Las elecciones regionales de Alemania en Hesse y Baviera del pasado octubre acabaron con dos de
los mantras que han marcado el análisis político de Alemania durante los últimos años: que la
ultraderecha de
Alternativa para Alemania (AfD) iba camino de convertirse en una fuerza regional del
Este del país y que ello supondría el principio del fin del partido fundado en 2013.
En el estado libre de Baviera, en el sur de Alemania, AfD fue el tercer partido más votado con más del
14% y una mejora de más de cuatro puntos respecto a los últimos comicios regionales bávaros. En el
estado federado de Hesse, los resultados de los ultraderechistas fueron incluso mejores: con un
18,5% de los votos – y un avance de más de cinco puntos –, AfD fue segunda fuerza por delante de
los socialdemócratas del SPD y los ecoliberales de Los Verdes, y sólo por detrás de los democristianos
de la CDU, vencedores electorales.
Estos resultados en dos estados occidentales de la República Federal acaban con la idea de que AfD
era sólo un problema de los territorios orientales correspondientes a la antigua República
Democrática Alemana, desaparecida con la reunificación del país en 1990. Con diez años recién
cumplidos, Alternativa para Alemania confirma que su base electoral es sólida y amenaza con seguir
creciendo en un contexto de crisis múltiples que abona el terreno para su discurso antisistema,
xenófobo y revisionista de la historia alemana.
AfD lleva meses anclada en el 20% de intención de voto a nivel federal, según apunta la media de
todas proyecciones electorales. Si hoy se votase en Alemania, sería segunda fuerza nivel nacional,
sólo por detrás de la unión conservadora CDU-CSU, lo que abre un panorama político similar al que
dejaron los comicios regionales de Hesse. Llega por tanto el momento de preguntarse por qué
precisamente ahora Alternativa para Alemania, tras años de escisiones, graves crisis internas y
altibajos, está alcanzado tales intenciones de voto.
Confluencia de crisis
Desde la aparición social y político de AfD en 2013, Europa y el mundo han atravesado diversas crisis:
la llamada crisis financiera de 2008 y la resultante gran recesión global, la posterior crisis de deuda y
del euro, la "crisis de los refugiados" de 2015, la pandemia del coronavirus, la invasión de Ucrania,
con su correspondiente inflación, y ahora la guerra en Oriente Medio. Una de las grandes
preocupaciones de los analistas que observan AfD es intentar prever qué los podría llevar hasta las
puertas del poder, como ha ocurrido en otros países europeos con otros partidos ultraderechistas.
Ahora nos encontramos ante el momento de mayor auge del partido ultraderechista alemán más
exitoso de la historia de la República Federal y, si nos ponemos algo más catástrofistas, desde la
llegada al poder del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, es decir, el partido nazi) en los
años 30 del siglo pasado.
La pregunta es: ¿si Alemania, Europa y el mundo han atravesado tantas crisis en las dos últimas
décadas, por qué precisamente ahora consigue AfD sus mejores porcentajes de intención de voto,
diez años después de su fundación?
La respuesta es que, en esta ocasión, todas las crisis llegan al
mismo tiempo: inflación, crisis energética, desgaste de la clase media, miedo al descenso social y al
futuro ante los cantos belicistas que llegan desde los principales centros militares del planeta, una
crisis climática que se hace cada vez más presente en cada vez más rincones del planeta, todo ello
sumado a un descrédito creciente de los partidos tradicionales alemanes y también del propio
sistema democrático, como demuestran recientes estudios de opinión en Alemania.
Veamos algunos los principales factores de esa confluencia de crisis:
- Decepción con la 'Coalición Semáforo': la actual coalición gobernante en Alemania, conformada
por los socialdemócratas del SPD, los ecoliberales de Los Verdes y los liberal-conservadores del FDP,
llegó al Gobierno federal en diciembre de 2021 con el objetivo de transformar el país tras el fin de la
'era Merkel'. Meses después comenzó la invasión rusa de Ucrania con sus consecuencias
correspondientes. Desde entonces, la valoración del Gobierno alemán no ha hecho más que
descender. En una reciente proyección demoscópica de la televisión pública alemana, sólo el 20% de
la población se mostraba "contenta" con el trabajo del tripartito. Ello, sin duda, ha alimentado a la
ultraderecha de AfD, considerada ya por muchas personas como la única oposición verdadera al
'establishment’.
- Miedo a la guerra, la recesión y la inflación: Alemania es un país esencialmente conservador y
amante de las certezas. Es difícil encontrar una sociedad en el mundo en la que la palabra
"seguridad" tenga tanto peso. Y en el mundo actual, las certezas no abundan. Tras una pandemia y
una nueva guerra en suelo europeo, la población alemana ve como su modelo, durante décadas
alabado fuera y dentro de la potencia económica europea, renquea. El gas ruso ya no llega, el país
está a las puertas de la recesión, la inflación de alimentos y combustible se mantiene alta, la
migración se convierte en un elemento fundamental para el futuro de un país con una grave crisis
demográfica. Son muchos cambios estructurales de golpe para una sociedad tan conservadora.
- Respuesta nacionalista y reaccionaria a la crisis social: ese torrente de incertezas está alimentando
la narrativa de la ultraderecha y su respuesta reaccionaria a la(s) crisis. Sin duda hay un voto
xenófobo y ultranacionalista estructural en AfD, pero difícilmente sirve para explicar el actual auge.
