lunes, 6 de mayo de 2019

'Epidemia ultra’: la ola reaccionaria que contagia a Europa

Las próximas elecciones europeas marcarán “el inicio de una nueva historia para Europa”. Mateo Salvini formuló esta profecía la semana pasada en una comparecencia en Budapest con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. La capital húngara fue la última escala de una frenética campaña que el ministro de Interior italiano y líder de la Lega lleva desplegando las últimas semanas con un objetivo explícito: que las fuerzas ultraderechistas, ultranacionalistas y euroescépticas consigan convertirse en la primera fracción del Parlamento Europeo en los comicios de finales de mayo.

Salvini prefiere no hablar de una alianza de derechas, sino de una “alternativa a los burócratas”. Es su estrategia para disfrazar las posiciones de partidos como Alternativa para Alemania (AfD), la Reagrupación Nacional francesa de Marine Le Pen, el Partido Popular danés, la misma Lega italiana o el FPÖ austriaco, con profundas diferencias, pero también con puntos en común: retórica xenófoba, cierre de fronteras, ultranacionalismo, euroescepticismo, revisionismo histórico e islamofobia.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué las familias conservadora y socialdemócrata, los dos grandes actores que históricamente han controlado el Parlamento Europeo, perderán muy probablemente la mayoría absoluta de la cámara? ¿Cuáles son los perfiles de los líderes ultras? ¿Qué los une? ¿Qué los separa? El libro Epidemia ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa, coordinado por el politólogo  Franco Delle Donne y por un servidor, intenta dar respuestas a todas esas preguntas: 15 autores, periodistas y académicos, ofrecen en él una mirada especializada sobre 13 países tan diferentes como, por ejemplo, Italia, Polonia, Bélgica, Grecia, España y Reino Unido, entre otros.


Cuatro crisis

Todos los países ofrecen unas peculiaridades marcadas por su historia nacional, las circunstancias económicas y el contexto geográfico. No obstante, a la hora de teorizar sobre los porqués del contagio ultraderechista, parece que todos comparten una serie de factores. El politólogo Sebastian Friedrich, uno de los mejores analistas sobre el joven partido ultraderechista AfD, lo expone de la siguiente manera: “Las crisis ante las que el proyecto ultraderechista reacciona son cuatro: la del conservadurismo, la de la representación, la del capital y la social”.

Por la crisis del conservadurismo Friedrich entiende la incapacidad de la democracia cristiana y las fuerzas conservadoras de postguerra para mantener la totalidad del votante tradicional a causa de una cierta “socialdemocratización” del discurso (que no de sus políticas); la crisis de la representación hace referencia al concepto de postdemocracia, es decir, la sensación que cunde en una parte del electoral de que las recetas económicas ya están escritas al margen del resultado que arrojan las urnas; la crisis del capital apunta a la crisis del capitalismo en su actual estadio neoliberal; y, para acabar, la crisis social señala las crecientes desigualdades económicas y el impacto en las clases asalariadas generado por la recesión global y la crisis financiera de la última década.

A pesar de estos factores comunes, las diferencias entre países también son destacables. Austria, por ejemplo, es el escenario de “la ultraderecha europea de primera hora", como titula el periodista Juan Carlos Barrena su capítulo dedicado a este país. Lo gobiernos de Gran Coalición con los que democristianos y socialdemócratas austriacos han gobernado buena parte de la historia reciente del país han banalizado el debate político impulsando al FPÖ, un partido de raíces nazis que hoy gobierna en coalición con los conservadores del Partido Popular Austriaco de Sebastian Kurz.

Bélgica, dividida identitaria y lingüísticamente, ofrece un patrón bien diferente. Las dinámicas nacionalistas internas se combinan con el centro de poder de la UE en Bruselas, que atrae a figuras como Steve Bannon, antiguo asesor de Donald Trump y fundador del think tank The Movement, con el cual financia y asesora al frente ultraderechista europeo. Por eso Bélgica puede ser considerada “el laboratorio” de la epidemia ultra que amenaza a todo el continente. Prácticamente ningún país está ya a salvo. La llegada de Vox al tablero político español es el último ejemplo.

