martes, 3 de septiembre de 2024

Sahra Wagenknecht, la izquierda conservadora que agita Alemania

Sahra Wagenknecht, en Chemnitz. Foto: Andreu Jerez Ríos

Sahra Wagenknecht habla como una pianista que toca las teclas sabiendo de antemano qué música complace más al público que tiene delante. La líder del joven partido BSW (Bündnis Sahra Wagenknecht – BSW – Alianza Sahra Wagenknecht) ofrece un discurso en el centro de la ciudad sajona de Chemnitz, llamada Karl-Marx Stadt por la República Democrática Alemana, la desparecida Alemania socialista. 

A pocos días de las elecciones regionales en los estados federados de Sajonia y Turingia, en las que la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) dieron un nuevo golpe sobre la mesa, Wagenknecht despliega ante cerca de mil personas una efectiva oratoria con los principales temas que llevarán a su formación a entrar con fuerza en los dos parlamentos regionales del Este de Alemania. Cada frase es un eslogan:

“En Ucrania mueren cada día hombres jóvenes, a ambos lados del frente”, “no sólo Putin comenzó una guerra ilegal, también los americanos atacaron ilegalmente siete países en los últimos 30 años”, “con las sanciones a Rusia no dañamos a Putin, dañamos nuestra economía, “queremos diplomacia y no más envío de armas”, “ahí están los políticos que nos pretenden enseñar lo que debemos decir, lo que debemos pensar, lo que debemos comer”, “hace dos años dije que tenemos el gobierno más estúpido de Europa y desde entonces no se ha vuelto más inteligente”, “no puede que en nuestro país haya que gente que muera a manos de personas que no debería estar aquí”. 

Wagenknecht ha sabido leer a la perfección el momento antielitista y populista que se respira en amplios sectores de la sociedad alemana. Con una guerra en pleno continente europeo, a menos de 1.000 kilómetros de la frontera de Alemania, una economía renqueante que bordea la recesión, una inflación que afecta a una clase trabajadora en parte ya empobrecida antes del comienzo de la invasión rusa de Ucrania y unas perspectivas que no invitan especialmente al optimismo sobre el futuro, la exdiputada de los poscomunistas de Die Linke y exlíder de la Plataforma Comunista – un gremio marxista-leninista existente dentro de Die Linke – ha entendido que un mensaje sencillo, directo y en parte simplificador de los problemas que arrastra Alemania es la fórmula perfecta para conseguir el éxito electoral, al menos a corto plazo. 

La gran baza es la misma figura de Wagenknecht, que con un aura de líder mesiánica con fuerte tirón en medios de comunicación tradicionales, y una constante y eficaz estrategia en redes sociales, da sentido y también el nombre a un partido fundado oficialmente el pasado enero y al que todas las encuestas le aseguran presencia en el próximo parlamento federal. 

Tras convertirse en una voz incómoda durante años dentro de su expartido, Wagenknecht ha sabido esperar hasta el momento exacto para lanzar BSW, con el tiempo necesario para entrar en las instituciones pero sin la presión de ofrecer más detalles sobre su propuesta política. La principal arma de la Alianza Sahra Wagenknecht es la propia Sarah Wagenknecht. 


Cuatro folios de programa 

El programa electoral de BSW cabe en cuatro folios. Está dividido en cuatro grandes bloques que dan forma al discurso electoral de Wagenknecht en Chemnitz: “sensatez económica”, “justicia social”, “paz” y “libertad”. El programa combina la apuesta por la redistribución de la riqueza con una defensa de la economía social de mercado, modelo tradicional de los fundadores de la República Federal de Alemania. Es decir, capitalismo con correcciones del Estado y apoyo a la mediana empresa familiar de implantación regional. 

Su programa económico está en realidad más en línea con el discurso socialdemócrata del siglo pasado - e incluso con un partido conservador con sensibilidad social - que con un partido comunista o marxista-leninista, ideología en las que están las raíces políticas de Wagenknecht. Esa política económica, que hace décadas podría haber venido de los socialdemócratas del SPD o los democristianos de la CDU, está hoy salpimentada con propuestas inaceptables para el considerado centro político de Alemania: negociaciones con Putin, fin de las sanciones contra Rusia, recuperación del gas y petróleo rusos que durante años permitieron a la industria alemana producir de forma competitiva en una economía fuertemente dependiente de las exportaciones. 

