¿Es el ecologismo intrínsecamente progresista? ¿Es la defensa del medio ambiente una bandera política exclusivamente de la izquierda? ¿Coinciden todos los partidos de ultraderecha en negar el cambio climático y el calentamiento global? Una mirada a la historia del ecologismo y del fascismo apunta claramente al “no” como respuesta a estas tres preguntas.
“Puede resultar sorprendente saber que la historia de las políticas ecologistas no fue siempre inherente y necesariamente progresista y benigna. De hecho, las ideas ecologistas arrastran una historia de distorsión y manipulación al servicio de fines altamente regresivos, e incluso de utilización al servicio del propio fascismo”, escribieron en 1995 Janet Biehl y Peter Staundenmaier en el prólogo a la primera edición de su libro Ecofascismo. Lecciones sobre la experiencia alemana (editado en castellano por Virus). Esa situación parece haberse agravado desde entonces con el avance electoral de diversas fuerzas políticas de ultraderecha que, en parte, entroncan con la tradición posfascista europea.
El libro de Biehl y Staundenmaier navega por la historia del fenómeno bautizado como “ecofascismo” e indaga en las raíces de la llamada “ala verde” del nacionalsocialismo alemán: es decir, la confluencia entre el naturismo y el nacionalismo forjada por la “influencia del irracionalismo antiilustrado de las tradiciones románticas del siglo XIX”. Esa convergencia sirvió a posteriori al nacionalsocialismo hitleriano para dar un barniz ecologista al principio de Blut und Boden (sangre y tierra): es decir, cuidado del medio ambiente de la patria como condición para mantener el “espacio vital” de la “raza alemana”. La ecología defendida por los nazis no era otra cosa que un nacionalismo etnicista que se creía arraigado en la tierra, una ideología construida sobre misticismo naturalista, el irracionalismo y el antihumanismo.
Ese ecofascismo llega a hasta nuestros días: aún hoy siguen surgiendo en diferentes regiones poco pobladas de Alemania comunidades rurales de econazis que pretenden vivir en armonía con el medio ambiente, cultivan la agricultura orgánica y recuperan granjas abandonadas o pueblos vacíos con la perspectiva de convertirse en una alternativa a la sociedad industrial, multicultural, globalista y urbana. Es la versión reaccionaria, antisemita y antimoderna de la cultura bio, tan del gusto entre las clases medias de Alemania y otros países occidentales, como explican los periodistas alemanes Andreas Röpke y Andreas Speit en su obra Völkische Landnahme. Alte Sippen, junge Siedler, rechte Ökos (Conquista nacional de tierra. Viejos clanes, jóvenes colonos y ecologistas de derecha). El libro describe cómo el econacionalismo atraviesa el espacio político de la ultraderecha alemana: lo defienden desde pequeños colectivos rurales que se consideran a sí mismos los herederos de la pureza germánica hasta el partido neonazi NPD.
Pero las pretensiones medioambientalistas dentro del actual movimiento reaccionario están lejos de ser unitarias: si bien la ultraderecha comparte una serie de elementos ideológicos y también estrategias comunicativas que se repiten en prácticamente todos los países con partidos relevantes de extrema derecha o derecha radical, estas formaciones difieren en numerosos campos –lo que hace precisamente complicado el avance de los frentes internacionales que la francesa Marine Le Pen o el italiano Matteo Salvini han intentado poner en marcha como una suerte de Caballo de Troya dentro de la Unión Europea–.
La protección del medio ambiente es una de las dimensiones en las que reina la diversidad de opiniones dentro de la ultraderecha europea y global, un asunto sobre el que algunos partidos ultras muestran posiciones contradictorias dentro de sus diferentes facciones y, en ocasiones, sobre el que ni siquiera tienen ideas ni propuestas claramente definidas.
Escépticos, cautos y afirmativos
A inicios de 2019, a pocos meses de las últimas elecciones europeas, el centro de estudios políticos Adelphi publicó el informe Convenient Truths. Mapping climate agendas of right-wing populist parties in Europe. Partiendo de la hipótesis de que el aumento de eurodiputados de partidos de ultraderecha podría tener un serio impacto en la agenda verde de la UE, el informe comparó las posiciones medioambientales y respecto a la cuestión climática de una veintena de partidos de ultraderecha con presencia en Parlamento Europeo.
