miércoles, 22 de octubre de 2008

Bosnia-Herzegovina: la herida abierta

Tiene que ser la maldita crisis. De todos los medios a los que me he dirigido para publicar el reportaje Bosnia-Herzegovina, la herida abierta, sólo he recibido 'nos' por respuesta o sencillamente silencio. En fin, como soy una persona altruista y me gusta compartir lo que hago, cuelgo el texto en mi blog.

Abrazos desde Alicante...

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Cuando el pasado agosto la guerra entre Georgia y Rusia por los territorios de Abjasia y Osetia del Sur irrumpió en la soporifera actualidad estival, el fantasma balcánico recorrió la espina dorsal de Europa. Expresiones como “limpieza étnica” e imágenes de masas de población civil huyendo de las regiones en guerra volvieron a aparecer en los medios de comunicación de todo el mundo. En Europa occidental se temió el inicio de otro conflicto de corte étnico como el que desangró a los Balcanes durante la primera mitad de la década de los 90.

Los Balcanes y el Cáucaso, dos regiones separadas geográficamente pero que comparten la esencia conflictiva de las zonas fronterizas situadas entre potencias medias o ex imperios venidos a menos. Regiones en las que conviven poblaciones de diferentes procedencias étnicas y religiones, y que a menudo se han convertido en el marco en el que poderes externos han dirimido sus conflictos de intereses.

El próximo diciembre se cumplirán 13 años de la firma del Acuerdo de paz de Dayton que puso fin a la guerra dentro de la guerra; es decir, al enfrentamiento armado a tres bandas entre bosnios musulmanes, serbiobosnios y bosniocroatas en Bosnia-Herzegovina. Una sucia y sangrienta guerra que, enmarcada en un conflicto de nivel bálcanico entre los países surgidos de la disolución del Estado yugoslavo, dejó alrededor de 150.000 muertos y un millón y medio de refugiados. 13 años han pasado desde que el sonido de armas ligeras y de morteros desapareciera de las calles y campos de Bosnia. Pero la guerra sigue sin estar cerrada: la herida sigue abierta.

Lejos de los focos de la actualidad

Bosnia-Herzegovina ya apenas es noticia. El país balcánico sólo provoca titulares en las portadas de diarios e informativos con detenciones estrella como la de Radovan Karadzic, ex líder serbosnio y más que probable criminal de guerra que ahora se enfrenta un proceso ante el Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia de La Haya. Cuando a principios de octubre los Ministros de Exteriores de la Unión Europea decidieron reducir considerablemente los efectivos de la misión de paz de la misión de la EUFOR en el país balcánico, los diarios que informaron sobre ello ventilaron el asunto con un breve o media columna. Quizá sólo el eco de las armas ligeras y los morteros convertirá de nuevo a Bosnia en noticia.

El país se recupera lentamente de la guerra civil. Es díficil pasear por las calles de la capital, Sarajevo, sin ver fachadas con agujeros de bala o incluso grandes boquetes de artillería pesada. Fueron más de 3 años de enfrentamiento armado que marcaron psicológicamente a la población del país y siguen condicionando su actual organización. Bosnia no es un Estado al uso. Dentro de él conviven dos entidades paraestatales: la República Srpska y la Federación Bosnia. En la primera se concentra la mayor parte de la población serbobosnia ortodoxa, mientras en la segunda conviven croatas católicos y bosnios musulmanes. Ambas entidades se limpian las heridas mientras se observan de reojo.

Nebojsa Savija-Valha es director de proyectos de la ONG Nansen Dialogue Center, una asociación de origen noruego que trabaja en el ámbito de diálogo interétnico, la mediación y la reconciliación en gran parte de los países de la antigua Yugoslavia. Nebojsa confirma la agudización de ese proceso de concentración de la población civil según criterios étnicos en Bosnia-Herzegovina: “Actualmente, entre el 60 y el 70% de la población de Sarajevo es bosnio musulmana. Ese mismo proceso también se está dando en la República Sprska, pero con la población serbiobosnia. Si te fijas en el número de mezquitas que han sido construidas en los últimos años en Sarajevo y alrededores, te darás cuenta de cuál es la comunidad que domina en la capital. Otro ejemplo: los directores de instituciones públicas y los profesores de universidad son prácticamente todos bosnios musulmanes. Mientras tanto, Banja Luca, la capital de República Sprska, se está convirtiendo en una ciudad poblada casi exclusivamente por serbiobosnios, y la parte oeste de Mostar, en la capital de los bosniocroatas. Esa tendencia responde al reparto de poder entre las élites de las diferentes comunidades. Se trata de un gran obstáculo para la reconciliación de la población bosnia”. Es la llamada etnocracia. Lejos quedan los años de mezcolanza y convivencia previos a la guerra.

