Que la pasarela se apropia de la tendencias marginales hace tiempo que lo sabemos. El mercado, que lo aprovecha todo de todo, sabe rastrear el subsuelo de la cultura popular, localizar aquellas expresiones artísticas potencialmente mercantilizables y hacer dinero con lo que tiene vocación de contracultural y subversivo. El sistema cumple así sutilmente dos funciones vitales para su supervivencia: integrar lo antisistémico en el mainstreaming y echar más madera al fuego del mercado del arte para que el negocio no pare. Y es que, como canta aquel genial mc zaragozano, el dinero es la condena del hombre. Y eso también hace tiempo que lo sabíamos.
"Londres tiene a Banksy, Berlín tiene a Alias". Esta pretenciosa frase abría el artículo de prensa que me llevó a interesarme por el artista urbano berlinés que parece estar a la altura del genial y mercantilizado Bansky. Alias es el nombre de este artista que ahora da el salto a su primera exposición en solitario en la galería West Berlin, inaugurada el pasado cuatro de noviembre y abierta hasta el próximo 4 de diciembre: de la fugacidad underground del arte urbano, expresado en la calle a través del graffiti y los sticks, a la institucionalización eternizante de la galería y al sistema de la compra-venta. Supongo que el artista tiene el derecho de ganarse la vida con su trabajo, pero también la obligación de no traicionarse a sí mismo si su arte tiene la vocación de lanzar una mirada crítica sobre lo que está pasando en el mundo. Y en esa pelea tienen que hacer ejercicios de malabares gentes como Alias.
Banksy, mientras, parece estar mucho más allá: sus obras se cotizan por cientos de miles de dólares en las subastas más exclusivas, mientras la calle sigue siendo el escenario de su obra más genuina. Su firma ha sido absorbida definitivamente por el mercado del arte más agresivo, y en la galería de cualquier gran coleccionista que se precie no puede faltar una obra del provocativo artista londinense. La pregunta que nos asalta irremediablemente: ¿cuánto de subversivo le queda a un artista que realimenta la valoración de su obra con los precios que ésta alcanza en el estúpido mercado? La recomendable película Exit through the gift exit lanza una ambigua mirada sobre el fenómeno: en ella Banksy se ríe de aquéllos que se pelean por comprar su expresión (que precisamente mete el dedo en la llaga de la enfermedad social cuyo mercado del arte es el mejor ejemplo) sin dejar de negar que vive (y muy bien) de ello. Si el punk de los sesenta se vende ahora en lujosas recopilaciones, ¿veremos algún día trozos de pared con obras de arte urbano expuestas en las blancas salas de los museos nacionales?
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