sábado, 30 de diciembre de 2017

Paradoja alemana: el paro en mínimos mientras crece el número de gente sin casa

“860.000 personas no tienen casa en Alemania. La cifra ha crecido un 150% desde 2014”. 

Este titular, generado por un informe de la organización no gubernamental Bundesarbeitsgemeinschaft Wohnungslosenhilfe (BAG W), rebotó en numerosos medios dentro y fuera del país más rico de la Unión Europea a mediados del pasado mes de noviembre. La información volvía a lanzar sombras sobre un modelo económico que ha sido y sigue siendo referencia para muchos gobiernos y políticos del Viejo Continente. Unas sombras que se alargan cuando se observa cuál es la previsión de BAG W para el próximo año: en 2018, el número de los sin techo superará holgadamente el millón de personas en Alemania. Algo falla en la locomotora económica europea. 

La llamada crisis de refugiados arrancó oficialmente en el verano de 2015. Desde entonces, Alemania ha recibido alrededor de un millón de personas procedentes, sobre todo, de Oriente Próximo. Se hace por tanto muy tentador intentar explicar el aumento de personas sin vivienda con la llegada de miles de sirios, afganos e iraquíes. Sin embargo, y aunque los refugiados sean uno de los factores, la situación es bastante más compleja y tiene una indudable dimensión económica nacional. 

“La falta de una política de vivienda y del combate de la pobreza son la base estructural de la problemática”, asegura a El Confidencial Werena Rosenke, subdirectora de BAG W y coautora del informe. “Desde 1990 hasta hoy el número de vivienda social se ha reducido un 60%. Desde hace años, en muchos Estados federados no se construye ni una sola vivienda social bajo el argumento de que el mercado se regula a sí mismo”, asegura Rosenke, que apunta además la privatización de vivienda social todavía existente por parte de las autoridades federales y estatales. 

Las cifras hablan por sí solas: en 1990 había en Alemania casi tres millones de viviendas sociales. 2017 cerrará con poco más de un millón. Y la tendencia va claramente a la baja. 



De los 858.000 personas sin una vivienda estimadas por el informe de BAG W, casi la mitad (422.000) eran ciudadanos residentes en Alemania sin relación alguna con la ola de refugiados. La cifra de personas sin casa ascendía en 2006 a 248.000. Si obviamos a los refugiados que siguen sin tener un techo propio, el número de personas que no puede permitirse una vivienda se ha doblado, por tanto, durante la última década en Alemania. La figura del trabajador pobre juega un papel fundamental en ese avance. 

“En Alemania tenemos el sector de salarios bajos más grande de toda Europa. Hay una cifra de gente que no se debe subestimar con condiciones laborales precarias, que necesitan dos empleos para llegar a fin de mes o incluso pedir ayuda a social al Estado a pesar de estar trabajando”, asegura Werena Rosenke. “Como ya han demostrado muchos otros informes, la tasa de desempleo no es decisiva para el aumento o descenso de personas sin casa, sino cuál es la disponibilidad de viviendas a precio asequible”. 

Alemania se ha convertido en un país de paradojas socioeconómicas: su tasa de desempleo es la más baja desde 1991; mientras, la cifra de personas que no pueden permitirse una vivienda es la más alta desde la reunificación. 

Burbuja inmobiliaria urbana 

Al fenómeno del trabajador pobre hay que sumarle la evidente burbuja inmobiliaria que, alimentada por los actuales bajos tipos de interés, la inversión de capital extranjero y el avance del mercado de compra en detrimento del de alquiler, se ha formado en los principales núcleos urbanos del país. El precio de la vivienda aumenta ininterrumpidamente desde 2010, especialmente en ciudades como Múnich, Colonia, Hamburgo o Berlín. 

Carsten Krull es trabajador social en la capital alemana desde hace tres décadas. Lo ha visto prácticamente todo. Hoy dirige un centro diurno de acogida y asesoramiento para personas sin techo en el barrio occidental de Moabit. Por aquí pasa todo tipo de gente: desde alcohólicos vagabundos hasta trabajadores alemanes y extranjeros que, pese a contar con un empleo y un salario, no encuentran una vivienda que puedan pagar. 