Las próximas elecciones europeas amenazan con convertirse en un punto de inflexión en la historia de la UE de consecuencias todavía difícilmente predecibles. El analista político Raúl Gil lo explica gráficamente en su prólogo para Epidemia ultra: "La identidad europea fue herida de muerte en los años de la crisis económica y las políticas de austeridad. Una herida infectada por el nacionalismo, que está empezando a afectar a los órganos vitales”.

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martes, 9 de abril de 2019

Europa: ¿nueva ola de antisemitismo?



“Nadie os protege, nadie. Acabaréis todos en una cámara de gas”. Distrito de Schöneberg, Berlín, diciembre de 2017. Un ciudadano alemán amenaza abiertamente al empresario israelí Yorai Fenberg frente a su restaurante. El dueño del local graba la escena con su teléfono y posteriormente la sube a internet. El vídeo es reproducido por medios locales y reaviva automáticamente un debate en realidad nunca acabado en Alemania: ¿sufren el país y el resto de Europa una nueva ola de antisemitismo más de 70 años después del Holocausto, y pese a un intenso y constante trabajo de recuperación de la memoria histórica impulsado por el Estado alemán? 

Después de hacer público este caso flagrante de antisemitismo, Yorai Fenberg ha denunciado en numerosas entrevistas que su local sufre al menos un ataque a la semana: pintadas, pegatinas o llamadas amenazantes. Yorai es un ejemplo claro de una percepción creciente entre los integrantes de la comunidad judía europea: más de un tercio de los judíos que residen en doce países de la Unión Europea barajan la posibilidad de emigrar porque ya no se sienten seguros en el Viejo Continente. Ésta es una de las conclusiones a las que llega el informe Experiencias y percepciones de antisemitismo, publicado el año pasado por la Agencia de la Unión Europea para Derechos Fundamentales (FRA, en sus siglas en inglés). 

El estudio basa sus conclusiones en entrevistas en profundidad a más de 16.000 judíos, religiosos o seculares; se trata, por tanto, de un informe que refleja la percepción del antisemitismo en el seno de la comunidad judía europea. Y su resultado no deja lugar a dudas: alrededor del 90% de los entrevistados residentes en Bélgica, Francia, Alemania, Holanda, Suecia y Reino Unido consideran que el antisemitismo fue especialmente alto en esos seis países entre 2012 y 2018. El 70% de los judíos entrevistados en los otros seis países incluidos en el estudio (Hungría, Italia, Polonia, España, Dinamarca y Austria) también tiene la percepción de que el antisemitismo creció considerablemente en sus respectivos países de residencia durante ese mismo periodo. 

Pero no se trata sólo de una cuestión de percepción. También hay cifras oficiales. Francia es tal vez uno de los casos más flagrantes en Europa: en 2018, hubo 541 actos de corte antisemita en el país galo. Ello supuso un 74% más que el año anterior. El ministro de Interior francés, Christophe Castaner, llegó a afirmar que "el antisemitismo se extiende como un veneno”. Repuntes estadísticos similares se dan en otros países europeos como Alemania, Reino Unido o Bulgaria.

Esas cifras oficiales, sumadas a estudios como el de la FRA, generan automáticamente dos preguntas sobre un fenómeno que tiene largas raíces históricas en Europa: ¿realmente sufre el Viejo Continente una nueva ola de antisemitismo? Y si es así, ¿cuál o cuáles son sus causas principales? ¿Tiene acaso que ver ese recrudecimiento con un antisemitismo importado del mundo árabe y predominantemente musulmán? 

“Yo creo que no hay ninguna duda de que hay un recrudecimiento del antisemitismo”, responde a la primera pregunta Martín Gak, judío secular, doctor en filosofía y corresponsal en religión y ética de la televisión alemana internacional Deutsche Welle.“El antisemitismo más insidioso y el que tiene una tradición más larga en Europa es el antisemitismo de derecha. La iconografía del judío eterno, la iconografía del judío usurero que está preparando una invasión externa para poner en jaque la unidad nacional, étnica y religiosa está muy presente en la actualidad”, dice Gak respecto a la segunda pregunta. “La idea de una guerra económica es, por ejemplo, la estrategia que está usando Viktor Orbán en Hungría para atacar a la Unión Europa. Hay en todo esto un elemento identitario, que define el antisemitismo de hoy como lo definía hace 70 años y que no viene de la comunidad musulmana ni de los que están escapando de las bombas sirias”. 

