La política exterior de #Alemania ha sufrido 4 grandes transformaciones tras el inicio de la invasión rusa:
— Andreu Jerez (@AndreuJerez) March 1, 2023
- Nueva doctrina militar
- Mayor dependencia de la OTAN
- Adiós al gas ruso
- Temor a la pérdida de peso político
Un análisis en @esglobal_org https://t.co/nqDKdqm4Yy
miércoles, 1 de marzo de 2023
Alemania en el mundo tras la "Zeitenwende"
El inicio de la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un cambio de paradigma en las relaciones internacionales. Las predicciones de los analistas apuntan desde a una reedición de la Guerra Fría hasta al nacimiento de un tablero global fragmentado en diversos bloques que acabe con la globalización liderada por Occidente tras la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética.
Alemania, una potencia económica de primer nivel y política de peso medio, intenta resituarse en ese nuevo contexto internacional. Tres días después del inicio de la invasión rusa, con solemnidad y ante el Bundestag, el canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, calificó ese momento de impasse con la palabra “Zeitenwende” – traducido al castellano, algo así como “periodo de transición” –. Curiosamente – o no tanto –, la palabra “Wende” también se utiliza popularmente en Alemania para calificar la transición iniciada con la caída del Muro de Berlín en 1989 y culminada con la reunificación del país en 1990. La primera economía de la Unión Europea se encuentra sumida, por tanto, en un momento de redefinición de su papel en el mundo.
Haciendo retrospectiva de los últimos doce meses, la frenética sucesión de acontecimientos en plano internacional ha dejado al menos cuatro grandes transformaciones en la política exterior alemana: la decisión de enviar armamento a un país en guerra en contra de la tradición del país tras la Segunda Guerra Mundial; el refuerzo de las relaciones transatlánticas y de la OTAN como principal instrumento de Defensa para Alemania; la ruptura económica con Rusia y el consecuente fin de la dependencia energética por las importaciones fósiles del Kremlin; y la pérdida de peso en el tablero internacional y, especialmente, dentro de la Unión Europea, cuyo eje gira actualmente hacia el flanco oriental del bloque en una lógica de rearme frente a Rusia.
1. Nueva doctrina militar y armamentística:
Tras la traumática experiencia del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la República Federal apostó por intentar evitar el envío de armamento a regiones en guerra o de crisis como compromiso a no alimentar conflictos armados más allá de sus fronteras. Para implementar esa decisión histórica, y tratándose de uno de los principales países productores y exportadores de armas del mundo, Alemania cuenta con la llamada “cláusula de permanencia final” (Enverbleibsklausel, en alemán) que establece una autorización obligatoria de Berlín en caso de que un comprador de armas alemanas quiera revender o ceder el armamento a terceros países.
Esa política de exportación limitada de armas no siempre ha funcionado, como demuestra el caso de los fusiles de asalto G36 del fabricante alemán Heckler & Koch que sirvieron para violar derechos humanos y asesinar a estudiantes en México. La venta de armas a Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo Pérsico, que participan en guerras fuera de sus fronteras como la de Yemen, también ha motivado críticas dentro y fuera de Alemania.
El inicio de la invasión rusa de Ucrania supone, no obstante, un salto cualitativo en la doctrina militar y armamentística del Gobierno federal: poco después de que las tropas rusas cruzasen las fronteras ucranianas, Scholz anunció la intención de su Gobierno de invertir 100.000 millones de euros en el ejército alemán en lo que será el mayor rearme de la historia de la República Federal.
Esa ingente inversión busca volver a colocar a Alemania entre unos de los países que más gaste en Defensa dentro de la OTAN tras décadas de austeridad en sus propias fuerzas armadas. Esa contención presupuestaria en Defensa también tiene el telón de fondo histórico de que el militarismo no haya tenido buen cartel electoral en Alemania ya desde antes del fin de la Guerra Fría.