Con el bloque “paz”, ocurre un poco lo mismo: BSW recupera conceptos del siglo pasado marcado por una Guerra Fría que la propia Sarah Wagenknecht vivió el primera persona como joven ciudadana de la RDA: “Nuestra política exterior está en línea con la tradición del canciller Willy Brandt y del presidente soviético Michail Gorvachov, que se opusieron a la lógica de la Guerra Fría con una política de la distensión, del equilibrio de intereses y de la cooperación internacional. Rechazamos de manera fundamental la solución de los conflictos con medios militares”, reza un programa que lee la geopolítica actual desde la óptica del siglo XX. Se podría decir que BSW es un partido de izquierda por su voluntad de redistribución económica, pero con una receta conservadora anclada en el siglo pasado. 

Wagenknecht sabe que el cansancio con la guerra en Ucrania y sus consecuencias crece entre la población alemana, especialmente en el este del país, cuya economía es más dependiente del comercio con la Federación Rusa y cuya población mira con más simpatía y empatía hacia la población y la cultura del gigante euroasiático por cuestiones culturales, históricas y geográficas. 

El último bloque, el de “libertad”, es una mezcla entre posiciones que podrían estar representadas por un partido liberal-conservador como el FDP: un rechazo latente de la inmigración, que BSW considera “descontrolada”, y un rechazo explícito de la “cultura de la cancelación” y del “estrechamiento” de la libertad de opinión, narrativa también cultivada por la ultraderecha de AfD. 


Las repúblicas perdidas 

El discurso y la oferta política de BSW son como una invitación a volver al pasado: en el oeste, las décadas dorada de los 70 y 80 de la República Federal occidental con su milagro económico y su apuesta por la distensión con la Unión Soviética a través del comercio; en el este, con la sensación de seguridad que ofreció el socialismo real de la RDA, una nostalgia de la república perdida bautizada como “Ostalgie” en alemán. 

Wagenknecht no defiende en Chemnitz la división entre las dos Alemanias, pero sí desliza referencias a la historiad de la RDA que tocan la fibra sentimental e identitaria de la población germanooriental: “Los que vivieron la fase final de la RDA ya experimentaron como los de ahí arriba no consiguen nada, no tienen una visión ni un plan, se dieron cuenta de que algo tenía que cambiar urgentemente”. Wagenknecht traza un paralelismo histórico entre entonces y hoy: la era de cambio que se notaba en el aire a finales de los 80 en la RDA es similar a lo que se respira hoy en la Alemania reunificada, asegura.

Grita es una de las asistentes al acto electoral. El cartel con el que ha venido destaca sobre las cabezas del público: “Kriegstreiber NATO” (“OTAN, belicista”). “Mi infancia la pasé en la RDA, me socialicé en la RDA y, con todos los errores que se cometieron, opino que se deberían haber revisado tras 1989 y que nunca deberíamos haber renunciado a la RDA”, dice esta mujer de 62 años. “Desde la actual perspectiva, sé que sin la RDA habríamos tenido con seguridad de nuevo una guerra. Con su política exterior pacifista, la RDA lo evitó”. 

Entre el público destaca la presencia de gente mayor, especialmente de personas en edad de jubilación. “Tras 40 años cotizados y haber criado a tres niños, además de a mi nieta, me queda una pensión de 800 euros”, dice Conny visiblemente emocionada por el discurso que acaba de escuchar de Sarah Wagenknecht. “Dice cosas que yo también siento, sobre todo en lo relacionado con la migración. No puede ser que tengamos criminales, que no deberían estar aquí y que no respetan nuestras reglas”, dice esta jubilada que reconoce tener que seguir trabajando para llegar a fin de mes. 

Entre los asistentes hay también unos cuantos inmigrantes o alemanes de raíces migratorias. Antonio es uno de ellos, un ingeniero mecánico nicaragüense llegado a la RDA antes de la caída del muro y que lleva más de tres décadas viviendo y trabajando en Alemania: “El nivel de vida ha bajado bastante. Y la migración y la criminalidad han aumentado. Espero que este partido haga cambios. Y si no los hace, pues no lo volveré a elegir”. 

Antes de apostar por a BSW, Antonio votó a Los Verdes y a socialdemócratas del SPD. Algo que no se plantea “nunca más”. Preguntado por la “inmigración descontrolada” que denuncia su actual opción política, responde: “En la RDA había cubanos, argelinos, también había inmigrantes, tal vez incluso más que hoy. Pero en el sistema anterior no había ayudas sociales. Hoy hay ayudas sociales. Esa gente viene aquí, recibe dinero y no se adapta a las normas del país. Y el actual gobierno no hace nada”, denuncia el inmigrante nicaragüense. Mientras, de fondo, la megafonía del acto electoral invita a los asistentes a acercarse al escenario para un hacerse un ‘selfie’ con la líder.