Para el analista, el antijudaísmo estructural, ya existente en Europa mucho antes de la llegada de la inmigración musulmana o de la llamada crisis de refugiados procedentes de Oriente Próximo en 2015, es la principal fuente del actual recrudecimiento del antisemitismo en el Viejo Continente. Con una diferencia: ahora vuelve a haber partidos capaces de canalizar electoralmente ese antisemitismo latente durante décadas. El lepenismo en Francia, el oficialismo del partido Fidesz en Hungría o el gobierno ultranacionalista polaco son sólo algunos ejemplos. 

Para algunos resulta, no obstante, tentador apuntar a la llegada a Europa de refugiados musulmanes para explicar ese repunte antisemita percibido por la comunidad judía. El último informe del Bundestag (parlamento federal alemán) sobre el antisemitismo señala en esa dirección: la llegada de musulmanes al país aumenta la sensación de inseguridad de la comunidad judía residente en Alemania. Sin embargo, esa percepción choca de bruces con la realidad estadística que ofrece el mismo informe: el 90% de los ataques antisemitas en Alemania sigue siendo obra de la ultraderecha.

“Cuando uno escucha a gente como Bannon, Lepen o Pegida [Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente] hablar de judeocristianismo, no estamos más que ante una chicana. Cuando fuerzas de ultraderecha marchan en el estado alemán de Sajonia con la bandera de Israel, está claro que se trata de un proyecto de lavado de reputación política”, reflexiona Martín Gak, que apunta así al sionismo de las nuevas ultraderechas europeas como una forma de intentar eliminar las sospechas de antisemitismo y también de estrechar lazos con el gobierno ultranacionalista y ultraconservador israelí del primer ministro Benjamin Netanyahu, quien no ha tenido reparos en acercarse a algunos movimientos ultras europeos y del resto del mundo.

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, fue el último líder ultraderechista en visitar oficialmente Israel y reunirse con él. Tras visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén, Bolsonaro llegó a decir que el nacionalsocialismo alemán fue un fenómeno de izquierdas. Las nuevas ultraderechas europeas, marcadamente islamófobas, suelen entender además Israel como un ariete contra la presunta invasión árabe e islamista. 

“Después está la cuestión de las actitudes respecto al judaísmo de inmigrantes musulmanes y de las segundas, terceras o cuartas generaciones de musulmanes en Europa”, puntualiza Martín Gak. “Ahí la situación es mucho más complicada, una situación de judeofobia, de aprensión al judío que está cruzada por variables como la posición de Israel respecto a los palestinos, la educación importada desde Turquía, Marruecos o Siria a Europa, o la falta de judíos en los lugares en los que esos musulmanes europeos se mueven. Pero esta última es una posición mucho menos consistente que el antisemitismo ultraderechista europeo, que está totalmente asentado y trabaja en el subterráneo. Definitivamente, no es cierto que el antisemitismo europeo haya desaparecido. Ha desaparecido solamente del espacio público”. 

¿Es antisemita ser antisionista? 

El informe sobre antisemitismo elaborado por la FRA no deja lugar a dudas: los judíos residentes en Europa tienen ahora más miedo que antes a ser víctimas de un ataque o de una discriminación por su simple condición de judíos. No obstante, el informe tiene la limitación de basarse sólo en la percepción de los entrevistados y en lo que ellos consideran antisemita. ¿Es, por ejemplo, antisemita una crítica al Estado de Israel por su política de ocupación de los territorios palestinos?

“Especialmente en Facebook hay muchos comentarios antisemitas o antiisraelíes con carácter antisemita”, dice una mujer judía de 50 años residente en Alemania, en una de las declaraciones recogidas en el informe elaborado por la agencia comunitaria. La entrevistada no específica, sin embargo, qué es para ella un comentario antiisraelí de carácter antisemita, algo que parece fundamental en un momento en el que las fronteras entre el antisemitismo y las críticas al Estado de Israel o el antisionismo parecen menos claras que nunca. El caso de Ronnie Barkan y Stavit Sinai es prueba de esa confusión, en ocasiones provocada por ciertos actores políticos para deslegitimar las críticas al gobierno israelí y al propio Estado de Israel. 