La implementación de ese presupuesto extraordinario no va a ser, sin embargo, tarea fácil. La dimisión el pasado diciembre de la ministra alemana de Defensa, la socialdemócrata Christine Lambrecht, así lo apunta. El también socialdemócrata Boris Pistorius – exministro de Interior del Estado federado de Baja Sajonia – asumió una cartera históricamente muy complicada en la República Federal. De momento, Pistorius parece estar en disposición de llevar adelante la reforma de la Bundeswehr. De puertas para fuera, muestra un alineamiento cerrado con la precavida postura de Scholz. El canciller ha expresado en diversas ocasiones su temor a que la actual situación desemboque en un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia y, por consiguiente, en la Tercera Guerra Mundial.
2. Reforzamiento de la dependencia trasatlántica:
Pese a ciertas resistencias, el Gobierno alemán ha mantenido un dubitativo pero constante suministro de armas al ejército ucraniano en coordinación con EE.UU. y con el resto de países de la OTAN. En este apartado, Scholz ha sido especialmente cuidadoso. Como han reconstruido diversos medios alemanes, como los semanarios Der Spiegel y Die Zeit, la condición que puso Scholz para dar luz verde al envío a Ucrania de tanques de producción alemana Leopard 2 fue que Washington hiciera lo propio con sus tanques de combate Abrams.
Ante la ya complicada imagen de ver de nuevos tanques alemanes combatiendo en Ucrania – la última vez fue durante la Segunda Guerra Mundial por orden de los nazis –, el Gobierno de Scholz quiere evitar a toda costa que el envío de armas pesadas alemanas al frente ucraniano sea interpretado como una decisión en solitario y por riesgo propio. Ese temor demuestra la dependencia que Alemania sigue teniendo de la OTAN – con EE. UU. al frente – y que muy probablemente se profundizará ya desechado el sueño de algunos líderes europeos de establecer una “autonomía estratégica” que hiciera a la Alianza Atlántica algún día prescindible en el seno de la Unión Europea.
Las voces que apuestan por un reforzamiento de la OTAN y de una mayor aportación de Alemania a la Alianza Atlántica se han hecho aún más fuertes en el debate público del país durante los últimos doce meses. Más allá de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) y de algunas voces dentro de la alianza de poscomunistas y exsocialdemócratas de Die Linke que niegan la necesidad de continuar dentro del bloqueo militar, en el parlamento alemán predomina el consenso sobre que el futuro de Alemania está dentro de la OTAN.
Esa posición es compartida por los cuatros grandes partidos históricos de la República federal: conservadores de la CDU-CSU, socialdemócratas del SPD, liberales del FDP y ecoliberales de Los Verdes. Ni siquiera entre los verdes, cuyas raíces descansan en el antimilitarismo de la década de los 80, hay voces de peso que pongan en duda el papel de la OTAN en la seguridad de Alemania. La actual ministra de Exteriores alemana, la co-vicepresidenta verde Annalena Baerbock, es, de hecho, una de las voces más pro-atlantistas y agresivas frente a Rusia de la actual política federal alemana.
3. Adiós definitivo al gas ruso:
Antes del 24 de febrero de 2022, Alemania importaba de Rusia la mitad del gas que consumían su industria y sus hogares. Hoy ese gas ya ha desaparecido del mercado energético alemán. A ello han contribuido las sanciones impuestas por Occidente a la economía rusa, la decidida decisión estratégica del Gobierno tripartito alemán – SPD, Verdes y liberales – de poner fin a las importaciones fósiles de Rusia y también el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que unían la Federación Rusa con la República Federal.
Esa dependencia energética no es precisamente una cuestión reciente: las importaciones de gas y petróleo de Rusia a la República Federal se iniciaron a finales de la Guerra Fría. Era la consumación del principio político “Wandel durch Handel” (“Cambio a través del comercio”), establecido con la Ostpolitik del canciller socialdemócrata Willy Brandt a finales de los sesenta. La normalización de las relaciones comerciales y económicas debía llevar a cambios políticos en el mundo bipolar establecido por la Guerra Fría y acabar desembocando en la reunificación alemana, como acabó ocurriendo en 1990.
