Son las 22 horas y 14 minutos de un día cualquiera en el aeropuertro de El Prat. Un día más pero diferente al tiempo. La mujer espera un vuelo que seguramente no partirá nunca. Al menos no aquel día. Por el modesto equipaje que la acompaña, suponemos que no vuela muy lejos, y si va lejos, no lo hará por mucho tiempo. Quizá una visita a un hijo que vive en el centro de Europa. Un exiliado económico más, pienso yo.
La nube de cenizas del volcán islandés de nombre impronunciable impedirá ese viaje tan deseado durante semanas por la madre. ¿Quién le iba a decir que cenizas voladoras tan caprichosas impedirían su viaje? Bien mirado, piensa la madre, lo tenemos merecido. Es como una bofetada que la naturaleza nos da a la humanidad, añado yo a los pensamientos de la madre imaginados por mi. Porque, ¿quién nos había dicho que el turismo de masas sin hora ni día y de precios democratizados por la fuerza del omnipotente y libre mercado iba a durar para siempre?
Ese turismo no fue más que una ficción más del ficticio bienestar basado en el crecimiento sin freno ni techo en el cual hemos vivido como anestesiados durante los últimos años, sigue hilando mentalmente la indignada madre, no ya por el retraso de su vuelo -eso ya es lo de menos- sino por la estupidez del hombre. Ese turismo de masas no es más que una mentira más de esta gran mentira. Todo es mentira.
Las 22 horas y 14 minutos. Y el tiempo no pasa. Se ha quedado como varado por la nube de cenizas, piensa la frustrada viajera. Pero es que, señora, esto es una foto, le respondo yo mentalmente. Y la fotografía mata el tiempo, congela la realidad, añado con ínfulas intelectuales. Perdona chiquito, usted ve la foto, pero yo la vivo. Y le digo que el tiempo se ha parado. Le doy la razón a la madre, por edad y porque ella vivió lo que yo sólo puedo imaginar que pasó a través de esa copia muerta que la fotografía me ofrece de la realidad. Sí, definitivamente, la naturaleza ha tomado, como siempre, la mejor de las decisiones posibles: parar la loca y gran mentira en la que se ha convertido este mundo.
La nube de cenizas del volcán islandés de nombre impronunciable impedirá ese viaje tan deseado durante semanas por la madre. ¿Quién le iba a decir que cenizas voladoras tan caprichosas impedirían su viaje? Bien mirado, piensa la madre, lo tenemos merecido. Es como una bofetada que la naturaleza nos da a la humanidad, añado yo a los pensamientos de la madre imaginados por mi. Porque, ¿quién nos había dicho que el turismo de masas sin hora ni día y de precios democratizados por la fuerza del omnipotente y libre mercado iba a durar para siempre?
Ese turismo no fue más que una ficción más del ficticio bienestar basado en el crecimiento sin freno ni techo en el cual hemos vivido como anestesiados durante los últimos años, sigue hilando mentalmente la indignada madre, no ya por el retraso de su vuelo -eso ya es lo de menos- sino por la estupidez del hombre. Ese turismo de masas no es más que una mentira más de esta gran mentira. Todo es mentira.
Las 22 horas y 14 minutos. Y el tiempo no pasa. Se ha quedado como varado por la nube de cenizas, piensa la frustrada viajera. Pero es que, señora, esto es una foto, le respondo yo mentalmente. Y la fotografía mata el tiempo, congela la realidad, añado con ínfulas intelectuales. Perdona chiquito, usted ve la foto, pero yo la vivo. Y le digo que el tiempo se ha parado. Le doy la razón a la madre, por edad y porque ella vivió lo que yo sólo puedo imaginar que pasó a través de esa copia muerta que la fotografía me ofrece de la realidad. Sí, definitivamente, la naturaleza ha tomado, como siempre, la mejor de las decisiones posibles: parar la loca y gran mentira en la que se ha convertido este mundo.
P.D: texto publicado en catalán en la sección "Peu de foto" del suplemento Quaderns Illacrua del Setmanari Directa. Fotografía de E. Navalón.
3 comentarios:
Ese Andreu! Que buena "la gran mentira"! Andas por aquí o que? Aidà
És molt bonic aquest article...
Gràcies Guifi!
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