Ronnie y Stavit son judíos, israelíes residentes en Alemania y activistas del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS, en sus siglas en inglés), una campaña global que desde hace más de una década presiona para acabar con lo que considera un sistema de apartheid levantado por el Estado de Israel contra todos aquellos de sus ciudadanos no judíos y, especialmente, contra los palestinos de los territorios ocupados y en la diáspora. Pese a ser descendientes de supervivientes del Holocausto, Ronnie y Stavit se enfrentan a menudo a acusaciones de antisemitismo por su activismo en el BDS. 

El BDS es especialmente controvertido en Alemania por las asociaciones psicológicas con el boicot puesto en marcha por los nazis con su llegada al poder en 1933 bajo el lema “No compres a judíos”. El movimiento fue incluso incluido en el Informe de los Servicios de Inteligencia de la ciudad-Estado de Berlín como un ejemplo de activismo antisemita. 

“Yo nunca hablo de judíos, sino de sionistas. Porque el judaísmo no tiene nada que ver con el sionismo. De hecho, muchos de los sionistas alrededor del mundo son cristianos”, puntualiza Ronnie, que no puede evitar tomarse a broma las denuncias de antisemitismo que enfrenta en numerosos medios alemanes. Los activistas israelíes van un paso más allá y cargan contra el actual uso del adjetivo antisemita que, en su opinión, es usado como “un arma política para silenciar a disidentes o críticos de Israel”. Para Ronnie y Stavit, la fusión de los conceptos de judaísmo y sionismo es ya antisemita en sí misma. 

“Uno de los grandes éxitos de la ultraderecha europea es precisamente haber conseguido presentarse a sí misma como un proyecto de centro-derecha, además de usar el sionismo como el certificado kosher para su antisemitismo, un antisemitismo que es aceptado incluso por el Estado de Israel”, dice Martín Gak. 

Para ejemplificar esta afirmación, que puede sonar algo provocadora, el analista toma el país que considera la vanguardia del rebrote del antisemitismo en el Viejo Continente: Polonia. “Ahí tenemos la combinación perfecta de islamofobia sin Islam y del antisemitismo sin judíos”, dice Gak al referirse a la baja tasa de población judía y musulmana residente en Polonia. “Al mismo tiempo, en el caso polaco vemos la autoexculpación. Una autoexculpación que incluso prohíbe con leyes sostener que Polonia participó en el Holocausto. Y cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dice que los polacos fueron colaboracionistas de los nazis, y el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, se queja, Netanyahu acaba pidiendo perdón. Polonia muestra actualmente signos de catástrofe casi constantemente”. 

El historiador judío de origen alemán Saul Friedländer sobrevivió a la última gran catástrofe sufrida por los judíos en suelo europeo gracias que fue ingresado por sus padres con una identidad falsa en un internado católico de Francia. Su padre y su madre acabaron muriendo en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, en el actual territorio de la república de Polonia. 

El pasado enero, Friedländer habló ante el Bundestag alemán en su condición de sobreviviente al Holocausto. Y recordó que el antijudaísmo que repunta actualmente en Europa no es más que la expresión de un fenómeno más amplio: “El antisemitismo es sólo un de los flagelos a los que están sucumbiendo lentamente una nación tras otra. El odio al extranjero, la tentación de formas de gobierno autoritarias y especialmente un nacionalismo cada vez más grave se extienden por todo el mundo de una manera cada vez más preocupante”.

Artículo publicado en Esglobal.org.

lunes, 8 de abril de 2019

Votando en furgo: así lucha el personal de la embajada contra su limbo legal

Votando en furgoneta frente a la embajada española en Berlín. © Andreu Jerez
La imagen que abre este artículo ilustra a la perfección la tierra de nadie en la que se mueve desde hace años el personal laboral del servicio exterior español: trabajadores de la embajada de España en Berlín eligen a sus representantes para el establecimiento de un comité de empresa en una furgoneta frente al edificio diplomático. No es una situación que los empleados hayan elegido. El embajador prohibió expresamente la votación dentro del recinto diplomático, lo que les obligó a organizar el voto en esta “cabina electoral móvil” con ayuda del sindicato alemán Ver.di. 

Tras años de indecisión, los alrededor de 60 integrantes del personal laboral, el más numeroso de la principal representación diplomática española en Alemania, ha decidido acabar con la falta de representación sindical. O al menos intentarlo. El objetivo es establecer un marco de negociación colectiva con la embajada y, por tanto, con el Ministerio de Exteriores español, su empleador último.