La nueva política agresiva del Gobierno de Vladimir Putin en la histórica área de influencia soviética y el fin de la compra de hidrocarburos a Rusia – la principal relación económica entre ambos países – ha dado al traste con el principio político del “Wandel durch Handel”, lo que además ha dejado en mal lugar a no pocas figuras socialdemócratas alemanas, siendo el excanciller Gerhard Schröder – amigo íntimo de Putin que se enriqueció gracias a su presencia en la dirección de varias empresas energéticas rusas – el gran ejemplo.
El fin de la llegada del gas ruso no ha acabado dando lugar a los peores augurios proyectados el pasado año: es decir, un colapso económico a causa del cierre de la principal fuente de energía que alimentaba los procesos productivos de la industria alemana. A ello han contribuido un invierno relativamente suave, el ahorro en el consumo y también la importación de gas de Noruega y de gas licuado de EE.UU. y de otros países proveedores como Qatar. Ese gas licuado es, sin embargo, notablemente más caro que el gas que llegaba por los gasoductos procedentes de Rusia, lo que está encareciendo la producción industrial, reduciendo la competitividad alemana y contribuyendo a mantener elevada una inflación que cerró 2022 por encima del 8 por ciento en la primera economía de la UE.
Alemania ha conseguido eliminar a marchas forzadas su dependencia energética de Rusia, pero su economía – renqueante ya antes del inicio de la invasión – mantiene el reto de reconvertirse sin perder la competitividad a la que contribuía el acceso barato al gas ruso. El Gobierno alemán mantiene, de momento, su objetivo de convertirse en la primera potencia industrial del mundo que convierta las fuentes de energía renovables en la columna vertebral de su matriz energética.
4. Pérdida de peso geoestratégico:
El último viaje a Europa del presidente de Estados Unidos no lo llevó a Berlín. Tras visitar por sorpresa al presidente ucraniano Volodimir Zelenski en Kiev, Joe Biden pasó por Varsovia en una señal del peso que ha ganado Polonia en la relación trasatlántica entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con una política exterior comunitaria que sigue careciendo de una postura común en muchas cuestiones – como la Defensa o la política migratoria, por poner sólo dos ejemplos –, la Polonia gobernada por el partido ultranacionalista y ultraconservador PiS toma cada vez más relevancia en detrimento del liderazgo histórico del eje París-Berlín en la UE.
“¿No tiene usted la sensación de que Alemania, el socio tradicionalmente más importante de EE. UU. en Europa en cuestiones como la cooperación militar, está perdiendo poco a poco cada vez más peso?”, le preguntó recientemente un periodista de la redacción polaca del canal alemán internacional Deutsche Welle a Michael Roth, diputado federal socialdemócrata y presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Bundestag.
La respuesta de Roth rechazó cualquier tipo de “envidia” de Berlín respecto a Varsovia y realzó la reciente capacidad del canciller Scholz de convencer a Washington para que enviase tanques Abrams al frente ucraniano. Este último movimiento fue, curiosamente, interpretado en el extranjero como un síntoma de la debilidad y la dependencia del Gobierno alemán respecto al “hermano mayor americano”.
Análisis publicado por el portal EsGlobal.org.
lunes, 16 de enero de 2023
La paradoja alemana
Es una crisis largamente anunciada, pero que comienza a notarse en cada vez más sectores del mercado laboral de Alemania. Si hace 10 años eran sobre todo las llamadas profesiones MINT – matemáticos, informáticos y científicos – las que sufrían la falta de mano de obra, cada vez es más habitual que guarderías, hospitales o las propias fuerzas de seguridad alemanas reconozcan serios problemas para cubrir los puestos vacantes.
“Postúlate. Hablar alemán de manera fluida es indispensable”, anima a la audiencia un anuncio de la policía de Berlín difundido por redes sociales y diferentes plataformas de streaming de audio. La policía berlinesa hace tiempo que apuesta por las nuevas tecnologías y el lenguaje de los canales digitales para reclutar agentes entre las generaciones más jóvenes. El cuerpo policial de la capital alemana tiene cada vez más empleados con diferentes colores de piel, reflejo de la diversidad de la ciudad.
