jueves, 23 de octubre de 2014

La (fallida) política de asilo en Alemania


Las alarmas saltaron a finales del pasado septiembre: un trabajador de una empresa de seguridad privada pisa con su bota la cabeza de un residente en un centro de acogida de la localidad de Burbach, en el Estado de Renania del Norte-Westfalia. Mientras Marwan Rahmani, refugiado procedente del norte de África, sufre esta humillación boca abajo y con las manos esposadas tras su espalda, otro miembro de la seguridad posa de cuclillas y con una sonrisa ante la cámara del teléfono móvil con el que una tercera persona fotografía la escena. «Son imágenes que recuerdan a Guantánamo», dijo un cargo policial tras dar a conocer el caso. 

Tras la salida a la luz de la foto, las autoridades recibieron más denuncias de torturas y vejaciones en otros dos centros de acogida en Essen y Bad Berleburg, también en Renania del Norte-Westfalia. Los tres casos apuntan a la firma de seguridad privada SKI, con sede en la ciudad Núremberg pero activa en todo el país, y que al mismo tiempo fue subcontratada por European Homecare, firma gestora de seis centros de acogida para refugiados en Renania del Norte-Westfalia y de cuarenta en toda Alemania. El Gobierno regional ya ha rescindido el contrato con European Homecare en el centro de Burbach y está estudiando el resto de subcontratas. 

Amnistía Internacional Alemania reaccionó con un duro comunicado que señala directamente a los gobiernos regional y federal: «Cuando se confía a una empresa privada este tipo de responsabilidades públicas, las autoridades correspondientes tienen que controlar regularmente el trabajo de esa empresa», afirma la ONG, que recuerda además que la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura establece que los Estados son los responsables últimos de evitar maltratos y vejaciones contra ciudadanos nacionales y extranjeros.

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jueves, 9 de octubre de 2014

"Border Bridges": muros pasados y muros invisibles

Recupero mi texto "Muros de la vergüenza", publicado en Setmanari Directa hace casi un año, para invitar al lector a visitar la recientemente inagurada exposición Border Bridges, sobre la que he tenido la oportunidad de reportar. Una muestra que invita a reflexionar sobre muros pasados y muros presentes (e invisibles).

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La historia puede ser caprichosa: lo que queda del muro de Berlín, ese monstruo de cemento gris que dividió la actual capital alemana y que separó a sus habitantes durante casi 30 años, que aisló la parte occidental berlinesa enclavada en medio de aquel Estado oriental que se consideraba antifascista y que no era más que una dictadura socialista de tics estalinistas, es hoy un centro de peregrinación para turistas llegados de todo el mundo a la búsqueda de los restos de un símbolo de la cultura popular del siglo pasado.

La imagen no deja lugar a dudas: detrás de la East Side Gallery, el trozo de muro más largo conservado hoy en Berlín, la especulación hace estragos en lo que fuera la 'franja de a muerte': una estrecha franja de tierra, antaño repleta de torres de control, soldados, cable de espino y armas automáticas, y en la que la represión de la República Democrática Alemana se hacía más patente, es ahora disputada por multinacionales con ganas de sacar provecho de los ríos de turistas que diariamente, llueva o haga sol, caminan por los restos del muro de la vergüenza. El capitalismo aprovecha todo de todo, incluso los escombros del socialismo real.

Pero si la historia puede ser caprichosa, el presente nos recuerda que estamos bien lejos de vivir en el mejor de los mundos posibles, tal y como nos vendieron aquéllos que la asesinaron (a la historia) en nombre de la libertad, el progreso y el mercado. Quedan muchos muros en pie: México, Palestina, Irlanda del Norte, Ceuta, Melilla. Un largo etcétera nos recuerda que la vergüenza no acabó con el hundimiento del socialismo autoritario y real: muros que separan el precario bienestar de la miseria, gentes de su tierra, personas de sus sueños.

Mientras tanto, los restos del muro de Berlín ponen su grano de arena para gentrificar una ciudad que no volverá ser la que fue. Ironías del destino.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Se vende trozo de historia

Wieland Giebel, frente al fragmento de muro. Foto de Berlin Story.
El 9 de noviembre de 1989 las imágenes de berlineses orientales cruzando la frontera entre las dos Alemanias dieron la vuelta al mundo. Tras el anuncio de un portavoz del régimen socialista de que el Gobierno expediría visas sin restricciones para visitar Alemania occidental, las olas de ciudadanos orientales ávidos de conocer lo que había más allá del Muro de Berlín fueron imparables. Algunos interpretaron el anuncio de la dictadura oriental como la autoinmolación de un socialismo real que agonizaba por una ingente deuda externa y una economía inoperante.

El Muro de Berlín (y su caída) no solo pasó a formar parte del imaginario del fin de la Guerra Fría y del definitivo pistoletazo de salida de la posmodernidad, sino que además se convirtió en todo un imán para las masas turistas que todavía hoy siguen peregrinando a lo que queda del bautizado como «muro de la vergüenza». Cuando está a punto de cumplirse el redondo 25 aniversario de su caída, el Muro sigue siendo una fuente de ingresos, y no solo por la cantidad de turismo que atrae.

Pasada la resaca del hundimiento del Estado oriental y con la reunificación alemana en ciernes, un puñado de empresarios oportunistas se percató del negocio que supondría la venta de fragmentos del Muro de Berlín en un futuro cercano. No en vano, no son pocos los turistas que, en un arrebato fetichista, siguen llevándose a escondidas pequeños fragmentos de los tramos que siguen en pie en la capital alemana. También hay quien vende presuntos trozos en tiendas de souvenirs y en puestos ambulantes.

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