Pese a la negativa de la embajada a que la votación se celebre dentro del recinto, los trabajadores se amparan en el derecho laboral alemán, al cual están sometidos sus contratos de trabajo. El mensaje del sindicato Ver.di es claro: los contratos firmados por el personal laboral de la embajada establecen expresamente que es la ley alemana la que se aplica en caso de conflicto. Hay incluso varias sentencias de tribunales alemanes que así lo establecieron en casos precedentes similares. Con todo, y según denuncia Ver.di, la embajada no sólo se niega a aplicar el derecho laboral español, sino también el alemán, lo que deja a los trabajadores en un limbo legal a la hora de intentar establecer un marco de negociación colectiva. 

“En todas las embajadas en Alemania se aplica el derecho laboral alemán; ello también vale para la ley de régimen de empresa, que establece que a partir de cinco trabajadores, estos pueden elegir un comité”, explica a El Confidencial Andreas Kuhn, secretario sindical de Ver.di en Berlín y Brandeburgo. Kuhn especifica que el derecho a elegir a un comité de empresa está tan protegido por la correspondiente ley alemana, que en caso de que el empleador intente impedirlo, se expone a sanciones. “El embajador debería repensarse su posición antes de que Ver.di inicie un procedimiento legal por el impedimento de la votación”, advertía Kuhn antes de la votación este jueves. 

“No hay ninguna norma alemana que diga que aquí haya que elegir un comité de empresa con sindicatos alemanes. Las elecciones de representantes sindicales están clarísimas, reconocidas en la Constitución y en la legislación europea”, responde a El Confidencial Ricardo Martínez Vázquez, embajador de España en Alemania. “Pero Ver.di está confundiendo una cosa: en Alemania, los sindicatos alemanes ponen en marcha las elecciones para representantes sindicales en todas las empresas, incluidas las españolas. Hay una sola excepción: todas las embajadas. Los representantes sindicales de las embajadas se rigen por la ley nacional, porque, como será sencillo de comprender, a la Embajada española en Berlín no entra la policía alemana ni los sindicatos alemanes. Aquí las elecciones sindicales se hacen con los sindicatos españoles”. 

Tras acogerse a la soberanía nacional para defender el rechazo de la votación, el embajador añade que las negociaciones para la celebración de una elección de comité de empresa para el personal laboral exterior están paradas debido al adelanto electoral y que hay un liberado sindical en Madrid que no está haciendo su trabajo. Desde el colectivo de trabajadores responden, sin embargo, que llevan años esperando a que se establezca ese espacio legal de negociación colectiva, sin resultado alguno.

Preguntado sobre el hecho de que los contratos del personal laboral estén sometidos expresamente a la ley laboral alemana, el embajador Martínez responde: “A los contratos laborales se les aplica, como establecen los acuerdos bilaterales con Alemania, la legislación laboral sobre higiene y seguridad en el trabajo, sobre el despido o incluso si hay que ir a un juicio laboral. Pero no en el ejercicio de los derechos políticos, que son sagrados de la soberanía española. Ver.di está rompiendo la ley metiéndose en algo que no le compete. ¿Me pregunto si se atreverían a hacer lo mismo con los franceses o con los americanos?”. 

Trasfondo de la escalada 

El personal del servicio exterior español se divide en tres grupos: el personal diplomático, los funcionarios destinados a destinos extranjeros y el personal laboral con contratos de empleados públicos. Los dos primeros cuentan con condiciones extraordinarias, como, por ejemplo, la liberación fiscal, mientras que los segundos se quejan de unas condiciones salariales y laborales cada vez más precarias, con el agravante de que la tierra de nadie en la que se encuentra, sin representación sindical, les impide negociar convenios colectivos que mejoren su situación. Integrantes de ese personal laboral temen incluso represalias en caso de hacer públicos sus casos y de seguir presionando para el establecimiento de un marco de negociación colectiva. Por eso prefieren mantener el anonimato. 

