El inicio de la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un cambio de paradigma en las relaciones internacionales. Las predicciones de los analistas apuntan desde a una reedición de la Guerra Fría hasta al nacimiento de un tablero global fragmentado en diversos bloques que acabe con la globalización liderada por Occidente tras la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética.
Alemania, una potencia económica de primer nivel y política de peso medio, intenta resituarse en ese nuevo contexto internacional. Tres días después del inicio de la invasión rusa, con solemnidad y ante el Bundestag, el canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, calificó ese momento de impasse con la palabra “Zeitenwende” – traducido al castellano, algo así como “periodo de transición” –. Curiosamente – o no tanto –, la palabra “Wende” también se utiliza popularmente en Alemania para calificar la transición iniciada con la caída del Muro de Berlín en 1989 y culminada con la reunificación del país en 1990. La primera economía de la Unión Europea se encuentra sumida, por tanto, en un momento de redefinición de su papel en el mundo.
Haciendo retrospectiva de los últimos doce meses, la frenética sucesión de acontecimientos en plano internacional ha dejado al menos cuatro grandes transformaciones en la política exterior alemana: la decisión de enviar armamento a un país en guerra en contra de la tradición del país tras la Segunda Guerra Mundial; el refuerzo de las relaciones transatlánticas y de la OTAN como principal instrumento de Defensa para Alemania; la ruptura económica con Rusia y el consecuente fin de la dependencia energética por las importaciones fósiles del Kremlin; y la pérdida de peso en el tablero internacional y, especialmente, dentro de la Unión Europea, cuyo eje gira actualmente hacia el flanco oriental del bloque en una lógica de rearme frente a Rusia.
1. Nueva doctrina militar y armamentística:
Tras la traumática experiencia del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la República Federal apostó por intentar evitar el envío de armamento a regiones en guerra o de crisis como compromiso a no alimentar conflictos armados más allá de sus fronteras. Para implementar esa decisión histórica, y tratándose de uno de los principales países productores y exportadores de armas del mundo, Alemania cuenta con la llamada “cláusula de permanencia final” (Enverbleibsklausel, en alemán) que establece una autorización obligatoria de Berlín en caso de que un comprador de armas alemanas quiera revender o ceder el armamento a terceros países.
Esa política de exportación limitada de armas no siempre ha funcionado, como demuestra el caso de los fusiles de asalto G36 del fabricante alemán Heckler & Koch que sirvieron para violar derechos humanos y asesinar a estudiantes en México. La venta de armas a Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo Pérsico, que participan en guerras fuera de sus fronteras como la de Yemen, también ha motivado críticas dentro y fuera de Alemania.
El inicio de la invasión rusa de Ucrania supone, no obstante, un salto cualitativo en la doctrina militar y armamentística del Gobierno federal: poco después de que las tropas rusas cruzasen las fronteras ucranianas, Scholz anunció la intención de su Gobierno de invertir 100.000 millones de euros en el ejército alemán en lo que será el mayor rearme de la historia de la República Federal.
Esa ingente inversión busca volver a colocar a Alemania entre unos de los países que más gaste en Defensa dentro de la OTAN tras décadas de austeridad en sus propias fuerzas armadas. Esa contención presupuestaria en Defensa también tiene el telón de fondo histórico de que el militarismo no haya tenido buen cartel electoral en Alemania ya desde antes del fin de la Guerra Fría.
La implementación de ese presupuesto extraordinario no va a ser, sin embargo, tarea fácil. La dimisión el pasado diciembre de la ministra alemana de Defensa, la socialdemócrata Christine Lambrecht, así lo apunta. El también socialdemócrata Boris Pistorius – exministro de Interior del Estado federado de Baja Sajonia – asumió una cartera históricamente muy complicada en la República Federal. De momento, Pistorius parece estar en disposición de llevar adelante la reforma de la Bundeswehr. De puertas para fuera, muestra un alineamiento cerrado con la precavida postura de Scholz. El canciller ha expresado en diversas ocasiones su temor a que la actual situación desemboque en un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia y, por consiguiente, en la Tercera Guerra Mundial.
2. Reforzamiento de la dependencia trasatlántica:
Pese a ciertas resistencias, el Gobierno alemán ha mantenido un dubitativo pero constante suministro de armas al ejército ucraniano en coordinación con EE.UU. y con el resto de países de la OTAN. En este apartado, Scholz ha sido especialmente cuidadoso. Como han reconstruido diversos medios alemanes, como los semanarios Der Spiegel y Die Zeit, la condición que puso Scholz para dar luz verde al envío a Ucrania de tanques de producción alemana Leopard 2 fue que Washington hiciera lo propio con sus tanques de combate Abrams.
Ante la ya complicada imagen de ver de nuevos tanques alemanes combatiendo en Ucrania – la última vez fue durante la Segunda Guerra Mundial por orden de los nazis –, el Gobierno de Scholz quiere evitar a toda costa que el envío de armas pesadas alemanas al frente ucraniano sea interpretado como una decisión en solitario y por riesgo propio. Ese temor demuestra la dependencia que Alemania sigue teniendo de la OTAN – con EE. UU. al frente – y que muy probablemente se profundizará ya desechado el sueño de algunos líderes europeos de establecer una “autonomía estratégica” que hiciera a la Alianza Atlántica algún día prescindible en el seno de la Unión Europea.
Las voces que apuestan por un reforzamiento de la OTAN y de una mayor aportación de Alemania a la Alianza Atlántica se han hecho aún más fuertes en el debate público del país durante los últimos doce meses. Más allá de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) y de algunas voces dentro de la alianza de poscomunistas y exsocialdemócratas de Die Linke que niegan la necesidad de continuar dentro del bloqueo militar, en el parlamento alemán predomina el consenso sobre que el futuro de Alemania está dentro de la OTAN.