Crónica publicada por ElDiario.es.

jueves, 25 de julio de 2024

“TikTok-Guerrilla”: ultranacionalismo étnico por un cambio de régimen

Kanal Schnellroda / Youtube
 
Erik Ahrens no esconde su ideología: “Yo lucho por mi propia gente, por mi pueblo, a mi lo que me interesa es mi pueblo, es mi nación, es mi gente, son mis amigos, mi familia, mi tribu.” Este activista ultraderechista apuesta abiertamente por un nacionalismo alemán basado en criterios étnicos. Es cierto que no defiende – al menos públicamente – las vías violentas para alcanzar sus metas políticas. De lo contrario, su ideología podría ser encuadrada perfectamente en el neonazismo. 
 
Ahrens forma parte de una nueva hornada de jóvenes alemanes que militan en las llamadas Nuevas Derechas alemanas. Con formación académica, estética de hijos de clase media acomodada, lenguaje intelectual y muy activos en redes sociales, estos activistas intentan devolver el nacionalismo étnico al centro del tablero político alemán y europeo, y normalizar una concepción étnica de la ciudadanía de los Estados. 
 
El austriaco Martin Sellner puede ser considerado la figura de referencia dentro del espacio de habla alemana, y el Movimiento Identitario, la organización juvenil más relevante en ese espectro ideológico. En su libro Regime Change von rechts (Cambio de régimen desde la derecha), Sellner expone con absoluta claridad su teoría política: “El intercambio de población llena los agujeros demográficos del pueblo alemán con extranjeros. Estos construyen enclaves que a menudo desarrollan una ‘hiperidentidad’ de aislamiento respecto a la sociedad mayoritaria. Mantienen una fuerte relación con sus países de origen, conservan su tradición y construyen su propia comunidad. Se resisten a la integración y a la asimilación, que apenas son exigidas por el Estado. Una mayoría alemana, en la que podría integrarse una minoría inmigrante, simplemente ya no existe en muchas ciudades.” 
 
En su libro, Sellner deja claro, primero, que está convencido de que está habiendo una sustitución planificada de la población “autóctona” por extranjeros - en línea con la teroría conspirativa del "gran remplazo"- y, segundo, que para él, el pueblo alemán es aquel que tiene determinadas características étnicas. El objetivo de las llamadas Nuevas Derechas alemanas es claro para Sellner: “Debemos proteger nuestra identidad etnocultural y nuestra sustancia”. 
 
 
Nuevas Derechas alemanas 
 
Una cosa une a Sellner, Ahrens y otros intelectuales de la ultraderecha alemana y austriaca: se autoperciben y se presentan como activistas de “derecha” (“rechts”, en alemán) o como “patriotas”, dejando de lado el resto de adjetivos o etiquetas políticas. El pasado nacionalsocialista de Alemania y Austria no forma parte de su reivindicación política; no porque lo rechacen explícitamente, sino porque ya no lo consideran útil para alcanzar sus objetivos. La “rehabilitación” del nacionalsocialismo no sirve para construir una “hegemonía cultural y metapolítica”. 
 
Los conceptos “metapolítica” y “hegemonía” son fundamentales para entender la forma de pensar y de actuar de esta nueva generación de activistas de ultraderecha. Su profundo convencimiento es que las sociedades europeas están dominadas por valores de izquierda heredados de las revueltas juveniles y estudiantiles de 1968, y que esas ideas y valores copan las esferas más relevantes: desde la política al periodismo, pasando por la judicatura o la universidad. Por eso, sus textos y discursos están plagados de referencias a Antonio Gramsci a pesar de defender ideas opuestas a las del filósofo comunista italiano. 
 
En realidad, Sellner, Ahrens y compañía no hacen más que desempolvar el pensamiento gramsciano de derecha inaugurado por la Nouvelle Droite fundada por el francés Alain de Benoist en la década de los 70 del siglo pasado. Pero a diferencia de la generación de pensadores como Benoist, ellos hacen un uso abierto y cada vez más profesionalizado de las redes sociales y la comunicación digital para conseguir la hegemonía metapolítica y cultural tan ansiada como condición previa para recuperar sociedades europeas étnica y culturalmente homogéneas. 
 
La ofensiva que partidos ultraderechistas como AfD llevan haciendo desde hace años en redes sociales como TikTok es clave para entender la estrategia de construcción de esa “hegemonía cultural y metapolítica” ultraderechista. Y Erik Ahrens es una figura capital para comprender una táctica de guerrilla digital que ya está teniendo resultados en las franjas de edad de nuevos y jóvenes votantes de algunos países europeos
 
 
“TikTok-Guerrilla” 
 
A Erik Ahrens se le contacta fácilmente a través de la aplicación de mensajería Telegram. Allí coordina un canal llamado “TikTok-Guerrilla” con más de 2.000 suscriptores. El objetivo del canal queda claro en su primer mensaje: “Vencer la censura en TikTok desde la derecha. Juntos llevaremos a todas las pantallas un TikTok de derechas censurado. Si podemos hacerlo una vez, podremos hacerlo una y otra vez en el futuro.” 
 
