sábado, 22 de agosto de 2009

Desde Israel...


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Saludos desde Tel Aviv. Con trabajo hasta el último momento y las prisas habituales que gobiernan mi vida, por dejarlo todo a última hora, no me dio tiempo ni a dejar un post para comunicar que me iba a Israel y a los territorios palestinos (ocupados). La razón: una invitación de la Universidad de Herzeliya para participar en el seminario estival Media in Conflicts (Mics 2009). El seminario, que empieza mañana y dura hasta el viernes, pretende formar a jóvenes periodistas que tienen como objetivo trabajar algún día como corresponsales o enviados especiales en zonas de conflicto latente o abiertamente armado. Es decir, lo que esta ocurriendo ahora mismo en esta región.

El seminario, por su programa y el perfil de los ponentes, parece tener un objetivo claro: hacer trabajo de lobby para apuntalar la imagen internacional del Estado de Israel, muy devaluada tras la última guerra de Gaza, entre posibles futuros informadores y, por tanto, creadores de opinión. Puede que sea un prejuicio ideológico, pero eso es lo que espero del seminario. Con todo, seguro que es una buena experiencia.

Después me quedan unos días libres: los dedicaré a ver la otra cara de la moneda, la de los que viven ocupados y bajo jurisdicción militar. Ramallah, Nablus, Hebrón, Jenin... Conmigo, los instrumentos de siempre: libretas, boli, cámara de fotos, grabadora y, sobre todo, mucha predisposición a escuchar y observar atentamente...

Os invito a que sigáis mis pasos en la llamada tierra santa bajo mi cielo bajo Berlin...

martes, 11 de agosto de 2009

U55: la nueva (y polémica) nueva línea de metro



Berlín tiene una nueva línea de metro. Es la U55. Una más que añadir al mapa de transporte metropolitano berlinés, pero no una línea de metro cualquiera. La U55 presenta unas características peculiares: para empezar, es la línea más corta de toda la ciudad (quizá incluso una de las más cortas del mundo): su recorrido apenas cubre dos kilómetros de distancia, desde la estación central de ferrocarriles hasta la Puerta de Branderburgo, pasando por el Parlamento alemán (tres estaciones en total); la U55 no cuenta con conexiones directas con otras líneas de metro: como la han definido con guasa algunos diarios berlineses, es como un islote rodeado de medios de transporte y aislado en tres estaciones bien autistas; y, por último, una de sus estaciones, la del Bundestag (el Parlamento federal alemán), es la más cara de todas las estaciones subterráneas berlinesas: su construcción ha costado alrededor de 60 millones de euros.

Para ver terminada la U55 ha habido que esperar casi 14 años, el tiempo que hace que comenzaron las obras. Acabarla ha salido finalmente por alrededor de 320 millones de euros, una suma nada despreciable si se tiene en cuenta que el Estado de Berlín acumula unas deudas estimadas en 60 mil millones de euros. El precio y el aislamiento de la U55 no tardaron en levantar críticas entre la opinión pública berlinesa: ¿por qué pagar esa suma por una línea de metro que los berlineses apenas utilizarán?, se preguntan algunos. Lo cierto es que más bien pocos berlineses de nacimiento o adopción utilizarán diariamente la U55: es díficil imaginarse que un habitante de Berlín tome la línea en la estación central de ferrocarriles para desplazarse hasta el Parlamento (apenas alejado unos 600 metros) y mucho menos para ir hasta la Puerta de Branderburgo, el destino preferido de los turistas que peregrinan en masa al símbolo de la capital alemana, pero donde nadie tiene su residencia.

La U55 fue oficialmente inaugurada el pasado sábado: sus tres flamantes estaciones quedaron abiertas al público, y por ellas circularon unas 70.000 pasajeros durante el fin de semana. ¿O habría que decir 70.000 visitantes? La atracción de la novedad es grande, pero una vez pasada, asaltan las dudas sobre el auténtico uso que tendrá la U55. Un paseo por la recién estrenada línea el lunes a las 11 de la mañana parece confirmar esos temores...