“A pesar de que se oponen mayoritariamente a las políticas climáticas y de transición energética, hay importantes excepciones. Un grupo de partidos exhibe una especie de patriotismo verde que apoya enérgicamente la conservación ambiental, pero no la acción climática. Otras formaciones políticas abogan por cuotas de energía renovables en pos del aire limpio y de la independencia energética”, apunta el estudio.
Para intentar ordenar la diversidad de posiciones sobre las políticas ambientales y contra el calentamiento global, los analistas de Adelphi establecen una triple categoría con la que clasifican a las diferentes fuerzas políticas de ultraderecha: los “escépticos o negacionistas” – aquellos que ponen en duda o rechazan el consenso científico sobre el cambio climático generado por la acción humana–; los “cautos” –que no tienen una posición claramente definida y/o le dan una importancia menor a la cuestión medioambiental–; y los “afirmativos” –los que desde posiciones pragmáticas apoyan el consenso sobre la necesidad de frenar el calentamiento global y apostar por la preservación ambiental por considerar que la inacción afectará gravemente los intereses nacionales de sus países–.
A continuación, y usando como base la clasificación de Adelphi, pasamos a analizar la actual posición de los partidos de extrema derecha más importantes de Francia (Rassemblement National, RN), España (VOX), Alemania (AfD), Austria (FPÖ) e Italia (Lega), países con relevantes diferencias históricas, económicas y sociales que nos pueden dar una idea de hacia dónde podría evolucionar la ultraderecha europea respecto a las políticas verdes:
Econacionalismo lepenista. Con unas elecciones regionales y presidenciales en el horizonte, el RN de Marine Le Pen lleva tiempo rearmándose dialécticamente para convertirse en una alternativa real a la Francia en Marcha del presidente Emmanuel Macron. En su intento de parecer más presidencial, Le Pen ha moderado su discurso, en el que ha incluido más propuestas para la protección del medio ambiente y de los animales. Ese barniz verde parece perseguir la suma de las clases medias al proyecto lepenista.
“Más que competir con partidos liberales en el terreno de la ecología, la apuesta de Le Pen consiste en adaptarse al contexto: el ecologismo, un tema menor hace cinco años, ha crecido mucho en Francia, está muy presente en la cuestión pública y el electorado. Le Pen no quiere parecer una candidata en contra del signo de los tiempos. Lo mismo hace, por ejemplo, con el feminismo, que combina con la islamofobia”, apunta Enric Bonet, corresponsal en Francia para diferentes medios.
El periodista no duda en confirmar el carácter “cauteloso” del lepenismo respecto a la cuestión medioambiental.
“La principal inspiración del partido de Le Pen no es el ecofascismo –es decir, la tradición de los años 30–, sino la Nueva Derecha de los 70 de Alain de Benoist”, continúa Bonet. “La palabra clave aquí es localista, es decir, defender la vida arraigada en un lugar en contraposición con la metrópoli y la movilidad. El concepto clave es el etnodiferencialismo a la hora de defender ciertas propuestas de apariencia ecológica y de defensa del medio ambiente”.
Las dudas de VOX. El programa electoral del partido de extrema derecha español (“100 medidas urgentes para España”) sólo contiene dos propuestas cercanas al ecologismo: un Plan Hidrológico Nacional unitario que respete “la sostenibilidad de los recursos hídricos y de los ecosistemas” y un Plan de Energía que permita “la autosuficiencia energética” de forma “sostenible, eficiente y limpia”.
“Mi impresión es que VOX no tiene una posición definida sobre la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente. Tiene una posición muy errática”, dice el politólogo e investigador de la Universidad Complutense de Madrid Guillermo Fernández. “Duda entre adaptarse a una postura econacionalista que reconozca el cambio climático para afrontarlo en clave patriótica o decantarse por la defensa de los intereses de la agricultura intensiva de Murcia, Almería y algunas zonas de las Castillas, una agricultura que necesita básicamente agua y negar el cambio climático. Entre esas dos posturas, VOX parece apostar últimamente por la segunda”, apunta Fernández.
Esa tendencia hacia el negacionismo del cambio climático coloca al partido español, de momento, más bien en la órbita trumpista, en opinión del politólogo de la UCM, que ve a VOX lejos todavía de posiciones más elaboradas como el econacionalismo desplegado por la extrema derecha francesa. “Las corrientes econanacionalistas son muy minoritarias dentro de la formación. Y creo que eso no va a cambiar. El partido está más cerca de las posiciones del expresidente José María Aznar que de los viejos sectores de la extrema derecha ecofascista, que tienen una cierta sensibilidad conservacionista”.