El mensaje incluye un breve tutorial sobre cómo descargar fragmentos de vídeos del líder de las juventudes de Alternativa para Alemania (AfD) Eric Engelhardt, editarlos brevemente con diferentes herramientas y volver a subirlos a TitTok para crear una marea de cuentas que alimenten el algoritmo y ayuden a crear una burbuja digital con mensajes ultranacionalistas. Ahrens sortea móviles Iphone entre sus “guerrilleros de tiktokería”, como él llama a los participantes en el canal. 
 
Con este tipo de estrategias, ha conseguido convertir al que fuera cabeza de lista de AfD al Parlamento Europeo, Maximilian Krah, en toda una estrella de TikTok entre el público germanohablante, especialmente entre el joven. Krah consiguió millones de impactos en la campaña electoral hasta ser apartado por la dirección de su partido por ser investigado por la fiscalía alemana a causa de presuntas conexiones con los servicios de inteligencia de Rusia y China, y tras blanquear a la organización nazi de las SS en una entrevista. Krah ha sido apartado de la fracción de AfD en el Europarlamento, pero mantiene su escaño y sigue teniendo carnet del partido. 
 
Cuando le preguntas a Ahrens sobre el secreto de su éxito como asesor digital, su respuesta es bastante más sencilla que la de aquellos que lo consideran un genio de la comunicación: “Entendí que TikTok es un nuevo tipo de red social. En TikTok gana la autenticidad, ganas cuando hablas de los problemas cotidianos, de la vida actual, de la vida real, de cosas como las relaciones, la alimentación, la identidad, la seguridad en la calle, en tu vida, tu futuro, cosas que tocan la vida del público”, explica en un castellano más que correcto. Estudió magisterio de español antes de entrar en la asesoría política.
 
 
   

 
Revolución política y comunicativa 
 
Erik Ahrens comenzó a trabajar con Maximilian Krah el año pasado. El político tenía un problema: era muy conocido en la burbuja ultraderechista alemana, pero inexistente fuera de ella, según Ahrens, porque los medios tradicionales lo ignoraban y los periodistas no le daban visibilidad. Fue precisamente a través de su éxito en TikTok cuando los medios tradicionales comenzaron a interesarse por él y a entrevistarlo. Ahí entró en la radio y la televisión tradicionales, lo que retroalimentó el tráfico de su canal de TikTok, donde no cesa de lanzar mensajes directos, efectivos y provocativos contra la política de memoria y la inmigración, y en favor del sentimiento nacionalista alemán y de una identidad histórica sin complejos. 
 
“Tus antepasados no eran unos criminales”, dice Krah en uno de sus vídeos hecho a medida del público joven. El vídeo hace referencia indirecta a los crímenes nacionalsocialistas y carga - sin necesidad de citarla - contra la política de memoria histórica establecida como consenso en la República Federal. Cada uno de esos vídeos ayuda a construir la “hegemonía cultural y metapolítica” predicada por Martin Sellner en su libro Cambio de régimen desde la derecha
 
La batalla de la ultraderecha de habla alemana por recuperar la hegemonía será lenta, probablemente cuestión de décadas, pero no tienen prisa. Las redes sociales serán uno de los campos en los que se disputará la batalla. Ahrens lo resume nuevamente con absoluta transparencia, como si su estrategia fuera una aplicación o un sistema operativo de fuente abierta: “Vivimos nosotros en un periodo revolucionario y hay muchas revoluciones en este momento. Una revolución tecnológica con la inteligencia artificial, una revolución de comunicación con las nuevas redes sociales, principalmente con Twitter - X - y TikTok, porque estas redes sociales son redes sociales algorítmicas en las que no es importante que tú tengas una presencia en la tele o en la radio o en las medios antiguos, sino que seas auténtico. Los primeros que usen estos medios revolucionarios ganarán el discurso y van a ganar dentro de 10 o 20 años que vienen. Y esos somos nosotros.”
 
Texto publicado en ElDiario.es
 

miércoles, 10 de abril de 2024

“Con potencias nucleares no se juega"

Nuestros políticos llevan dos años repitiendo un doble mantra sobre la invasión rusa de Ucrania: “Rusia no puede ganar esta guerra” y “Ucrania no puede perderla”. El problema es que la mayoría de esos políticos occidentales, en especial los de Alemania, no acaban de explicar qué significa a efectos prácticos que Rusia no gane y que Ucrania no pierda. Si esto último significa que Ucrania recupere su soberanía y sus fronteras de 1991 - con la península de Crimea y los actuales territorios del este ocupados por Rusia -, parece bastante evidente que Ucrania ya ha perdido esta guerra.