Al llegar a la mastodóntica estación central de trenes, el pasajero no lo tiene tan fácil para encontrar la entrada a los andenes de la U55: la boca exterior todavía está rodeada por vallas de obra, por lo que no es fácil distinguirla. Los carteles de señalización colocados en el interior de la estación confunden a aquellos que no están familiarizados con el transporte público berlinés. Una vez llegados a la escaleras que dan a los andenes de la U55, es fácil darse cuenta de que la mayor parte de pasajeros que esperan en la elegante estación son turistas: a los pocos berlineses se les distingue por vestir de forma más desaliñada que el resto, tener cara de no tener nada mejor que hacer que visitar la nueva línea de metro y por no llevar una cámara de fotos colgando y un mapa perennemente pegado en la mano.

Cuando le preguntamos a uno de ellos si es berlinés, nos responde con un orgulloso acento típico de la capital alemana: “Icke?...ja, icke bin berliner” (¿Yo? Sí, soy berlinés...). “Esto me parece un absurdo absoluto...¿para qué queremos los berlineses una línea que no nos lleva a ninguna parte. Desde luego, está claro que está pensada para los turistas. ¿Qué que hago aquí entonces? Pues ver lo que los políticos hacen con mis impuestos...”.

Llega el primer tren: vagones lacados con el típico amarillo del metro de Berlín, flamantemente nuevos, pero con una tela muy parecida a la con la que (con tan mal gusto) están tapizados los sillones de los vagones del resto de líneas. El metro en dirección Branderburger Tor sale puntualísimo, a penas un minuto y medio después llegamos a la parada del Bundestag. Ya hemos recorrido medio camino. Nos bajamos y admirados la enorme (y cara) obra de ingeniería. Columnas frías y grises, culminadas con claraboyas, nos reciben. Allí nos encontramos a Gunther, un berlinés jubilado de la periferia que pasea por la estación con los brazos cruzados tras la espalda: “Desde luego, no necesitamos esta línea para nada, pero tampoco encuentro mal que la hayan construido. El turismo la necesitará y eso es una fuente de ingresos para la ciudad”. Gunther habla de la imposición del Gobierno federal de continuar la construcción: el alcalde de Berlín, el socialdemócrata Klaus Wowereit, anunció su intención de cancelar las obras de la U55 a mitad de la construcción. El Gobierno federal le comunicó que si así lo decidía, el Senado de Berlín tendría que devolver los 128 millones de euros ya invertidos. La maniobra se hubiera convertido en una pérdida absoluta de tiempo y dinero para las ya malogradas arcas de la ciudad.

El último tramo de la línea nos lleva a la última estación, la de la Puerta de Brandeburgo. En apenas dos minutos llegamos a nuestro destino. Ha sido bautizada por algunos como la estación de la (re)unificación alemana: sus bocas dan al punto más simbólico del muro que dividió la ciudad durante casi 30 años. Las paredes de la estación están plagadas de fotos y referencias a momentos históricos que se vivieron en el escenario que simbolizó a la perfección la tensa paz provocada por la Guerra Fría. “Este tipo de obras son necesarias en nuestro un país, donde siempre estamos discutiendo si debemos remover el pasado. Crean puestos de trabajo y nos permiten mirar al futuro, liberarnos de los sentimientos de culpa que sigue arrastrando el pueblo alemán”. Habla Gerhard, un actor jubilado de 80 años residente en Berlín. Gerhard, que vivió en persona la caída del muro, reconoce que por el momento la línea no será de gran utilidad para los berlineses. “Lo será cuando se prolongue hasta Alexander Platz”. Oficialmente, algo previsto para 2017: con todo, muchos dudan de la viabilidad de la obra. Mientras tanto, la nueva (y polémica) línea de metro berlinesa seguirá aislada como un islote entre una amplia y eficaz red de transporte público, y un larga ristra de reliquias de la Guerra Fría.

sábado, 1 de agosto de 2009

Modelo Bauhaus: valioso regreso al futuro



Cuando se cumplen los 90 años de la fundación de la escuela Bauhaus, Alemania celebra una serie de actividades que conmemoran el nacimiento del movimiento vanguardista orientado hacia la utopía y al mismo tiempo identificado con lo funcional. “La escuela moderna radical de arquitectura y arte”, como define el crítico Deyan Sudjic la Bauhaus en su libro La arquitectura del poder, que los nazis identificaron con el marxismo y el radicalismo de izquierda.

