viernes, 18 de abril de 2025

Cómo la ultraderecha conquista a la clase obrera de Alemania

La crisis económica estructural que sufre la primera economía europea alimenta el discurso de bienestar chovinista y la respuesta reaccionaria de AfD a la cuestión social



El distrito de Gelsenkirchen, en la cuenca del Ruhr, ha sido uno de los bastiones históricos del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Candidatos del SPD han ganado de manera ininterrumpida la candidatura directa al Bundestag desde las primeras elecciones de la República Federal en 1949. En la última cita con las urnas, el pasado 23 de febrero en unos comicios anticipados, el candidato directo socialdemócrata también fue el más votado, pero esta vez por muy poco. Obtuvo algo más del 31%, poco más de 6 puntos que el segundo, el candidato de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD). 

En Alemania, el voto está dividido en dos cruces: una dedicada a la candidatura directa de cada distrito y otra, a la lista regional de cada uno de los partidos. El pasado 23 de febrero, la lista de AfD fue la más votada en Gelsenkirchen. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, un partido de ultraderecha es el más votado en este distrito electoral de tradición obrera. 

Gelsenkirchen es una ciudad históricamente minera que sufrió un profundo proceso de desindustrialización. En 30 años - entre finales de los 50 e inicios de los 80 - perdió las industrias textil, acerera y minera. Con el hundimiento de esos tres sectores, se destruyeron cerca de 100.000 empleos. Hoy los servicios tienen un peso fundamental en su economía, que sigue sufriendo desempleo estructural y pobreza. AfD ha sabido explotar la frustración acumulada durante décadas. Gelsenkirchen podría ser como un viaje al futuro de otras regiones que todavía hoy son industriales en Alemania. 

Crisis económica estructural 

La economía alemana lleva dos años encadenados en recesión y este 2025 también parece abocado a malos datos. El fin de la llegada del gas ruso barato, base de la competitividad de la industria alemana, y la guerra comercial de Trump anunciada a los cuatro vientos están golpeando una economía que durante décadas estuvo basada en la exportación de productos manufacturados, como coches, o de alto valor tecnológico, como turbinas. A diferencia de otras crisis anteriores que atravesó la primera economía de la Unión Europea, la de esta vez no es coyuntural, sino estructural, como explica el analista Wolfgang Münchau en su libro Kaput. El fin del milagro económico alemán, recientemente publicado en castellano. 

Ya no valdrá con contener salarios, recortar subsidios sociales e impuestos, o trabajar más horas, como hicieron gobiernos alemanes en pasadas crisis. Ahora es el modelo en sí el que está en crisis, argumentan Münchau y otros analistas económicos. Para salir de la crisis, Alemania deberá reformar en profundidad un modelo que ha dejado de ser exitoso y que ha dejado pasar, por ejemplo, el tren de la revolución digital. 

Hasta ahora, la economía alemana había capeado el temporal gracias al consumo interno. Pero las grandes industrias del país, como la automotriz, la del acero y la química, comienzan a anunciar despidos masivos. “Lo estamos viendo en el núcleo de la industria alemana, en empresas que personificaron el capitalismo social alemán, como Volkswagen, Thyssenkrupp, Bosch o Siemens. Todas están recortando puestos de trabajo y eso tiene que ver con el cambio energético, con el cambio hacia la electromovilidad, etcétera. Todo esto está provocando que la gente busque una forma de protesta y la encuentre en AfD”, dice Klaus Dörre, profesor de la Universidad de Jena especializado en sociología del trabajo, la economía y la industria

Las cifras dejan poco lugar a dudas: 38% de las personas que se autoperciben como “trabajadoras” votaron a AfD en las últimas elecciones alemanas, según el análisis de los datos ofrecido por el instituto Infratest dimap para la televisión pública alemana. La ultraderecha alemana avanzó 17 puntos respecto a los comicios federales de 2021 en ese caladero electoral. El avance entre la clase trabajadora de un partido como AfD, que representa posiciones nacional étnicas cercanas al neonazismo, ha sido fulgurante: en 2017, sólo un 5% de los trabajadores votaron a AfD. En 2021, fue un 21%. Hoy, el porcentaje de personas trabajadoras seducidas por la oferta reaccionaria va camino del 50%. La ultraderecha es con mucho el partido que mejor puntúa entre las personas asalariadas de “cuello azul”, por delante de los democristianos de la CDU (22%) y de los socialdemócratas del SPD (12%). Estos últimos pierden dramáticamente el apoyo del que había sido su sujeto político histórico. 