La gota que ha colmado el vaso, y que los ha llevado a forzar la elección de un comité de empresa, es la amenaza de quedar fuera la Seguridad Social española, a la que siguen cotizando pese a que sus contratos dicen que están acogidos al derecho laboral alemán. Como recuerda la embajada en un comunicado emitido el miércoles de esta semana y en respuesta a una nota de prensa del sindicato Ver.di, el Reglamento 883/2004 aprobado por el Parlamento y el Consejo Europeos en abril de 2004 “exige que las personas que ejerzan una actividad por cuenta propia o ajena en un Estado miembro, estén sujetas a la legislación en materia de Seguridad Social del mismo, pues el objetivo de la norma es que quien obtiene los beneficios de la cobertura social de un determinado Estado, cotice en ese mismo Estado, en este caso en Alemania”. 

Esta medida, que se deberá consumar como muy tarde hasta mayo del año próximo, supondrá una pérdida de poder adquisitivo de entre un 15 y un 17%, según cálculos sindicales, ya que las cotizaciones en Alemania son considerablemente más altas en Alemania que en España. Ello, sumado a una congelación salarial acumulada durante 12 años denunciada por los trabajadores, ha hecho que la situación escale y que el personal laboral de la embajada en Berlín decida acogerse al derecho a negociar un convenio colectivo con estándares alemanes a través de un sindicato alemán y de su correspondiente comité de empresa. Quieren así acabar con una situación que consideran absurda: que sus contratos estén sujetos a la legislación laboral alemana y que estén obligados por ley a cotizar en el sistema social alemán, y que, al mismo tiempo, la embajada y el Ministerio de Exteriores sólo consideren interlocutores válidos a los sindicatos españoles. 

Terreno legal desconocido 

Andreas Kuhn, del sindicato Ver.di, reconoce que hasta ahora no ha habido ningún caso similar en ninguna otra embajada en Alemania, con lo que se está pisando territorio legal desconocido. Ver.di insiste en que la embajada está obligada a reconocer como interlocutores a los representantes salidos de la elección de este jueves, y también a correr con los gastos de la elección, de su actividad sindical así como a cederles un espacio dentro de la embajada. Estas serán las primeras demandas del nuevo comité de empresa. 

La respuesta del embajador no parece dejar lugar a dudas sobre cuál será su posición, con referencia indirecta a la cuestión catalana incluida: “Yo no puedo incumplir la ley española y espero que los alemanes respeten la ley alemana y también la española. Porque como empecemos todos a jugar a que nos salirnos de la ley… bastantes problemas estamos teniendo en España con gente que no cumple con la ley para que creemos más problemas de estos. Hay que respetar la ley, y si no nos gusta, hay que cambiarla por la vía democrática. Pero lo que no se puede hacer es convocar unilateralmente cosas que son claramente ilegales”. 

Si nada cambia, todo apunta que el caso acabará en los tribunales alemanes y quién sabe si podría generar un precedente legal que establezca más claramente los límites de la inmunidad de las representaciones diplomáticas dentro de los Estados miembro de la Unión Europea.

Reportaje publicado en El Confidencial.

martes, 19 de febrero de 2019

Judíos, israelíes y acusados de antisemitismo en Alemania

Ronnie Barkan, Stavit Sinai y Majed Abusalama, en Berlín. © Andreu Jerez
“Los alemanes tienen que madurar, tienen que pasar página. Ya es hora de que dejen de apoyar a aquellos que están cometiendo crímenes contra la humanidad. Si aprendieron algo del Holocausto, entonces tendrían que saber que hoy deben apoyar los derechos de los palestinos”. 

Decir una frase así en público no es un paso sencillo en Alemania. La sombra de los crímenes cometidos por el nacionalsocialismo y del Holocausto sigue marcando la vida política del país, y condicionando las opiniones públicas sobre Israel. Las críticas contra el Estado fundado en 1948 y que debía convertirse en el lugar seguro para los judíos del mundo, pueden tornarse rápidamente en acusaciones de antisemitismo todavía hoy en Alemania, más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota del hitlerismo. 

El autor del párrafo que abre este artículo es, sin embargo, Ronnie Barkan, judío, israelí y activista del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS, en sus siglas en inglés), una campaña global que desde hace más de una década intenta presionar a la comunidad internacional para acabar con lo que considera un "sistema de apartheid" levantado por el Estado de Israel contra todos aquellos de sus ciudadanos no judíos y, especialmente, contra los palestinos de los territorios ocupados y en la diáspora.

