lunes, 16 de enero de 2023

La paradoja alemana


Es una crisis largamente anunciada, pero que comienza a notarse en cada vez más sectores del mercado laboral de Alemania. Si hace 10 años eran sobre todo las llamadas profesiones MINT – matemáticos, informáticos y científicos – las que sufrían la falta de mano de obra, cada vez es más habitual que guarderías, hospitales o las propias fuerzas de seguridad alemanas reconozcan serios problemas para cubrir los puestos vacantes. 

“Postúlate. Hablar alemán de manera fluida es indispensable”, anima a la audiencia un anuncio de la policía de Berlín difundido por redes sociales y diferentes plataformas de streaming de audio. La policía berlinesa hace tiempo que apuesta por las nuevas tecnologías y el lenguaje de los canales digitales para reclutar agentes entre las generaciones más jóvenes. El cuerpo policial de la capital alemana tiene cada vez más empleados con diferentes colores de piel, reflejo de la diversidad de la ciudad. 

Pero Berlín está lejos de ser representativo del resto de Alemania. La capital federal, con su dinámica economía y su amplia oferta cultural, es un polo de atracción para jóvenes de decenas de países tanto de Europa como de otros continentes. Mientras Berlín gana población, la mayoría de regiones de Alemania envejece a causa de una tasa de natalidad anual que a duras penas supera los 1,5 niños por mujer. 

La crisis de natalidad comenzó en Alemania occidental ya a inicios de la década de los 70. La República Federal dejó entonces atrás los años del llamado baby boom de postguerra – desde 1945 hasta finales de los 60 –, cuando la natalidad llegó a superar los 2,5 niños por mujer. La desaparecida República Democrática Alemana –socialista y oriental – también se sumió en esa crisis tras el hundimiento de la Unión Soviética y la reunificación alemana en 1990. La tasa de natalidad de los territorios orientales llegó a tocar fondo en 1993 con menos de un niño por mujer en una sociedad que prefería no traer descendencia al mundo ante la incertidumbre económica y vital a la que se enfrentaba por la desaparición del socialismo real. 

Tras la reunificación, la tasa de natalidad de las dos Alemanias fue emparejándose paulatinamente hasta rondar los 1,5 niños por mujeres durante la última década. A pesar de las ayudas públicas que intentan fomentar la maternidad y la paternidad, la tasa se mantiene estable y sin visos de que vaya a crecer notablemente a corto y medio plazo. La cifra es, a todas luces, insuficiente para hacer frente al “cambio demográfico” – como han bautizado el fenómeno algunos expertos –. La potencia industrial de Alemania se asoma así al abismo de una crisis demográfica que pone en jaque su modelo económico y su estado del bienestar.

      

Proyecciones 

El 2023 comenzó con una buena noticia para Alemania: la llamada locomotora económica europea cerró el pasado año con más de 45 millones de personas con empleo, cifra récord desde 1990, según anunció la Oficina Federal Estadística (Destatis). La noticia tiene, sin embargo, letra pequeña: esas buenas cifras se deben en buena medida a la inmigración que consiguió integrarse en el mercado laboral. Y hace tiempo que economistas y demógrafos advierten que el flujo migratorio que recibe Alemania es insuficiente para equilibrar la próxima jubilación de los últimos baby boomers que todavía trabajan. 

Destatis calcula que el mercado laboral alemán perderá hasta 2035 entre 1,6 y casi cinco millones de trabajadores en comparación con la actualidad. Las proyecciones que hace el Instituto para la Investigación del Empleo – IAB en sus siglas en alemán, dependiente de la Agencia Federal de Empleo – son todavía más pesimistas: el potencial de personas en edad activa a disposición de las empresas podría caer más de siete millones hasta 2035. Esa pérdida podría rozar los 9 millones en 2060. El IAB condiciona esa evolución a un factor fundamental: la llegada de extranjeros, el único recurso con el que Alemania puede combatir a corto y medio plazo los efectos de la crisis demográfica. 

Un estudio publicado en 2021 por el IAB dibuja cuatro escenarios: el primero plantea un país sin inmigración adicional, lo que supondría una pérdida de más de siete millones de personas en edad laboral y dejaría un mercado laboral con poco más de 31 millones de personas en 2060; el segundo plantea un país sin inmigración adicional, pero con la activación de mano de obra ya existente, lo supondría una pérdida de casi 4,5 millones de personas en edad laboral hasta 2035 y un mercado laboral con menos de 35 millones de personas en 2060; el tercer escenario dibuja una Alemania con una inmigración anual neta de 100.000 personas, lo que dejaría una población activa de unos 44 millones de personas en 2035 y un mercado laboral con una población activa de menos de 40 millones en 2060; el cuarto y último escenario proyecta una inmigración anual neta de 400.000 personas, que aumentaría la mano de obra disponible hasta los 47 millones de trabajadores potenciales en 2035 y dejaría un mercado laboral con casi 48 millones de personas disponibles en 2060. 

En resumen, la actual evolución demográfica de Alemania, sin una migración neta positiva y constante de al menos 100.000 personas al año, proyecta a una potencia industrial con un mercado laboral con menos de 35 millones de personas disponibles en 2060 – es decir 10 millones menos que la población activa con la que cerró Alemania 2022 – y en tendencia claramente descendente. 

