![]() |
Sahra Wagenknecht, en Chemnitz. Foto: Andreu Jerez Ríos |
Sahra Wagenknecht habla como una pianista que toca las teclas sabiendo de antemano qué música
complace más al público que tiene delante. La líder del joven partido BSW (Bündnis Sahra Wagenknecht – BSW – Alianza Sahra Wagenknecht) ofrece un discurso en el centro de la ciudad
sajona de Chemnitz, llamada Karl-Marx Stadt por la República Democrática Alemana, la desparecida
Alemania socialista.
A pocos días de las elecciones regionales en los estados federados de Sajonia y Turingia, en las que la
ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) dieron un nuevo golpe sobre la mesa,
Wagenknecht despliega ante cerca de mil personas una efectiva oratoria con los principales temas
que llevarán a su formación a entrar con fuerza en los dos parlamentos regionales del Este de
Alemania. Cada frase es un eslogan:
“En Ucrania mueren cada día hombres jóvenes, a ambos lados del frente”, “no sólo Putin
comenzó una guerra ilegal, también los americanos atacaron ilegalmente siete países en los últimos
30 años”, “con las sanciones a Rusia no dañamos a Putin, dañamos nuestra economía, “queremos
diplomacia y no más envío de armas”, “ahí están los políticos que nos pretenden enseñar lo que
debemos decir, lo que debemos pensar, lo que debemos comer”, “hace dos años dije que tenemos el
gobierno más estúpido de Europa y desde entonces no se ha vuelto más inteligente”, “no puede que
en nuestro país haya que gente que muera a manos de personas que no debería estar aquí”.
Wagenknecht ha sabido leer a la perfección el momento antielitista y populista que se respira
en amplios sectores de la sociedad alemana. Con una guerra en pleno continente europeo, a menos
de 1.000 kilómetros de la frontera de Alemania, una economía renqueante que bordea la recesión, una inflación
que afecta a una clase trabajadora en parte ya empobrecida antes del comienzo de la invasión rusa
de Ucrania y unas perspectivas que no invitan especialmente al optimismo sobre el futuro, la
exdiputada de los poscomunistas de Die Linke y exlíder de la Plataforma Comunista – un gremio
marxista-leninista existente dentro de Die Linke – ha entendido que un mensaje sencillo, directo y en
parte simplificador de los problemas que arrastra Alemania es la fórmula perfecta para conseguir el
éxito electoral, al menos a corto plazo.
La gran baza es la misma figura de Wagenknecht, que con un aura de líder mesiánica con fuerte tirón
en medios de comunicación tradicionales, y una constante y eficaz estrategia en redes sociales, da
sentido y también el nombre a un partido fundado oficialmente el pasado enero y al que todas las
encuestas le aseguran presencia en el próximo parlamento federal.
Tras convertirse en una voz
incómoda durante años dentro de su expartido, Wagenknecht ha sabido esperar hasta el
momento exacto para lanzar BSW, con el tiempo necesario para entrar en las instituciones pero sin la
presión de ofrecer más detalles sobre su propuesta política. La principal arma de la Alianza Sahra Wagenknecht es la propia Sarah Wagenknecht.
Cuatro folios de programa
El programa electoral de BSW cabe en cuatro folios. Está dividido en cuatro grandes bloques que dan
forma al discurso electoral de Wagenknecht en Chemnitz: “sensatez económica”, “justicia social”,
“paz” y “libertad”. El programa combina la apuesta por la redistribución de la riqueza con una
defensa de la economía social de mercado, modelo tradicional de los fundadores de la República
Federal de Alemania. Es decir, capitalismo con correcciones del Estado y apoyo a la mediana empresa
familiar de implantación regional.
Su programa económico está en realidad más en línea con el discurso socialdemócrata del siglo
pasado - e incluso con un partido conservador con sensibilidad social - que con un partido comunista
o marxista-leninista, ideología en las que están las raíces políticas de Wagenknecht. Esa política
económica, que hace décadas podría haber venido de los socialdemócratas del SPD o los
democristianos de la CDU, está hoy salpimentada con propuestas inaceptables para el considerado
centro político de Alemania: negociaciones con Putin, fin de las sanciones contra Rusia, recuperación
del gas y petróleo rusos que durante años permitieron a la industria alemana producir de forma
competitiva en una economía fuertemente dependiente de las exportaciones.
Con el bloque “paz”, ocurre un poco lo mismo: BSW recupera conceptos del siglo pasado marcado
por una Guerra Fría que la propia Sarah Wagenknecht vivió el primera persona como joven
ciudadana de la RDA: “Nuestra política exterior está en línea con la tradición del canciller Willy
Brandt y del presidente soviético Michail Gorvachov, que se opusieron a la lógica de la Guerra Fría
con una política de la distensión, del equilibrio de intereses y de la cooperación internacional.