Esta obviedad se da en medio de un encendido debate en Alemania sobre la entrega de misiles de crucero Taurus al ejército ucraniano. Kiev los lleva demandando desde hace un año, el mismo tiempo que el canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, se niega a entregarlos. Scholz desconfía del Gobierno de Zelenski y teme que Ucrania pueda usar los misiles para golpear la retaguardia rusa dentro del propio territorio de la Federación Rusa. Con el actual estado del frente, Ucrania podría golpear militarmente en las puertas de Moscú con esos misiles de producción alemana.

La desconfianza de Scholz crece con las recientes declaraciones del presidente de Francia, Emmanuel Macron, en las que se negaba a descartar el envío de tropas terrestre de la OTAN a Ucrania, un extremo que el canciller alemán tardó tan sólo unas horas en desmentir con un mensaje institucional en el que dijo textualmente: “Confíen en mi: no habrá tropas alemanas en Ucrania”. Scholz teme una escalada nuclear entre la OTAN y Rusia. Ese es el contexto en el que se niega a enviar los misiles Taurus a Ucrania. Y, pese a que la realidad desmiente los deseos de nuestros políticos, en el Gobierno alemán sigue cundiendo el mantra de que “Ucrania no puede perder esta guerra”.

“Cualquier niño sabe que con potencias nucleares no se pelea”. Esto me dijo recientemente el coronel del ejército alemán en la reserva Ralph D. Thiele. Lo entrevisté para un reportaje de Deutsche Welle Español sobre el miedo de Scholz a una escalada nuclear y la negativa de Berlín a enviar sus misiles Taurus al campo de batalla ucraniano. Thiele está lejos de ser lo que en Alemania se denomina despectivamente como “Putinversteher”, es decir, un presunto agente del Kremlin en Europa Occidental que compra y difunde la narrativa de Moscú. Thiele trabajó como asesor del Ministerio de Defensa alemán y también de la comandancia de la OTAN, además de aparecer constantemente en medios generalistas de Alemania. Es decir, es una voz autorizada y reconocida en asuntos militares.

Me permito reproducir aquí parte de la entrevista. Me parece de enorme valía para entender el delicado momento que vive Ucrania y cómo hemos llegado hasta el punto de especular sobre una posible guerra directa - y nuclear - entre la OTAN y Rusia.

- Señor Thiele, ¿podrían cambiar los misiles Taurus el rumbo de la guerra en Ucrania?

En cierto modo, sí. Los Taurus podrían escalar la guerra hasta provocar el uso de armas nucleares. Así que sí podrían suponer un cambio radical en el curso de la guerra en Ucrania. Son aquellos que argumentan a favor del envío de Taurus los que los ven como un cambio relevante en favor de Ucrania, hasta el punto de Ucrania pudiese ganar la guerra a Rusia. Pero, ciertamente, no es así.

¿Han entregado otros países occidentales misiles de crucero similares a los Taurus a Ucrania ?


Otros países no han suministrado misiles de crucero o misiles guiados comparables a los Taurus. EE.UU. puede alcanzar fácilmente los 2.000 kilometros con sus misiles de crucero, cuyo alcance ha limitado a unos 150 kilómetros en Ucrania. De hecho, sólo dos países han entregado un misil parecido al Taurus: Francia e Inglaterra, el Scalp y el Storm Shadow respectivamente. Estos vuelan unos 300 kilometros, y eso ya supuso una nueva dimensión. La entrega Taurus ahora significaría que estaríamos doblando el alcance. 

¿Está justificado el miedo de Schlolz a una escalada nuclear?

Está bien fundamentado. Y el problema básico de la discusión es que muchos aspectos de la misión están sujetos a secreto o incluso a alto secreto. Por eso el canciller no siempre puede explicar detalladamente qué razones tiene.

El Taurus es tan preciso porque dispone de bases de datos, porque cuenta con personal formado durante muchos años. Así que, con todos estos son argumentos, en realidad, para utilizar los Taurus con sensatez en la guerra de Ucrania, haría falta una participación alemana. Pero el canciller no quiere iniciar una guerra contra Moscú. En otras palabras, no tenemos la certeza de que el Taurus no se utilizará contra Moscú, y Berlín sólo puede tenerla si los oficiales alemanes están presentes sobre el terreno si finalmente se despliegan los Taurus en Ucrania.

