pero los gastos que tendría afrontar el nuevo dueño hace que la compra sea poco verosímil.

Sea como sea, no parece que nadie se atreva a predecir qué consecuencias tendría para el sistema financiero europeo y global una caída de Deutsche Bank, reconocen los expertos consultados. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, aseguró recientemente en Bruselas que la situación del banco no le preocupa porque “Deutsche Bank es un banco fuerte”. Unas declaraciones que más que tranquilizar los ánimos, alimentaron las especulaciones en Berlín sobre un posible rescate por parte del Gobierno federal del que fuera el buque insignia del sector financiero alemán.

domingo, 21 de febrero de 2016

Entrevista a la periodista mexicana Ana Lilia Pérez

Ana Lilia Pérez, durant l'entrevista a Berlín. Andreu Jerez ©
“A Mèxic no passa res, i quan passa alguna cosa, tampoc passa res”. Aquesta és una popular frase entre lesperiodistes a Mèxic, un dels països més perillosos del món per treballar com a reportera. Desenes de professionals han estat assassinades o han desaparegut des de la transició al sistema multipartidista. Multipartidista perquè, tenint en compte la crisi de drets humans, la violència estructural i la brutal impunitat que pateix el país, és difícil qualificar Mèxic com sistema democràtic.

La periodista Ana Lilia Pérez ho sap prou bé: va haver de viure més de dos anys fora del seu país. La seva vida corria perill després de rebre amenaces de mort arran de les seves investigacions sobre la corrupció i la col·lusió entre alts representants de l'Estat mexicà i el crim organitzat. Alemanya va ser un dels països on es va exiliar Ana Lilia Pérez. Allà va continuar amb el seu treball periodístic. De la seva estada europea va néixer el seu últim llibre Mares de cocaína. Las rutas náuticas del narcotráfico

Aquesta entrevista va tindre lloc a una cafeteria d'un hotel a Berlín, on la periodista va recollir recentment un premi a la llibertat d'expressió atorgat per l'Associació alemanya d'Editors de premsa. Malgrat els perills, la periodista va decidir recentment tornar al seu país. 

Com has vist Mèxic a la teva tornada? 

 Vaig deixar Mèxic quan Felipe Calderón encara era president. Al tornar-hi he vist un Mèxic amb focus vermells, fonamentalment pel què fa a la seguretat. Mèxic enfronta un període molt greu en matèria de seguretat pública. Això és molt perceptible tant per la falta de seguretat que pateix la societat civil com pel deteriorament dels drets humans. Ara em trobo un Mèxic amb desaparicions forçades com la d’Ayotzinapa, la dels 43 normalistas. Estem parlant d'un cas paradigmàtic perquè les desaparicions són cada vegada més freqüents, conformen la quotidianitat de Mèxic. A això cal sumar les agressions contra periodistes. Un dels últims casos va ser el del fotògraf Rubén Espinosa, assassinat a la capital. Fins fa poc les agressions a periodistes se solien donar fora del Districte Federal. 

Què va suposar l'assassinat del fotoperiodista Rubén Espinosa? 

El cas de Rubén és molt greu. Ja havia rebut amenaces al seu Estat, a Veracruz, i va arribar al DF com a mesura de protecció, buscant refugi a la capital. I no obstant això, l'Estat no va ser capaç de garantir la seva seguretat. Darrere els crims i les amenaces contra periodistes hi ha tot un clima d'impunitat. Una impunitat que envia un clar missatge: a Mèxic pots agredir un periodista, pots assetjar un periodista o empresonar-lo, i no et passarà res. Tampoc si l'assassinés. Quines mesures de seguretat personal has de prendre al teu país? No puc parlar de les meves mesures de seguretat personal perquè formen part d’un mateix protocol secret. La meva vida va canviar el mateix moment en què vaig patir amenaces de mort i agressions directes, moment en què vaig haver de sortir de Mèxic. Des de llavors, la meva vida no és la mateixa. Cal acatar els protocols de protecció. En algun moment vaig arribar a tindre guardaespatlles. Els protocols són ara una mica més sofisticats, però tampoc això és garantia de res. 

En tot cas, l'Estat mexicà no és el que t'ofereix la seguretat... 

