El régimen nacionalsocialista erigido por Adolf Hitler no solo fue autoritario, militarista, racista y homófobo; también llevó a cabo un expolio sistemático de las más diversas propiedades, desde terrenos y fábricas hasta miles de obras de arte. Numerosas familias judías, por ejemplo, tuvieron que abandonar en su huida todo su patrimonio artístico; otras tuvieron menos suerte: antes de ser deportadas a una muerte casi segura en los campos de concentración, los nazis expropiaron su patrimonio cultural.
La colección de Corlenius Gurlitt podría ser un ejemplo más del enorme patrimonio cultural expoliado por el nazismo y heredado por la Alemania de posguerra tras la caída de Hitler.
Septiembre de 2010: la extraña actitud del anciano Cornelius Gurlitt, hijo de un historiador, marchante y coleccionista de arte colaboracionista con los nazis, llama la atención de la Policía aduanera en un control rutinario a bordo de un tren entre Zúrich y Múnich. La Policía encuentra en el equipaje de Gurlitt 9.000 euros en efectivo. Una cifra cuyo transporte en metálico entre Suiza y Alemania es legal. Sin embargo, el extraño comportamiento del anciano llama la atención de la Policía, que inicia una investigación por sospechas de delitos fiscales y patrimoniales.
En febrero de 2012, la Policía consigue una orden de registro del departamento de Gurlitt en la capital bávara: allí descubre una valiosísima colección formada por 1.280 cuadros que contiene obras de Picasso, Chagall, Matisse y Beckmann, entre otros nombres. Las autoridades mantienen en secreto el descubrimiento hasta que el semanario alemán «Focus» lo hace público el 3 de noviembre de 2013. Ahí empieza el caso Gurlitt para la opinión pública. Una historia todavía con final abierto.
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