En ese temor a una escalada nuclear, Alemania no cuenta con armamento nuclear propio, a diferencia de Francia y Reino Unido. ¿Puede que esa falta de capacidad disuasión nuclear sea otra de las razones de la prudencia de Scholz?

El paraguas nuclear americano es existencial para nosotros. Los únicos potenciales nucleares que tenemos aquí son los de los británicos y los franceses, y son muy pequeños. Mientras, EE.UU., China o Rusia tienen una cartera muy amplia de armas nucleares. Sus arsenales nucleares son como las teclas de un piano que  se pueden tocar según sea necesario en una situación táctica o estratégica. Así las cosas, es el paraguas nuclear de EE.UU el que nos salva el culo a los europeos, por así decirlo.

¿Deben entenderse las advertencias de Putin sobre una posible guerra nuclear como una ambigüedad estratégica o como una emanaza real?

Durante décadas, hasta los niños sabían que con potencias nucleares no se juega. Yo viví en primera persona la Guerra Fría, de hecho fui testigo cuando cayó el Telón de Acero de cómo un inspector general checo entregaba al comandante en jefe de la OTAN un plan de ataque ruso en el que se detallaba el uso de armas nucleares como algo normal. Ese no es ahora el contexto de nuestra discusión. Nos perdemos en debates peregrinos sobre diferentes variantes militares sin tener en cuenta lo que ello significa para el otro, para el que tenemos enfrente. 

Putin habla en serio sobre el uso de armas nucleares si los intereses vitales de Rusia se ven afectados. Y eso es lo que ha ocurrido con la ampliación de la OTAN hacia las fronteras rusas. Su preocupación de que las fuerzas de la OTAN crucen directamente la frontera rusa e intenten desestabilizar el régimen de Putin es percibido por el Kremlin como una cuestión vital que podría justificar el uso de armas nucleares. Y ahí se insertan las amenazas de un posible envío de tropas de tierra de la OTAN a Ucrania. Yo tomaría en serio las amenazas de Putin. En parte, forman parte de una guerra de información, pero al mismo tiempo son muy serias. Y me parece que todo ello no se refleja lo suficiente en nuestras discusiones occidentales.

¿Se refiere con ese posible envío de tropas de la OTAN a las palabras del presidente de Francia, Emmanuel Macron?

A pesar de que el presidente francés es inteligente, creo que en este caso es ingenuo. Por supuesto que se puede jugar al póquer y es cierto que en un conflicto estratégico hay que mostrar los instrumentos de que se dispone. Pero si el adversario sabe que no se tiene nada a mano, es decir, conoce la debilidad de nuestra capacidad de defensa convencional - no sólo por nuestros medios de comunicación, sino por supuesto también por sus propios servicios secretos -, es ingenuo amenazar ahora con el envío de unas tropas que ni siquiera tenemos.

Mi recomendación sería más bien que nos ocupáramos primero de ampliar nuestras capacidades militares convencionales. Así también podremos entregar más munición y material militar a Ucrania y, al mismo tiempo, comenzaría a explorar la vía de la negociación con Rusia. Creo que estamos siendo imprudentes al descartar la posibilidad de las negociaciones desde un principio.

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Estas respuestas son un extracto de una entrevista más amplía realizada para la confección del siguiente análisis para DW Español:


viernes, 17 de noviembre de 2023

La ultraderecha abre un nuevo escenario político en Alemania

Las elecciones regionales de Alemania en Hesse y Baviera del pasado octubre acabaron con dos de los mantras que han marcado el análisis político de Alemania durante los últimos años: que la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) iba camino de convertirse en una fuerza regional del Este del país y que ello supondría el principio del fin del partido fundado en 2013. 

En el estado libre de Baviera, en el sur de Alemania, AfD fue el tercer partido más votado con más del 14% y una mejora de más de cuatro puntos respecto a los últimos comicios regionales bávaros. En el estado federado de Hesse, los resultados de los ultraderechistas fueron incluso mejores: con un 18,5% de los votos – y un avance de más de cinco puntos –, AfD fue segunda fuerza por delante de los socialdemócratas del SPD y los ecoliberales de Los Verdes, y sólo por detrás de los democristianos de la CDU, vencedores electorales. 
 

Estos resultados en dos estados occidentales de la República Federal acaban con la idea de que AfD era sólo un problema de los territorios orientales correspondientes a la antigua República Democrática Alemana, desaparecida con la reunificación del país en 1990. Con diez años recién cumplidos, Alternativa para Alemania confirma que su base electoral es sólida y amenaza con seguir creciendo en un contexto de crisis múltiples que abona el terreno para su discurso antisistema, xenófobo y revisionista de la historia alemana. 