Pero Berlín está lejos de ser representativo del resto de Alemania. La capital federal, con su dinámica economía y su amplia oferta cultural, es un polo de atracción para jóvenes de decenas de países tanto de Europa como de otros continentes. Mientras Berlín gana población, la mayoría de regiones de Alemania envejece a causa de una tasa de natalidad anual que a duras penas supera los 1,5 niños por mujer.
La crisis de natalidad comenzó en Alemania occidental ya a inicios de la década de los 70. La República Federal dejó entonces atrás los años del llamado baby boom de postguerra – desde 1945 hasta finales de los 60 –, cuando la natalidad llegó a superar los 2,5 niños por mujer. La desaparecida República Democrática Alemana –socialista y oriental – también se sumió en esa crisis tras el hundimiento de la Unión Soviética y la reunificación alemana en 1990. La tasa de natalidad de los territorios orientales llegó a tocar fondo en 1993 con menos de un niño por mujer en una sociedad que prefería no traer descendencia al mundo ante la incertidumbre económica y vital a la que se enfrentaba por la desaparición del socialismo real.
Tras la reunificación, la tasa de natalidad de las dos Alemanias fue emparejándose paulatinamente hasta rondar los 1,5 niños por mujeres durante la última década. A pesar de las ayudas públicas que intentan fomentar la maternidad y la paternidad, la tasa se mantiene estable y sin visos de que vaya a crecer notablemente a corto y medio plazo. La cifra es, a todas luces, insuficiente para hacer frente al “cambio demográfico” – como han bautizado el fenómeno algunos expertos –. La potencia industrial de Alemania se asoma así al abismo de una crisis demográfica que pone en jaque su modelo económico y su estado del bienestar.
#Alemania necesita al menos 100.000 extranjeros al año para mantener su actual población activa, su modelo económico y su estado del bienestar.
— Andreu Jerez (@AndreuJerez) January 16, 2023
Pero en 2023 sigue discutiendo si es un país de migración. Es lo que llamo “la paradoja alemana” en este reportaje para @elperiodico pic.twitter.com/SmaoOGjRYp
Proyecciones
El 2023 comenzó con una buena noticia para Alemania: la llamada locomotora económica europea cerró el pasado año con más de 45 millones de personas con empleo, cifra récord desde 1990, según anunció la Oficina Federal Estadística (Destatis). La noticia tiene, sin embargo, letra pequeña: esas buenas cifras se deben en buena medida a la inmigración que consiguió integrarse en el mercado laboral. Y hace tiempo que economistas y demógrafos advierten que el flujo migratorio que recibe Alemania es insuficiente para equilibrar la próxima jubilación de los últimos baby boomers que todavía trabajan.
Destatis calcula que el mercado laboral alemán perderá hasta 2035 entre 1,6 y casi cinco millones de trabajadores en comparación con la actualidad. Las proyecciones que hace el Instituto para la Investigación del Empleo – IAB en sus siglas en alemán, dependiente de la Agencia Federal de Empleo – son todavía más pesimistas: el potencial de personas en edad activa a disposición de las empresas podría caer más de siete millones hasta 2035. Esa pérdida podría rozar los 9 millones en 2060. El IAB condiciona esa evolución a un factor fundamental: la llegada de extranjeros, el único recurso con el que Alemania puede combatir a corto y medio plazo los efectos de la crisis demográfica.
Un estudio publicado en 2021 por el IAB dibuja cuatro escenarios: el primero plantea un país sin inmigración adicional, lo que supondría una pérdida de más de siete millones de personas en edad laboral y dejaría un mercado laboral con poco más de 31 millones de personas en 2060; el segundo plantea un país sin inmigración adicional, pero con la activación de mano de obra ya existente, lo supondría una pérdida de casi 4,5 millones de personas en edad laboral hasta 2035 y un mercado laboral con menos de 35 millones de personas en 2060; el tercer escenario dibuja una Alemania con una inmigración anual neta de 100.000 personas, lo que dejaría una población activa de unos 44 millones de personas en 2035 y un mercado laboral con una población activa de menos de 40 millones en 2060; el cuarto y último escenario proyecta una inmigración anual neta de 400.000 personas, que aumentaría la mano de obra disponible hasta los 47 millones de trabajadores potenciales en 2035 y dejaría un mercado laboral con casi 48 millones de personas disponibles en 2060.