“Sí, sin duda necesitamos inmigración adicional, aunque yo no confiaría únicamente en ella. Por un lado, intentaría que la gente que ya está aquí se quede – porque la tasa de emigración entre los extranjeros es considerablemente superior a la de los alemanes – y, por otro, animaría a la gente ya trabaja a que lo haga más tiempo”, dice Doris Sönlein, analista de IAB. “Por ejemplo, hay mujeres que trabajan a tiempo parcial, como yo misma, a las que tal vez les gustaría hacerlo más horas. También hay gente que quiere seguir trabajando en lugar de jubilarse”, añade. 


¿País de migración? 

La crisis demográfica de Alemania no sólo amenaza al mercado laboral. Menos gente cotizando supone también un impacto directo en el sistema de pensiones – que funciona bajo el principio de solidaridad intergeneracional: la población activa paga la jubilación de las personas mayores –, menos ingresos en forma de impuestos para el Estado, una probable disminución de la competitividad de Alemania como potencia industrial e incluso una pérdida del peso geoestratégico en el tablero internacional. 

Y a pesar de que Alemania necesita objetivamente más extranjeros – y de que las primeras oleadas migratorias ya llegaron en las décadas de los 50 y 60 desde Turquía, España o Italia –, el país sigue anclado en un debate sobre si es un país de migración o no. El último episodio de esa sempiterna discusión es la polémica generada por los disturbios registrados en diferentes ciudades del país el pasado Año Nuevo. Políticos y medios, predominantemente de centroderecha y ultraderecha, quisieron ver en la migración y la fallida integración de extranjeros – especialmente de origen árabe y musulmán – la razón principal de los disturbios, sin estadísticas concluyentes al respecto. El fácil acceso a potente pirotecnia o la exclusión social que sufren barrios conflictivos quedaron en segundo plano. 

Scharjil Ahmad Khalid en la mezquita
en la que ejerce como imam. 
© A.Jerez
“A las seis de la mañana, cuando la mayoría de la gente aún estaba con resaca de la noche de Año Nuevo, nosotros ya estábamos despiertos, rezamos y luego nos fuimos a limpiar y retirar basura en las calles de 280 comunidades de todo el país. Eso es nuestro compromiso con Alemania”, explica Scharjil Ahmad Khalid, imam de la comunidad musulmana Ahmadi, rama heterodoxa y reformista del islam con raíces en Pakistán, donde están perseguidos. 

Scharjil nació en 1994 en el estado federado de Hesse, en el oeste de Alemania. Sus padres llegaron desde Paquistán en la década de los 80 huyendo de la persecución. Tras completar la educación secundaria, estudio teología islámica y se convirtió en imam de su comunidad en Berlín. Habla un alemán sin acento extranjero y lleno de cultismos, tiene pasaporte alemán y un trabajo estable, pagas sus impuestos, es padre de un hijo y se declara patriota alemán, así como lo hace toda la comunidad Ahamadi, cuyos folletos incluyen los colores de la bandera nacional de la República Federal. Se puede decir, por tanto, que Scharjil es un ejemplo de integración. Pero incluso así, se enfrenta a discursos que lo excluyen de la ciudadanía en un país en el que ciertos sectores siguen diferenciando entre “ser alemán” y “tener pasaporte alemán” desde una perspectiva etnicista. 

“Lo triste es que también hay inmigrantes que lo ven así. Por ejemplo, tengo amigos de Polonia y Croacia. Cuando se juega la Copa del Mundo y les digo que la vamos a ganar, ellos responden: ‘¿Qué quieres decir con que la vamos a ganar? Tú tampoco eres alemán’”, explica el imam. “En la escuela esa situación era típica. Y la pregunta clásica cuando dices que eres alemán es: ‘¿Pero de dónde vienes realmente?’ Puedo entender que la gente se dé cuenta de que tengo raíces migratorias, porque así lo dice mi aspecto, pero no entiendo que no se pueda ser alemán por no corresponder con el aspecto típico de alemán, si es que tal cosa existe.” 


Medidas del Gobierno 

El actual Gobierno federal, conformado por socialdemócratas, verdes y liberales, quiere reducir las barreras que impiden que Alemania atraiga más migración y mantener a la mayoría de los extranjeros que están en el país. La primera medida es hacer más fácil el acceso al pasaporte: en el futuro sólo será necesario haber vivido cinco años consecutivos en Alemania, en lugar de ocho. Además, aquellas personas procedentes de fuera de la UE no tendrán que prescindir de su pasaporte original. La segunda medida prevé reducir la burocracia para la homologación de títulos académicos y profesionales extranjeros, otro de los grandes obstáculos que dificultan la integración de inmigrantes en el mercado laboral. 

Algunos políticos de la oposición conservadora acusan al Gobierno de “regalar” la ciudadanía y abrir la puerta a la inmigración masiva. En el caso de la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), el discurso llega en algunos casos a la conspiración del “gran remplazo”; es decir, que el Gobierno está remplazando de manera sistemática y voluntaria a la población cristiana y blanca por pueblos no europeos de cultura islámica. Alemania se enfrenta, por tanto, a la paradoja de que una solución a su crisis demográfica se convierta en un asunto con el que una parte del espectro político agita el miedo con fines electoralistas. 

La comunidad de Ahmadi es ejemplo de esa paradoja. Miembros de la comunidad musulmana, con más de dos décadas de residencia en el país, estudios y un perfil demandado en el mercado laboral, pueden recibir una orden de expulsión a Pakistán si así lo decide un juez. Scharjil Ahmad lo resume así. “Desperdiciar tanto talento es una vergüenza para esas personas, pero, sobre toto, una vergüenza para Alemania”.

Reportaje publicad por El Periódico de Catalunya.


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