AfD lleva meses anclada en el 20% de intención de voto a nivel federal, según apunta la media de todas proyecciones electorales. Si hoy se votase en Alemania, sería segunda fuerza nivel nacional, sólo por detrás de la unión conservadora CDU-CSU, lo que abre un panorama político similar al que dejaron los comicios regionales de Hesse. Llega por tanto el momento de preguntarse por qué precisamente ahora Alternativa para Alemania, tras años de escisiones, graves crisis internas y altibajos, está alcanzado tales intenciones de voto. 


Confluencia de crisis 

Desde la aparición social y político de AfD en 2013, Europa y el mundo han atravesado diversas crisis: la llamada crisis financiera de 2008 y la resultante gran recesión global, la posterior crisis de deuda y del euro, la "crisis de los refugiados" de 2015, la pandemia del coronavirus, la invasión de Ucrania, con su correspondiente inflación, y ahora la guerra en Oriente Medio. Una de las grandes preocupaciones de los analistas que observan AfD es intentar prever qué los podría llevar hasta las puertas del poder, como ha ocurrido en otros países europeos con otros partidos ultraderechistas. 

Ahora nos encontramos ante el momento de mayor auge del partido ultraderechista alemán más exitoso de la historia de la República Federal y, si nos ponemos algo más catástrofistas, desde la llegada al poder del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, es decir, el partido nazi) en los años 30 del siglo pasado. La pregunta es: ¿si Alemania, Europa y el mundo han atravesado tantas crisis en las dos últimas décadas, por qué precisamente ahora consigue AfD sus mejores porcentajes de intención de voto, diez años después de su fundación? 

La respuesta es que, en esta ocasión, todas las crisis llegan al mismo tiempo: inflación, crisis energética, desgaste de la clase media, miedo al descenso social y al futuro ante los cantos belicistas que llegan desde los principales centros militares del planeta, una crisis climática que se hace cada vez más presente en cada vez más rincones del planeta, todo ello sumado a un descrédito creciente de los partidos tradicionales alemanes y también del propio sistema democrático, como demuestran recientes estudios de opinión en Alemania. 

Veamos algunos los principales factores de esa confluencia de crisis: 

- Decepción con la 'Coalición Semáforo': la actual coalición gobernante en Alemania, conformada por los socialdemócratas del SPD, los ecoliberales de Los Verdes y los liberal-conservadores del FDP, llegó al Gobierno federal en diciembre de 2021 con el objetivo de transformar el país tras el fin de la 'era Merkel'. Meses después comenzó la invasión rusa de Ucrania con sus consecuencias correspondientes. Desde entonces, la valoración del Gobierno alemán no ha hecho más que descender. En una reciente proyección demoscópica de la televisión pública alemana, sólo el 20% de la población se mostraba "contenta" con el trabajo del tripartito. Ello, sin duda, ha alimentado a la ultraderecha de AfD, considerada ya por muchas personas como la única oposición verdadera al 'establishment’. 

- Miedo a la guerra, la recesión y la inflación: Alemania es un país esencialmente conservador y amante de las certezas. Es difícil encontrar una sociedad en el mundo en la que la palabra "seguridad" tenga tanto peso. Y en el mundo actual, las certezas no abundan. Tras una pandemia y una nueva guerra en suelo europeo, la población alemana ve como su modelo, durante décadas alabado fuera y dentro de la potencia económica europea, renquea. El gas ruso ya no llega, el país está a las puertas de la recesión, la inflación de alimentos y combustible se mantiene alta, la migración se convierte en un elemento fundamental para el futuro de un país con una grave crisis demográfica. Son muchos cambios estructurales de golpe para una sociedad tan conservadora. 

- Respuesta nacionalista y reaccionaria a la crisis social: ese torrente de incertezas está alimentando la narrativa de la ultraderecha y su respuesta reaccionaria a la(s) crisis. Sin duda hay un voto xenófobo y ultranacionalista estructural en AfD, pero difícilmente sirve para explicar el actual auge. La incertidumbre y el miedo respecto al futuro empujan esa respuesta nacionalista y reaccionaria ofrecida por AfD, con un cierre de fronteras y un proteccionismo económico que más que solucionar los problemas de Alemania, los agravaría. 

- Instrumentalización de la "paz": cuesta encontrar en Alemania la palabra "paz" en los discursos políticos predominantes respecto a la situación en Ucrania. En prácticamente todo el arco parlamentario - con la excepción de partes de los poscomunistas de Die Linke - cunde el consenso sobre la actual estrategia occidental respecto a la guerra en Ucrania: es decir, envío de armas para el ejército ucraniano y sanciones contra la economía rusa. AfD es el único partido que se ha desmarcado por completo de ese consenso. Independientemente de si lo hace de manera oportunista o desde el convencimiento, la ultraderecha alemana es el único partido que apuesta por dejar de armar a Ucrania y establecer negociaciones con el Kremlin. Ello está seduciendo a una parte del electorado alemán. 

