El nombre del presidente ruso aparece 143 veces en “Libertad” - el libro de memorias recién publicado por la excanciller alemana -, más que ningún otro de los líderes con los que Merkel compartió reuniones y llamadas durante sus 16 años de Gobierno
Vladímir Putin, en una celebración en la sede de Stasi en Dresde. © Andreu Jerez Ríos |
Esa convivencia en lo más alto del poder se proyecta en las memorias recién publicadas por Merkel bajo el título de “Libertad”: 143 veces aparece Putin mencionado en el libro con su apellido, más que Obama (56), Sarkozy (45), Bush (31), Tsipras (23), Cameron (12), Xi Jinping (3), Trudeau (3), Lula da Silva (2), Mariano Rajoy (2) o Pedro Sánchez (1), por poner sólo algunos ejemplos. De hecho, sólo dos nombres de esos líderes ocupan un espacio en el índice de las memorias merkelianas: “Almuerzo con George W. Bush” y “Esperando a Vladímir Putin” ha titulado la excanciller dos capítulos de la cuarta parte del libro de 740 páginas.
Pese a sus evidentes diferencias, agrandadas tras el inicio de la invasión rusa de Ucrania, Angela Merkel y Vladímir Putin pudieron entenderse. Varios elementos de sus biografías hicieron la comunicación más fácil que entre Putin y otros líderes occidentales. En primer lugar, ambos vivieron en un país que ya no existe: la República Democrática Alemana (RDA), el sistema socialista oriental que se derrumbó tras la caída del Muro de Berlín en 1989. Merkel creció, se educó, se doctoró y vivió los primeros 35 años de su vida en la RDA. Putin vivió y trabajó como agente del KGB en Dresde entre 1985 y 1990, como todavía acreditan numerosos documentos hallados en lo que fue la central de la Stasi – la policía germanooriental – en la capital sajona.
Merkel aprendió ruso tanto en la escuela como en la universidad, como cuenta en las 200 primeras páginas de sus memorias, dedicadas exclusivamente a la primera parte de su vida, la que trascurrió en la RDA, previa al inicio de su carrera política. Putin aprendió alemán durante su estancia en la Alemania oriental, además de diferentes estancias e intercambios en la Unión Soviética. “Su alemán era bastante mejor que mi ruso”, reconoce Merkel en uno de los pasajes dedicados a uno de sus encuentros con Putin. La lectura de los fragmentos de las memorias dedicados a Vladímir Putin son una valiosa documentación para entender mejor al presidente ruso a través de los ojos de Merkel.
“Esperando Vladímir Putin”
Junio de 2007, cumbre del G8 en el balneario de Heiligendamm, en la costa alemana del Mar Báltico. Merkel se encuentra en el ecuador de su primera legislatura como canciller y recibe a los líderes de los siete países más industrializados del planeta. Putin está entre ellos. Rusia busca reencontrar su posición en el mundo tras el trauma del hundimiento de la Unión Soviética y los años más duros de la terapia del shock económica, la privatización del patrimonio estatal y la transición al capitalismo de corte occidental.
A las puertas de la cumbre, miles de manifestantes llegados de diferentes partes de Europa y del mundo protestan contra el modelo de planeta que proponen los líderes reunidos. Las marchas son uno de los últimos coletazos de lo que se llamó el movimiento altermundista o antiglobalización, nacido a finales del siglo pasado. Las fuertes medidas de seguridad y la presencia policial no evitan fuertes disturbios.
Dentro de la cumbre, el presidente Putin usa sus propios métodos para colocar de nuevo a Rusia en el mapa del poder internacional. “Antes de la cena, quería reunirme con los otros siete jefes de Estado y de Gobierno para tomar un aperitivo. El tiempo era bueno, podíamos sentarnos fuera. Los periodistas iban a la caza de fotos”, narra Merkel en la página 375 de sus memorias. “Sólo faltaba uno: Vladímir Putin. Esperamos y esperamos. Si hay algo que no soporto, es la impuntualidad. ¿Por qué hacía eso? ¿A quién intentaba demostrarle algo?", continúa Merkel.
Finalmente, el presidente ruso llegó con 45 minutos de retraso. “¿Qué ha pasado?”, preguntó Merkel, casi preocupada. “Tú tienes la culpa. Más concretamente, la Radeberger”, respondió Putin. Radeberger es una marca de cerveza alemana que Putin conocía de su tiempo como agente del KGB en Dresde y que le gusta beber. Merkel decidió dejarle una caja como cortesía en la habitación de su hotel, como él mismo había pedido. “Parecía disfrutar siendo el centro de atención. Probablemente sentía mucha felicidad por haber obligado al presidente estadounidense a esperarle”, escribe la excanciller.