En resumen, la actual evolución demográfica de Alemania, sin una migración neta positiva y constante de al menos 100.000 personas al año, proyecta a una potencia industrial con un mercado laboral con menos de 35 millones de personas disponibles en 2060 – es decir 10 millones menos que la población activa con la que cerró Alemania 2022 – y en tendencia claramente descendente.
“Sí, sin duda necesitamos inmigración adicional, aunque yo no confiaría únicamente en ella. Por un lado, intentaría que la gente que ya está aquí se quede – porque la tasa de emigración entre los extranjeros es considerablemente superior a la de los alemanes – y, por otro, animaría a la gente ya trabaja a que lo haga más tiempo”, dice Doris Sönlein, analista de IAB. “Por ejemplo, hay mujeres que trabajan a tiempo parcial, como yo misma, a las que tal vez les gustaría hacerlo más horas. También hay gente que quiere seguir trabajando en lugar de jubilarse”, añade.
¿País de migración?
La crisis demográfica de Alemania no sólo amenaza al mercado laboral. Menos gente cotizando supone también un impacto directo en el sistema de pensiones – que funciona bajo el principio de solidaridad intergeneracional: la población activa paga la jubilación de las personas mayores –, menos ingresos en forma de impuestos para el Estado, una probable disminución de la competitividad de Alemania como potencia industrial e incluso una pérdida del peso geoestratégico en el tablero internacional.
Y a pesar de que Alemania necesita objetivamente más extranjeros – y de que las primeras oleadas migratorias ya llegaron en las décadas de los 50 y 60 desde Turquía, España o Italia –, el país sigue anclado en un debate sobre si es un país de migración o no. El último episodio de esa sempiterna discusión es la polémica generada por los disturbios registrados en diferentes ciudades del país el pasado Año Nuevo. Políticos y medios, predominantemente de centroderecha y ultraderecha, quisieron ver en la migración y la fallida integración de extranjeros – especialmente de origen árabe y musulmán – la razón principal de los disturbios, sin estadísticas concluyentes al respecto. El fácil acceso a potente pirotecnia o la exclusión social que sufren barrios conflictivos quedaron en segundo plano.
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Scharjil Ahmad Khalid en la mezquita en la que ejerce como imam. © A.Jerez |
“A las seis de la mañana, cuando la mayoría de la gente aún estaba con resaca de la noche de Año Nuevo, nosotros ya estábamos despiertos, rezamos y luego nos fuimos a limpiar y retirar basura en las calles de 280 comunidades de todo el país. Eso es nuestro compromiso con Alemania”, explica Scharjil Ahmad Khalid, imam de la comunidad musulmana Ahmadi, rama heterodoxa y reformista del islam con raíces en Pakistán, donde están perseguidos.
Scharjil nació en 1994 en el estado federado de Hesse, en el oeste de Alemania. Sus padres llegaron desde Paquistán en la década de los 80 huyendo de la persecución. Tras completar la educación secundaria, estudio teología islámica y se convirtió en imam de su comunidad en Berlín. Habla un alemán sin acento extranjero y lleno de cultismos, tiene pasaporte alemán y un trabajo estable, pagas sus impuestos, es padre de un hijo y se declara patriota alemán, así como lo hace toda la comunidad Ahamadi, cuyos folletos incluyen los colores de la bandera nacional de la República Federal. Se puede decir, por tanto, que Scharjil es un ejemplo de integración. Pero incluso así, se enfrenta a discursos que lo excluyen de la ciudadanía en un país en el que ciertos sectores siguen diferenciando entre “ser alemán” y “tener pasaporte alemán” desde una perspectiva etnicista.
