Thorsten Schoppe, pequeño productor de cerveza, en su fábrica de Berlín. ®Andreu Jerez |
En un país que no ha vivido una huelga general desde 1945, lo único que podría provocar un paro masivo sería un aumento drástico del precio de la cerveza. Está reflexión la podrá escuchar el residente extranjero en Alemania en la mesa de cualquier bar en la que un grupo de gente disfrute de su Feierabendbier (palabra compuesta que significa «cerveza de después del trabajo»).
Los alemanes tienen una merecida fama de amantes de la cerveza. No en vano, su país produjo 95 millones de hectolitros en 2011, según datos de The Brewers of Europe, asociación europea de la industria cervecera. Sin embargo, las estadísticas absolutas engañan: los alemanes «sólo» consumieron 107 litros de cerveza por cabeza en 2011 y ocupan así la tercera posición en Europa, por detrás de República Checa y Austria.
Pese a que Alemania esté en el «top 3» de las naciones cerveceras europeas, una mirada a las estadísticas acumuladas rebaja el optimismo: el consumo cayó sin pausa entre 2007 y 2011. Y esa tendencia no parece que vaya a cambiar: en 2013, la producción disminuyó un 2 por ciento respecto al año anterior. La industria cervecera alemana aprovecha así cualquier oportunidad para vender su productocomo la bebida nacional por excelencia.
Pero no todos los productores germanos parecen igual de preocupados por el decreciente consumo: pequeñas marcas vienen ganando fuerza durante los últimos años en Alemania y levantan un interés cada vez mayor entre los medios y el público en general. Es el caso de Thorsten Schoppe, creador de una cerveza berlinesa de autor que lleva su apellido y cuya demanda supera holgadamente la capacidad de producción de su modesta fábrica.
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