“Perdóname, Angela”
Putin y Merkel no se conocieron en la RDA. El primer recuerdo de un encuentro personal que la excanciller conserva se remonta a junio del año 2000, cuando ya era presidenta de la conservadora CDU. Su partido todavía estaba en la oposición cuando Putin visitó Berlín como presidente de la Federación Rusa. La primera visita de Merkel al Kremlin fue en febrero de 2002. El socialdemócrata Gerhard Schröder todavía era canciller de Alemania y Putin tendía la mano a Occidente. Un año antes, el presidente ruso había ofrecido un discurso ante el Bundestag. Recibió un aplauso prácticamente cerrado de los diputados federales alemanes. Merkel ocupaba un escaño como diputada democristiana.
En enero de 2007, Merkel visitó a Putin en su residencia privada en la ciudad de Sochi, en la costa rusa del Mar Negro. Antes de la reunión ante la prensa, el equipo de Merkel pidió al de Putin que evitase sacar a su labrador negro Koni, como ya había hecho el presidente ruso en la recepción de otros mandatarios. “Desde mi primera visita como canciller en 2006, Putin sabía que yo tenía miedo de los perros porque uno me había mordido en 1995”, cuenta Merkel en la página 380. La petición no sirvió de nada. Putin dejó entrar a Koni ante los focos de las cámaras y los flashes de los fotógrafos.
Durante el intercambio de posiciones, el perro no sólo se paseó libremente por la sala, sino que llegó a sentarse a los pies de Merkel, quien, con gesto nervioso, intentaba mantener la calma mientras Putin dibujaba una sonrisa. “Interpreté por su expresión facial que estaba disfrutando de la situación. ¿Simplemente quería ver cómo reacciona una persona en apuros? ¿O era una pequeña demostración de poder?”, reflexiona Merkel. Preguntado al respecto, Putin dijo recientemente, 17 años después del episodio: “Perdóname, Angela. No quería causarte sufrimiento alguno”.
‘No’ a Georgia y Ucrania
Uno de los episodios que Merkel explica en su libro con más carga de actualidad es la cumbre de la OTAN en Bucarest de 2008. Sobre la mesa estaba la posible adhesión de Georgia y Rumanía a la alianza militar. Merkel, con el apoyo del presidente francés Sarkozy, se opuso a allanar el camino de entrada para ambos países. Y lo argumenta de la siguiente manera: “Discutir el estatus de Ucrania y Georgia sin analizar también el punto de vista de Putin fue, en mi opinión, una negligencia grave. Desde que Putin llegó a la presidencia de su país en el año 2000, hizo todo lo que estuvo en su mano para convertir de nuevo a Rusia en un actor en la escena internacional, al que nadie pudiera ignorar, especialmente Estados Unidos”.
La entonces canciller tenía por tanto en cuenta las preocupaciones de seguridad del vecino oriental, algo que hoy puede costarle a un político alemán ser calificado de “Putinversteher” (un neologismo peyorativo que significa algo así como “comprensivo con Putin”). También puso en duda que la entrada de Ucrania y Georgia aumentara la seguridad de ambos países, así como la de la OTAN. La cumbre de Bucarest acabó sin un acuerdo sobre la posible adhesión de Georgia y Ucrania, pero la declaración final abría la puerta a su entrada “algún día”, una fórmula general que suponía una declaración de intenciones y un “reto” para Putin, argumenta Merkel.
En un encuentro posterior, Putin le dijo al respecto: “Tú no serás canciller para siempre. Y entonces Ucrania y Georgia se convertirán en miembros de la OTAN. Y quiero evitarlo”. Merkel pensó para sus adentros que él tampoco sería presidente ruso para siempre. En diciembre de 2024, camino al tercer aniversario del inicio de la invasión rusa de Ucrania, Putin sigue gobernando Rusia con mano de hierro, mientras Merkel se pasea por platós de televisión y teatros presentando sus memorias. Hay quien se pregunta si Putin habría ido tan lejos con Angela Merkel como canciller federal alemana. Un debate estéril a efectos prácticos, porque Merkel ha cerrado para siempre su carrera política hasta el punto de que evita inmiscuirse con sus declaraciones actuales en la gestión política actual del Gobierno alemán. Lo que quedan son sus memorias.
Reseña publicada por ElDiario.es.