“Lo triste es que también hay inmigrantes que lo ven así. Por ejemplo, tengo amigos de Polonia y Croacia. Cuando se juega la Copa del Mundo y les digo que la vamos a ganar, ellos responden: ‘¿Qué quieres decir con que la vamos a ganar? Tú tampoco eres alemán’”, explica el imam. “En la escuela esa situación era típica. Y la pregunta clásica cuando dices que eres alemán es: ‘¿Pero de dónde vienes realmente?’ Puedo entender que la gente se dé cuenta de que tengo raíces migratorias, porque así lo dice mi aspecto, pero no entiendo que no se pueda ser alemán por no corresponder con el aspecto típico de alemán, si es que tal cosa existe.”
Medidas del Gobierno
El actual Gobierno federal, conformado por socialdemócratas, verdes y liberales, quiere reducir las barreras que impiden que Alemania atraiga más migración y mantener a la mayoría de los extranjeros que están en el país. La primera medida es hacer más fácil el acceso al pasaporte: en el futuro sólo será necesario haber vivido cinco años consecutivos en Alemania, en lugar de ocho. Además, aquellas personas procedentes de fuera de la UE no tendrán que prescindir de su pasaporte original. La segunda medida prevé reducir la burocracia para la homologación de títulos académicos y profesionales extranjeros, otro de los grandes obstáculos que dificultan la integración de inmigrantes en el mercado laboral.
Algunos políticos de la oposición conservadora acusan al Gobierno de “regalar” la ciudadanía y abrir la puerta a la inmigración masiva. En el caso de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), el discurso llega en algunos casos a la conspiración del “gran remplazo”; es decir, que el Gobierno está remplazando de manera sistemática y voluntaria a la población cristiana y blanca por pueblos no europeos de cultura islámica. Alemania se enfrenta, por tanto, a la paradoja de que una solución a su crisis demográfica se convierta en un asunto con el que una parte del espectro político agita el miedo con fines electoralistas.
La comunidad de Ahmadi es ejemplo de esa paradoja. Miembros de la comunidad musulmana, con más de dos décadas de residencia en el país, estudios y un perfil demandado en el mercado laboral, pueden recibir una orden de expulsión a Pakistán si así lo decide un juez. Scharjil Ahmad lo resume así. “Desperdiciar tanto talento es una vergüenza para esas personas, pero, sobre toto, una vergüenza para Alemania”.
Reportaje publicad por El Periódico de Catalunya.
lunes, 19 de diciembre de 2022
'Reichsbürger': una teoría de la conspiración con tradición en Alemania
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Marcha anticorona con banderas de Reichsbürger. Noviembre de 2020, Berlín. A.Jerez |
“En 1945 no se ocupó el Imperio Alemán, sino la administración ilegal de la República de Weimar. Tan sencillo como eso. Por eso, el Tribunal Constitucional dice que la República Federal no es sucesora del Imperio Alemán, sino que este sigue existiendo legalmente, aunque sea incapaz de actuar y esté en estado de sitio”.
Sascha habla con seguridad y un lenguaje digno de un jurista especializado en historia alemana. Lo hace mirando a la videocámara de su ordenador, que lo inmortaliza durante una videoconferencia subida a YouTube el 13 de enero de 2021. Es uno de los cientos de vídeos del canal Vaterländischer Hilfsdienst – VHD, en sus siglas en alemán, cuya traducción es “Servicio de Ayuda a la Patria” –. El VHD es uno de los muchos grupos que reclaman desde hace años que el Imperio Alemán sigue existiendo legalmente con sus fronteras de 1937. Otros son “Herederos de Bismarck”, “Reino de Alemania”, “Confederación del Imperio Alemán” o “Asamblea Constituyente”.
La argumentación de Sascha es extremadamente enrevesada, pero se puede resumir así: el Imperio Alemán, nacido de la fusión de diferentes nacionalidades y estados en 1871 de la mano del canciller Otto von Bismarck, no dejó de existir porque la Alemania nazi derrotada en el Segunda Guerra Mundial nunca llegó a firmar un acuerdo de paz con las fuerzas vencedoras. La Constitución Imperial de 1871 sigue, por tanto, vigente y la República Federal es una entidad sin derecho ni existencia real. Algunos incluso aseguran que es tan sólo una empresa administrada por fuerzas ocupantes.