Tras actividades similares organizadas en otras ciudades alemanas como Dessau y Weimar, que también fueron sedes de la Bauhaus, ahora le toca el turno a la capital: el museo berlinés Martin Gropius acoge desde el pasado 22 de julio y hasta el próximo 4 de octubre la exposición Modelo Bauhaus (Modell Mauhaus). Una visita fundamental, casi obligatoria, de todo amante de la arquitectura y las artes plásticas.

Se trata de la primera exposición surgida del esfuerzo coordinado de las tres instituciones que se encargan de gestionar el legado Bauhaus en Alemania: la Fundación Clásicos de Weimar, la Fundación Bauhaus de Dessau y el Archivo Bauhaus de Berlín. Con estas credenciales no sorprende la monumental oferta documental de la exposición: con 15 estaciones que ordenan cronológicamente más del 1.000 objetos procedentes del movimiento vanguardista, Modelo Bauhaus ofrece una abrumadora cantidad de material e información, además de un análisis transversal de lo que fue el movimiento y sus diferentes expresiones artísticas (pintura, escultura, diversas artes plásticas, diseño industrial, arquitectura así como conceptos de la organización del espacio público).

Para entender las raíces de la Bauhaus, qué mejor que citar a su fundador, Walter Groupius. Al referirse a las pinturas de los alumnos de la escuela durante sus primeros años, Walter Gropius dice: “Esas pinturas representaban una gran organización en oposición a la caótica realidad de aquel tiempo”. Tras la Primera Guerra Mundial, Gropius afirmó metafóricamente: “Ahora que el hierro está caliente, los artistas deben preocuparse de moldearlo”. En una situación de crisis económica y social, de valores y perspectivas, y quizá consciente de la sombra totalitaria que se cernía sobre Europa, Walter Gropius proponía modernidad utópica, y al mismo tiempo que funcional, para poner orden al caos que gobernaba el mundo.

Ese afán renovador, que sigue mostrando un carácter contemporáneo, no sólo pretendía establecer nuevos conceptos de diseño de objetos y edificios, sino también reformar el sistema educativo. Figuras como Paul Klee, Wassily Kandinsky o Lászlo Moholo-Nagy, profesores de la escuela durante su primer tramo histórico, participaron en ese proceso de renovación del modelo de enseñanza. Un proceso que no pasó inadvertido para el nacionasocialismo: no en vano, después de que la escuela Bauhaus fuera trasladada de Weimar a Dessau en 1925, su sede acabó llegando a Berlín de la mano de su cuarto y último director, Mies Van der Rohe. Allí, Van der Rohe intentó salvarla de la persecución de los nazis, sin éxito.

El crítico Deyan Sudjic deja clara la lectura política que el nacionalsocialismo hizo de la Bauhaus: “El hecho de que algunos arquitectos modernos como Hannes Meyer, el predecesor de Mies van der Rohe, fueran socialistas, mientras que Hitler admiraba el panteón clásico, convirtió la arquitectura en una discusión política. Durante un tiempo se cometió el error de suponer literalmente que la abstracción y la planta libre eran símbolos de una ideología política progresista y el clasicismo, la expresión física del autoritarismo de derechas”.

Con todo, la purga nazi no pudo acabar con el legado bauhasiano: prueba de ello es la instalación Do it yourself, establecida en el patio de luces del museo Martin Gropius, justo en medio de la exposición. La instalación, pese a estar firmada por Christine Hill & Volksboutique, lleva la impronta de IKEA. La multinacional de origen sueco se aprovecha de la exposición para hacer product placement sin disimulo alguno. IKEA hereda en sus productos la funcionalidad de la Bauhaus y también la democratización de su diseño gracias a los populares precios (precisamente, uno de los objetivos principales de la escuela durante la dirección de Hans Meyer era cubrir “las necesidades del pueblo” a través de la producción industrial masiva y a precios accesibles). Sin embargo, está lejos de innovar como lo hizo la escuela alemana. Queda claro, por tanto, que el legado de la Bauhaus sigue teniendo una enorme vigencia e incluso un valor futurista. La mirada que la exposición dedica al movimiento supone así un valioso regreso al futuro.