La incertidumbre y el miedo respecto al futuro empujan esa respuesta nacionalista y reaccionaria
ofrecida por AfD, con un cierre de fronteras y un proteccionismo económico que más que solucionar
los problemas de Alemania, los agravaría.
- Instrumentalización de la "paz": cuesta encontrar en Alemania la palabra "paz" en los discursos
políticos predominantes respecto a la situación en Ucrania. En prácticamente todo el arco
parlamentario - con la excepción de partes de los poscomunistas de Die Linke - cunde el consenso
sobre la actual estrategia occidental respecto a la guerra en Ucrania: es decir, envío de armas para el
ejército ucraniano y sanciones contra la economía rusa. AfD es el único partido que se ha
desmarcado por completo de ese consenso. Independientemente de si lo hace de manera
oportunista o desde el convencimiento, la ultraderecha alemana es el único partido que apuesta por
dejar de armar a Ucrania y establecer negociaciones con el Kremlin. Ello está seduciendo a una parte
del electorado alemán.
- Normalización: como en el resto de Europa con otros partidos ultras, en Alemania también está
habiendo una cierta normalización de AfD, que ya lleva dos legislaturas y media dentro del
Bundestag. Sus mensajes contra minorías, que antes generaban escándalo, van calando en la
discusión pública y ya no provocan como antes. Ello no significa que su mensaje esté menos cargado
de odio que hace años, sino que el partido ha conseguido normalizar determinadas posturas. La
gestión de peticionarios de asilo y de la inmigración, con propuestas cada vez más restrictivas desde
partidos considerados de centro y desde la Comisión Europea, es buen ejemplo de ello. A ello hay
que sumar que partes de la CDU, incluida su dirección, se abren cada vez más claramente a una
cooperación directa o indirecta con los ultras. El llamado "muro de contención" establecido frente a
AfD por el resto de fuerzas políticas alemanas cada vez tiene más grietas.
- Cierre de filas de AfD: Alternativa para Alemania ha sido un partido marcado prácticamente desde
su fundación por las luchas internas. Nacido como formación euroescéptica y nacionalista ha
evolucionado hacia un partido ultraderechista, cuya fracción más radical - liderada por Björn Höcke,
un político cercano a posiciones neonazis - es la más poderosa. AfD ha ido dejando un reguero de
cadáveres políticos fruto de esas luchas internas por hacerse con el control del aparato. Y el partido
ha escenificado en numerosas ocasiones esas divisiones entre la facción nacionalconservadora y la
etnonacionalista, lo que los ha penalizado en las urnas. Esa división es hace tiempo historia de
puertas afuera. El partido se muestra unido en el espacio público y ya nadie pone en tela de juicio el
poder que Höcke tiene de los cuadros de AfD.
- Éxitos electorales en el Este: el pasado verano,
AfD consiguió su primer cargo público a través deunas elecciones. Fue en el distrito de Sonneberg, en el sur del estado federado de Turingia. AfD está
precisamente liderada allí por Björn Höcke. AfD ganó la segunda vuelta de los comicios para elegir al
administrador del distrito a pesar de que el resto de partidos había pedido el voto para el otro
candidato, de la CDU. Días después, el partido ultraderechista también ganó la alcaldía de un
pequeño pueblo de Raguhn-Jeßnitz, en el estado de Sajonia-Anhalt, también en Alemania oriental.
Estos éxitos electorales a nivel local ayudan a normalizar aún más a un partido que cada vez más
gente observa como "normal" y votable, como demuestran las proyecciones demoscópicas.
Las (posibles) consecuencias
La actual fortaleza de AfD abre, por tanto, un nuevo escenario en Alemania de consecuencias todavía
inciertas. La primera consecuencia más clara es la fundación del partido Alianza Sarah Wagenknecht.
La exparlamentaria de Die Linke lanzó recientemente su formación, que llevaba meses haciéndose
esperar. Con un discurso de izquierda en lo económico y conservador en cuestiones identitarias o
migratorias – “Por el sentido común y la justicia” es su lema –, el lanzamiento del partido de
Wagenknecht se ha visto acelerado por el auge electoral de AfD. El partido nace, entre otros
objetivos, con la vocación de robar votantes a AfD entre los electores decepcionados con los partidos
tradicionales que votan a los ultras no tanto desde la convicción ideológica sino como señal de
hartazgo.
Esta nueva fragmentación del tablero electoral augura, además, una aún mayor dificultad para
formar coaliciones de Gobierno en Alemania. El actual tripartito gobernante no es más que el
producto de un panorama político fragmentado con seis partidos a nivel federal en el que todas las
formaciones se niegan a pactar con la ultraderecha de AfD a nivel federal y regional. Este “muro de
contención” frente a la ultraderecha tiene, sin embargo, brechas que amenazan con abrirse cada vez
más si AfD se mantiene en el 20% de intención de voto o incluso sigue avanzando.
La pregunta a estas alturas no es si la CDU colaborará políticamente con AfD, sino por qué no debería
hacerlo. La llamada crisis de Turingia en 2019 – en la que la CDU y AfD votaron conjuntamente por un
candidato minoritario del FDP como alternativa a un Gobierno regional liderado por Die Linke – fue
sólo el primer aviso de que el “cordón sanitario” difícilmente aguantará si los actuales niveles de
intención de voto a AfD se consolidan a largo plazo en Alemania.