“Podemos ser alemanes y libres. Tenemos que ser alemanes y libres si queremos la paz”, sentencia Sascha. El video en el que se explica con convicción acumula poco más de 4.000 visualizaciones. La locuacidad del ponente no parece ser capaz de movilizar a las masas.
Fenómeno creciente
Sascha es uno de los 23.000 Reichsbürger (“Ciudadanos del Reich”) que hay en Alemania, según el Ministerio del Interior. En 2020, las estimaciones ascendían a unos 20.000. Es un fenómeno creciente y muy heterogéneo. El último informe de la Oficina Federal de la Defensa de Constitución – servicios secretos domésticos – dedica uno de sus capítulos al variopinto movimiento.
“Son grupos e individuos que rechazan la existencia de la República Federal de Alemania y su ordenamiento jurídico por diversos motivos y basándose en diversas razones – entre ellas, la referencia al Reich alemán histórico (…) –, niegan la legitimidad de los representantes elegidos democráticamente o incluso se definen a sí mismos como ajenos al ordenamiento jurídico”, apunta el informe, que también incluye en el apartado a los “autogobernados”, ciudadanos que se autoproclaman sujetos soberanos y que se niegan responder ante ningún estado, en clara sintonía con la tradición libertaria de EE.UU.
El libro Ciudadanos del Reich. El peligro subestimado, editado en 2017 por el periodista Andreas Speit especializado en movimientos de ultraderecha, resume el fenómeno de la siguiente manera: los Reichsbürger son ciudadanos que actúan de manera subversiva para intentar bloquear, sabotear o paralizar la administración y el Estado; sus argumentaciones están basadas en teorías de la conspiración absolutamente irracionales y apartadas de la realidad en la que viven; no son obligatoriamente ultraderechistas o neonazis, pero comparten numerosas ideas con ese espectro político; ignoran las consecuencias de sus actos y declaraciones, y no se dejan convencer por contraargumentaciones irrebatibles; la inacción de las autoridades es interpretada por los Reichsbürger como señal de victoria.
La reciente redada contra el grupo “Unión Patriótica” marca un antes y un después en la percepción que Alemania y el resto del mundo tienen del fenómeno. Más de 3.000 policías desarticularon una red que presuntamente había planeado un golpe de Estado contra la República Federal, incluido un espectacular asalto armado al parlamento alemán. La policía detuvo a 25 personas, se incautó de 90 armas de fuego y encontró listas de políticos y periodistas. La fiscalía acusa a los detenidos – entre los que hay un aristócrata y una jueza exdiputada de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) – de “organización terrorista”.
Nuevo escenario
“Hace tres o cuatro años no me habría imaginado que este tipo de personas conseguirían formar un grupo tan fuerte y organizado”, dice Andreas Speit. “No se trata de marginados, sino de personalidades del entorno de la nobleza, una jueza, varios antiguos soldados de las fuerzas especiales, agentes de policía e incluso de la brigada de investigación criminal. Aquí es donde realmente hay que decir que estamos ante un fenómeno nuevo: que gente de este nivel se haya unido en torno a la ideología del Reich y estén dispuestos a cometer actos de terrorismo”, añade.
El mismo día de la redada, numerosos camarógrafos y fotógrafos inmortalizaron la detención del “príncipe” Heinrich XIII, que presuntamente tenía que convertirse en el nuevo jefe de estado de Alemania si el golpe hubiese triunfado. Poco después de la redada, algunos medios impresos publicaron en sus webs notas de fondo sobre la red desmantelada y el fenómeno Reichsbürger. Varias televisiones emitieron programas especiales sobre la operación ese mismo día.
La gran preparación de diversos medios deja entrever que algunos periodistas habían sido informados días antes de la redada. Ello ha generado críticas y también dudas sobre el peligro real que suponía la red desmantelada.
“Todo el mundo sabía de la redada menos los detenidos”, ne dice Hinnerk Berlekamp, periodista y coautor del libro Ciudadanos del Reich. El peligro subestimado. Y continúa: “Eso indica que las autoridades ni siquiera temieron que alguien pudiera pasar la información a los afectados. Si realmente había una conspiración tan peligrosa contra Alemania, yo no habría permitido filtraciones. Todo es muy raro y parece más dirigido al efecto mediático. No quiero decir que los Reichsbürger no sean peligrosos, pero la operación me parece desmedida”.
