Necesitaba tiempo para reflexionar sobre lo que pasó la madrugada del pasado domingo al lunes pasado. El asalto del ejército israelí a la flotilla con ayuda humanitaria que salió de Turquía en dirección a la bloqueada Franja de Gaza. Lo confieso: en un primer momento no pude creer que las IDF (Israeli Denfense Force) hubiesen usado fuego real contra los activistas, aunque fuesen islamistas radicales, pese a que como demuestran los testimonios a bordo de los barcos que formaban la flota había gente de todas las tendencias ideológicas y religiosas. Incluso viajaban judíos y ciudadanos árabe-israelíes. La acción del ejército de un Estado que se dice democrático no se puede permitir el lujo de atacar a civiles, al menos no impunemente. La acción debe tener consecuencias. La comunidad internacional debe castigar de alguna manera al Estado de Israel.
Durante mi visita a Israel y los territorios ocupados palestinos hace un año tuve la oportunidad, pese a la complejidad de la realidad del conflicto que azota a Oriente Próximo, de sacar una conclusión que me resulta irrebatible: el Estado de Israel y el movimiento neosionista han creado un sistema discriminatorio y racista similar al apartheid surafricano, tanto dentro de las fronteras israelíes como en en los territorios ocupados. Es exagerado y peligroso comparar ese sistema con los crímenes nacionasocialistas. Ese tipo de comparaciones demuestran una profunda ignorancia de la historia reciente, además de un populismo que puede dar alas al antijudaismo y antisemitismo mundiales.
Sin embargo, la acción militar contra la bautizada "flotilla de la libertad" supone un salto cualitativo en la forma en la que Israel ha estado usando su enorme superioridad militar en la región. El asesinato a sangre fría, casi me atrevería a decir la ejecución, de al menos 9 civiles en el abordaje puede ser interpretado de dos maneras: o bien fue un grave error de estrategia militar, o el actual gobierno de Israel ha destapado que realmente le importa bien poco lo que la comunidad comunidad piense y, lo que es peor, que desprecia el más mínimo resquicio de alcanzar algo parecido a la paz. La construcción mantenida de colonias en Cisjordania y en Jerusalén Este, así como el bloqueo de la Franja de Gaza, pese a la oposición de la comunidad internacional con Estados Unidos al frente, apuntan en esa dirección.
Es simplemente ridículo que Israel intente justificar su sangriento asalto alegando que sus soldados fueron atacados con palos y botellas rotas en el momento del abordaje el cual, además, tuvo lugar en aguas internacionales y por tanto fue ilegal. Simplemente, es un insulto a la inteligencia. Pocos días antes del acto de terrorismo de Estado israelí, leí un artículo del gran Rafael Sánchez Ferlosio. Un compendio de esos dardos que él llama pecios. Uno de ellos me pareció tremendamente atrevido, pero no por ello menos audaz:
Lo que pasó hace una semana confirma mis sospechas desatadas por el pecio de Ferlosio: el Estado de Israel y el neosionismo radical y racista que lo tienen secuestrado democráticamente están convirtiendo a aquéllo que tenía que ser el edén para los judíos en una pesadilla. Israel, desde luego, no va en la dirección correcta, y su propia sociedad debe ser la que despierte de ese mal sueño antes de que sea demasiado tarde.
Durante mi visita a Israel y los territorios ocupados palestinos hace un año tuve la oportunidad, pese a la complejidad de la realidad del conflicto que azota a Oriente Próximo, de sacar una conclusión que me resulta irrebatible: el Estado de Israel y el movimiento neosionista han creado un sistema discriminatorio y racista similar al apartheid surafricano, tanto dentro de las fronteras israelíes como en en los territorios ocupados. Es exagerado y peligroso comparar ese sistema con los crímenes nacionasocialistas. Ese tipo de comparaciones demuestran una profunda ignorancia de la historia reciente, además de un populismo que puede dar alas al antijudaismo y antisemitismo mundiales.
Sin embargo, la acción militar contra la bautizada "flotilla de la libertad" supone un salto cualitativo en la forma en la que Israel ha estado usando su enorme superioridad militar en la región. El asesinato a sangre fría, casi me atrevería a decir la ejecución, de al menos 9 civiles en el abordaje puede ser interpretado de dos maneras: o bien fue un grave error de estrategia militar, o el actual gobierno de Israel ha destapado que realmente le importa bien poco lo que la comunidad comunidad piense y, lo que es peor, que desprecia el más mínimo resquicio de alcanzar algo parecido a la paz. La construcción mantenida de colonias en Cisjordania y en Jerusalén Este, así como el bloqueo de la Franja de Gaza, pese a la oposición de la comunidad internacional con Estados Unidos al frente, apuntan en esa dirección.
Es simplemente ridículo que Israel intente justificar su sangriento asalto alegando que sus soldados fueron atacados con palos y botellas rotas en el momento del abordaje el cual, además, tuvo lugar en aguas internacionales y por tanto fue ilegal. Simplemente, es un insulto a la inteligencia. Pocos días antes del acto de terrorismo de Estado israelí, leí un artículo del gran Rafael Sánchez Ferlosio. Un compendio de esos dardos que él llama pecios. Uno de ellos me pareció tremendamente atrevido, pero no por ello menos audaz:
Lo que pasó hace una semana confirma mis sospechas desatadas por el pecio de Ferlosio: el Estado de Israel y el neosionismo radical y racista que lo tienen secuestrado democráticamente están convirtiendo a aquéllo que tenía que ser el edén para los judíos en una pesadilla. Israel, desde luego, no va en la dirección correcta, y su propia sociedad debe ser la que despierte de ese mal sueño antes de que sea demasiado tarde.
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