Al otro lado de la frontera


República Sprska significa en serbocroata “República Serbia”. Son los restos del sueño de Radovan Karadazic de anexionar buena parte del actual territorio bosnio al proyecto de la Gran Serbia. A pesar de que la República Sprska pertenece oficialmente al Estado de Bosnia-Herzegovina, el visitante tiene la sensación de estar en un territorio que de facto pertenece a Serbia. Las banderas del país vecino cuelgan en calles y balcones, y gran parte de los letreros y señales están escritos en alfabeto cirílico. Ni rastro de la bandera oficial de Bosnia-Herzegovina.


Foca es una pequeña ciudad de la República Srpska situada a unos 50 kilómetros de Sarajevo. Fue unas de las primeras en caer tras la primera ofensiva de las tropas serbobosnias en abril de 1992. Antes del conflicto, la población de Foca estaba divivida prácticamente a partes iguales entre musulmanes y ortodoxos que convivían de forma pacífica y tolerante. Actualmente sólo quedan unos 1.000 bosnios musulmanes en Foca y alrededores. De las 11 mezquitas que había antes de la guerra, sólo una quedó en pie. Faruk, de 20 años, es el imán de la pequeña comunidad musulmana. Faruk reconoce que su posición en la ciudad no es la más cómoda: “Tengo que soportar malas miradas o alguna que otra palabra fea, amenazas no abiertas. El último susto lo tuve con la independencia de Kosovo. Una manifestación de unas 5.000 personas acabó frente a la mezquita. Los manifestantes comenzaron a recordar cosas tan horribles como la masacre de Sbrenica. Entonces me pregunté a mí mismo: ¿qué tengo que ver yo o la comunidad musulmana con la independencia de Kosovo?”. El joven imán se lanza la pregunta con una expresión de absoluta y resignada impotencia.

Mehmed Bradaríc es un ex maestro de Historia de la escuela de secundaria de Foca. Cuando estalló la guerra huyó con su familia al enclave de Goradze, dominado por tropas musulmanas. Su mujer y sus hijos se exiliaron a Alemania, pero Mehmed decidió cumplir con su deber de historiador y quedarse en su país para poder documentar lo que estaba pasando. Aguantó hasta abril de 1993, cuando decidió reunirse con su familia. De las notas tomadas por él sobre paquetes de cigarillos vacíos nació un libro en forma de diario. A Mehmed no le gusta hablar de la guerra, pero la conversación siempre acaba desembocando en ella: “Cuando daba clases antes del conflicto, le explicaba a mis alumnos la historia del apartheid en Suráfrica. Eso es lo que tenemos ahora en esta ciudad. Si pido trabajo siempre llega el momento en el que el empresario o el funcionario me pregunta dónde estuve durante la guerra. La moral de los musulmanes que volvieron es cada vez más baja. En la República Sprska es necesario que la gente entienda que la guerra ya pasó. Lo más duro es la presión psicológica a la que estamos sometidos. Hay que admitir que esa presión también la sufren los serbios que se quedaron en la Federación Bosnia. Si queremos construir una auténtica sociedad multicultural, multiétnica y multirreligiosa, no puede ser que yo, como maestro de escuela, sólo pueda dar clase a niños musulmanes”.

Ahora Mehmed lo tiene difícil para dar clases. Como musulmán, no es aceptado por el sistema educativo público de la República Sprska, así que trabaja para la asociación City Association of Returnees of Foca, que lucha por los derechos de los bosnios musulmanes que volvieron al municipio tras el conflicto. Con todo, el profesor no se resigna y se niega a dejar una ciudad que considera suya.