L'Estat mexicà va ser agressor en el meu cas. Quan jo vaig presentar la denúncia per assetjament, agressió i intervencions telefòniques durant el Govern de Felipe Calderón, vaig denunciar alts càrrecs del Govern" De cap manera. L'Estat mexicà va ser agressor en el meu cas. Quan jo vaig presentar la denúncia per assetjament, agressió i intervencions telefòniques durant el Govern de Felipe Calderón, vaig denunciar alts càrrecs del Govern. Prèviament, en diversos articles i llibres vaig documentar i revelar foscos negocis il·legals al sector energètic per part d'alts funcionaris. Una corrupció que vaig denunciar amb el llibre "Camisas blancas, manos negras". Va ser la primera investigació periodística sobre la corrupció que imperava al govern del PAN (Partido de Acción Nacional), un govern que a Mèxic es va presentar com el de l'alternança, l'eslògan del qual era "Un Govern de les mans netes". Vaig demostrar com els negocis que es feien a l'empresa Petroleos Mexicanos (PEMEX) beneficiaven tant a les famílies dels presidents Vicente Fox i Felipe Calderón, com a les dels seus ministres, com, per exemple, l'aleshores ministre de Governació, Juan Camilo Muriño. Vaig revelar tots els contractes que tenia Muriño al sector energètic amb tràfic d'influències i conflicte d'interessos. Quan vaig publicar aquesta investigació, es discutia la reforma energètica a Mèxic, una de les reformes més importants per a un país el sector petrolier significa no només la seva principal font de riqueses, sinó també un sector unit tradicionalment a la identitat dels mexicans. A partir d'aquest moment, alts funcionaris del Govern van desplegar un assetjament contra mi. Llavors vaig recórrer a Fiscalia Especial per a Delictes contra la Llibertat d'Expressió. Quan vaig a la fiscalia i denuncio els assetjaments estretament vinculats a la meva feina periodística, recordo molt bé el comentari de la gent del ministeri públic. "Doncs qui sap si escau aquesta denúncia, perquè aquesta gent és molt important", em van dir. Ja estaven deixant anar que la denúncia no procediria. No només va ser així, sinó que a més l'assetjament contra mi va empitjorar. És més, la mateixa fiscalia va ordenar que se m'hi arrestés. Em volien empresonar per una denúncia d'uns dels contractistes de PEMEX per presumpte dany moral per haver publicat una entrevista al que m'explicava el finançament il·legal que l'hi havia donat al president Felipe Calderón. Unes declaracions en una entrevista consensuada, gravada i que vaig fer pública. Aquest empresari intentar subornar, intents que jo vaig denunciar. Es tracta d'un empresari molt poderós del sector resistir, de l'empresa Z Gas, un holding de 80 companyies que operen a Mèxic, a Amèrica Central, Amèrica del Sud i que també té accions d'algunes empreses a Espanya. El que jo he viscut a Mèxic ha sigut totalment kafkià.

lunes, 1 de febrero de 2016

¿Por qué Alemania no gasta más?

Alemania necesita urgentemente inversiones en su red vial, en educación, guarderías y hospitales. Buena parte de sus municipios están subfinanciados pese los superávits presupuestarios presentados por el Gobiernos federal de Angela Merkel durante los dos últimos años. Así lo vienen advirtiendo desde hace tiempo políticos, sindicatos y institutos económicos de la locomotora económica europea.

“A pesar de los superávits públicos, una gran parte de los municipios alemanes invierten demasiado poco. Los problemas se agravarán si no hay un cambio rápido y decidido de la política económica. Sobre todo los municipios con altos gastos sociales invierten poco en infraestructura”, asegura Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán para la Investigación Económica (DIW, en sus siglas en alemán). 

El DIW presentó a finales del pasado año un informe sobre las infraestructuras públicas del país más poderoso de la Unión Europea. Y sus conclusiones fueron demoledoras: Alemania invierte demasiado poco en el mantenimiento de infraestructuras ya existentes (puentes, canalizaciones, etcétera) y también en la construcción de nuevas. La pobre inversión de municipios y ayuntamientos, que se hacen cargo de infraestructuras de primera necesidad como escuelas, guarderías o red vial (y también de la llegada de refugiados), es especialmente grave: casi se redujo a la mitad entre 1992 y 2013 en relación con el desarrollo del PIB de Alemania. Ello se debe fundamentalmente a una financiación muy desigual e insuficiente, por un lado, y a un aumento de los costes sociales, por otro. 