Rechazamos de manera fundamental la solución de los conflictos con medios militares”, reza un
programa que lee la geopolítica actual desde la óptica del siglo XX. Se podría decir que BSW es un
partido de izquierda por su voluntad de redistribución económica, pero con una receta conservadora
anclada en el siglo pasado.
Wagenknecht sabe que el cansancio con la guerra en Ucrania y sus consecuencias crece entre la
población alemana, especialmente en el este del país, cuya economía es más dependiente del
comercio con la Federación Rusa y cuya población mira con más simpatía y empatía hacia la
población y la cultura del gigante euroasiático por cuestiones culturales, históricas y geográficas.
El último bloque, el de “libertad”, es una mezcla entre posiciones que podrían estar representadas
por un partido liberal-conservador como el FDP: un rechazo latente de la inmigración, que BSW
considera “descontrolada”, y un rechazo explícito de la “cultura de la cancelación” y del
“estrechamiento” de la libertad de opinión, narrativa también cultivada por la ultraderecha de AfD.
Las repúblicas perdidas
El discurso y la oferta política de BSW son como una invitación a volver al pasado: en el oeste, las
décadas dorada de los 70 y 80 de la República Federal occidental con su milagro económico y su
apuesta por la distensión con la Unión Soviética a través del comercio; en el este, con la sensación de
seguridad que ofreció el socialismo real de la RDA, una nostalgia de la república perdida bautizada
como “Ostalgie” en alemán.
Wagenknecht no defiende en Chemnitz la división entre las dos
Alemanias, pero sí desliza referencias a la historiad de la RDA que tocan la fibra sentimental e
identitaria de la población germanooriental: “Los que vivieron la fase final de la RDA ya
experimentaron como los de ahí arriba no consiguen nada, no tienen una visión ni un plan, se dieron
cuenta de que algo tenía que cambiar urgentemente”. Wagenknecht traza un paralelismo histórico
entre entonces y hoy: la era de cambio que se notaba en el aire a finales de los 80 en la RDA es
similar a lo que se respira hoy en la Alemania reunificada, asegura.
Grita es una de las asistentes al acto electoral. El cartel con el que ha venido
destaca sobre las cabezas del público: “Kriegstreiber NATO” (“OTAN, belicista”). “Mi infancia la pasé
en la RDA, me socialicé en la RDA y, con todos los errores que se cometieron, opino que se deberían
haber revisado tras 1989 y que nunca deberíamos haber renunciado a la RDA”, dice esta mujer de 62 años.
“Desde la actual perspectiva, sé que sin la RDA habríamos tenido con seguridad de nuevo una guerra.
Con su política exterior pacifista, la RDA lo evitó”.
Entre el público destaca la presencia de gente mayor, especialmente de personas en edad de
jubilación. “Tras 40 años cotizados y haber criado a tres niños, además de a mi nieta, me queda una
pensión de 800 euros”, dice Conny visiblemente emocionada por el discurso que acaba de escuchar
de Sarah Wagenknecht. “Dice cosas que yo también siento, sobre todo en lo relacionado con la
migración. No puede ser que tengamos criminales, que no deberían estar aquí y que no respetan
nuestras reglas”, dice esta jubilada que reconoce tener que seguir trabajando para llegar a fin de
mes.
Entre los asistentes hay también unos cuantos inmigrantes o alemanes de raíces migratorias. Antonio
es uno de ellos, un ingeniero mecánico nicaragüense llegado a la RDA antes de la caída del muro y
que lleva más de tres décadas viviendo y trabajando en Alemania: “El nivel de vida ha bajado
bastante. Y la migración y la criminalidad han aumentado. Espero que este partido haga cambios. Y si
no los hace, pues no lo volveré a elegir”.
Antes de apostar por a BSW, Antonio votó a Los Verdes y a socialdemócratas del SPD. Algo que no se
plantea “nunca más”. Preguntado por la “inmigración descontrolada” que denuncia su actual opción
política, responde: “En la RDA había cubanos, argelinos, también había inmigrantes, tal vez incluso
más que hoy. Pero en el sistema anterior no había ayudas sociales. Hoy hay ayudas sociales. Esa
gente viene aquí, recibe dinero y no se adapta a las normas del país. Y el actual gobierno no hace
nada”, denuncia el inmigrante nicaragüense. Mientras, de fondo, la megafonía del acto electoral
invita a los asistentes a acercarse al escenario para un hacerse un ‘selfie’ con la líder.
Crónica publicada por ElDiario.es.