Ronnie no puede evitar dibujar una sonrisa ante la siguiente pregunta: ¿se puede ser judío y antisemita? El movimiento BDS se enfrenta desde hace tiempo a ese tipo de acusaciones en Alemania por su activismo y denuncia de las operaciones del ejército israelí y la ocupación de Cisjordania o el bloqueo de la Franja de Gaza. 

El BDS es especialmente controvertido en Alemania por las asociaciones psicológicas entre su campaña y el boicot puesto en marcha por los nazis con su llegada al poder en 1933 bajo el lema “No compres a judíos”. La Oficina de Defensa de la Constitución de la ciudad-Estado de Berlín incluso incluyó al BDS en su capítulo dedicado al antisemitismo después de que sus activistas boicoteasen con éxito un festival de música cofinanciado por la embajada israelí en la capital alemana. 

“El sionismo es claramente supremacista, racista, ultranacionalista; tiene las características más horribles. No hay una versión moral del mismo. La campaña de BDS está dirigida contra cualquier forma de racismo, incluyendo el sionismo y el antisemitismo”, asegura Ronnie en conversación con El Confidencial. Este activista de 42 años decidió abandonar Israel por considerar irresponsable seguir viviendo en su país natal ante la actual situación. Tras pasar por Italia, decidió establecerse en Berlín. Pero, ¿por qué Alemania? 

“Este el último bastión para el sionismo, la última frontera. Ello tiene que ver con una 'razón de Estado' que va incluso más allá de la ley y establece que la existencia del Estado de Alemania está intrínsecamente relacionada con la defensa del Estado de Israel, sin entender qué está ocurriendo realmente. Por eso, cualquier crítica al sionismo o al Estado de Israel es entendida como una crítica a Alemania. Incluso una crítica a la ocupación de territorios palestinos, que en realidad es el síntoma del problema, o de los mismos asentamientos israelíes en esos territorios, es motivo suficiente para ser blanco de acusaciones de antisemitismo. Estas son herramientas muy efectivas para negar cualquier tipo de voz crítica con Israel”.

"Alemania no puede fijar los límites” 

Stavit Sinai asiente ante cada una de las frases de Ronnie. Ella también es judía, israelí y antisionista. Esta académica y activista del movimiento BDS residente en Alemania desde años no da crédito a las acusaciones de antisemitismo y antijudaísmo a las que tiene que hacer frente en un país que, paradójicamente, asegura querer defender los derechos de su país natal y su pueblo: “Como hija de una familia superviviente del Holocausto no aceptaría ningún dictado de nadie sobre cómo formular mis ideas políticas ni tampoco me siento obligada a pedir permiso para expresar mi opinión. No creo que la sociedad alemana esté en disposición de establecer cuáles son los límites de la discusión”, sentencia Stavit. 

En los artículos y reportajes publicados por medios alemanes es fácil leer acusaciones veladas de antisemitismo contra el BDS. Sin embargo, rara vez se menciona la condición judía de algunos de sus activistas ni su origen israelí. “Ser judío, israelí y denunciar de forma no violenta en Alemania el apartheid que aplica nuestro país hace muy difícil que nos acusen de antisemitismo”, razona Ronnie sobre esos silencios mediáticos. 

El debate sobre si Israel ha establecido un sistema de apartheid, de segregación por etnia y religión tanto en los territorios palestinos como dentro de sus propias fronteras, no es nuevo. En 2017, un informe realizado por encargo de Naciones Unidas concluyó sin reservas que Israel había erigido un sistema de segregación basándose “en las mismas leyes y principios internacionales de los Derechos Humanos que rechazan el antisemitismo”. 

“Ningún Estado está exento de cumplir las normas y reglas recogidas en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas Formas de Discriminación Racial. (…) El fortalecimiento de ese cuerpo de la legislación internacional sólo puede beneficiar a todos aquellos grupos que han sufrido históricamente discriminación, dominación y persecución, incluyendo a los judíos”, concluía el informe.