Las infraestructuras de un país son fundamentales tanto para el mantenimiento de su competitividad internacional como para el crecimiento continuado de su economía, advierte el informe del DIW. Por eso, según el instituto económico con sede en Berlín, Alemania debería cambiar su política de austeridad pública en infraestructuras para mantener su estatus de potencia económica y para darle un empujón a una economía cuya coyuntura no es especialmente alentadora pues sus exportaciones muestran cierto agotamiento por la menor demanda de las economías emergentes. Teniendo en cuenta que el Gobierno federal ha encadenado dos años consecutivos con superávits públicos, una pregunta se hace inevitable: ¿por qué Alemania no gasta más?

Ahorrar por ahorrar

En una charla informal con periodistas hace un tiempo en Berlín, un exmiembro del Comité Ejecutivo de Banco Central Europeo se preguntaba en voz alta sobre las razones de la tendencia que una parte de los alemanes tienen a ahorrar por ahorrar. “No parece que tenga mucha lógica que alguien acumule dinero durante mucho tiempo sin tener una inversión en mente”, razonaba en voz alta el reconocido economista de la periferia de la UE. Estadísticas demuestran que los ahorros de los alemanes alcanzaron cifras récord precisamente durante la crisis de deuda europea. 

Como apunta el Bundesbank, Alemania cerró 2015 con un endeudamiento privado ligeramente por encima del 50 por ciento del PIB total de Alemania, muy por debajo de buena parte de sus socios europeos. Desde el año 2000, cuando el endeudamiento privado alemán alcanzó la cota del 70 por ciento del PIB, la deuda privada prácticamente no ha hecho más que disminuir. Una reducción en línea con las intenciones del Gobierno federal: el ministro de Finanzas germano, el inflexible democristiano Wolfgang Schäuble, insiste una y otra vez en que su principal objetivo es reducir el endeudamiento público de Alemania, que cerró 2014 rozando el 75 por ciento del PIB, tendencia a la baja. 

El pueblo alemán, por tanto, no parece ser muy amigo del endeudamiento. No en vano, las palabras del español “deuda” y “culpa” corresponden a un único vocablo en alemán: “Schuld”. Dos acepciones para una solo palabra que deja claro que endeudarse tiene una implicación moral negativa en Alemania. 

Críticas internacionales (y nacionales) 

Esa tendencia a la austeridad no siempre es bienvenida dentro de Alemania ni fuera de sus fronteras. Desde hace años, los principales socios comerciales de la locomotora económica europea vienen echando en cara a Berlín un consumo interno muy débil y un excesivo superávit en su balanca comercial gracias a voraces exportaciones: la introducción paulatina de un salario mínimo interprofesional (gracias a la presión de los socialcialdemócratas del SPD, socios de Gobierno de Merkel) y el actual bajo precio del dinero han convertido precisamente a la demanda interna en uno de los principales acicates para que la economía germana creciese un 1,7 por ciento durante 2015. 

Sin embargo, y dadas las deficiencias que siguen presentado las infraestructuras alemanas, el gasto público continúa pareciendo insuficiente. Una percepción que se acrecentó con el anuncio hecho recientemente por Schäuble: la caja pública alemana cerró el curso pasado con un superávit de más de 12.000 millones de euros. “¿Qué está haciendo el Gobierno federal con ese dinero?”, se preguntaron miembros de la oposición, economistas y sindicalistas. 

“La situación es especialmente grave en los municipios, que arrastran una inversión pendiente de más de 130 mil millones de euros desde 2003”, declara Stefan Körzell, miembro de la cúpula directiva de la Federación Alemana de Sindicatos (DGB, en sus siglas en alemán), la mayor organización sindical del país. “El principal problema”, continúa Körzell, “no es el superávit, sino la reforma constitucional que limita el endeudamiento público, el llamado 'freno de la deuda'. Sin él, Alemania podría haber invertido más de 20 mil milones de euros adicionales en 2015 sin entrar en conflicto con el Pacto Fiscal Europeo”. 