 “Nueva cuestión social” 

Dos son los perfiles predominantes del voto “obrero” de la ultraderecha alemana: en primer lugar, las personas que trabajan en condiciones precarias y que luchan por llegar a fin de meses a pesar de tener un trabajo a tiempo completo (trabajadores pobres); en segundo lugar, los empleados de industria claves, como la automotriz, en las que todavía se pagan buenos salarios y hay empleo, pero en las que comienza a percibirse la decadencia del modelo. Estos últimos apuestan por la opción ultra como una reacción de miedo a perder el dinero y el estatus social que otorga ser trabajador industrial. 

Ante un escenario de incertidumbre, parte de la clase asalariada compra el discurso de “autoritarismo rebelde” que ofrece la ultraderecha, como lo explica el profesor Dörre: “AfD sugiere que todo puede seguir siendo como hasta ahora. Es un autoritarismo rebelde que, por un lado, se rebela contra los partidos tradicionales y el establishment y, por otro, proclama que el cambio climático tiene poco de verdad y que, básicamente, podemos seguir como antes, que el motor diésel alemán es maravilloso y que son las élites globalistas las que se han unido contra la industria alemana”. 

La Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), una escisión de Die Linke que combina políticas económicas de izquierda y una política migración restrictiva que compite con AfD, también promete un retorno a la Alemania de los 80, recuperando el gas ruso y fortaleciendo las industrias alemanas que han sido exitosas durante las últimas décadas. BSW finalmente fracasó en su intento de entrar en el Bundestag copiando parte del discurso que ha llevado a AfD a ser segunda fuerza. Ante la copia, el electorado prefirió el original. 

Ante este giro reaccionario de parte de la clase trabajadora, intelectuales de las Nuevas Derechas alemanas, como el escritor y editor Götz Kubitschek, refuerzan la llamada “nueva cuestión social”. Esta última tesis reinterpreta la lucha de clases: el conflicto ya no es entre los de arriba y los de abajo, argumenta Kubitschek, sino entre “dentro y fuera”, es decir, entre los trabajadores autóctonos y los extranjeros. Esa tesis no sólo sirve para reforzar la visión chovinista del estado del bienestar, sino que incluso atrae votos de alemanes con origen migratorio en una suerte de lucha entre el penúltimo - el inmigrante - contra el último - el refugiado -. 


AfD, Volkspartei 

AfD recibió más de diez millones de votos el pasado 23 de febrero, más del 20% total. Se convirtió así en la segunda fuerza del país, por delante de SPD y verdes. Consiguió movilizar votos en todos los sectores socioeconómicos, todas las franjas de edad, todas las regiones. AfD no es sólo el partido ultraderechista alemán más exitoso desde la derrota del nazismo, sino que, además, ya es un Volkspartei, es decir, un “partido popular”, un adjetivo hasta ahora reservado para las dos grandes formaciones de la Alemania posguerra: la unión conservadora CDU-CSU y los socialdemócratas del SPD. 

Este éxito inapelable genera aún más vértigo si lo ponemos en perspectiva histórica. En regiones marcadamente populares como Turingia, donde la clase obrera pasó de ser roja a parda en los años 30 del siglo pasado, AfD rozó el 39% del voto. El partido ultra, liderado allí por Björn Höcke - alguien que no desentonaría en un partido neonazi - se acerca así a la mayoría absoluta en Turingia y otros estados federados de Alemania oriental. 

Los resultados de AfD son una seria advertencia para el resto de los partidos alemanes y para Europa. Si el próximo Gobierno alemán, liderado por el conservador Friedrich Merz, no consigue reformar exitosamente el modelo económico del país, volver a la senda del crecimiento y devolver la confianza a la ciudadanía, los fundamentos ya están puestos para que siga creciendo la fuerza más radical de la familia ultraderechista europea. Si el proceso de desindustrialización de Gelsenkirchen se expande por otros puntos de Alemania, AfD amenaza con acercarse al umbral electoral del 30%. Cuesta imaginar cómo se podría mantener entonces el alabado y agrietado “cordón sanitario” alemán que en otros Estados de la UE hace tiempo pasó a la historia.

 


Análisis publicado en el diario Publico.es

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