Lo cuento todo de forma resumídisima en este reportaje para @elperiodico.... pic.twitter.com/TPYRqBD45t
— Andreu Jerez (@AndreuJerez) December 19, 2022
Politólogos y analistas del fenómeno Reichsbürger acuñaron hace ya años un neologismo para describir los intentos de sus militantes de paralizar el Estado: Papierterrorismus (“Terrorismo de papel”). Es decir, el bombardeo con cartas y/o mails de contenido legal a administraciones o empresas con el objetivo de obstaculizar su funcionamiento o simplemente de quedar exentos de pagar una multa o una factura.
Los “Ciudadano del Reich”, como negadores de la República Federal de Alemania, no aceptan el pago de multas de tráfico, facturas o impuestos. Aseguran que la inexistencia legal del Estado en el que viven los libera de esas responsabilidades.
El término Papierterrorismus entronca con la tradición de observar el movimiento desde la curiosidad e incluso desde cierta compasión.
Pero en 2016 saltaron las primeras alarmas: en una operación policial, un disparo de un militante del movimiento Reichsbürger mató a un agente de las fuerzas especiales en la localidad bávara Gegorgensmünd. El sujeto había perdido la licencia de armas y la policía entró en su casa con una orden judicial para requisar el armamento que había acumulado. Del Papierterrorismus se pasó a la violencia real con armas de fuego.
El caso desató un debate político considerable y llevó a la Oficina de la Defensa de la Constitución a vigilar el movimiento con mayor atención. De los más de 20.000 integrantes del fenómeno “Ciudadanos del Reich” en Alemania, las autoridades estiman que hay un 10% armado y dispuesto a emplear la violencia.
La ministra federal de Interior, la socialdemócrata Nany Faeser, ha anunciado su intención de acelerar dos reformas legales ya previstas antes de la operación policial: el endurecimiento de las condiciones para acceder a una licencia de armas y la expulsión más rápida de funcionarios contra los que se pueda demostrar una militancia o cercanía con el movimiento Reichsbürger.
Endurecimiento legal
"El endurecimiento de las leyes sobre armas es resultado del acuerdo de coalición; ello me da optimismo sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo con los dos socios de la coalición”, ha dicho Faeser. Los liberales del FDP, socios menores del Gobierno tripartito liderado por el canciller socialdemócrata Olaf Scholz, se muestran, sin embargo, reacios a la una reforma legal que incluiría la prohibición del acceso a armas automáticas para ciudadanos de a pie.
La expulsión de funcionarios con cercanía a los “Ciudadanos del Reich” tiene relación directa al intento de infiltración del movimiento en las fuerzas de seguridad. La fiscalía asegura que la red desarticulada intentó reclutar nuevos integrantes tanto en la policía federal con en las fuerzas armadas. Ambos cuerpos ya generaron en el pasado titulares en Alemania por diversos escándalos de presencia ultraderechista y neonazi en sus filas.
“Sí me preocupan eses elementos dentro de las fuerzas del orden que están actuando con conspiradores que menosprecian la democracia, que quieren abolirla o transformarla en un sistema autoritario. Pero descarto que los Reichsbürger sean el núcleo o la raíz de esas fuerzas”, dice Hinnerk Berlekamp, periodista que ya dedicó en 2017 un artículo en profundidad a las conexiones internacionales de los “Ciudadanos del Reich”, un fenómeno arraigado en Alemania y con conexiones en otros países de habla alemana como Austria y Suiza.
La sombra de la infiltración ultraderechista en las fuerzas de seguridad no es nueva. En el verano de 2020, el Ministerio de Defensa alemán anunció el desmantelamiento de una unidad de las unidades de élite KSK por estar infestada de militares de tendencia neonazi. Las autoridades reconocieron, además, la desaparición de miles de cartuchos y de 62 kilos de explosivos cuyo paradero es hasta hoy desconocido.
Reportaje publicado por El Periódico de Catalunya.
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