martes, 1 de diciembre de 2009

Sobre la intrahistoria hondureña...

"Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una hora del sol y van a sus campos a proseguir la oscura silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que suele ir a buscar el pasado enterreado en libros y papeles, y monumentos, y piedras"

Son palabras extraídas de la obra de Miguel de Unamuno En torno al casticismo, palabras escritas en el siglo XIX pero que emanan una contemporaneidad absoluta. Y que engarzan a la perfección con la lógica de funcionamiento de los medios de comunicación de masas a inicios del siglo XXI. Y es que parece que la realidad mediática va por un lado y la real, la de a ras de suelo, va por otro. No es de otra manera en el caso de Honduras y sus recientes elecciones calificadas de democráticas por no pocos grupos de interés hondureños y extranjeros que defienden intereses propios ajenos a la democracia y a golpe de manipulación y mentira.

Las elecciones del pasado domingo ganadas por el candidato nacionalista-conservador Porfirio Lobo cumplieron con todos los cánones democráticos dignos de cualquier democracia que se precie, nos dicen machaconamente desde diferentes púlpitos ideológicos. Tan machaconamente que es inevitable pensar todo lo contrario. Más teniendo en cuenta que esas elecciones nacen de un golpe de Estado contra un presidente democráticamente elegido (Manuel Zelaya), y que los principales candidatos son (curiosamente) liberal-conservadores.

Los golpistas alegan que el golpe de Estado fue para salvar la democracia. Ello supone un peligroso precedente en América Latina: ¿quién decidirá entonces cómo y cuándo una democracia ha de ser puesta a salvo a golpe de golpe de Estado? ¿Quién nos protege de la dictocracia? ¿También habrían reconocido las elecciones los Estados Unidos si en lugar de Zelaya hubiese sido el presidente colombiano Uribe el que hubiese sido sacado a la fuerza, con nocturnidad y alevosía del poder? Son preguntas que provocan más preguntas, y que desasosiegan.

Mientras nos intentan vender que la democracia hondureña está a salvo, la intrahistoria hondureña, como dice Unamuno, el auténtico substrato del país centroamericano sigue su curso alejado de los focos lanzados por los grandes medios de comunicación sobre las zonas que interesa alumbrar. En esa intrahistoria, en las tripas de la Historia (con mayúscula), mientras la democracia está guardada a cal y canto, quedan impunes las más flagrantes violaciones de los derechos humanos. Un ejemplo: una compañera hondureña me pasa un escalofriante testimonio de una mujer antimicheletista violada por la policía hondureña.


Son retazos de la intrahistoria que no interesa: ni a los medios de comunicación ni a los salvadores de la democracia.

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