Austeridad militante

Los críticos alemanes con la austeridad militante del Gobierno de Merkel acusan a Berlín de querer ser un alumno ejemplar en la UE respecto la ortodoxia presupuestaria, pero olvidando las inversiones que el Estado alemán objetivamente necesita. “Con unos tipos de interés tan bajos como los actuales no tiene ningún sentido económico aplazar las inversiones que el Estado alemán necesita desde hace años”, asegura a Gerhard Schick, parlamentario opositor alemán y portavoz económico de Los Verdes en el Bundestag. Schick se pregunta además cómo puede ser que en Alemania se sigan alentando los eternos fantasmas de la inflación cuando actualmente “el mayor riesgo económico es la deflación”. 

El Gobierno de Merkel ya ha anunciado que invertirá buena parte del superávit obtenido en 2015 para cubrir los gastos derivados de la masiva llegada de refugiados. Stefan Körzell, de la DGB, considera, sin embargo, que muchos municipios no se encontrarían superados actualmente por la crisis de refugiados si el Gobierno federal hubiera ejecutado hace tiempo las inversiones municipales necesarias. “Es increíble que Alemania aplique desde hace años política económica que nos perjudica. Muchos miles de millones de euros ganados con nuestras exportaciones los hemos perdido tras invertirlos en malos fondos financieros. Podríamos haber aprovechado ese dinero mucho mejor invirtiéndolo en el país”, denuncia Schick, diputado de Los Verdes. 

Las recomendaciones del instituto berlinés DIW son claras: el Gobierno federal debería aumentar la financiación municipal y asumir buena parte gastos sociales que hoy son competencias locales. Sólo así, los municipios alemanes podrán dedicar más recursos a invertir en infraestructuras, dando así un empujón a la demanda pública y la economía del país. Esas recomendaciones, sin embargo, podrían entrar en claro conflicto con el objetivo número 1 de Schäuble: cerrar 2016 sin nuevas deudas. Un objetivo que el presidente de DGB, Reiner Hoffmann, no duda en califica de “dogma del déficit cero”.

Reportaje publicado por El Confidencial.

martes, 12 de enero de 2016

La crisis de refugiados y sus (posibles) consecuencias para Alemania


“Wir schaffen es” (“Lo lograremos”). Esa es ya una de las frases míticas de Angela Merkel. Con ella, la Canciller ha querido convencer a la ciudadanía alemana y a la coalición conservadora que lidera de que su política frente a la crisis de refugiados es la correcta, que no hay alternativa. El mensaje de Merkel es claro: Alemania no se puede permitir cerrar las fronteras tanto por responsabilidad histórica como para evitar poner en peligro la estabilidad del Viejo Continente. 

Durante 2015, Alemania ha recibido oficialmente más de un millón de refugiados. Tras la crisis del euro y la guerra en Ucrania, la llegada masiva a Europa de personas que huyen de la guerra y la miseria se ha convertido sin duda en el tercer gran reto del Gobierno de Merkel, al que muchos en la Unión Europea miran a menudo (tal vez demasiado) en busca de respuestas y soluciones. 

Pero en este caso Berlín tiene que afrontar prácticamente en solitario una crisis que durante muchos años han estado enfrentando países como España, Grecia o Italia, los que conforman la fronteras sur de la UE. La mayoría de refugiados procedentes de Siria, Irak o Afganistán que cruzan ahora los Balcanes en busca de un lugar seguro, lo hacen con una palabra en los labios: “Alemania”.

Independientemente de la capacidad del Ejecutivo de Merkel de gestionar con éxito esta nueva crisis, las imágenes de columnas de refugiados avanzando con escolta policial a través del suelo alemán o de centros de acogida rebasados por la llegada miles de personas han tenido un impacto aparentemente irreversible en el ecosistema político alemán, que está lejos de ser el que era hace un año y que difícilmente volverá a serlo. 

Nada apunta a que la llegada de refugiados a Alemania vaya a detenerse durante 2016. Por ello, he aquí las principales consecuencias que podrían tener para Alemania un mantenimiento o incluso un agravamiento de la crisis, que la propia Merkel calificó de “prueba histórica para Europa”. 