Negacionismo compartido de AfD y FPÖ. “¡Me gusta el motor diésel!”, gritaba Björn Höcke, líder de Alternativa para Alemania (AfD) en la última campaña electoral para las elecciones del estado de Turingia en 2019, en las que la ultraderecha alemana fue el segundo partido con más del 23% de los votos. Más allá de cierta defensa folclórica del paisaje y del típico bosque germano agitado por su ala más radical (cercana al neonazismo), el discurso predominante dentro del partido ultraderechista más exitoso de la historia de la República Federal se sitúa claramente en el negacionismo del cambio climático.
A la espera de publicación del programa electoral para las elecciones federal del próximo septiembre, basta con echar un vistazo a su anterior programa para certificar lo apuntado: “El clima cambia desde que la tierra existe. La política climática del gobierno federal se basa en modelos climáticos hipotéticos y no probados”, dice AfD para criticar el apoyo de Alemania a los acuerdos internacionales contra el calentamiento global y su apuesta por las energías renovables, a la que acusa del encarecimiento de la factura eléctrica. AfD se opone, por ejemplo, a la instalación de molinos eólicos que “destruyen el paisaje y suponen una amenaza mortal para los pájaros”.
El FPÖ –partido de ultraderecha austriaco con mucho más recorrido histórico que AfD, pero que comparte muchas posiciones con la ultraderecha alemana– se suma al negacionismo o sencillamente ignora la cuestión. El exjefe del partido austriaco, Heinz-Christian Strache, llegó a calificar el debate sobre cómo combatir el calentamiento global de “propaganda” y “religión climática”. El FPÖ sí se opone, sin embargo, a la energía nuclear y apuesta por las fuentes renovables, un asunto sobre el que hay consenso en Austria. En un momento en el que Los Verdes cogobiernan en el país alpino y apuntan a entrar en el gobierno federal en Alemania, la ultraderecha de ambos países busca un marco argumental alternativo al ecoliberal.
El oportunismo de la Lega. El partido de Matteo Salvini es probablemente la más camaleónica de las formaciones expuestas en este artículo. Con unos orígenes independentistas del norte de Italia y de tendencias xenófobas con la parte sur del país, La Lega de Salvini se ha alineado por lo general con la línea negacionista del cambio climático defendida por AfD y FPÖ. Como apunta el informe del centro de estudios Adelphi, por ejemplo, a nivel europeo la Lega se ha opuesto a todas las medidas presentadas por la Comisión contra el cambio climático.
Pero el oportunismo podría ser la mejor palabra para definir su posición medioambiental: como parte del actual gobierno de coalición italiano liderado por el primer ministro Mario Draghi, la Lega apoya la reducción de emisiones, el reciclaje o la reducción de residuos. Unir el combate del cambio climático con el tema migratorio sea tal vez la mejor manera de describir ese oportunismo: “Es una locura explotar un asunto serio como el cambio climático para legitimar la inmigración ilegal”, ha llegado decir Salvini para atacar el discurso que advierte sobre los flujos migratorio del sur al norte que ya está generando el calentamiento global.
La amenaza del marco reaccionario
“La experiencia de la rama verde del fascismo alemán es un recordatorio aleccionador de la volatibilidad política de la ecología”, atinan a recordar los autores del libro Ecofascismo. Biehl y Staundenmaier coinciden con los periodistas alemanes Andreas Röpke y Andreas Speit en apuntar los inicios de Los Verdes alemanes, partido con serias posibilidades de gobernar Alemania en un futuro cercano: la formación hoy ecoliberal, fundada en la década de los 80, tuvo en sus inicios una rama cercana al ecofascismo que finalmente acabó perdiendo la batalla fundacional y abandonando el partido.
Que actualmente las políticas de protección climática y medioambientalista estén sobre todo en manos de formaciones de izquierda o liberales no significa que tenga seguir siendo así. Los autores del informe de Adelphi lo dicen con mayor claridad: “Una de las mayores amenazas para la implementación del Acuerdo de París no es el crecimiento de los partidos populistas escépticos con el cambio climático en Europa, sino el peligro de que los partidos centristas acaben adoptando su lenguaje y argumentos”.
Análisis publicado por Esglobal.org