- Normalización: como en el resto de Europa con otros partidos ultras, en Alemania también está habiendo una cierta normalización de AfD, que ya lleva dos legislaturas y media dentro del Bundestag. Sus mensajes contra minorías, que antes generaban escándalo, van calando en la discusión pública y ya no provocan como antes. Ello no significa que su mensaje esté menos cargado de odio que hace años, sino que el partido ha conseguido normalizar determinadas posturas. La gestión de peticionarios de asilo y de la inmigración, con propuestas cada vez más restrictivas desde partidos considerados de centro y desde la Comisión Europea, es buen ejemplo de ello. A ello hay que sumar que partes de la CDU, incluida su dirección, se abren cada vez más claramente a una cooperación directa o indirecta con los ultras. El llamado "muro de contención" establecido frente a AfD por el resto de fuerzas políticas alemanas cada vez tiene más grietas. 

- Cierre de filas de AfD: Alternativa para Alemania ha sido un partido marcado prácticamente desde su fundación por las luchas internas. Nacido como formación euroescéptica y nacionalista ha evolucionado hacia un partido ultraderechista, cuya fracción más radical - liderada por Björn Höcke, un político cercano a posiciones neonazis - es la más poderosa. AfD ha ido dejando un reguero de cadáveres políticos fruto de esas luchas internas por hacerse con el control del aparato. Y el partido ha escenificado en numerosas ocasiones esas divisiones entre la facción nacionalconservadora y la etnonacionalista, lo que los ha penalizado en las urnas. Esa división es hace tiempo historia de puertas afuera. El partido se muestra unido en el espacio público y ya nadie pone en tela de juicio el poder que Höcke tiene de los cuadros de AfD. 

- Éxitos electorales en el Este: el pasado verano, AfD consiguió su primer cargo público a través deunas elecciones. Fue en el distrito de Sonneberg, en el sur del estado federado de Turingia. AfD está precisamente liderada allí por Björn Höcke. AfD ganó la segunda vuelta de los comicios para elegir al administrador del distrito a pesar de que el resto de partidos había pedido el voto para el otro candidato, de la CDU. Días después, el partido ultraderechista también ganó la alcaldía de un pequeño pueblo de Raguhn-Jeßnitz, en el estado de Sajonia-Anhalt, también en Alemania oriental. Estos éxitos electorales a nivel local ayudan a normalizar aún más a un partido que cada vez más gente observa como "normal" y votable, como demuestran las proyecciones demoscópicas. 


Las (posibles) consecuencias 

La actual fortaleza de AfD abre, por tanto, un nuevo escenario en Alemania de consecuencias todavía inciertas. La primera consecuencia más clara es la fundación del partido Alianza Sarah Wagenknecht. La exparlamentaria de Die Linke lanzó recientemente su formación, que llevaba meses haciéndose esperar. Con un discurso de izquierda en lo económico y conservador en cuestiones identitarias o migratorias – “Por el sentido común y la justicia” es su lema –, el lanzamiento del partido de Wagenknecht se ha visto acelerado por el auge electoral de AfD. El partido nace, entre otros objetivos, con la vocación de robar votantes a AfD entre los electores decepcionados con los partidos tradicionales que votan a los ultras no tanto desde la convicción ideológica sino como señal de hartazgo. 

Esta nueva fragmentación del tablero electoral augura, además, una aún mayor dificultad para formar coaliciones de Gobierno en Alemania. El actual tripartito gobernante no es más que el producto de un panorama político fragmentado con seis partidos a nivel federal en el que todas las formaciones se niegan a pactar con la ultraderecha de AfD a nivel federal y regional. Este “muro de contención” frente a la ultraderecha tiene, sin embargo, brechas que amenazan con abrirse cada vez más si AfD se mantiene en el 20% de intención de voto o incluso sigue avanzando. 

La pregunta a estas alturas no es si la CDU colaborará políticamente con AfD, sino por qué no debería hacerlo. La llamada crisis de Turingia en 2019 – en la que la CDU y AfD votaron conjuntamente por un candidato minoritario del FDP como alternativa a un Gobierno regional liderado por Die Linke – fue sólo el primer aviso de que el “cordón sanitario” difícilmente aguantará si los actuales niveles de intención de voto a AfD se consolidan a largo plazo en Alemania.

Análisis publicado por Esglobal.org.