Esa posición es compartida por los cuatros grandes partidos históricos de la República federal: conservadores de la CDU-CSU, socialdemócratas del SPD, liberales del FDP y ecoliberales de Los Verdes. Ni siquiera entre los verdes, cuyas raíces descansan en el antimilitarismo de la década de los 80, hay voces de peso que pongan en duda el papel de la OTAN en la seguridad de Alemania. La actual ministra de Exteriores alemana, la co-vicepresidenta verde Annalena Baerbock, es, de hecho, una de las voces más pro-atlantistas y agresivas frente a Rusia de la actual política federal alemana.
3. Adiós definitivo al gas ruso:
Antes del 24 de febrero de 2022, Alemania importaba de Rusia la mitad del gas que consumían su industria y sus hogares. Hoy ese gas ya ha desaparecido del mercado energético alemán. A ello han contribuido las sanciones impuestas por Occidente a la economía rusa, la decidida decisión estratégica del Gobierno tripartito alemán – SPD, Verdes y liberales – de poner fin a las importaciones fósiles de Rusia y también el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que unían la Federación Rusa con la República Federal.
Esa dependencia energética no es precisamente una cuestión reciente: las importaciones de gas y petróleo de Rusia a la República Federal se iniciaron a finales de la Guerra Fría. Era la consumación del principio político “Wandel durch Handel” (“Cambio a través del comercio”), establecido con la Ostpolitik del canciller socialdemócrata Willy Brandt a finales de los sesenta. La normalización de las relaciones comerciales y económicas debía llevar a cambios políticos en el mundo bipolar establecido por la Guerra Fría y acabar desembocando en la reunificación alemana, como acabó ocurriendo en 1990.
La nueva política agresiva del Gobierno de Vladimir Putin en la histórica área de influencia soviética y el fin de la compra de hidrocarburos a Rusia – la principal relación económica entre ambos países – ha dado al traste con el principio político del “Wandel durch Handel”, lo que además ha dejado en mal lugar a no pocas figuras socialdemócratas alemanas, siendo el excanciller Gerhard Schröder – amigo íntimo de Putin que se enriqueció gracias a su presencia en la dirección de varias empresas energéticas rusas – el gran ejemplo.
El fin de la llegada del gas ruso no ha acabado dando lugar a los peores augurios proyectados el pasado año: es decir, un colapso económico a causa del cierre de la principal fuente de energía que alimentaba los procesos productivos de la industria alemana. A ello han contribuido un invierno relativamente suave, el ahorro en el consumo y también la importación de gas de Noruega y de gas licuado de EE.UU. y de otros países proveedores como Qatar. Ese gas licuado es, sin embargo, notablemente más caro que el gas que llegaba por los gasoductos procedentes de Rusia, lo que está encareciendo la producción industrial, reduciendo la competitividad alemana y contribuyendo a mantener elevada una inflación que cerró 2022 por encima del 8 por ciento en la primera economía de la UE.
Alemania ha conseguido eliminar a marchas forzadas su dependencia energética de Rusia, pero su economía – renqueante ya antes del inicio de la invasión – mantiene el reto de reconvertirse sin perder la competitividad a la que contribuía el acceso barato al gas ruso. El Gobierno alemán mantiene, de momento, su objetivo de convertirse en la primera potencia industrial del mundo que convierta las fuentes de energía renovables en la columna vertebral de su matriz energética.
4. Pérdida de peso geoestratégico:
El último viaje a Europa del presidente de Estados Unidos no lo llevó a Berlín. Tras visitar por sorpresa al presidente ucraniano Volodimir Zelenski en Kiev, Joe Biden pasó por Varsovia en una señal del peso que ha ganado Polonia en la relación trasatlántica entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con una política exterior comunitaria que sigue careciendo de una postura común en muchas cuestiones – como la Defensa o la política migratoria, por poner sólo dos ejemplos –, la Polonia gobernada por el partido ultranacionalista y ultraconservador PiS toma cada vez más relevancia en detrimento del liderazgo histórico del eje París-Berlín en la UE.
“¿No tiene usted la sensación de que Alemania, el socio tradicionalmente más importante de EE. UU. en Europa en cuestiones como la cooperación militar, está perdiendo poco a poco cada vez más peso?”, le preguntó recientemente un periodista de la redacción polaca del canal alemán internacional Deutsche Welle a Michael Roth, diputado federal socialdemócrata y presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Bundestag.
La respuesta de Roth rechazó cualquier tipo de “envidia” de Berlín respecto a Varsovia y realzó la reciente capacidad del canciller Scholz de convencer a Washington para que enviase tanques Abrams al frente ucraniano. Este último movimiento fue, curiosamente, interpretado en el extranjero como un síntoma de la debilidad y la dependencia del Gobierno alemán respecto al “hermano mayor americano”.
La política exterior de #Alemania ha sufrido 4 grandes transformaciones tras el inicio de la invasión rusa:
— Andreu Jerez (@AndreuJerez) March 1, 2023
- Nueva doctrina militar
- Mayor dependencia de la OTAN
- Adiós al gas ruso
- Temor a la pérdida de peso político
Un análisis en @esglobal_org https://t.co/nqDKdqm4Yy
Análisis publicado por el portal EsGlobal.org.
1 comentario:
Esperemos que la guerra entre Rusia y Ucrania finalice pronto para que toda la población civil afectada por la guerra de ambos bandos pueda descansar en paz y dejen de morir innecesariamente en una guerra que ellos no empezaron. Asimismo esperemos que Europa Occidental blinde sus ejércitos al máximo posible dotándolo de la mayor eficacia de combate para prevenir que esto jamás suceda delante de nuestras casas. Qué pena a todas esas personas que están muriendo para nada.
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