La publicación supuso la reacción inmediata del gobierno israelí, de otras voces de Estados Unidos y de la propia secretaría general de la ONU. Ante la negativa de eliminar el informe de la web de Naciones Unidas, la jordana Rima Khalaf, directora de la Comisión Económica y Social para Asia Occidental que había encargado la elaboración del estudio, decidió presentar su renuncia. A día de hoy, el informe ya no está en la web de la ONU, pero es fácil de encontrar en otras páginas académicas o de activismo político

La legislación internacional en defensa de los Derechos Humanos establece que el crimen de apartheid se traduce en “actos inhumanos cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión sistemática y de dominación de un grupo racial sobre otro u otros grupos raciales con la intención de mantener ese régimen”. El concepto de apartheid procede del sistema de dominación blanca sobre la población negra levantado en Sudáfrica el siglo pasado. Mientras voces como la del escritor israelí nacido en Ciudad del Cabo Benjamin Pogrund se niega a aceptar esa comparación aduciendo sus propias vivencias en aquel sistema de segregación racial sudafricano, Ronnie Barkan y Stavit Sinai no tienen dudas al respecto.

Proceso legal 

“Yo crecí en Haifa, una ciudad diversa. Nunca me mezclé con chicos árabes de mi edad, nunca, porque el sistema educativo está segregado. Fui a una escuela para judíos. La población también está segregada por barrios. Nunca me encontré con chicos de mi edad que no fueran judíos. Por supuesto que me encontraba con árabes, pero siempre en contextos en los que ellos me servían a mi. Me criaron, por tanto, como si yo perteneciese a una raza superior”, explica Stavit. 

Ronnie va más allá de su propia experiencia personal y saca un tabla de elaboración propia basada en datos de la Oficina Central de Estadística de Israel: según esa tabla, la legislación israelí establece tres categorías a la hora reconocer los derechos de los habitantes de Israel y de los territorios ocupados: la ciudadanía, la nacionalidad (judía, árabe, drusa, etcétera) y la religión. Según Ronnie, a cualquier persona que no cuente con una ciudadanía israelí y una nacionalidad judía, reconocidas oficialmente como tales por las autoridades israelíes, le serán negados automáticamente los plenos derechos y deberes ciudadanos. Aquellos ciudadanos palestinos que no cuenten con ciudadanía israelí y que vivan en territorios ocupados o en la diáspora forzada conforman el escalón más bajo, sin estatus ni derecho alguno. “Si todos los ciudadanos de Israel contasen con una ciudadanía israelí, ello significaría el fin del apartheid”, añade Ronnie.

Un ejemplo claro de esta última categoría está sentado al lado de los dos activistas israelíes del movimiento BDS. Se llama Majed Abusalama y es un refugiado palestino que pudo abandonar la Franja de Gaza en 2014 tras recibir un disparo del ejército de Israel. Majed, que había sufrido previamente la persecución de Hamás en Gaza, colaboró con fundaciones de partidos políticos alemanes como la CDU o La Izquierda tras su llegada al país. Dejó de hacerlo cuando empezó a sentirse utilizado para justificar la posición de las instituciones alemanas respecto al comportamiento de Israel para con su pueblo. Actualmente también es activista en el movimiento BDS de Alemania: “Para mi vivir en Gaza significó vivir en una prisión a cielo abierto, en un campo de concentración, en un gueto. Yo viví allí y sé cómo vive mi gente allí en estos momentos”.


En junio de 2017, Ronnie, Stavit y Majed protagonizaron una acción de protesta durante una conferencia ofrecida en la Universidad Humbold de Berlín por la parlamentaria israelí Aliza Lavie, diputada del partido centrista, laico y opositor Yesh Atid. Los activistas quisieron llamar así la atención sobre lo que ellos consideran la colaboración necesaria de la oposición israelí laica con el sistema de ocupación y bloqueo contra la población palestina que mantiene el actual gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. 

La acción no les salió gratis. Los dos activistas israelíes afrontan ahora un proceso legal en Berlín por intento de agresión y allanamiento, en un acción calificada por la práctica totalidad de la prensa alemana de “ataque antisemita”. Ronnie y Stavit asumen las posibles consecuencias legales, pero se niegan a dejar de ejercer su activismo en Alemania: “Al igual que un blanco en la Sudáfrica del apartheid, aquí nosotros tenemos dos opciones: o estás en contra o estás a favor; en aquella Sudáfrica no había una tercera opción y tampoco la hay con el actual sionismo”.

Artículo publicado por El Confidencial.