Moabit es un claro ejemplo del desarrollo que ha experimentado el mercado inmobiliario en la capital alemana: hace una década, era un barrio con problemas estructurales, tráfico de drogas y considerado inseguro; hoy apunta a convertirse en la siguiente víctima de los procesos de gentrificación y especulación urbanística que están convirtiendo la vivienda en un bien escaso y, por consiguiente, extremadamente valioso en la capital alemana. 

“En Berlín, personas con un salario bajo apenas tiene la posibilidad de encontrar un apartamento. Y esa es una realidad que cada vez se extiende más”, explica Carsten Krull a El Confidencial. “Esta zona en la que tenemos nuestro centro era antes un lugar donde nadie quería vivir. Los cárteles de 'Se alquila' se quedaban durante años colgados en las ventanas. Entretanto, aquí ya se está mudando la clase media-alta. Si alguno de nuestro asesorados intenta alquilar un apartamento en esta zona, lo tendrá prácticamente imposible”. 

Si se le pregunta sobre los porqués del incremento del número de personas sin casa apuntado por el informe de BAG W, el trabajador social contesta que hay que diferenciar entre las personas sin techo que viven en la calle y aquellos ciudadanos con bajos ingresos (también conocidos como “trabajadores pobres) y dependientes de ayudas sociales. 

El primer grupo, marcado generalmente por el consumo de alcohol, drogas y también por las enfermedades mentales, tiene poco que ver con el desarrollo del modelo económico de Alemania durante el último cuarto de siglo. Ya estaban allí antes de 1990. La evolución del segundo grupo, sin embargo, sí presenta una relación directa con la neoliberalización de la locomotora económica europea. Haciendo repaso del perfil de personas a las que ha atendido durante los últimos años, Carsten Krull no tiene dudas: “La pobreza cada vez se amplía más en Alemania”. 

Sin estadísticas oficiales 

Pese a la creciente problemática, llama la atención que el Gobierno federal alemán no cuente con estadísticas oficiales sobre gente sin casa. Sólo un par de Estados federados confecciona un informe anual y de alcance regional. Tanto a Werena Rosenke como Carsten Krull les cuesta no ver una intencionalidad política en esa ausencia de cifras estatales. Los problemas que no están en la agenda, en definitiva, no existen para el electorado. 

Elfriede Brüning, directora del Centro para Personas Afectadas por la Escasez de Vivienda de Berlín, cree, no obstante, que la inexistencia oficial de estadísticas responde simple y llanamente a que la cifra de personas sin casa no interesa absolutamente a nadie en el mundo de la política. “Por eso le estoy agradecida a las miles de personas refugiadas que, gracias a su llegada a Alemania, llamaron la atención sobre la problemática”, dice a El Confidencial la trabajadora social. 

Brüning se refiere a la contribución estadística del alrededor de medio millón de refugiados llegados al país desde 2015 que hoy siguen sin techo. Sin ellos, el titular que abre este artículo no habría sido posible en 2017, y el impacto de la creciente realidad de personas sin casa en el espacio público, muy probablemente inexistente. 

Contra lo que se pueda pensar, la mayoría de personas que busca ayuda en el Centro para Personas Afectadas por la Escasez de Vivienda dirigido por Elfriede Brüning no responde a la imagen de vagabundos víctimas del alcoholismo y las drogas; la mayoría de los afectados asesorados por el centro son ciudadanos alemanes que vive temporalmente en casa de familiares o amigos ante la imposibilidad de encontrar una vivienda. En 2016, más de un 11% de los asesorados contaba incluso con un empleo. 

Luego está el grupo de “los sin techo invisibles”; es decir, personas que a primer golpe de vista parecen ciudadanos socialmente integrados, pero que en realidad no cuentan con una vivienda propia y peregrinan durante meses o incluso años entre sofás de amigos, centros de acogida e incluso la calle. 