Desgaste político de Merkel. La figura política de la Canciller ha sufrido un desgaste innegable durante el último año tanto de cara al electorado como entre las filas de su propio partido. La popularidad de la que parecía una figura política indestructible se ha reducido enormemente desde el inicio de la llegada de refugiados: hace un año, tal y como apunta la encuesta mensual de la televisión pública alemana ARD, el 71% de los ciudadanos alemanes se mostraba satisfecho con Merkel. Hoy, ese porcentaje a duras penas supera el 50%. Como observa el politólogo Herfried Münkler, de la Universidad Humboldt de Berlín, pese a haber sido elegida como sucesora por un gigante político como Helmut Kohl para liderar los conservadores alemanes, Merkel “nunca fue la favorita del partido”. Eso no había sido hasta ahora un problema para ella gracias a su habilidad y su mano izquierda para gestionar crisis y conflictos tanto en Alemania como en el seno de la UE. Pero ahora podría convertirse en un enorme obstáculo para el liderazgo de la Canciller, más puesto en entredicho que nunca, y también para una hipotética nueva candidatura con la que gobernar Alemania en la que sería su cuarta legislatura consecutiva como Canciller. 

Erosión electoral conservadora. El desgaste de la figura política de Merkel no es ajeno a la coalición conservadora que lidera (democristianos de la CDU y sus socios socialcristianos bávaros de la CSU). A finales de 2014, la intención de voto de los conservadores alemanes superaba con holgura el 40%, un porcentaje que se había mantenido relativamente estable durante los últimos años, sin duda gracias al indiscutible liderazgo de Merkel y también a la buena marcha económica de la locomotora europea. Sin embargo, la CDU-CSU cerró 2015 con una intención de voto de poco más del 37%. Un porcentaje nada despreciable, pero que muestra una evidente tendencia a la baja. La llegada de refugiados, sumada a la desgastante crisis del euro, ha abierto un potente espacio electoral a la derecha de la coalición de Merkel. Un nuevo espacio que provoca que la CDU-CSU esté perdiendo una importante cantidad de votos conservadores que buscan otra opción electoral más a la derecha, algo inaudito en la historia de la República Federal Alemana fundada en 1949. Esta nueva situación en el tablero político alemán lanza los siguientes interrogantes: ¿hasta qué punto podría hacer aguas la coalición conservadora alemana? Y, sobre todo, ¿qué impacto tendría esa erosión electoral de la CDU-CSU en el conjunto del ecosistema político germano? 

Nuevo espacio electoral derechista. La aparición de ese nuevo espacio electoral está siendo aprovechado por un joven partido que, pese a sorpresa de última hora, conseguirá entrar en el Bundestag en las próximas elecciones federales: los eurófobos, nacionalistas y derechistas de Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán). Esta formación nació en febrero de 2013 de la mano de un grupo de académicos y economistas conservadores, liderados por el ex democristiano Bernd Lucke y acérrimos críticos de la gestión de Merkel de la crisis del euro y de los sucesivos rescates financieros de países de la periferia comunitaria. Lucke se despidió del partido el pasado verano tras un levantamiento de su actual copresidenta, Frauke Petry. El ala más derechista se imponía a la fracción euroescéptica y neoliberal. AfD dejaba así en un segundo plano la crisis de deuda europea y se servía de la llegada de refugiados para desgastar (aún más) al Gobierno alemán. A la vista de los sondeos, y pese a las divisiones internas que ha sufrido el partido, la formación derechista parece haber capitalizado con éxito las críticas contra Merkel: AfD cerró 2015 con una intención de voto cercana el 9%. Algunas encuestas incluso le otorgan un 10%. Si hoy se celebrasen elecciones en Alemania, la República Federal sin duda tendría en el Bundestag un partido a la derecha de la CDU-CSU por primera vez en su historia. Una auténtica derrota para los conservadores alemanes, para los que una frase del ex primer ministro socialcristiano bávaro Franz Josef Strauß se había convertido en una máxima política irrenunciable: “A la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democráticamente legitimado”. A la espera de comprobar cuál es el techo electoral de AfD, la consolidación del partido derechista, nacionalista y de tintes xenófobos deja claro que Alemania, aunque a una escala menor que la vecina Francia, ya tiene su propio Frente National. 