Sistema etnocrático

El pasado 5 de octubre se celebraron elecciones municipales en el país balcánico,
los cuartos comicios locales celebrados desde el fin de la guerra en 1995. Los resultados confirmaron el poder de los principales partidos gobernantes en los dos entes que forman el país. Según los datos de la Comisión electoral central, de los partidos serbios, la Unión de los Socialdemócratas Independientes (SNSD), del primer ministro serbobosnio, Milorad Dodik, ganó 35 alcaldías. El nacionalista y opositor serbobosnio Partido Democrático Serbio (SDS) conquistó 15 alcaldías. Entre las formaciones musulmanas, el nacionalista Partido de Acción Democrática (SDA) obtuvo 38 alcaldías, mientras que el multiétnico y opositor Partido Socialdemócrata (SDP), predominante en la zona industrial de Tuzla, sólo consiguió 9 municipios. En Sarajevo, el SDA controlará ahora 4 cantones y la SDP 2. El Partido para Bosnia-Herzegovina, del copresidente bosnio-musulmán Haris Silajdzic, que en los últimos años ha agudizado su retórica nacionalista, fue el gran perdedor de estas elecciones al vencer sólo en 4 municipios.

Realmente cuesta creer que la sociedad se esté reorganizando según criterios étnicos y religiosos. Pero las tendencias electorales echan luz sobre las raíces de ese proceso. Según Nebojsa Savija-Valha, de la asociación Nansen Center Dialogue, “tras la guerra, las tendencias nacionalistas de cada comunidad se organizaron políticamente. Las élites nacionalistas siguieron creando miedo y desconfianza entre la población civil. También hay que tener en cuenta la organización patriarcal dominante en las comunidades rurales, una manera de sistema social tribal en la que el patriarca, el padre de familia, sigue desempeñando un rol político. Eso queda en evidencia en las elecciones, que prácticamente son una manera de censar a la población: la mayoría de gente en las zonas rurales vota lo que le ordena el padre de familia. En Bosnia hay una organización etnocéntrica de la sociedad en la que la ciudadanía no se orienta por sus intereses de clase o ideológicos a la hora de depositar el voto, sino por el miedo a que las otras dos comunidades consigan más poder que la suya”.

La herida bosnia, en lugar de ir sanando, parece ir engangrenándose poco a poco. Los resultados de las recientes elecciones locales apuntan a esa dirección. Con este panorama, es inevitable preguntar a Nebojsa sobre una nueva posible guerra en un futuro próximo. “El impedimento fundamental es la falta de recursos: los ejércitos de Bosnia, donde hay unos 15.000 soldados en total, Croacia y Serbia están completamente exhaustos. Si el ejército serbio hubiera estado en buenas condiciones, entonces Kosovo no habría conseguido la independencia de una manera tan sencilla y rápida. A eso hay que añadir la presión internacional y el hartazgo de la población civil. De todos modos, las relaciones políticas entre las diferentes comunidades siguen siendo las mismas que justo antes de la guerra. En estos momentos no nos disparamos ni nos matamos unos a otros, pero la situación política, el sustrato de desconfianza entre las comunidades sigue siendo el mismo. De alguna manera, la guerra todavía no ha acabado”.

Nebojsa, que se declara ateo militante, afirma que muchas veces siente Bosnia como un país ajeno que cada vez tiende más claramente al reforzamiento de las estructuras étnicas y religiosas. El trabajador social es pesimista con respecto al futuro y afirma que la incertidumbre es la única seguridad para la próxima década: “Tengo miedo al futuro. Ni siquiera estoy seguro de que Bosnia-Herzegovina vaya a sobrevivir como Estado. La actual situación hace imposible la entrada del país en la Unión Europea, aunque desde luego eso nos daría la estabilidad política de la que ahora carecemos. De todas maneras, es imposible predecir qué será de nosotros en los próximos 10 años”.

Ljuljjeta Goranci es médico de formación, pero la vida y la guerra la llevaron a trabajar como periodista: durante el conflicto informó para la agencia Associated Press directamente desde Sarajevo, donde pasó ocho meses: “Muchos miembros de mi generación perdimos nuestra identidad yugoslava a principios de la década de los 90. Se derrumbó todo aquello en lo que habíamos creído, el país donde habíamos crecido y nos habían educado. Trece años después del fin del conflicto muchos hablan de una sociedad secularizada que no existe en absoluto. Bosnia está volviendo al clan, a la etnia, a la tribu. Sufro por el futuro de mis hijos: como atea, no quiero que ellos tengan que vivir en un país dominado por un credo, por una religión, por una sola forma de entender la vida y la sociedad”.

1 comentario:

Sara dijo...

felicidades por el repor.

una pena q la crisis no dé para publicar este tipo de información o para ayuda humanitaria...