Elfriede Brüning no tiene dudas: la cifra de personas trabajadoras, asalariadas e integradas socialmente que se ven afectadas por la falta de vivienda no ha hecho más que aumentar durante los últimos años en Alemania. Elfriede tampoco duda ni un momento en señalar la relación entre el modelo económico del país más rico de la UE y el creciente número de personas sin techo: “Siempre que hablamos con el Senado de Berlín [Gobierno regional de la ciudad Estado] sobre la necesidad de intervenir para que personas con poco dinero pudieran acceder a una vivienda, la respuesta era que el mercado se ocuparía de ello. El mercado, efectivamente, se ocupó y ahora tenemos una inmensa cifra de personas sin vivienda. Un día fuimos una economía social de mercado. El carácter social se quedó por el camino. Hoy sólo somos una simple economía de mercado”.

Reportaje publicado en El Confidencial.

viernes, 1 de diciembre de 2017

El 'Factor AfD‘ o el síntoma de que algo se rompe

Alternativa para Alemania (AfD) ha cambiado la realidad política de Alemania. El surgimiento y establecimiento del partido alemán de ultraderecha más exitoso desde 1949 supone un cambio de paradigma político para el país más poblado, rico y poderoso de la Unión Europea. La actual incapacidad de formar gobierno por parte de los principales partidos alemanes es una muestra de ello. Alemania está descubriendo un escenario que hasta ahora le era desconocido: el de la inestabilidad política.

AfD fue fundada en 2013. En aquel momento, pocos habrían podido imaginar que un partido "nacional, liberal y conservador" podría realmente abrirse paso a la derecha de la CDU-CSU capitaneada con mano de hierro por la todopoderosa Angela Merkel. La realidad es que la sola presencia del partido ultraderechista en el Bundestag (en el que es la tercera fracción más grande) condiciona toda la política de Alemania, que hoy es un país más vulnerable, más inseguro, más rodeado de incertidumbres.

El reciente fracaso de conversaciones exploratorias para formar un gobierno federal como el de la Jamaika Koalition (CDU-CSU, FDP y Los Verdes) deja la sensación de que, sin AfD en el parlamento federal, ese inédito ejecutivo de coalición habría sido posible. Pero los ultras de AfD han demostrado durante los últimos dos años que es un partido capaz de pescar votos en todos los caladeros políticos del país. Su 12,6% de votos en las pasadas elecciones federales del 24 de septiembre da cuenta de ello. Y el resto de partidos parece tomar cada una de sus decisiones (o no decisiones) con un ojo puesto en el fantasma ultraderechista, que hoy en Alemania tiene 92 diputados en el Bundestag. AfD paraliza, osbtaculiza o condiciona al resto de actores del tablero político germano.

AfD es un fenómeno transversal, es el primer partido de ultraderecha alemán que recibe un apoyo relevante entre electores que tradicionalmente no habían votado ultra. Eso es precisamente lo que hace temblar las piernas al establishment político de un país con la historia moderna de Alemania. El ultranacionalismo político ha dejado de ser un fenómeno extraparlamentario en Berlín y ello supone la ruptura del consenso de posguerra nacido en Alemania sobre las cenizas todavía humeantes del desastre de la Segunda Guerra Mundial

El 'Factor AfD' genera vértigo en Alemania, un país cuya estabilidad parecía indiscutible hace tan sólo unos años. Y más vértigo generan aún las incertidumbres que llenan el futuro cercano de un proyecto como la Unión Europea, con una nueva crisis financiera, un recrudecimiento de la crisis de deuda del euro o el ascenso de la ultraderecha en otros países de la unión como Francia, Holanda, Hungría, Polonia o los países escandinavos nublando el horizonte. 

Franco Delle Done y un servidor lo vimos venir y lo advertimos en Factor AfD. El regreso de la ultraderecha Alemania, un libro por el que muchos no dieron ni un duro en su momento y que, lamentablemente, está validando su tesis: AfD no es más que un síntoma de que algo se ha roto en el sistema político alemán, de que algo ya no está funcionando en la Unión Europea, de que la política tradicional, y especialmente una izquierda con un proyecto colectivo verosímil y verdaderamente alternativo al omnipotente dogmatismo neoliberal, debe reaccionar antes de que sea demasiado tarde.