Giro a la derecha del tablero político alemán. El surgimiento de AfD deja patente que el tablero político en Alemania está girando hacia la derecha. Tras conseguir siete eurodiputados y entrar en cinco parlamentos regionales, si finalmente alcanzan representación en el Parlamento federal, los derechistas de Alternativa para Alemania muy probablemente marcarán la agenda política del resto de partidos presentes en el Bundestag. En opinión del profesor Herfried Münkler, la crisis del euro y la llegada de refugiados estarían así mucho más presentes en los discursos y los programas de los partidos que ahora forman parte de la Gran Coalición gobernante: CDU, CSU y socialdemócratas del SPD. Un endurecimiento de la política interior y del control de fronteras también ocuparía más tiempo en el debate parlamentario del Bundestag, vaticina Münkler. El primer ministro bávaro y jefe de la CSU, Horst Seehofer, encarna a la perfección ese giro a la derecha: el socialcristiano recibió el pasado septiembre en Múnich al presidente de Hungría, el derechista Viktor Orbán, por cuya retórica antimigratoria mostró compresión y a quien incluso apoyó abiertamente. Todo un mensaje de consumo interno tanto para Merkel como para su electorado. No en vano, el líder socialcristiano, que apuesta por limitar anualmente la entrada de refugiados a 200.000, cerró 2015 con un claro mensaje para la Canciller: “2016 debería traer un cambio en la política de refugiados”, dijo en su discurso de fin de año. A falta de ver cuál es el avance electoral de AfD, la CSU, el partido más a la derecha del actual arco parlamentario alemán, parece hacer ya suyo parte del programa de los derechistas.

¿Nuevo terrorismo de extrema derecha? La última (pero no por ello menos relevante) consecuencia de la crisis de refugiados podría ser el recrudecimiento de la violencia de extrema derecha y neonazi en Alemania. La Oficina Federal de Investigación Criminal (BKA, en sus siglas en alemán) confirmó que 2015 cerró con más de 1.600 delitos con un trasfondo de extrema derecha, entre los que destacan cientos de ataques a centros de refugiados. La BKA lo ha dicho abiertamente: si los refugiados siguen llegando al ritmo con el que lo hicieron durante el pasado año, habrá más ataques contra centros de acogida y refugiados, nuevas formas de levantamiento contra la política migratoria del Gobierno de Merkel (sabotajes y corte de carreteras) y tal vez incluso atentados contra políticos que defiendan una política de fronteras abiertas y la integración de los refugiados. En un país con una experiencia reciente de terrorismo de extrema derecha como la de la NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista, una célula neonazi con 10 asesinatos y numerosos atentados entre 2000 y 2011), no es descabellado plantearse la aparición de un nuevo terrorismo neonazi. Más aún teniendo en cuenta que existe un caldo de cultivo social idóneo para ello, sobre todo en Alemania oriental, cuya mejor expresión es el movimiento xenófobo y islamófobo Pegida, que ha movilizado a miles de personas en Dresde y otras ciudades. Como apunta el criminólogo y experto en neonazismo Bernd Wagner, la crisis de refugiados ha fortalecido las estructuras de extrema derecha históricamente existentes en Alemania, que ahora buscan conformar un “frente nacional de derechas”. 

Las próximas elecciones federales alemanas se celebrarán previsiblemente en septiembre de 2017. Sin embargo, el próximo marzo tendrán lugar tres importantes comicios regionales (Baden-Würtemberg, Renania-Palatinado y Sajonia Anhalt) que servirán para tomar la temperatura electoral del país. Los resultados de esos comicios tendrán además un irremediable impacto en los partidos que conforman la Gran Coalición gobernante. 

Pase lo que pase en las urnas, la crisis de refugiados difícilmente dejará de ser el tema más decisivo en la sociedad y la política alemanas durante 2016. Su evolución y su gestión condicionarán inevitablemente el panorama alemán y, por consiguiente, la arena política de la Unión Europea, proyecto impensable y probablemente imposible sin Alemania. Si el Gobierno de Merkel no consigue gestionar con éxito la crisis de refugiados, el país podría verse abocado a una realidad en la que muchos de sus socios europeos hace tiempo que viven instalados: la inestabilidad y la incertidumbre políticas.

Artículo publicado en esglobal.org.